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  • Castle in the Sky (Hayao Miyazaki – 1986)

    Castle in the Sky (Hayao Miyazaki – 1986)

    En Castle in the Sky,  una aeronave se desliza sobre un mar de nubes, en una noche de luna llena. Muska, un agente secreto del gobierno, acompaña a una chica llamada Sheeta a la fortaleza de Tedis. Repentinamente la nave es atacada por los piratas que, al igual que el gobierno, buscan el secreto de la piedra mágica de levitación que Sheeta lleva alrededor del cuello. La piedra es la llave que abrirá las puertas de La Fortaleza Celeste, una isla flotante en medio del cielo creada por una misteriosa raza que hace mucho tiempo desapareció del planeta. Pazu, un joven muchacho, se hace amigo de Sheeta, le ayuda a escapar de sus seguidores y juntos se disponen a resolver el misterio de la Fortaleza Celeste. Cuando Sheeta y Pazu inician su viaje hacia la Fortaleza Celeste, ponen en marcha una cadena de acontecimientos irreversibles. En este misteriosos lugar encontrarán un tesoro mucho más grande que el poder de gobernar el mundo.

    • IMDb Rating: 8,1
    • RottenTomatoes: 96%

    Película / Subtítulos (Calidad 720p)

     

    Con dos películas en su haber, la muy divertida El Castillo de Cagliostro (1979) y la magistral Nausicaä del Valle del Viento (1984), Hayao Miyazaki encaraba con su tercer largometraje el que se convertiría en el primero producido bajo ese sello que durante las tres últimas décadas ha sido sinónimo inequívoco de calidad inigualable en el cine de animación. Ghibli, cuyo nombre se debe a la pasión del cineasta por la aviación, nacía en junio de 1985 tras el gran éxito que había cosechado la adaptación de Nausicaä e iba a demostrar con su primer filme que el talento de Miyazaki no era de este mundo.

    Prefigurada de forma inequívoca por el humor alocado de las aventuras de Lupin, y elementos provenientes de la historia situada en el mundo post-apocalíptico en el que vive la princesa Nausicaä, Castle in the Sky es, al igual que su directa predecesora, una película por la que el tiempo ha pasado desapercibido y que, hoy, casi treinta años después de su estreno, mantiene incólumes TODOS los valores que la hicieron grande entonces. Unos valores que pasan por su animación, sus personajes, su guión, su dirección, su música…en definitiva, por todo aquello que cabría considerar a la hora de analizar una película.

    Y como por alguno de ellos hay que comenzar, me váis a permitir que lo haga por la banda sonora de Joe Hisaishi. De hecho, habría que precisar que por la doble banda sonora que el músico nipón compuso para la versión japonesa original de la cinta y aquella que escribió, una década más tarde, cuando Disney preparó el estreno estadounidense de la misma con un doblaje más apropiado que el que había conocido años atrás y con someros cambios en los diálogos para «adaptarlos» más a los gustos de los yanquis. Entre ellos, como digo, se encargó a Hisaishi que volviera a acercarse a su segunda colaboración con Miyazaki, algo a lo que el genio de los pentagramas se refirió afirmando: «De acuerdo a lo que afirmaban los responsables de Disney, los extranjeros (no japoneses) se sienten incómodos si no hay música durante más de tres minutos (risas). Ésto es observable en el cine occidental, musicalizado de forma exhaustiva. Es más, el estado natural de un filme de animación de fuera de nuestras fronteras es tener música todo el tiempo. Sin embargo, en la versión original de Castle in the Sky sólo había una media hora de música para las dos horas y cuatro minutos de metraje y hay momentos que no tenían acompañamiento durante siete u ocho minutos; así que decidimos rehacerla ya que la existente no era adecuada para el mercado fuera de Japón.»

    A lo anterior habría que añadir el «detalle» de que, como también pasara en Nausicaä, la banda sonora de la versión original de Castle in the Sky tuviera una fuerte base de sonidos sintéticos que superaban con mucho a los limitados aportes de la orquesta, un hecho éste que también se trastocaría de forma radical con el trabajo que Hisaishi llevaría a cabo al reimaginar el tejido sonoro del filme, añadiendo casi el doble de acompañamiento —el filme pasó de los 40 a los 60 minutos de score—, haciendo que la totalidad de éste se apoyara en la orquesta tradicional y acercándose además a modos compositivos que hasta entonces nunca había practicado. «La forma americana de musicar una película es muy simple: la emparejan con los personajes. Por ejemplo, cuando el ejército hace aparición, escuchas el tema del ejército. La música explica así las imágenes, así es como funciona la música en Hollywood. Hasta este momento siempre había evitado tal aproximación, ya que sentía que haría que el score fuera aburrido por mucho que pudiera entender dicha forma de componer. Pero cuando rehice Castle in the Sky de esta manera, aprendí muchísimo.»

    Con las claras diferencias que las palabras del compositor establecen entre una y otra banda sonora, lo que se hace evidente escuchando ambas es que un filme de Hayao Miyazaki —cualquiera de ellos— nunca hubiera sido lo mismo de no haber contado con el desbordante talento de Hisaishi: compleja, variada y llena de matices, la música del japonés para Castle in the Sky es directa responsable de aumentar, ya el tono más ligero de la acción cuando ésta se centra en las tropelías de los piratas; ya el más poético del mismo, el que atañe a Sheeta y Pazu o aquellos en los que la épica se apodera de la narración cinematográfica.

    Dejando de lado a su primera incursión en la gran pantalla y, por razones que veremos cuando le llegue el momento al filme que sirvió para despedirlo hace un par de años, las otras ocho producciones que han contado con la firma de Hayao Miyazaki tienen algo en común que va más allá del mero estilo de animación. Y ese algo es magia. Una magia que por momentos resulta indescriptible e inaprensible y que, no obstante, siempre está ahí, hipnotizándonos desde el primer al último minuto de metraje y consiguiendo que los adultos podamos muchas veces reconocernos más en los adolescentes protagonistas de sus filmes que aquellos que tienen la misma edad.

    De hecho, si hay una cualidad que sobresale junto a esa magia de la totalidad de las cintas de Miyazaki, eso es el haber sabido desde siempre tratar a sus criaturas como vehículos para hondas reflexiones no destinadas, obviamente, a los más pequeños de la casa, orientando así de forma plena sus filmes a unos adultos a los que el mercado estadounidense tiempo ha había perdido de vista en términos generales. No es esto óbice, no obstante, para que niños y adolescentes no puedan disfrutar de ciertas cintas de Ghibli, ni mucho menos, pero está claro que otras de ellas están claramente pensadas para que sólo alguien con experiencia y madurez a sus espaldas pueda entenderlas.

    Castle in the Sky se sitúa en un término medio entre ambos mundos de la cinematografía del genio nipón, con elementos destinados a que los jóvenes se lo pasen bomba —todo el sesgo de humor del metraje es el mejor exponente de ello— y con lecturas que encuentran su arraigo desde las derivaciones sintoistas hacia las que se mueve mucho del cine del director japonés, pasando por las referencias a la mitología nórdica presentes en las inequívocas similitudes entre el gran árbol de Laputa y el legendario Yggdrasil, hasta llegar a ciertas constantes que ya estaban presentes en Nausicaä y que volverán a aparecer, de muy diversos modos, en el resto de su filmografía.

    Siendo la importancia suma de la naturaleza las más visible de todas ellas junto a la aparición de la figura de la elegida, el contexto semi-futurista de Castle in the Sky añade también, como ya había hecho Nausicaä, la mención a la corrupción de la tecnología por el mal uso que a la misma le ha dado la raza humana. Dichos factores, que como digo, se repetirán con mayor o menor intensidad en casi todos los títulos firmados por Miyazaki, configuran un telón de fondo en el que se mueve una historia sin fisuras, perfectamente hilvanada merced a sus carismáticos personajes, en la que no sobra nada ni nada falta y que, además, se toma su tiempo para contar lo que quiere como quiere.

    Asumiendo pues tanto las tonalidades más ligeras del filme como aquellas que encuentran su arraigo en los complejos términos que componen el imaginario del cine de Miyazaki, lo que resulta incuestionable y al alcance de cualquier capacidad de raciocinio, es la asombrosa belleza y la sublime delicadeza con la que todo lo que vemos en Castle in the Sky es tratado desde un punto de vista meramente técnico. Hablar aquí y ahora de la perfección que ya con su segundo filme había alcanzado la animación de las cintas del cineasta japonés es insistir en algo que ya daremos por sentado en futuras incursiones en su cine en este ciclo.

    El tratamiento de los fondos, la febril imaginación que arropa a todos los «cachivaches» —voladores o no—, la precisa construcción del mundo en el que se desarrolla la acción —un personaje de una relevancia extrema en la narración — y el soberbio tratamiento que reciben los personajes gracias a un diseño espléndido son valores que se cuidan y miman con desvelo, y de qué manera, tanto en éste como en el resto de la producción, no ya de los nueve títulos de Miyazaki, sino de los veinte que conforman el legado animado de Ghibli.

    Inolvidables resultan aquí los entrañables piratas, la simpatía que desprenden Sheeta y Pazu y la oleada de optimismo que envuelve a ambos —sobre todo al segundo—, la persecución que tiene lugar en el pueblo del chaval, ese segundo acto en el que tan bien quedan fijadas las personalidades de unos y otros —fascinante resulta, por supuesto, la del Coronel Muska— y, qué duda cabe, todo aquello que se desarrolla en los diferentes niveles de Laputa, esa ciudad flotante extraída por Miyazaki de Los Viajes de Gulliver que sirve de escenario al asombroso clímax que da cierre a esta obra maestra del cine de animación y, por extensión, del noveno arte. (Sergio Benítez – Espinof.com)

  • Porco Rosso (Hayao Miyazaki – 1992)

    Porco Rosso (Hayao Miyazaki – 1992)

    Porco Rosso es un cerdo aviador que frustra todos los actos de piratería perpetrados por los piratas aéreos del Adriático. Éstos, decididos a acabar con el valiente y hábil aviador, se ponen de acuerdo para contratar a un aventurero americano cuya misión será eliminarlo.

    Mejor Largometraje en el Festival de Annecy 1992
    Mejor Película Animada y Mejor BSO en el Mainicho Film Concours 1992

    • IMDb Rating: 7,8
    • RottenTomatoes: 94%

    Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

     

    Un cerdo que pilota un hidroavión por las aguas del Adriático en el período de entreguerras. No hacen falta más palabras para que la imaginación se estimulara sobremanera ante las posibilidades que se abrían a partir de la premisa inicial que servía a Hayao Miyazaki como trampolín para servirnos en bandeja de plata la que sería su producción número seis. Una que, sin yo saberlo, estaba llamada a convertirse en mi favorita del Estudio Ghibli. Como lo leéis. Tengo en un pedestal, y no soy el único, a dos de los cinco títulos en los que, después del presente, se embarcará Miyazaki en las tareas de dirección. Y no tengo problemas en admitir que ambos filmes, de los que hablaremos en breve en este ciclo, se sitúan muy por encima en infinidad de aspectos de lo que aquí podemos ver. Y aún así, si me preguntáis cuál es mi preferida de los estudios nipones responderé sin vacilar: Porco Rosso

    Y es que esta curiosa historia que nada tiene que ver con lo que el cine de Miyazaki nos había ofrecido hasta entonces ni, por ende, nos ofrecería desde entonces, pertenece a ese nutrido grupo de películas que por razones diversas uno tiene en una estima que bien cabría ser calificada como inexplicable por cuanto, a la hora de defenderla, y trascendidos los argumentos «objetivos» —detesto el término, pero en fin— las alabanzas pasan al plano de lo emocional dando por concluído cualquier posible debate.

    Ya que lo he sacado a colación y, como digo, por mucho que aborrezca el sustantivo «objetividad» a la hora de hablar de la apreciación del arte, centremos esta primera parte de la entrada en apuntar a las obviedades más evidentes que, bajo parámetros «objetivos», pueden afirmarse sobre Porco Rosso. Y no se me ocurre mejor manera de empezar que hacerlo por el superlativo trabajo que Joe Hisaishi realiza en los pentagramas.

    El compositor, que llevaba colaborando con Miyazaki desde Nausicaä (1984), se imbuye de forma plena en el espíritu mediterráneo y evocador que rodea a la cinta para escribir una partitura asombrosa, de una riqueza temática espectacular que tan pronto se hace eco de la acción más adrenalínica —la huida por los canales de Milan— como refleja, con orquestaciones propias del ambiente en el que se mueve la acción, el candor y determinación de Fiona o la sutil vertiente romántica del relato.

    Con Hisaishi dando alas a todas y cada una de las escenas en las que la música tiene protagonismo —porque, ya que es el que suena ahora mismo en mis altavoces, ¿qué me decís del que acompaña a la construcción del avión?— el segundo punto para cuya defensa es innecesario recurrir a justificaciones personales es, qué duda cabe, la maravillosa animación con la que Miyazaki y su equipo nos transportan de forma inequívoca a esa época en la que pilotar un avión estaba envuelto de un romanticismo que, como muchos sabéis, es el mismo que el cineasta siempre ha sentido por el mundo de la aviación.

    Dejándolo ver aquí y allá en sus producciones previas —sobre todo en Nausicaä y en la maravillosa El Castillo en el Cielo (1986)— es Porco Rosso la primera producción en la que, de forma más plena, Miyazaki puede volcarse en reflejar su absoluta pasión por los aeroplanos; una pasión que de forma directa se transmite aquí al espectador en los muchos instantes en los que la pantalla queda inundada por la simpleza de un avión recortándose contra el cielo y que es, a la postre, motivo fundamental de la inclinación personal por el presente filme.

    Conjugando con presteza la belleza sin par de «escenarios naturales» del Adriático —asombrosa es la variedad que se confiere al mar, el cielo y las islas que pueblan el citado mar— con, por ejemplo, el marco de fondo temporal que supone Milán; lo sublime de la animación de Porco Rosso, y la genialidad que de nuevo esconden los diseños de sus personajes —atención especial merecen los mastuerzos de Mammaiuto— es el tapiz del que Miyazaki vuelve a servirse para narrar a placer la historia que él mismo escribe.

    Una historia que, dejándose llevar, mezcla el humor más socarrón y honesto con el citado romanticismo —en acepciones que varían desde el amor romántico al cómo se mira aquél mundo pasado en el que se ancla el relato—, un sentido épico de la acción y cierta crítica socio-histórica de fondo hacia el surgir del fascismo. Resultado de tan explosiva mezcla es una trama que nunca aburre, que mantiene completamente enganchado al espectador y que es la herramienta perfecta de la que poder echar mano para lucir una dirección ESPECTACULAR.

    Porque si la animación quita el hipo, lo que la realización de Miyazaki pone en jaque deja en ridículo a cualquier otra cinta de «dibujitos» que se estrenara aquél año de 1992. Imaginativa y de una locuacidad extrema, el perfecto equilibrio que logra el trabajo del cineasta entre la enérgica forma en la que se planifican las secuencias de duelos aéreos y el más pausado devenir en el que se arropan el resto hace de Porco Rosso todo un prodigio a la altura de las mejores películas que ha dado esta forma de hacer cine.

    Todo lo anterior transmite, de punta a cabo, unas sensaciones que, mesurables en ciertos momentos —cuando la cinta se propone hacer reír lo consigue sin esfuerzo, con una naturalidad asombrosa—, son casi indescriptibles en muchos más: si uno deja prejuicios a un lado, dejarse enamorar por Porco, Fiona, Piccolo, Gina, Curtis o los mamarrachos de Mammaiuto es un proceso que surge de forma tan espontánea como lo haría de tratarse los personajes seres de carne y hueso interpretados por actores reales.

    Si de algo habla tal cualidad, es de la solidez a prueba de bombas en la que casi siempre —su última cinta no terminó de convencerme la única vez que la he visto hasta ahora— se pertrechó armado hasta los dientes un Hayao Miyazaki que demostró a occidente con argumentos de una categoría incuestionable que el cine de animación no era coto de caza exclusivo del mundo infantil.

    Lo hizo tan bien y de forma tan imperecedera aquí, en la cinta que hoy os hemos traído; y lo haría tan bien en las dos que seguirían a ésta, que es de todo menos descabellado afirmar sin miedo a equivocarnos que la terna que forman Porco Rosso, La Princesa Mononoke y El Viaje de Chihiro, se debe contar entre las catorce mejores producciones de animación de la historia del séptimo arte. (Sergio Benitez – Espinof.com)