Vinyl es un viaje a través de la industria de la música, en una Nueva York en los 70 espoleada por la droga y el sexo. En pleno amanecer del punk, el hip hop y la música disco, Richie Finestra, presidente de un gran sello discográfico, intenta salvar su compañía y su alma sin destruir a nadie en su camino. Serie producida por Martin Scorsese y Mick Jagger, entre otros.
HBO lleva unos años teniendo algunos problemas a la hora de entregar un drama redondo, de esos memorables que la ayuden a perpetuar su imagen –tan merecida como discutible– de gigante dentro de la industria televisiva. Las ilusiones puestas tanto por sus directivos como por los propios espectadores de que Vinyl fuera ese nuevo e indiscutible tanto para sus marcadores han quedado finalmente en agua de borrajas. La serie no es mala ni se acerca, y a muchas les gustaría tener problemas de la índole de esta notable producción, pero de algo que viene avalado por la celebérrima cadena, en base a una idea de Martin Scorsese y Mick Jagger y desarrollada por el mayúsculo guionista Terence Winter se debe pedir más. No puede tener tramas que parecen descarado relleno, personajes fijos unidimensionales o tantos problemas de interés. No puede empezar tan arriba (el casi perfecto arranque que dirige Scorsese y que dura casi dos vibrantes horas) y desbarrar tanto en el medio, por muy en vanguardia que vuelva a acabar. Como contrapunto está la gloriosa música y la decidida y conocida apuesta de HBO por rodar como cine, algo que aquí se potencia con la elección de más de un director del medio o incluso con experiencia en el mundo del videoclip. Bastar con seguir la pauta que el italoamericano y su director de fotografía Rodrigo Prieto establecen en el piloto, y tener el margen suficiente para la ocasional demostración de músculo fílmico –el accidente de coche–.
Vinyl cuenta la historia de Richie Finnestra (un estupendo y enérgico Bobby Cannavale), presidente de una compañía discográfica en pleno 1972, que decide abortar la misión de vender su imperio tras una intensa noche de fiesta. Sus compañeros de trabajo, su mujer y parte de su entorno no entienden su súbito cambio de parecer, que tiene que ver tanto con volver a amar la música como con no perder su vida de excesos, drogas incluidas. Flashbacks nos mostrarán el camino que llevaron a Richie y su mujer Devon a estar en esa situación, para más tarde ser abandonado el recurso para centrarse en las múltiples subtramas, sirviendo a doce personajes fijos –a algunos mal, como ya hemos dicho– y otros tantos recurrentes, con la intención de componer una panorámica sobre el Nueva York de la época y el negocio de la música, ya preocupado por equilibrar el arte con lo comercial. Ejecutivos, publicitarios, cazatalentos y la fauna y flora del negocio, con figuras reales y ficticias interactuando en la escena musical del momento, y muchísimos guiños que hacen las delicias del entendido.
Así, David Bowie, Alice Cooper o Elvis Presley (en una escena magnífica entre el Rey y Richie) cantan junto a Hannibal, The Nasty Beats o Xavier, trasuntos de personas de verdad que se ficcionalizan para sacarles un mayor jugo dramático, sobre todo la banda que lidera en la serie James Jagger, de talento limitado pero look y parentesco apropiado. Es una estrategia clásica de muchos productos que miran al pasado, y que aquí da resultados muy interesantes. Mención especial merece el director y actor John Cameron Mitchell dando vida maravillosamente a Andy Warhol en varios episodios, y logrando un equilibrio perfecto entre la inteligencia y fragilidad del artista. La parte musical de Vinyl no da por tanto ningún problema, pero su mezcla de historias de mafia, amistades traicionadas, relaciones rotas y problemas familiares en el contexto que describe es demasiado volátil como para funcionar de manera compacta. En el cine de Scorsese sale bien, pero este cóctel de Mean Streets (1973), No Direction Home (1978), Goodfellas (1990) y The Wolf of Wall Street (2013) debe arraigar su desmesura para que no sea tan dispersa.
La base emocional es efectiva (el impresionante derrumbe de Devon ante la cámara de Warhol o la toma de conciencia de Zak sobre el engaño en Las Vegas), pero el resto funciona a rachas, con solo Cannavale, Olivia Wilde, Juno Temple y Annie Parisse siendo capaces de darles alma a sus personajes. El resto son arquetipos o están desaprovechados –Lester e Ingrid–, sin tener mucho que hacer más allá de ocasionales escenas de lucimiento. Y así avanza la temporada, a trompicones de ritmo e interés, puntuando el camino con estupendos montajes musicales o actuaciones pero con tramas que no siguen a la zaga, que en algunos casos producen déjà-vu (el eterno personaje mafioso) y en otros necesitan más información para enganchar (la relación de Jamie con su madre). Si estuviera en otra cadena o su equipo creativo fuera distinto, Vinyl podría parecer mejor serie de lo que es, pero muchas de sus partes son un reciclaje del trabajo previo de Winter o Scorsese, y de una empresa como HBO se espera un mayor rigor. Las audiencias no han acompañado mucho tampoco, de ahí que de cara a la segunda temporada, concedida tras la emisión del piloto como demostración de fe en un proyecto tan caro, Winter haya dejado de ser el showrunner y un nuevo dúo (Scott Z. Burns y Max Borenstein) haya sido contratado para tratar de hacer un drama más atractivo. Hay mucho potencial aquí, y la serie es más que buena, pero para brillar como puede necesita más concreción. La salida del talentoso Winter quizá no sea la mejor solución, pero habrá que ver qué nos depara la nueva tanda antes de juzgarlo. Que la música no pare, aunque sea una melodía irregular
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