En The Killing of a Chinese Bookie, Cosmo Vitelli, un veterano de la Guerra de Corea con deudas de juego, posee un local de striptease en Las Vegas. Cuando pierde 23.000 dólares en una partida ilegal, sus acreedores le sugieren que pague la deuda con un asesinato.

  • IMDb Rating: 7,4
  • RottenTomatoes: 79%

Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

 

Cosmo Vitelli es dueño de un club de strip-tease, el Crazy Horse West. Allí pasa la mayor parte del tiempo, sin mayor preocupación que contemplar los números de sus chicas y darse a la bebida, en la oscuridad de un local que es más que eso: es su verdadero hogar. En el escenario también aparece Mr Sophistication, el maestro de ceremonias, presentando a las chicas, una de las cuales es la novia de Cosmo, con la que vive en el piso de su madre. Cosmo adquiere una deuda de 23.000 dólares con unos gangsters, encabezados por Mort Weil. Saben que no puede pagarla y le ofrecen un trato: pagará su deuda si asesina a un rival, a un corredor de apuestas chino. Tras diversas idas y venidas, dudas y retrasos, transcurrida la tercera noche, Cosmo cumple su cometido, asesinando al corredor de apuestas, un chino anciano que descansa en su bañera, y a dos de sus guardaespaldas. Pero, aunque ha pagado su deuda, ya nada volverá a ser lo mismo.

El cine de John Cassavetes es cine en libertad, que es la verdadera esencia de la creación artística. Libertad pura, sin cortapisas ni ataduras. Libertad creativa, de formas y de pensamientos. Libertad de sentimientos. Su cine es un acto de amor, al cine, a sus actores, a la vida. La filmación, el acto creativo, es un acto de amor vital, como lo es el propio contenido de su cine. Aun siendo un conocedor profundo de la técnica cinematográfica, los intereses de Cassavetes son otros, son sus personajes, sus actores, que es casi decir lo mismo. Cassavetes es al cine lo que Jackson Pollock o Willem De Kooning a la pintura. Si ellos hacían action painting, él hizo action filming. Es decir, en su obra importa tanto el acto de filmar (o pintar), el gesto estético, como el resultado mismo; la obra de arte se torna, entonces, en materia viva, respira. Por ello tampoco se puede separar a la persona del personaje, al hombre del artista. En su momento The Killing of a Chinese Bookie fue el mayor fracaso comercial de su carrera, caso parecido al de Citizen Kane, pero como ocurriera con aquélla, vista treinta y cinco años después, quizá constituya la cima de su arte, acaso al mismo nivel que Faces (1968) o A Woman Under the Influence (1974). Nos parece más desgarrada, más sólida, y lo que es más importante, más arriesgada todavía que éstas, que la etilizada Husbands (1970), que la mítica Shadows (1959) o la atractiva Opening Night (1977), filmada a continuación de The Killing of a Chinese Bookie. El cine de Cassavetes se ha calificado de un género en sí mismo, pues carece en sentido estricto de precedentes o sucesores. ¿Qué diferencia a esta película de sus otros dramas o melodramas?: el cruce entre el cine de autor (y a estas alturas sobra decir que Cassavetes es un autor, en el sentido más total y pleno del término) y el cine de género, en este caso el de gangsters o neo-noir. Muchos de los mayores éxitos de grandes cineastas han surgido de lo híbrido, lo que se crea entre las convenciones de un género y la mirada personal de un autor –pienso en Rosemary’s Baby de Polanski, protagonizada por el propio Cassavetes, o The Godfather, de Coppola, pero también en M, de Lang, o Touch of Evil, de Welles, por citar ejemplos paradigmáticos de cimas del cine de género que son, a su vez, cine de autor–, y es por eso, por esa posición fronteriza, contemplativa, reflexión sobre la propia reflexión del personaje sobre su existencia, en este caso Cosmo Vitelli, por lo que The Killing of a Chinese Bookie es una obra inagotable que gana a cada visionado y es inmune a las modas y al paso de los años. Poseedora de una energía invisible, de una potencia lúcida pero inexplicable con palabras, de una fuerza subterránea o casi lunar, su ensimismamiento –el de Cosmo y el de Cassavetes filmándolo– producen una incómoda sensación paradójica e infrecuente en el cine: el de la inmediatez y el distanciamiento, al mismo tiempo. Esto se traduce en una película inclasificable, por inaprensible, de efímera, por alucinada, de equívoca, por ilusoria, de obra presa de una fascinante desesperación, de voluntad testamentaria y dionisíaca. The Killing of a Chinese Bookie es un prodigio de puesta en escena, de cadencia en el ritmo del montaje (algo que se aprecia en toda su extensión en la primera versión, media hora más larga, pero más difícil de conseguir ver, además de suprimir secuencias, Cassavetes también alteró el orden de algunas otras, en aras de una supuesta mayor comercialidad) y de una personalísima manera de ver y entender el mundo y el cine.

Cassavetes. ¿Actor o director? Artista. Cassavetes es un todo en uno. Una vez afirmó: “El problema no es que la película sea buena o mala, sino que haya sido posible.” Se refería a Faces, pero podría haberlo dicho de casi todos sus filmes, incluido The Killing. Porque el milagro de The Killing of a Chinese Bookie no es sólo la película en sí, sino el mismo hecho de que exista, de que haya podido existir. La obra se erige así en una metáfora del propio artista, ¿cómo pudo existir un cine como el de Cassavetes?, nos preguntamos ahora estupefactos desde este mediocre y uniforme siglo XXI. Se ha dicho que Cosmo Vitelli es el alter ego del cineasta, su lucha por mantener su sueño es la misma que sostuvo Cassavetes para poder seguir filmando durante treinta años casi siempre al margen de la industria, de los estudios, de los que, paradójicamente vivía (como actor). Ben Gazzara precisó más y afirmó tras su muerte que “Cosmo y su club son una metáfora de John como artista”. Israel Paredes atinó aún más, precisándolo, no como metáfora sino como alegoría. Y, en efecto, esa es la lectura (una de muchas) más aconsejable para ver The Killing of a Chinese Bookie con ojos cinéfilos, como una alegoría creadora, en la que los símbolos –las cartas, las putas, la extorsión, las drogas, la oscuridad, el deambular nocturno, la deriva…– operan a nivel consciente e inconsciente, motivo por el cual la película te atrapa sin se sepas bien por qué, como si estuvieses viendo un trozo de la vida real del personaje en tiempo real (tres noches en las que lucha con su yo interior, lucha de conciencia).

Se ha escrito hasta la saciedad que Cassavetes gustaba de improvisar y que sus filmes son resultado de dichas improvisaciones en el rodaje. Esa idea, sustentada a raíz de Shadows, es falsa o cuando menos inexacta. Cassavetes daba libertad a los actores, caso de Gazzara aquí (la suya es una de las interpretaciones más profundas y nihilistas de la historia del cine), dejando que fluyesen los sentimientos que experimentaban delante de la cámara (retoma el teatro, pero no en su sentido actual sino antiguo, el teatro griego, el de sus ancestros), casi buscando la catarsis, cierto, pero siempre en el contexto de unos guiones trabajadísimos, reescritos hasta la última línea. Aunque luego en el rodaje cambiase cosas. En The Killing of a Chinese Bookie, Gazzara cuenta que el personaje le era tan cercano a Cassavetes que el último día de rodaje (se filmó en orden cronológico) pensó que Cosmo no debía matar al corredor de apuestas chino, que no estaba en su personalidad hacerlo. Algo absurdo, pues se titulaba ¡El asesinato de un corredor de apuestas chino! A punto de gritar acción “John dijo: <<¿Qué hacemos?>>. Yo contesté: <<¡Qué se yo!>> Luego se levantó y exclamó: <<¡Bueno vamos allá y matémoslo>>. ¡Y lo matamos aquella misma noche!” (Deauville, 1989).

Recepción. ¿Recepción? Qué pregunta, la recepción de The Killing of a Chinese Bookie en 1976 fue mala, pésima. No podía ser de otro modo. En general, la crítica norteamericana no la comprendió. Antes del estreno John Cassavetes creía que sería su película más taquillera. Incluso pagó de su bolsillo toda la publicidad y la promoción. Pero fue un fracaso total. Sólo se recuperó lo invertido cuando se distribuyó en Europa la versión abreviada. Con los años se hizo mítica, sobre todo en Francia. Su fracaso comercial fue lógico. Era una obra maestra. Y casi nadie supo verlo.

Peter Bogdanovich se inspiró en esta película para hacer otra rareza, Saint Jack (1979), en donde el personaje de Ben Gazzara, Jack Flowers, parece una continuación del de Cosmo Vitelli. (DiegoMoldes.com)