En The Wailing, la vida de un pueblo coreano se ve alterada por una serie de asesinatos, salvajes y misteriosos, que azota a la pequeña comunidad rural. Los rumores y las supersticiones se propagan a causa de la presencia, desde hace poco tiempo, de un anciano extranjero que vive como un ermitaño. Ante la incompetencia de la policía para encontrar al asesino y sin tener una explicación racional, algunos habitantes del pueblo buscan a un chamán. Jong-Gu, un policía cuya familia está directamente amenazada, también cree que se trata de crímenes sobrenaturales.
Mejor Película Asiática y Mejor Fotografía Festival de Sitges 2016
- IMDb Rating: 7,5
- RottenTomatoes: 98%
Pues bien, en esta tendencia cabría argumentar que el tercer puesto en importancia lo está ocupando ahora Na Hong-jin. Su ópera prima The Chaser seguía los pasos de un antiguo detective vuelto proxeneta, al investigar las desapariciones de sus empleadas a cargo de un psicópata en Seúl, conformando así un inquietante y enfermizo juego del gato y el ratón. Su siguiente cinta, The Yellow Sea, desviaba el foco hacia un decorado más complejo, el de la región de Yanbian que separa Corea y China, para desplegar las crudas vicisitudes de un taxista transformado en matón. Y más ambición todavía registra su tercera incursión tras las cámaras: The Wailing, trasladándose ahora a un pueblo cuyos residentes comienzan a morir en las circunstancias más extrañas. El responsable de liderar o al menos participar en las investigaciones policiales es un tal Jong-Goo (Do Won Kwak), un hombre torpe y miedoso, caracteres poco propicios para desempeñar con garantías su profesión. La misma la compagina con su vida familiar, conviviendo con su suegra, su madre y su hija, hasta que esos dos mundos se entrelazan cuando esta última aparece como una de las potenciales víctimas del mal que acecha a la población. Y es que sus causas son misteriosas, pues aunque la mayoría le eche la culpa primero a una intoxicación de setas y luego a las maquinaciones de un solitario extranjero japonés, sus actos aparecen escasamente relacionados con los crímenes. Es tras la llegada de un chamán, a petición de la familia del protagonista, cuando The Wailing cobra un decidido relieve místico, desbordando la línea que separa el suspense del terror. Esta sería por tanto la combinación propia de The Wailing, ajena asimismo a los orígenes del género salvo en los trabajos más marginales de Jacques Tourneur, pero presente en cualquier caso con más fuerza en otros antecedentes cercanos de Chan-wook Park, con Thrist; y Joon-ho Bong, con The Host.
No es de extrañar que sea recurrente esta infiltración pavorosa en el género en cuestión, al menos en su adaptación coreana, porque a su vez permite ajustar algunos mitos occidentalizados a la idiosincrasia del continente. Por ejemplo, la relación que se establece entre el diablo y el nipón trae causa del recelo que por tradición suscita en estos lares quien viene de fuera. Y esto se acentúa cuanto más lejos se está de la civilización, panorama que Na Hong-jin y su operador Hong Kyung Pyo retratan con energía y sugestión al dibujar una atmósfera opresiva, reforzándola con elementos climáticos insistentes como la lluvia o la oscuridad. En efecto, es raro el momento de la trama que se da un respiro, literalmente, al ambientarse a la luz del día; e incluso cuando no amenazan directamente las fuerzas de la naturaleza, unos esporádicos planos generales de su localización, con los montes boscosos, el lago grisáceo o el cielo nublado, deshacen su neutralidad descriptiva para adquirir un tono ominoso. En este contexto adverso es por tanto en el que deben luchar los personajes, condenados sin remedio, por mucho que para sobrevivir intenten también transformar su condición. Así ocurre con el protagonista, individuo como decíamos bastante patético y frustrante, que con el discurrir de los acontecimientos cobra el aliento trágico del héroe insospechado. Por otro lado, este componente irracional queda estructurado en sentido técnico por un montaje en paralelo que a ratos resulta bastante confuso, saltando de una breve escena a otra sin aparente conexión espaciotemporal. El montaje en The Wailing, incluso rompe a veces con la inmersión visual que se ha ido creando, como en el plano secuencia de seguimiento que, siempre bajo la lluvia, introduce la primera escena del crimen: plano que sin embargo se resuelve a destiempo, demasiados segundos después de que el agente haya cruzado la cinta policial levantada por un compañero para dejar pasar también a la cámara (ya que tras el caminante no hay nadie más). En realidad, más que un error que quebraría la suspensión de incredulidad, este detalle puede tener otro significado, como es el de invitar desde un comienzo al espectador a adentrarse con el protagonista en el infierno del que ni él ni nosotros somos aún conscientes. En este sentido, la primera parte de The Wailing sigue una dirección un tanto incierta, al compás de las pesquisas infructuosas de los asesinatos; mientras que la segunda se asienta (con prolongadas secuencias climáticas como la caza al japonés en la montaña) en un escenario ya más familiar y a la vez desconocido, por brotar entonces con todo su impacto las raíces de la perversidad. En cierto modo es como si el director y guionista hubiese jugado con nuestras expectativas para terminar por devolvernos a esa esencia que alimenta todo este tipo de cine, que no es otra que la de la fatalidad del hombre.
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