En Two-Lane Blacktop dos chicos recorren las carreteras de Estados Unidos en un polvoriento Chevrolet del 55 y compiten en carreras ilegales. Eso es lo único que les importa, ni hablan ni se divierten. Un día se cruza en su camino GTO, un peculiar conductor que los desafía….

  • IMDb Rating: 7,2
  • RottenTomatoes: 82%

Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

 

Viajar implica movimiento. Pero ese cambio de paisaje puede tener diversas connotaciones. En el cine suele encarnar la metáfora perfecta de los cambios internos producidos en los personajes, cada parada a la vera del camino un nuevo mojón en la evolución emocional que los llevará inevitablemente de un punto “a” a otro punto “b”. Quizás debido a causalidades geográficas e históricas fue el cine norteamericano el que dio origen a ese particular género cinematográfico al que conocemos familiarmente como road movie.

A fines de los años 60 Dennis Hopper y Peter Fonda intentaron descubrir la América profunda montados en sus motocicletas de diseño y una nube de alucinaciones lisérgicas, sólo para descubrir que el sueño americano era apenas una quimera. Easy Rider se transformaba así en la road movie de la generación nacida a la sombra de la guerra de Vietnam, donde la muerte esperaba agazapada al final del viaje.

Mucho menos vista, y realizada apenas dos años más tarde del seminal relato de Hopper, Two-Lane Blacktop fue dirigida por el francotirador Monte Hellman (director de verdaderas joyas como el western The Shooting y la inclasificable Cockfighter). Restaurada recientemente, la película tiene como protagonistas a dos verdaderas estrellas de la música norteamericana: el cantautor James Taylor y Dennis Wilson, uno de los Beach Boys, en los únicos papeles cinematográficos de su carrera.

Montados en un Chevy customizado junto a una joven muchacha, se topan en el camino con otro automovilista (el genial Warren Oates), dando inicio a una competencia por las carreteras norteamericanas cuyo ganador obtendrá como premio el auto del perdedor. Más allá de la escueta excusa argumental, Hellman hace de Two-Lane Blacktop un ensayo personal sobre cierto estado de las cosas en la sociedad norteamericana a partir de una serie de secuencias de enorme poder visual y metafórico.

La exhibición de Two-Lane Blacktop –nunca estrenada formalmente en la Argentina y vista hace algunos años en una retrospectiva del cineasta organizada por el Bafici- es un verdadero acontecimiento para cinéfilos y amantes de los “fierros”. Road movie melancólica y existencialista, es una de las grandes películas de un realizador que ha permanecido demasiado oculto durante demasiado tiempo. (Diego Brodersen – OtrosCines.com)

El 20 de abril de 2021 marca el fallecimiento de Monte Hellman a los 91 años, uno de esos cineastas de raza que Quentin Tarantino adoraba, y no solo por ser el productor ejecutivo de Reservoir Dogs. Su muerte, en Palm Desert (California), tras una caída en su casa, es otro eco simbólico del cambio de la forma de hacer cine en Hollywood, en tiempos de plataformas y Two-Lane Blacktop, es un testimonio vivo de esa era olvidada.

Entre sus clásicos también encontramos The Shooting, o Cockfighter, casi un epílogo espiritual de Two-Lane Blacktop, las que mayor huella conservan de un autor que siempre se movió con oficio entre presupuestos muy justos, como lección de haber pasado por la factoría Roger Corman, algo en común con tantos otros creadores del cine independiente estadounidense. Representando una libertad y espíritu que impregna el canto al crepúsculo de Once Upon a Time in Hollywood (2019), cuyos personajes podrían entrar y salir de una película de Hellman, al igual que el Stuntman Mike de Death Proof (2007)

De la factoría Corman, salió su debut Beast from Haunted Cave (1959), una serie B que describió como Cayo Largo con monstruo, con lo que también se puede adivinar que el juego de géneros del guion de From Dusk Till Dawn (1996) tiene también su adn. Hellman fue otro de los pupilos de Corman, como Francis Ford Coppola, Jack Nicholson, Peter Fonda, Peter Bogdanovich, John Sayles, o Jonathan Demme. Con Coppola colaboró dirigiendo la secuencia inicial de Dementia 13, pero en donde Hellman encontró su espacio fue en el retrato de la América de los 70, en la que Two-Lane Blacktop puede verse como el reverso íntimo de Easy Rider (1969).

Sin embargo, Hellman se muestra más reticente a lo contemporáneo y mantiene un espíritu lo-fi que quizá ayudara a que la película permaneciera en el olvido durante años, en los que apenas era posible verla fugazmente en emisiones nocturnas o pequeñas proyecciones, lo que le fue ganando una reputación a lo largo de los años 70, 80 y 90 como una de las obras maestras perdidas de la era del Nuevo Hollywood. Como ocurre con las joyas desenterradas, la edición criterion de hace tan solo unos años rescató un film esencial para mostrar todas sus virtudes y defectos, pero también como pieza clave para entender la filosofía generacional de una década.

La historia del film es tan simple que sus personajes se llaman «el conductor» (el cantante James Taylor) y «el mecánico» (Dennis Wilson, el batería de The Beach Boys que acogió en su casa a la familia Manson), dos hombres que no van a ninguna parte tan rápido como pueden, desafiando a extraños en las carreras hasta que encuentran a «la chica» (Laurie Bird), una autoestopista de la que se enamora el conductor y un hombre mayor, G.T.O. (Warren Oates), que toma su nombre de la marca de su coche amarillo, con los que recorren las carreteras en tándem con los héroes.

La situación crea una rivalidad sutil de egos, como una carrera absurda en la que no importa quién gane puesto que los tres hombres están perdidos y la mujer es un trofeo no aparente que indica el carácter masculino de la pieza, y puede leerse como un viaje a ninguna parte de la propia masculinidad que emanan sus grandes coches y cómo sus protagonistas juegan a ver quién de ellos es más lacónico.Two-Lane Blacktop es una rareza, empezando por el protagonismo de dos músicos en sus únicos roles de actuación.

La falta de diálogo lleva a una experiencia abstracta, que bajo su texturas de cine grindhouse esconde un espíritu de arte y ensayo en el que sus personajes se fusionan con su Chevy del 55 y la carretera, donde los hombres que no tienen que hablar para demostrar su valía y de los que Hellman extrae naturalismo de asfalto ubicándolos en carreteras secundarias de Estados Unidos, en carreras poco glamourosas y muchos espacios donde el silencio de la conducción se hace tan cotidiano como extrañamente poético, donde la frustración sentimental no empuja necesariamente a ninguna tragedia.

Las metas de sus protagonistas son meros puntos de fuga, puesto que la verdad que realmente esconden sus interacciones esconden una adicción a la libertad de la carretera, en la que, como evoca el título, lo importante no es huir de algo o correr hacia algo, sino la sensación de desarraigo para lo bueno o lo malo, no podemos discernir si sus personajes buscan perderse o redimirse, quizá por ello su final es abrupto y diferente a lo esperable, con un truco inédito, vanguardista y meta en el que el celuloide se quema, dando a entender que lo importante ha pasado unos minutos antes, que evoca la idea de dejar volar las expectativas y las ataduras.

El panorámico de Hellman ofrece una mirada sofisticada a la obsesión masculina estadounidense, que mira desde una perspectiva de la contracultura, con un viaje que refleja el sentimiento de deriva de una juventud opuesta a los valores de sus padres, un dibujo de vidas sin rumbo que a menudo pierde también el rumbo, quizá lo que la diferencia de la mucho más vitalista, redonda y épica Vanishing Point (1971), es que es tan libre que no se preocupa en conceder absolutamente nada al espectador, sino contar un sentimiento desde los márgenes, solo con imágenes, ante lo que tan solo cabe apreciar un cine tangible y perdido que aún conservaba la cualidad de poder echarse a arder. (Jorge Loser – Espinof.com)