En The Edge of Seventeen, dos estudiantes de instituto que son las mejores amigas ven cómo su amistad se tambalea cuando una comienza a salir con el hermano mayor de la otra.
Mejor Ópera Prima para el Círculo de Críticos de Nueva York 2016Nominado a Mejor Nuevo Director en los premios del Sindicato de Directores (DGA) 2016
- IMDb Rating: 7,4
- RottenTomatoes: 95%
La adolescencia. Esa etapa que todo ser humano está obligado a superar y, la mayoría de las veces, no supone un camino de rosas. El delicado tránsito de la infancia –caracterizada por las comodidades propias de la protección de los padres y la ausencia de responsabilidades importantes– a la edad adulta en que nos damos de bruces contra los sinsabores de la vida, de forma vertiginosa, ha quedado retratado en el cine norteamericano a través de cientos de títulos de las más diversas condiciones. La mayoría de las veces, un enfoque demasiado superficial hacia la comedia estudiantil no ha permitido profundizar en la seriedad del asunto, pero siempre quedaba lugar para miradas sinceras y más agridulces como la de John Hughes –Dieciséis velas (1984), El club de los cinco (1985)– que dignificaron el género. En los últimos tiempos el personaje del adolescente se ha ido deshaciendo de estereotipos y los guiones se han preocupado en hurgar más a fondo en las heridas emocionales con las que esa etapa marca a los jóvenes para siempre. Desde Juno (Jason Reitman, 2007) a The Spectacular Now (James Ponsoldt, 2013), pasando por Las ventajas de ser un marginado (Stephen Chbosky, 2012), las nuevas historias nos han dibujado a protagonistas desorientados, de mentalidad más madura que las de sus compañeros de instituto, cuyas serias dificultades para integrarse en el entorno les abocan a un acentuado sentimiento de autocompasión y al inevitable “complejo de bicho raro”. La adolescencia en su manifestación más virulenta, sin ir más lejos. En The Edge of Seventeen (2016), el espléndido debut como directora de Kelly Fremon, las vivencias de su personaje central, Nadine, se nos antojan tan cercanas que no podemos más que aplaudir la honestidad de un guion en el que no hay cabida para esos tópicos –el capitán del equipo de fútbol ligón y creído; la jefa de las animadoras superficial; el empollón friki al que todos dan de lado– que tanto daño han causado al cine juvenil.
Nadine se encuentra inmersa en esa edad tan crítica como es la de los 17, en la que ya no es considerada una niña ni está preparada del todo para enfrentar la vida adulta. Tras la traumática muerte de su padre (el hombre que mejor sabía entenderla), la chica anda un tanto perdida, eclipsada bajo la alargada sombra de un hermano mayor popular y triunfador, e incomprendida por una madre más preocupada en rehacer su vida sentimental. Nadine vive en una especie de burbuja, siempre de mal humor y sintiendo que no encaja en ningún sitio. Sus gustos cinéfilos y musicales son los de alguien de mucha más edad y solo cuenta con la complicidad de su única amiga Krista y del Sr. Bruner, su profesor de Historia, con el que mantiene una especial relación de amor/odio. Estos frágiles apoyos se tambalean desde el momento en que los chicos aparezcan en los caminos de las dos amigas. Cuando Krista comienza a salir con el hermano de Nadine, esta se lo toma como una traición, a la vez que se debate entre la atracción por un chico mayor e inaccesible del instituto y la química con su compañero Erwin. The Edge of Seventeen se descubre como una comedia sentimental muy lúcida, con unas situaciones y diálogos frescos e inteligentes que están muy por encima de lo habitual en este tipo de propuestas. En este sentido, la película mantiene un perfecto equilibrio entre lo divertido y lo melancólico, que remite directamente a la obra del productor que está detrás del proyecto, James L. Brooks. De hecho, el personaje de Nadine es lo más cercano a una versión juvenil de las neuróticas y rebeldes féminas encarnadas por Debra Winger en La fuerza del cariño (1983) –con la que comparte una conflictiva relación con la madre– o Holly Hunter en Al filo de la noticia (1987) –igual de desastrosa en sus incursiones románticas–, dos de los grandes éxitos de Brooks, encontrando la expresión perfecta en la sorprendente interpretación de Hailee Steinfeld, todo un prodigio, tanto en sus registros dramáticos como en los más cómicos.
En The Edge of Seventeen, Fremon ha tenido el enorme mérito de regalarnos un relato que, bajo su apariencia ligera e, incluso, falsamente intrascendente, habla con gran sensibilidad de temas tan profundos como el dolor ante la pérdida del pilar fundamental de una familia; la capacidad enajenadora del primer amor y el despertar sexual; ese egoísmo intrínseco al adolescente y su posterior capacidad de autoaceptación de los propios defectos, en lugar de culpar siempre al mundo de nuestras tragedias particulares. Todos y cada uno de estos ingredientes están plasmados con ingenio en el excelente personaje de Nadine y en los distintos lazos que establece con el resto de secundarios, en especial con el cínico maestro encarnado por el magnífico Woody Harrelson. Las escenas que ambos comparten son, de lejos, las más brillantes de la cinta. Pese a la (impostada) actitud de pasotismo del docente ante las continuas llamadas de atención (con amenazas de suicidio incluidas) de la estudiante durante las horas del almuerzo, sus charlas esconden, tras su potente carga sarcástica, una tierna relación de amistad y, a su rara manera, protección. Es el Sr. Bruner la única persona capaz de aguantar con estoicismo la verborrea incontrolada de Nadine, así como sus dardos envenenados y sus golpes bajos, mecanismo de defensa que la muchacha ha desarrollado para protegerse de las estocadas de la vida pero que, a la hora de la verdad, solo logra herir a quienes la quieren. The Edge of Seventeen, tras sus diálogos afilados, esconde un gran corazón. Es evidente que la Fremon guionista ama a sus criaturas y no carga las tintas en ninguna de ellas para que caiga mal a un público que acaba empatizando con una protagonista tan narcisista y, por momentos, autodestructiva. Ha sabido dosificar a la perfección el humor –tiene escenas muy divertidas, como la proyección del cortometraje animado (con claro mensaje subliminal) de Erwin– y el romance nunca resulta empalagoso. ¡Ah! Y por una vez es un placer disfrutar de una maravillosa recopilación de canciones en su banda sonora sin tener que soportar tiempos muertos ni incurrir en el videoclip, muy en la línea del cine de Cameron Crowe. No en vano, The Edge of Seventeen tiene algo del aroma teen ochentero de su clásico Un gran amor (1989), lo que la convierte en una cita ineludible para quienes añoraban una comedia sentimental juvenil de calidad. (José Martín León – ElAntepenultimoMohicano.com)
Share your thoughts