En The Architect cuando un proyecto para construir mil pisos en Oslo se pone a licitación, la arquitecta Julie tiene una idea: ¿por qué no convertir los aparcamientos subterráneos vacíos en edificios residenciales? Una serie que supone una sátira sobre un futuro demasiado cercano.
- IMDb Rating: 6,8
- FilmAffinity: 6,8
Temporada Completa / Subtítulos (Calidad 1080p)
Cuatro capítulos de apenas unos 20 minutos es el formato propuesto por Kerren Lumer-Klabbers en su miniserie The Architect. Si echamos cuentas, muy fácilmente se podría tratar de un largometraje de hora y cuarto especialmente accesible, teniendo en cuenta los dilatados estándares actuales de duración de los (largo) metrajes. Sin embargo, la cineasta noruega decide dar el paso hacia el formato serial después de cortometrajes como Radio Silence (2021) o Papapa (2020), a través de una ficción que se va desplegando en estas cuatro micro cápsulas. De entrada, cabría preguntarse el porqué de dicha decisión, pero realmente no cuesta encontrar la respuesta a lo largo de los episodios de la serie, premiada como Mejor Serie en el Festival de Berlín. Por un lado, es cierto que a su término puede dejar un ligero aroma a incompleto por sus reducidas dosis, como si se tratara de un excelente pero corto menú degustación. Por otro, es innegable que con esos 75 minutos le basta a Lumer-Klabbers para dejar claras sus intenciones y no parece importarle poder dejar a la gente en suspenso. De hecho, esta condición le permite concretar muy finamente en el conflicto que plantea The Architect, y así reducir miras y centrarse en explorarlo bien. Y, por qué no, dejar espacio tras un final abierto para que el debate pueda continuar más allá de las pantallas. También gracias a su corta duración damos con una economía del lenguaje que resulta refrescante, un acercamiento ácido e incómodamente humorístico a un problema cada vez más universal: el de la crisis de la vivienda.
Ya desde el inicio la directora nos propone que entremos en su juego, imaginando un Oslo en un futuro indeterminado, con drones que surcan el cielo de una ciudad masiva e impersonal, habitada por gente que viste ropas grises y minimalistas. Esa frialdad tan propia de los nórdicos impregna todos los recodos de esta suerte de distopía. Somos introducidos en ella con Julie, interpretada por una Eili Harboe que resultará familiar a muchas, quizás a raíz de su papel protagónico en Thelma (Joachim Trier, 2017) o por su más reciente aparición en la última temporada de la afamada serie Succession. Julie es una arquitecta titulada, aunque trabaja como permanente becaria, que se encuentra en una situación económica límite, anegada en deudas y sin poder permitirse un piso en la ciudad. En medio de este panorama desolador y angustiante (que, en realidad, representa más elementos del presente que de un supuesto futuro distópico), surge una nueva forma de habitar las urbes. Aprovechando unos monumentales parkings abandonados, los listos de turno han aprendido a subalquilar pequeñas parcelas de espacio subterráneo que servirán de cobijo para aquellas que, como Julie, lo tienen imposible para pagar un alquiler normalmente. Ocupando esos espacios de forma, como mínimo alegal, al menos tienen un lugar al que llamar “hogar”. Aunque se trate de cuatro metros cuadrados sin amueblar, delimitados con cortinas a modo de paredes. Para acabar de rizar el rizo, el estudio de arquitectura en el que la protagonista trabaja precariamente, recibe un encargo para encontrar la forma de construir mil pisos (¡más!) en el centro de la ciudad. Al proponerlo a modo de concurso entre sus arquitectos, a Julie se le ilumina el rostro. ¿Quizás ese hogar subterráneo que acaba de estrenar le pueda dar la clave, justamente, para salir de esa situación? Con el objetivo de ganar ese concurso y así solucionar sus problemas económicos y de habitáculo, empieza a trabajar para proponer ese modelo de vivienda como algo positivo para inversores inmobiliarios. Perversamente, aunque lo entendemos de inmediato, en esta hipótesis que dibuja Lumer-Klabbers sobre el estado del habitaje siempre salen ganando los mismos. Sea cual sea el resultado, en ningún caso es gente como Julie, para quién, a pesar de que consiga subsanar sus deudas a título individual, el coste de hacerlo pone en peligro su humanidad.
No estará sola en esa competición, en la que también participa su compañero y ex-pareja Marcus (Fredrik Stenberg Ditlev-Simonsen), para añadir algo de tensión al cóctel. Este, por su parte, busca formas de engañar al sistema junto a su novia, la ambiciosa Nina (Alexandra Gjerpen). La fachada es lo más importante para ellos en esa narrativa que muestran al mundo sobre quiénes son. Pero, por dentro, andan tan al límite como cualquier otro ciudadano de a pie. Para completar el plantel de personajes puntales de The Architect, y como contrapeso a ese mundo de arquitectos que juegan a ser Dios con los derechos de la gente, tenemos a Kaja (Ingrid Giaever), la nueva vecina de zulo de la protagonista. Primero la conocemos inadvertidamente al otro lado de un escaparate, posando como exánime modelo en vivo, otro de los guiños distópicos en el mundo que plantea la creadora. En una de las escenas más impactantes, Kaja se desenmascara como activista en contra de la arquitectura hostil que plaga Oslo (y seguramente también tu ciudad, si te fijas lo suficiente). Se trata de aquellos elementos que obstaculizan la estancia en lugares públicos de personas sin hogar, los bancos unipersonales, las superficies con elementos punzantes…
Sorprende y descoloca el tono que Kerren Lumer-Klabbers otorga a su serie, con una cámara móvil con tendencia al zoom y al reencuadre nervioso que nos podría trasladar a una comedia del estilo de The Office pero que, en vez de dar con el chascarrillo simpático, se encuentra con rostros impenetrables, incómodos. Sin duda, The Architect es una pequeña gran ficción de personajes, que intentan encontrar un sitio en el que poder finalmente respirar tranquilos, pero que dan constantemente con esa desagradable realidad que tantísimos reflejos tiene con la nuestra propia. La arquitectura es solamente un personaje más. Al final no acaba de quedar en claro si la directora está queriendo esbozar una advertencia o si, en cambio, esta miniserie es su forma de decir que ya no hay distopía posible cuando la estamos viviendo. (Julia Gaitano Mendizábal – ElAntepenúltimoMohicano.com)
1 Comment
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Estoy mirando esta mini-miniserie porque me gusta Eili Harboe, porque me gusta la arquitectura, pero sobre todo porque en mi ciudad, Buenos Aires, las cosas ya han empezado a parecerse mucho a la ¿ficción? de esta Oslo futurista… Saludos.