Etiqueta: Naturaleza

  • Pepe (Nelson Carlo de los Santos Arias – 2024)

    Pepe (Nelson Carlo de los Santos Arias – 2024)

    Pepe, el primer y último hipopótamo muerto en América, cuenta su historia con la arrolladora oralidad de estos pueblos. Una voz que dice provenir de un hipopótamo. Una voz que no entiende la percepción del tiempo.

    Oso de Plata a la Mejor Dirección en el Festival de Berlín 2024

    • IMDb Rating: 6,2
    • RottenTomatoes: 72%

    Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

     

    Mientras los públicos se relamían viendo la colección de biopics más o menos elaborados alrededor de la figura de Pablo Escobar, se fantaseaban las narraciones de los márgenes. El margen, en términos cinematográficos y narrativos, es una figura que hemos explotado hasta la saciedad y que la crítica ha desgastado hasta convertirlo en un concepto inutilizable (otro tanto ocurriría con las palabras «resistencia» o «dispositivo»), de tal manera que tiene que llegar un director como Nelson Carlo De Los Santos Arias para volver a reinventar el lenguaje.

    Porque eso es de lo que trata finalmente Pepe y lo que ha conseguido que sea una de las películas más relevantes del año: su torsión contra el lenguaje cinematográfico convencional, su ataque directo hacia la estructura clásica, su extraño sentido del humor y su nada convencional apuesta por un humanismo total no exento de aristas ni de contradicciones.

    Después de todo, la película está rota desde el principio. Parece como si un niño emocionado hubiera recibido el don de la narración y hubiera decidido derramarlo sobre la caja de juguetes articulados que encontró en una almoneda. Un hipopótamo que habla después de muerto. Unos soldados que atraviesan la noche. Un camión, una lancha, un autobús. Y todo eso va cruzándose como se cruzan las imágenes de archivo, la recreación, la memoria, la invención, un trazado complejo de fuerzas que se van disponiendo entre la fábula, el humor, el cine bélico, la vanguardia y el puro terror. Es curioso cómo una película puede contener tantas otras películas dentro y respetarlas primorosamente, con una dulzura y una precisión de reloj antiguo. Porque Pepe parece empeñada en dar la hora, o quizá en atrasarse, y de ahí la cámara con sus deliciosos travellings laterales hacia la izquierda, pero también con esos exquisitos planos de gran profundidad que recuerdan por momentos a Ulrich Seidl y cuyo sentido del humor, intuyo, podría estar inquietantemente cerca.

    Sin embargo, la voluntad del director pasa también por la antropología, por la sociología, por una suerte de observación pertinaz y muchas veces dolorosa ante una serie de retazos históricos que se empeña en no empequeñecer. Tomemos por ejemplo la buscadísima cacofonía de voces que componen la película. Por un lado Paco, el hipopótamo protagonista, se manifiesta con una colección de voces distorsionadas, lenguajes diferentes, acentos y timbres lejanos. Pronuncia una locución sabia y poética en una cascada de lenguas que se superponen y se contradicen: lenguas de países colonialistas y colonizados, marcadamente pesadas en la Historia canónica o con flexiones vocales apenas reconocibles para el espectador europeo o americano. Escuchamos al hipopótamo y nos escuchamos a la vez a nosotros mismos y a ese conjunto de alteridades que han ido trepando por los túneles de la violencia que nos ha conformado. De ahí que el hipopótamo sea otra cosa: un esclavo obligado a atravesar el mundo para darle el gusto a un narcotraficante, un cuerpo solitario ante la incapacidad de encontrar una compañera, una víctima propiciatoria, un animal mágico, un tótem de los que no han tenido tótem, o cosa similar. De ahí también que cuando pasemos a la lengua de los raptores y los cazadores nos demos cuenta de su falta, de su carencia, de aquello que parecen buscar mientras se insultan o se cuentan todo tipo de chanzas, y en los que la poesía que emerge no es otra que la poesía de la vida vivida. Pepe tiene uno de los momentos más estremecedores que recuerdo haber visto últimamente en la pantalla: Candelario, un hombre cualquiera, intenta explicar a su mujer el primer encuentro con el hipopótamo y la sensación de pánico al sentirse atacado por el animal. De pronto la escena se atora, se enquista, se da la vuelta. Es el hombre el que deja fluir su violencia, el que no se siente escuchado, el que de pronto deviene pura agresividad y enseña los dientes contra el mundo que le rodea. Lo fascinante es el trabajo sobre el lenguaje mismo: Candelario se traba, repite una y otra vez las mismas frases, ensaya a decir lo mismo de una manera distinta, vuelve sobre su pánico con las mismas palabras y lo gira como un caleidoscopio en busca de una expresión más precisa. No puede. Enfurece. Siente que nadie le escucha, que nadie le hace caso, que nadie puede hacerse cargo de su propio miedo. Y decide que el culpable de su falta de lenguaje es, por supuesto, el hipopótamo mismo.

    La repetición de Candelario y su papel dominante y aterrador en toda la segunda mitad de la cinta es un portento escalofriante. Hay una lección sobre la maldad que la cámara sabe convertir en términos visuales que no deja de resultar fascinante: no es fácil detectar su origen, no hay que retrotraerse a explicaciones familiares o sociales —aunque están, claro que están, en una precisa sordina—, porque la maldad parece ser simplemente la compañera de viaje del ser humano. No así del hipopótamo, que suficiente tiene con reflexionar sobre la muerte mientras la cámara le sobrevuela o introduce planos hermosísimos que podrían ser miradas subjetivas o recuerdos del pasado, o ambas cosas. Pepe acaba funcionando como un reloj (que atrasa) precisamente en esa sensación de que estamos frente al cine, pero a la vez, frente a una enorme disección de los problemas que ahora mismo dominan el pensamiento contemporáneo.

    Esperemos que tenga escuela, o por lo menos, espectadores. (Áaron Rodrigez Serrano – ElAntenpenúltimoMohicano.com)

  • Evil Does Not Exist (Ryûsuke Hamaguchi – 2023)

    Evil Does Not Exist (Ryûsuke Hamaguchi – 2023)

    En Evil Does Not Exist Takumi y su hija, Hana, viven en un pueblo cercano a Tokyo. Su vida se verá profundamente afectada cuando descubren que cerca de su casa se va a construir un glamouroso camping para que los habitantes de la ciudad hagan escapadas cómodas a la naturaleza. Cuando dos representantes de una empresa de Tokio llegan al pueblo para celebrar una reunión, queda claro que el proyecto tendrá un impacto negativo en el suministro de agua local y provocará problemas. Las intenciones de la agencia ponen en peligro tanto el equilibrio ecológico de la meseta como su forma de vida, con consecuencias que afectan profundamente la vida de Takumi

    Gran Premio del Jurado en el Festival de Venecia 2023
    Mejor Película en el BFI London Film Festival 2023

    • IMDb Rating: 7,1
    • RottenTomatoes: 93%

    Película/ Subtítulos (Calidad 1080p)

     

    Entre la luz y la oscuridad funciona el universo de Evil Does Not Exist, la nueva película del realizador japonés de Drive my Car, Ryûsuke Hamaguchi, un relato extraño, que pasa de lo calmo a lo indescifrable y de lo cálido a lo perturbador sin que casi nos demos cuenta de las transiciones. Su primera mitad, de características más observacionales, podría dar a entender que estamos ante un retrato poético de una comunidad rural japonesa que trata de mantenerse alejada de las contaminaciones de la cercana Tokio. En la segunda, ante la potencial llegada del “progreso”, la tranquilidad se empieza a perder, pero no necesariamente de la manera en la que uno lo espera.

    Hamaguchi comenzó Evil Does Not Exist como un proyecto multimedia armado a partir de imágenes suyas y composiciones musicales de Eiko Ishibashi. Y eso queda en evidencia en sus primeros ocho minutos, que toman la forma de una intro orquestal con planos desde abajo mostrando las copas de los árboles moviéndose al viento. De a poco aparecen los escenarios y sus habitantes. El que organiza la primera parte, desde su actividad cotidiana, es Takumi (Hitoshi Omika, asistente de dirección de Hamaguchi haciendo su debut actoral), a quien vemos por un rato hachar leña con una precisión extraordinaria –es un plano secuencia sin un fallo–, recoger agua de un manantial de la zona, ponerla en botellones y llevarla a un restaurante local donde la usan para cocinar –los platos, dirán luego, saben mucho mejor con esa agua– e ir luego a buscar a su hija al colegio, al que suele llegar tarde.

    Takumi vive solo con Hana (Ryo Nishikawa), una niña de ocho años que es bastante aventurera y se manda sola de regreso a casa sin esperar a su padre. Todo parece funcionar con la calma perfección de un pueblo chico que adora sus rutinas, pero hay evidencias de que algo está por cambiar. Algunas, más sutiles –tiros lejanos de cazadores furtivos a los ciervos que andan por la zona– y otras, más directas, que aparecen cuando nos enteramos de que una corporación está planeando comprar un gran terreno allí para instalar un complejo de “glamping” –una suerte de camping de lujo, con cuartos que están a mitad de camino entre cabañas y carpas, como es el caso de este lugar, ubicado en las afueras de Villa Gesell– que cambiaría por completo el ecosistema del lugar.

    El conflicto se pone en evidencia en una reunión informativa entre dos representantes de la empresa y la gente del lugar, que toma la forma casi de asamblea en tiempo real. Allí, luego de mostrar su poco preparado proyecto –por motivos que se explicarán allí debieron apurarlo–, los vendedores oirán los reclamos de los locales que les dicen que se contaminará el agua por el tanque, que el ecosistema se romperá por la llegada masiva de turistas, que se interrumpirá el camino de los ciervos y toda la polución que un emprendimiento así traería. Ellos tratan de explicar los beneficios económicos de la llegada del glamping, pero nadie parece convencido.

    Allí Evil Does Not Exist cambiará de punto de vista y seguirá a Mayuzumi (Ayaka Shibutani) y Takahashi (Ryuji Kosaka), los dos vendedores, a quienes conocemos más y entendemos en sus contradicciones mientras viajan en auto. Saben que no están preparados y que quizás los locales tengan razón, pero de todos modos, especialmente Takahashi, harán lo posible por seguir presionando. Y es ahí cuando van a visitar a Takumi, con uno de esos regalos que suenan a sutil intento de corrupción. Takumi los invitará a seguirlo en su tarea cotidiana y allí las cosas empezarán a ponerse más raras, tensas y oscuras. No solo entre ellos sino con otros personajes y hasta con el propio ecosistema, que parece rebelarse ante la aparición de estas figuras extrañas. El final confundirá a muchos, fascinará a algunos y fastidiará a varios. Yo me cuento entre los primeros. Me intriga, pero no me convence del todo.

    Si todo esto suena a eco-thriller tradicional, no lo es. Lejos está el director de Asako I & II de plantear oposiciones simples y sencillas, ya que hay zonas grises y extrañas en todas partes. Takahashi puede parecer el típico empresario urbano que quiere explotar tierras vírgenes, pero en realidad es más complicado que eso. Y lo mismo pasa con Takumi, que quizás no sea solamente ese sacrificado leñador y abnegado padre de una simpática niña. Pero más allá de las complejas caracterizaciones y de ciertas sorpresas narrativas, lo que más separa a Evil Does Not Exist –título que parece usado de forma irónica pero acaso no sea así– de los modos convencionales de un drama sobre “malvados empresarios urbanos hostigando a una comunidad rural” sea su exquisito planteo formal.

    Hamaguchi no tiene apuro ni pone al espectador ante la expectativa de un thriller o de una película de tensión y suspenso. Contemplativo, con usos bruscos de la música y con imágenes –de ciervos, del agua, del recorrido diario de Takumi, incluyendo sus decenas de hachazos– que van más por el lado del retrato que otra cosa, el realizador va de todos modos integrando esos elementos dispersos en un formato un poco más cercano al género. Yendo a Chejov, una influencia en la obra del realizador japonés, como quedó claro en Drive my Car, acá podemos estar siguiendo un aparentemente inofensivo drama interpersonal, pero cualquier elemento circundante puede terminar siendo ese “arma” que transforme un retrato en un thriller. El conflicto está, los personajes también. Y la naturaleza saca sus propias conclusiones. (Diego Lerer – MicropsiaCine.com)

  • Le Otto Montagne (Felix Van Groeningen y Charlotte Vandermeersch – 2022)

    Le Otto Montagne (Felix Van Groeningen y Charlotte Vandermeersch – 2022)

    En Le Otto Montagne Pietro es un chico de ciudad, Bruno es el último niño de una localidad de montaña olvidada. Con el paso de los años, Bruno se mantiene fiel a su montaña, mientras que Pietro viene y va. Sus experiencias le harán enfrentarse al amor y a la pérdida, recordándoles sus orígenes y abriendo paso al destino.

    Premio del Jurado en el Festival de Cannes 2022:
    Mejor fotografía en la Seminci de Valladolid 2022:
    Mejor Película. Mejor Guión Adaptado, Mejor Fotografía y Sonido en los Premios David di Donatello 2022
    • IMDb Rating: 7,7
    • RottenTomatoes: 98%

    Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

     

    En el interior de un círculo se encuentran ocho montañas y ocho mares, y en el centro hay una gran montaña: el eje del mundo según la mitología hindú. “¿Quién ha visto más, el que ha hecho el tour de las ocho montañas y de los ocho mares o el que está en el centro?” Esa es la pregunta existencial que plantea la nueva película del idealista belga Felix Van Groeningen, codirigida con Charlotte Vandermeersch, Le Otto Montagne, una muy buena adaptación del superventas homónimo del italiano Paolo Cognetti, que acaba de estrenarse en competición en el 75º Festival de Cannes.

    “Podría quedarme así para toda la vida –Yo no me muevo”. Sobre las sublimes laderas alpinas del Valle de Aosta, Pietro y Bruno disfrutan de un momento de paraíso estival. Son amigos, muy diferentes, pero íntimamente ligados a este lugar por varias capas de tiempo y por una historia común donde las estaciones de oscuridad y de tranquilidad se han sucedido desde que se conocieron, en 1984, a la edad de diez años, en el minúsculo pueblo de Grana (14 habitantes) donde los padres de Pietro, un ingeniero y una profesora de Turín, decidieron pasar el verano. Allí, el tímido hijo único urbanita conoce al último niño de Grana, Bruno, que no tiene madre y cuyo padre, obrero de la construcción en el extranjero, lo dejó al cuidado de sus tíos y de su rebaño de vacas lecheras a las que debe cuidar todos los días. Los dos niños son cómplices, corren por los pastos, se bañan en el lago y en el río… El invierno siguiente, el padre de Pietro (Filippo Timi), interesado en el senderismo, lleva a los dos chicos al glaciar para una aventura iniciática que dejará huellas profundas… Luego, mientras los padres de Pietro se preparan para llevar a Bruno a Turín con ellos, el padre de este último se opone y se lo lleva con él.

    Pasarán casi veinte años hasta que nuestros dos amigos vuelvan a encontrarse… Entre tanto, Pietro (Luca Marinelli) ha consumado la ruptura con su propio padre pero cuando, a su muerte, regrese a Grana, empezará un nuevo capítulo renovando su amistad con Bruno «le montanero» (Alessandro Borghi). Se revelan secretos, se construye una casa, se prepara una metamorfosis, empieza un nuevo ciclo en la vida…

    Le Otto Montagne, una historia muy larga (contada por Pietro), tiene el inmenso encanto de una gran saga novelesca en torno al tema de la naturaleza, la naturaleza de los hombres, de los sentimientos (a veces paradójicos), de la búsqueda de uno mismo, de los vínculos, del tiempo y del espacio de las montañas (hasta Nepal) en su esencia más pura, y maravillosamente grabada por el dúo de directores y el director de fotografía, Ruben Impens. Un territorio muy amplio donde florecen la fibra sensible y sentimental (un lirismo no desprovisto de dureza) características de Felix Van Groeningen quien, sin embrago, sospechamos que tendría que haber añadido más a la última parte de su película, ya que el material de estas dos vidas entrelazadas es muy rico. Un toque de imperfección que demuestra a la perfección que la simple historia de dos amigos representa al mundo. (Fabien Lemercier – CinEuropa.org)

  • Fire of Love (Sara Dosa – 2022)

    Fire of Love (Sara Dosa – 2022)

    En Fire of Love Katia y Maurice Krafft amaban dos cosas: el uno al otro y los volcanes. Durante dos décadas, esta atrevida pareja de vulcanólogos franceses se dejó seducir por la emoción y el peligro de este elemental triángulo amoroso. Recorrieron el planeta, persiguiendo las erupciones y sus consecuencias, documentando sus descubrimientos en impresionantes fotografías y películas para compartirlos con un público cada vez más curioso a través de intervenciones en los medios de comunicación y giras de conferencias.

    Mejor Montaje Documental en el Festival de Sundance 2022
    Mejor documental 2022 para los Críticos de Chicago
    • IMDb Rating: 7,7
    • RottenTomatoes: 97%

    Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

     

    Aunque el título original es el bastante más lírico Fire of Love, el elegido para su estreno en América Latina, Volcanes: La tragedia de Katia y Maurice Krafft, es todo un spoiler, aunque es cierto que la directora estadounidense Sara Dosa (The Seer and the Unseen, ReMastered: Tricky Dick and the Man in Black, The Last Season) anticipa ya desde los primeros minutos el trágico desenlace en la vida de los dos protagonistas de este documental.

    En efecto, una de las primeras imágenes de Fire of Love muestra a los franceses Maurice y Katia, quienes compartían su vida en pareja pero además eran los vulcanólogos más famosos del planeta, el 2 de junio de 1991; es decir, un día antes de su muerte por una inesperada explosión en el monte Unzen, en Japón, que terminó también con la vida de una cuarentena de periodistas que cubrían esa erupción.

    “La curiosidad es más fuerte que el miedo”, admitían Maurice y Katia en cada entrevista, mientras jugaban con la idea de vivir en una “ruleta rusa” permanente, una “existencia kamikaze” con el objetivo de apreciar la belleza volcánica en todas su dimensión y esplendor. Se arriesgaban acercándose más de lo aconsejable en cada crater que estudiaban y, por lo tanto, puede decirse que murieron en su ley.

    Construida casi íntegramente con materiales audiovisuales (de una belleza sobrecogedora) tomados del frondoso archivo que el matrimonio alimentó durante un cuarto de siglo, Fire of Love trasciende el (de por sí excelente) ejercicio de found-footage con la incorporación de algunos pasajes animados y sobre todo de una voz en off (a cargo de la multifacética artista Miranda July) que de alguna manera nos hace “presente” el pensamiento y el sentir de los protagonistas.

    Katia y Maurice se conocieron en 1966 en la Universidad Estrasburgo y desde entonces no se separaron más (aunque él armó unas películas por su lado). El documental reconstruye a partir de las hermosas imágenes que ellos mismos tomaron distintas expediciones a Islandia en 1968, a Zaire en 1973, a Indonesia en 1979 o a Colombia 1985 para visitar “famosos” volcanes como el Estromboli, el Etna, el Nyiragongo, el Santa Helena o el Anak Krakatau

    En medio de ese fascinante y peligroso universo de placas tectónicas, cráteres ardientes, magma, fumarolas y ríos de lava, el documental se permite ser al mismo tiempo profundamente humano y didáctico. Entenderemos así las diferencias entre los volcanes rojos y los grises (estos últimos los verdaderamanete peligrosos) y conoceremos el humor negrísimo al que tienen que apelar de forma casi inevitable aquellos que coquetean a cada rato con la muerte para sentir “los latidos de la Tierra”. Porque, lejos de quedarse en el espíritu estrictamente científico (que lo tiene), Volcanes: La tragedia de Katia y Maurice Krafft alcanza una dimensión espiritual y épica que lo acerca en varios pasajes al cine del gran Werner Herzog, quien supo dedicarle a este mismo universo su film Into the Inferno y también un reciente trabajo a la pareja: The Fire Within: A Requiem for Katia and Maurice Krafft. (Deigo Batlle – OtrosCines.com)

  • Long Weekend (Colin Eggleston – 1978)

    Long Weekend (Colin Eggleston – 1978)

    En Long Weekend Peter y Marcia son pareja desde hace años, pero últimamente su matrimonio no atraviesa una buena racha. Las peleas entre ambos son continuas, y la única salida que ven a su situación es tomarse un fin de semana para los dos solos en la naturaleza y estrechar así la distancia que los separa. No obstante, las vacaciones no resultarán tan placenteras como esperaban…

    • IMDb Rating: 6,6
    • RottenTomatoes: 88%

    Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

     

    La relación entre el ser humano y la naturaleza ha sido examinada en múltiples ocasiones por el séptimo arte aunque muy pocas veces con el detallismo y la agudeza de Long Weekend, una anomalía total que se abre camino como uno de los exponentes más interesantes del cine australiano en toda su historia. En sí la película unifica tres premisas que hacen a su pedigrí cinematográfico y sus intenciones de base, a saber: por un lado tenemos un cataclismo natural que permanece sin explicación explícita y que bien se podría relacionar con la presencia en el Planeta Tierra de un ser humano reproduciéndose eternamente como un cáncer que en algún momento destruirá toda la vida, en sintonía con The Birds, de Alfred Hitchock, luego viene la tradición contracultural de las décadas del 60 y 70 orientada a mostrar cómo se comportan los repugnantes burguesitos “civilizados y cristianos” en ambientes naturales, aunque sin la hipocresía de lo que fueron los mondos y lo que serían luego los risibles films de caníbales (dos rubros especializados en matar animales), y finalmente está el mismo ozploitation australiano del período, una ola en buena medida centrada en la inmensidad inaprehensible del país y ese miedo -tracción a ignorancia y reduccionismos sociales- que despierta en hombres y mujeres de pocas luces.

    De hecho, Long Weekend nos presenta el viaje de una pareja de clase media/ alta, compuesta por Peter (John Hargreaves) y Marcia (Briony Behets), que abandona Sídney en su camioneta símil jeep por un fin de semana largo en pos de una experiencia de camping en terreno silvestre y al costado de una playa, típica “escapada” del ajetreo urbano que en este caso suma además el objetivo de pasar tiempo en conjunto para tratar de resolver algunos problemitas que con el correr de los minutos quedan en evidencia, relacionados -primero- con una infidelidad de ella con un tal Marc producto del flirteo de él con la mujer del anterior, Frida, y -segundo- un aborto de Marcia que no fue pautado con Peter, con el agravante de que existen chances de que el feto en cuestión fuera resultado de la aventura con Marc, quien junto a Frida componen un matrimonio amigo de los protagonistas (todo queda reducido a un círculo íntimo incestuoso y autodestructivo, ese trasfondo infaltable de la burguesía). Muy pronto las agresiones mutuas y el individualismo más patético forman un caldo de cultivo para un odio que deriva en ataques despiadados contra la naturaleza que los rodea mediante pequeños actos de falta de respeto que van escalando en intensidad y en su dimensión de reflejos de la agresiva/ vacua/ repelente vida doméstica de la dupla central.

    Este desinterés absoluto en cualquier cosa que no sea ellos mismos los lleva a la desidia con respecto a su perra Cricket, a generar un incendio por un cigarrillo no apagado y arrojado por la ventana del vehículo, a atropellar un canguro en la carretera, a cortar un árbol “porque sí” en el campamento, a arrojar insecticida sin moderación alguna, a desperdigar basura por todos lados, a disparar un rifle y un arma símil ballesta cual enajenados, a asesinar un pato hembra dejando a las crías sin madre, a agredir sin explicación a un dugón, a arrojar un huevo de águila contra un árbol, a pisar un cangrejo al conducir la camioneta en la playa y a destrozar en general la vegetación. Long Weekend consigue la proeza de edificar personajes protagónicos antipáticos no sólo por toda esta serie de barrabasadas caprichosas dignas de energúmenos infradotados y autoindulgentes sino también por las discusiones insufribles que se suceden ante nuestros ojos, esas que la pintan a ella como una arpía histérica, manipuladora, mediocre y frígida y a él como un imbécil borrachín, cobarde, violento y egoísta, ambos en simultáneo subproductos tragicómicos de la angustia metropolitana y ejemplos perfectos de cómo funciona gran parte de las parejas puertas adentro del hogar compartido, siempre apostando a la hipocresía pública y la batalla campal en privado por imponerse frente a un prójimo igual de bobo e intolerante. Entre el thriller de horror minimalista, el humor negro apenas insinuado y una ciencia ficción tácita de resonancias apocalípticas vinculadas a la intimidad, el opus nos presenta la defensa de la naturaleza a través de sonidos y cánticos de la fauna y alguna que otra avanzada aguerrida por parte de las aves, los pequeños mamíferos y hasta el pobre dugón agonizante que se resiste a morir, dejando a interpretación de cada espectador cuánto de lo que aquí vemos responde a pura paranoia humana y cuánto obedece a una contraofensiva concreta encabezada por el sistema de inmunidad del bello entorno circundante profanado por estos dos mega tarados insoportables, suerte de parásitos con vocación de descargarse contra los inocentes porque no pueden lidiar a nivel psíquico con sus neurosis y miserias irresueltas.

    Si bien el desempeño del realizador de origen televisivo Colin Eggleston y su manejo de la tensión son más que admirables, aquí entregando la que podemos definir como la única película potable de toda su carrera, el que verdaderamente se lleva las palmas es Everett De Roche, sin duda el guionista más importante del ozploitation y uno de los más inquietos y vanguardistas de su país; basta con recordar convites complementarios como Patrick (1978), Harlequin, (1980), Roadgames, (1981), Razorback (1984), Fortress (1985), Link (1986), Visitors, (2003), Storm Warning, (2007) y Nine Miles Down (2009). Long Weekend funciona a la par como epopeya de terror con mensaje ecologista y como retrato de una pareja en plan suicida que por un lado retroalimenta/ contagia permanentemente su malestar recíproco (excelente el trabajo de Hargreaves y Behets, en consonancia con la exquisita fotografía de Vincent Monton) y por otro lado subraya aquello de que el entorno natural no suele ser tan pomposo y directo como los humanos ya que sus mecanismos de protección operan con sutileza y sagacidad (precisamente, allí mismo reside la astucia de un De Roche que ni siquiera en el desenlace deja que caigamos en los facilismos para oligofrénicos de las llamadas “películas de monstruos”, esas que siempre cosifican a la naturaleza reduciéndola a conceptos/ entes paupérrimos, optando en cambio por enfatizar que los únicos demonios de la trama son los mismos humanos, quienes se matan entre sí sin que resulte necesaria la “asistencia” decisiva de las maravillosas flora y fauna). Madre perdida de las odiseas encabezadas por adalides estúpidos y odiosos al extremo, la obra que nos ocupa va más allá de la simple venganza de la clase B de bajo presupuesto -y/ o de las bazofias contemporáneas de los grandes estudios hollywoodenses, dicho sea de paso- gracias a una puesta en escena brillante, locaciones majestuosas y un desarrollo narrativo austero, preciso y claustrofóbico que sabe cómo denunciar la futilidad todo terreno de los burgueses, su egocentrismo homicida, sus pavadas autovictimizantes y toda la estela de atropellos que dejan detrás… (Emiliando Fernández – MetaCultura.com.ar)

  • La Tortue Rouge (Michaël Dudok de Wit – 2016)

    La Tortue Rouge (Michaël Dudok de Wit – 2016)

    La Tortue Rouge es una historia muda sobre un náufrago en una isla tropical desierta, poblada de tortugas, cangrejos y aves. La película cuenta las grandes etapas de la vida de un ser humano.

    Premio Especial del Jurado (Festival de Cannes – Sección Un Certain Regard 2016)

    Mejor Película Independiente (Premios Annie 2016)

    Mejor Film de Animación (Círculo de Críticos de San Francisco 2016)

    • IMDb Rating: 7,5
    • Rotten Tomatoes: 93%

    Película (Calidad 1080p)

     

    El tiempo japonés es otra cosa. Frente al bullicio de lo urbano, de las carreras histéricas de los salary-man y los atestados metros tokiotas, está la calma de los campos de arroz, las lluvias de los entornos rurales, el té en un tatami o la contemplación de los cerezos en flor. Es esta temporalidad laxa, que se diluye, la que nos asombra por exótica y nos maravilla desde la mirada occidental.

    Ante el frenetismo contemporáneo, donde la inmediatez está a la orden del día, se echan de menos aguas mansas. Por ello, cuando Michaël Dudok de Wit recibió en 2006 la propuesta por parte de Studio Ghibli de realizar su primer largometraje, su primera reacción fue la imperante en nuestro contexto: estrés por las exigencias temporales de realizar una película.

    Menos mal, como decíamos, que el tiempo a la japonesa cambia. Isao Takahata, que ya conocía al realizador belga por otras piezas y que, además, le pedía permiso para exhibir en el Museo Ghibli ‘Padre e hija’ -ganadora en 2001 del Óscar al mejor cortometraje de animación-, le instó a tomarse todo el tiempo que necesitara, asesorándole como productor artístico durante todo el proceso.

    El proyecto demoró todo lo que necesitó, y hasta 2013 no hubo un guión definitivo. Tres años más tarde, se estrenaría compitiendo en Cannes La Tortue Rouge, donde la película se alzaría con la mención especial del jurado en la sección Un certain régard.

    La coproducción franco-nipona obtuvo una merecida nominación al Óscar como mejor película de animación en esa edición, pero perdió ante la tiranía de la animación digital estadounidense; ganó ‘Zootrópolis’ (‘Zootopia’). Desde que en 2001 se creara la categoría de mejor largometraje animado, 13 de los 16 premios han sido para películas norteamericanas. Sólo se impusieron ‘El viaje de Chihiro’ de Hayao Miyazaki en 2002, ‘Wallace y Gromit: la maldición de las verduras’ en 2005 y ‘Happy feet’ en 2006. Las dos últimas, coproducciones de EE.UU. con Reino Unido y Australia, respectivamente, lo que convierte a la obra de Miyazaki en la única película de habla no inglesa ganadora de este galardón.

    Más allá de la posible justicia de unos premios cada vez más viciados, al menos para el que escribe, La Tortue Rouge es la confirmación de muchas cosas. En primer lugar, el triunfo de una filosofía que parecía destinada a desaparecer. Porque tras el anuncio de que Studio Ghibli cerraría sus puertas, quién sabía si la animación tradicional desaparecería del panorama.

    La idiosincrasia de trabajo de Studio Ghibli es muy particular, y sin duda parece contraria a las formas de producción de casi cualquier estudio de animación internacional. El mimo y la dedicación que sus trabajadores imprimen a las obras, que nace de la oposición directa de los fundadores del estudio a la forma de producción de anime que impone Osamu Tezuka, permite que sus proyectos se dilaten en grandes espacios de tiempo.

    Evidentemente, en la producción de un largometraje, tardar diez años es un sueño para casi cualquier realizador. Pero los tiempos, que decíamos al inicio, son frenéticos, y Dudok de Wit tuvo la suerte de que su tiempo no estaba sujeto a las condiciones habituales. El grado de implicación con un proyecto que debía ser reflexivo y necesitaba madurar hizo de La Tortue Rouge una idea total, una fábula completa sólo a la altura de los genios honestos.

    El proceso de crecimiento de la historia, que vino, volvió y se paseó, sirvió para otra de sus confirmaciones: menos es más. Porque La Tortue Rouge, a pesar de su profundidad, se basta de 70 minutos para hablar sobre el ser humano, la naturaleza, la familia o el ciclo de la vida. Y sin ninguna palabra. Muda.

    A través de una naturaleza abrumadora que se vuelve protagonista por encima de los personajes que se asoman durante la película, Dudok de Wit se sirve de unos magníficos fondos que cubre toda la pantalla y ningunean, nunca en el mal sentido de la palabra, a los seres humanos que aparecen en ella.

    El planteamiento, en evidente negación del antropocentrismo imperante y del individualismo más voraz, nos iguala al resto de elementos de la naturaleza para resaltar una relación con ese entorno que parecemos haber perdido. Quizá, de nuevo, por falta de calma y exceso de frenetismo.

    La Tortue Rouge es también la epifanía de un náufrago que en realidad es el ser humano: nuestro instinto es el salvajismo frente al entorno natural, la dominación de lo ingobernable, y el fatal desenlace ante lo que no podemos controlar. Nuestro náufrago, llegado a una isla en la que nada no hay nada más allá de plantas y otros animales, termina habituándose a una nueva forma de existencia, donde no necesita oprimir lo que le rodea, sino que convive con ello.

    La tortuga se nos aparece como toda una alegoría del tiempo y de la vida, como la representación de la calma perdida, de la anhelada pausa que nos desconcierta al principio y nos procura otra existencia cuando la asumimos. Y la mujer que nace del caparazón muerto es el símbolo definitivo de la comunión entre el ser humano, que ya no es invasivo, y la naturaleza.

    La formación de una familia que es capaz de convivir y criar a un hijo en armonía con el entorno es un nuevo triunfo en la representación de la coexistencia del ser humano como parte de un esquema natural del que es una pieza más. El propio hijo, que crece y busca tras la ternura inicial de su figura nuevos mundos por explorar, se convierte en signo de la asunción de la irrevocable pérdida.

    Ante la marcha del joven, los padres envejecen. El náufrago, ahora un viejo feliz, va a morir al mar, a donde vuelve la mujer que fue tortuga y recupera su forma original. Así, se culmina un círculo fraguado durante todo el largometraje, que mantiene en la película la aspiración de mostrar la existencia y la convivencia con el medio natural como la metáfora de un naufragio.

    La sencilla pero espectacular belleza de La Tortue Rouge, más allá de todas las interpretaciones que caben en la historia, también reside en un espectacular apartado artístico, que acentúa las emociones que la película suscita. Unida a las imágenes, la ambientación sonora de Laurent Pérez del Mar amplifica en todos los aspectos una experiencia que se hace única a través de la contemplación, la única mirada que el largometraje admite.

    Porque el tiempo en nuestra contemporaneidad está viciado, es demencial y necesita de prisas constantes, y esa es la baza que juega en contra de La Tortue Rouge. La obra de Dudok de Wit no está hecha para la sucesión de golpes de efecto, sino para una mirada calmada y sosegada. Por suerte para el animador holandés, el tiempo a la japonesa es otra cosa. (Antonio Ramón Jiménez Peña – espinof.com)

  • Deliverance (John Boorman – 1972)

    Deliverance (John Boorman – 1972)

    En Deliverance, cuatro amigos que viven en la ciudad deciden pasar un fin de semana en los Montes Apalaches, lejos de sus familias y los problemas de la oficina. Quieren bajar en canoa un río que atraviesa un bosque que pronto será inundado para la construcción de una presa. Todo parece ir bien pero, tras una jornada placentera, el encuentro con los locales convierte la excursión en una angustiosa pesadilla.

    • IMDb Rating: 7,7
    • Rotten Tomatoes: 89%

    Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

     

    “A veces tienes que perderte a tí mismo antes de que puedas encontrar algo…”

    – Lewis

    El vínculo del hombre moderno con la naturaleza salvaje es uno de los temas más recurrentes de la gran literatura y del gran cine. Ese vínculo se ha abordado de muy diferentes maneras por escritores o cineastas: desde una perspectiva absolutamente ingenua y por ello indefendible, hasta una forma muy oscura de percibir el entorno natural, por muy bello y bucólico que este sea. Dentro de ese arco de posibilidades, las que observan la naturaleza como un ambiente de libertad pero despiadado y terrible, no me cabe duda que son las más certeras, sobre todo cuando gracias a ello vemos reflejado al hombre como lo que verdaderamente es en su esencia más primigenia: una frágil criatura mortal que lucha por sobrevivir. En ese sentido, la quinta realización del cineasta británico John Boorman, es una de las experiencias más catárticas y extenuantes que puede vivir un espectador.

    Probablemente Deliverance (1972) sea la película más redonda de toda la filmografía de Boorman (no he visto ni ‘Catch Us if you Can’ ni ‘Where the Heart Is’, pero dudo mucho que lleguen a este nivel), y uno de los filmes que mejor demuestra lo extraordinaria que fue en muchos sentidos la década de los setenta, en enorme contraste con los penosos (y ahora absurdamente reivindicados, para mí) años ochenta. Una aventura inolvidable y conmocionadora, que no ofrece la menor concesión al espectador ni el menor divertimento barato. No consigo recordar (¿podré alguna vez?) quién fue el que dijo que las únicas historias que merecen la pena ser contadas son aquellas que susurrarías al oído de un moribundo, pero creo que es muy cierto, y Deliverance es una de esas historias. El espejo definitivo en el que mirarnos y ver reflejada nuestra condición más terrible, pero quizá también la más auténtica, la más noble.

    Basada en la novela homónima de James Dickey, que escribió así mismo el guión y que se reservó un pequeño pero importante papel en la producción, la película sigue muy fielmente al texto literario, salvo detalles muy pequeños pero cruciales y aterradores como la famosa frase “chilla como un cerdo”. Lo cierto es que es un material perfecto para una película, y la diferencia entre lo que John Boorman busca y lo que encuentra es nimia, por no decir inexistente. Dicen que Marlon Brando y Lee Marvin (que ya había protagonizado para Boorman la excelente ‘A quemarropa’ (‘Point Blank’, 1967)) fueron la elección inicial para los papeles principales, pero que se echaron atrás, dejando el camino libre a John Voight y Burt Reynolds. El rodaje fue duro, con difíciles y peligrosas escenas en las canoas, río abajo, en bellísimos parajes naturales de Georgia, Carolina del Norte y Carolina del Sur. Pero mereció, y mucho, la pena. Las condiciones de rodaje quedan patentes en el magnífico grupo de intérpretes, reducido pero exacto, que habita en la pantalla.

    Deliverance es la rotunda verificación de que el miedo extremo en una pantalla de cine puede lograrse sin la ayuda de monstruos sobrenaturales ni fantasías perversas. Para monstruo y para perversidad basta el ser humano, en toda su gigantesca imperfección. No solamente los dos violadores de la historia son más aterradores y más abyectos que el alienígena de Giger, es que la imaginación de los urbanitas de pronto convertidos en presas los hace todavía más terroríficos cuando ambos ya no aparecen en pantalla (y por extensión nuestra propia imaginación, que los convierte en engendros casi invencibles). Los cuatro hombres de negocios, que deciden tomarse unos días en el campo, y bajar en canoa el ficticio río Cahulawassee, jamás imaginarían que si querían una experiencia en la naturaleza que les despejara de sus obligaciones urbanas, iban a obtener mucho más, y mucho más doloroso, de lo que quizá podrían soportar. Es mérito de Boorman no juzgar jamás a sus personajes, y devaluar el relato convirtiéndolo en algo mucho más tendencioso, algo demasiado habitual.

    La prepotencia y condesdencencia de los hombres de ciudad frente a los hombres de campo, su visión de los bosques, de las montañas y los ríos como un patio de recreo particular del que disfrutar sin dar nada a cambio, está dibujado de manera muy precisa, hasta el punto de que el altísimo precio que han de pagar se sitúa, en la conciencia del espectador, como algo inevitable, como el mismo destino o justicia poética, por mucho que la atroz tortura de Bobby y Ed, y la posterior angustia extrema para salvar la vida, sean casi insoportables. En Deliverance, no hay lugar para dramas de salón, o para otra cosa que no sea mostrar la pura necesidad de vivir, aunque para ello sea necesario matar. Sin embargo, cuando llega el necesario momento de asesinar a otro ser humano, por muy deleznable que este sea, Boorman es lo suficientemente lúcido como para mostrar lo difícil que es, la carga de conciencia que acarrea, y el impulso interior de perdonar la vida aunque eso nos cueste la nuestra. Luchas morales que son el corazón de la película.

    Viaje muy físico, por lo tanto, pero muy psicológico también. A fin de cuentas, el entorno es la suma de nuestros estados anímicos, aunque sea opuesto a ese estado, y quizá precisamente por ello. El escarpado linde del río es la expresión perfecta de los sentimientos de desesperación de los cuatro amigos, al igual que poco antes lo era de su sensación de libertad y de abandono momentáneo de la vida urbana. Como cine de aventuras, Deliverance es una cumbre, pero como poema visual también. La espléndida fotografía de Vilmos Zsigmond (operador de renombre que en los siguientes años encadenaría muchos proyectos importantes), llevada a cabo con un aspecto de imagen 2.20:1 (y 2.35:1 para sus copias en 70 mm., lo que da una idea de la ambición visual del filme), y el experto montaje de Tom Priestley, que dilata y contrae el tiempo a voluntad, en un conjunto sin aristas, esférico y bello, porque lo bello está encerrado sobre todo en lo terrible, y en la averiguación de que la supervivencia es casi más dura que dejarse matar.

    El grupo de actores era crucial para hacer más verosímil una peripecia tan extrema. Y en el sobresalen John Voight y Burt Reynolds, aunque Ned Beatty y Ronny Cox no desmerecen en absoluto. El personaje de Voight y el de Reynolds suponen dos tipos de hombre muy diferentes. Lewis es el macho por excelencia, pero cuando se vea incapacitado, Ed demostrará que no son necesarias bravatas ni chulerías de ninguna clase para sacar las agallas que precisa el grupo. Y él representará también la conciencia del espectador. Sentimos en nuestra propia piel el frío del agua del río y lo afilado de las rocas del acantilado, porque nos identificamos completamente con Voight. Boorman lo narra todo sin divismos, sin exageraciones, limpia y llanamente, con una gran serenidad, sin prisas. A lo grande.

    Deliverance es una película magistral. Y elegir en ella una sola secuencia es literalmente imposible. El momento que todo el mundo recuerda, claro (y a su pesar), es el de la violación y posterior aparición de Reynolds armado con su arco, pero también el del banjo, o el del accidente en el río, o la imagen final. Momentos todos ellos descarnados, salvajes, ante los que no se puede uno quedar impasible. La rabia y la impotencia se apoderan del espectador, mientras observa hasta donde puede llegar el gran cine de aventuras cuando se deja de lugares comunes y de su deseo de agradar al personal. (Adrián Massanet – espinof.com)

  • Aquarela (Viktor Kossakovsky – 2018)

    Aquarela (Viktor Kossakovsky – 2018)

    Aquarela lleva a la audiencia a una profunda aventura cinemática sobre la poderosa y transformadora belleza del agua alrededor del mundo.

    • IMDB Rating: 6,7
    • Rottentomatoes: 87%

    Película (La copia viene con varios subtítulos, entre ellos el español)

     

    El multipremiado director Viktor Kossakovsky dedica su nuevo documental, Aquarela, proyectado fuera de competición en el Festival de Venecia, al inimitable cineasta ruso Alexander Sokurov, creador de uno de los documentales favoritos de Kossakovsky, Spiritual Voices.El documental híbrido de cinco horas de Sokurov, estrenado en 1995, se pasea por un entorno desolado, en el que los soldados defienden la frontera entre Tayikistán y Afganistán; destacan sus largos planos, sus métodos de procesado de imagen y los sonidos de Mozart, Messiaen y Beethoven, que son tan importantes como la acción que se muestra en pantalla.

    A lo largo de su ilustre carrera, Kossakovsky ha privilegiado cintas con un sólido planteamiento conceptual que explora el entorno en que vivimos y la relación del ser humano con él. Aquarela sigue esa fórmula que tan bien funciona. La película habla, de forma ostensible, sobre el poder del agua; no tiene nada que se parezca a una estructura narrativa, pues el film prefiere ir subiendo y bajando, como las olas. Se centra principalmente en la expresión estética. La martilleante banda sonora está diseñada para aprovechar al máximo los sistemas de sonido Dolby Atmos, y las melodías golpean contra las exuberantes y espectaculares imágenes a 96 fotogramas por segundo, el doble de rápido que las películas de la saga El hobbit, de Peter Jackson.

    La increíble secuencia inicial constituye la sección más larga, así como la más destacada, de esta cinta desigual. En las inestables aguas heladas del lago Baikal, al sur de Siberia, el mayor lago de agua dulce por volumen del mundo, los rescatadores excavan el hielo. Parece un trabajo fútil, hasta que descubren un coche bajo el agua. Lo sacan a la superficie, y vemos que en la parte de atrás todavía hay maletas y ropa. ¿Cómo ha llegado hasta ahí? ¿Por qué? Es difícil saberlo por lo parco del diálogo. Más tarde lo comprendemos mejor cuando vemos a conductores cruzando el hielo, arriesgándose a morir, usando la masa de agua como atajo. Un coche se hunde a través del hielo, suceso más excitante que cualquier escena de acción de las películas de James Bond. Cuando los rescatadores llegan a la escena del accidente, los supervivientes gritan llamando a un desaparecido, y se sugiere que estos son mongoles que intentan cruzar a Rusia. Es una escena magnífica y hermosa, con paisajes de hielo y montañas que igualan la grandeza de los paisajes desérticos de Lawrence de Arabia.

    Nos quedamos en el lago Baikal a medida que pasan las estaciones y las aguas se deshielan. Hay un plano impresionante del hielo moviéndose arriba y abajo; toda la zona parece la barriga de la Tierra, respirando. Es una vista bella, pero no dura mucho.

    Tras esta secuencia casi tangible, el film se va haciendo cada vez más abstracto, y la acción salta a Miami, en los momentos posteriores al paso del huracán Irma, y al descomunal Salto del Ángel, en Venezuela. Estos planos parecen nuevos ítems, acompañados de sonidos industriales. Aunque el poder del agua es omnipresente en medio del huracán, estas imágenes no tienen la novedad ni los ganchos narrativos de la secuencia del lago Baikal. La exuberante belleza del Salto del Ángel es casi demasiado inmensa para que un director la capture, aunque sea el talentoso Kossakovsky.

    La cinta parece querer mostrar el pequeño lugar que ocupa el ser humano comparado con el tamaño y la fuerza del agua. Aquarela recuerda al film de Godfrey Reggio Koyaanisqatsi, tanto por sus proporciones como su ambición, así como por su aprovechamiento conjunto del sonido y la imagen, y esto no puede ser negativo. (Kaleem Aftab – cineuropa.org)

  • Pompoko (Isao Takahata – 1994)

    Pompoko (Isao Takahata – 1994)

    En Pompoko y ante la inminente destrucción de un frondoso bosque cercano a una ciudad, cuyos dirigentes quieren construir en su lugar una urbanización, los mapaches que viven en el bosque intentarán sabotear la operación para así conservar sus hogares.

    Mejor Película en el Festival de Annecy 1994

    • IMDb Rating: 7,3
    • RottenTomatoes: 83%

    Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

     

    Decía hace unas semanas con motivo de la entrada que dedicábamos a Only Yesterday (1991) que lo atípico de una cinta costumbrista que se alejaba de los fantasiosos extremos en los que siempre suele moverse el cine de animación, hablaba mejor que ninguna otra aseveración acerca de la singularidad que Ghibli atesoró durante sus años de actividad.

    Y es el mismo calificativo de atípico el que, con connotaciones muy diferentes, habría que aplicar a una de las cintas más localistas de la productora nipona que, de nuevo, firma Isao Takahata. Y es que esta historia de mapaches capaces de transformarse en lo que sea que es Pompoko, puede llegar a resultar tremendamente extraña a ojos occidentales ajenos a las idiosincrasias japonesas.

    Cierto es, que las cintas que pusieron a Ghibli en el mapa mundial entre finales de los noventa y principios de este siglo —dos títulos serán los que, como ya veremos, llevarán el nombre de los estudios a «todos» los rincones del planeta— están fuertemente atadas a la iconografía más singular de la cultura del país del sol naciente; pero también que, tras el velo que suponen la inclusión de kodamas, espíritus, deidades o construcciones típicas del país, dichos títulos encierran un mensaje de una universalidad aplastante.

    No exento de dicha universalidad, como veremos algo más abajo, es Pompoko una producción que costará mucho trabajo entender si uno no tiene ciertos conocimientos previos de algunas de las constantes que rodean al mundo nipón; esas que se relacionan con el choque entre tecnificación y tradición, con la potencia con la que el sintoismo es vivido en según qué situaciones, con la peculiar sentido del humor japonés o con la forma tan ambivalente en la que los orientales contemplan el sexo.

    Picando de todas ellas un poco —el chiste que tiene por protagonista a las gónadas de los mapaches es de esos que te deja «ojiplático»— es en lo que se deriva de la religión mayoritaria de Japón en lo que Pompoko encuentra, al mismo tiempo y de forma paradójica, su talante más local y su mensaje más universal. Una ambivalencia que, con considerables mejores armas, cabrá encontrar en esa obra maestra de los estudios comandados por Hayao Miyazaki que será Princess Mononoke (1997).

    Trasfondo que mueve todo el trasunto de la historia, y mensaje sorprendente con el que se cierra ésta —sin lugar a dudas, lo que más me gustó y sigue haciéndolo del filme es la forma en la que engarza su vertiente fantástica con un anhelo humano que es casi universal—, el grueso de Pompoko se mueve, no obstante, por derroteros que si en algo abundan es en el humor alocado y desenfrenado que podría considerarse como una de las constantes del anime en términos generales.

    El juego que da el que los mapaches protagonistas pasen de su forma animal a una antropomorfizada y de ésta a cualquier cosa que a uno pueda ocurrírsele —desde una olla a una piedra tallada en forma de deidad pasando por todo un variado sin fin de objetos o personas— es manantial de incontables chistes, visuales y verbales, que a la postre conforman lo que uno destacaría en primera instancia de una cinta que discurre a ritmo de vértigo y cuyas dos horas se pasan volando.

    Por todo ello, y sumando que su animación vuelve a ser de un nivel espectacular tanto en diseño de personajes como en esos cuidadísimos fondos —lo normal en Ghibli, vamos—, resulta cuanto menos curioso que ‘Pompoko’, de la misma manera que apuntábamos con Only Yesterday, no salga casi nunca a colación cuando se habla de Ghibli ni forme parte intrínseca del imaginario asociado con los estudios.

    Cierto es que el responsable de que así ocurra es ese genio llamado Hayao Miyazaki y el que casi todas las cintas que firmó sean las que sí acuden raudas a nuestra memoria cinematográfica, pero ello no debería ser óbice para dejar de lado a esa otra vertiente de la productora que encontró sin lugar a dudas en Isao Takahata, a su mejor y más brillante valedor. (Sergio Benítez – Espinof.com)

  • Princess Mononoke (Hayao Miyazaki – 1997)

    Princess Mononoke (Hayao Miyazaki – 1997)

    En Princess Mononoke, y con el fin de curar la herida que le ha causado un jabalí enloquecido, el joven Ashitaka sale en busca del dios Ciervo, pues sólo él puede liberarlo del sortilegio. A lo largo de su periplo descubre cómo los animales del bosque luchan contra hombres que están dispuestos a destruir la Naturaleza.

    Mejor Película y Premio Especial para la Academia Japonesa 1997

    • IMDb Rating: 8,4
    • RottenTomatoes: 92%

    Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

     

    Hablar de Hayao Miyazaki es hablar de uno de los artistas más talentosos del cine de animación, y no es para menos. De su mente han surgido obras tan extraordinarias como Nausicaä of the Valley of the Wind, Mi vecino Totoro y El Viaje de Chihiro, entre otras tantas no menos buenas. Sin embargo, la película que hoy critico es para mí, la obra magna de estudio Ghibli, así como la obra más ambiciosa del director japonés, Princess Mononoke.

    El caso es que el guión de Princess Mononoke comenzó a concebirse muchos años antes de su estreno y si me apuráis, antes de que se fundase el estudio. Entonces ostentaba el nombre de Shuna no tobi; una obra que acabó por convertirse en una colección de ilustraciones con una historia como telón de fondo. En esta, tenían cabida temas tales como la esclavitud, el compromiso contra el hambre, un alegato a la libertad, … Vamos, que os recomiendo que le echéis un vistazo. Sin embargo, todo se quedó en eso, y con el paso de los años el señor Miyazaki fue desarrollando una nueva trama, aunque manteniendo algunos elementos menores de esa historieta. Y así, tras muchos años de intenso trabajo que le hicieron replantearse por completo la forma de abordar los proyectos venideros (el autor japonés llegó a revisar la práctica totalidad de los fotogramas clave, que no son pocos precisamente, e incluso fue partícipe en otros apartados como la banda sonora), llegó finalmente el día de su estreno en territorio nipón; allá por el año 1997.

    Princess Mononoke se perfilaba como una de las películas más taquilleras del años. Y así fue, al menos en el país del sol naciente, donde se convirtió en una de las cintas más exitosas de la historia. Sin embargo, no sería hasta el año 2000 cuando vería la luz en el resto del mundo. Por si fuera poco, solo fue estrenada en un puñado de salas, pese a las sobresalientes críticas, lo cual provocó que la película tuviese unos resultados muy discretos. Eso es algo que hay que agradecérsele a Buena Vista (Disney). Lo peor de todo es que la distribuidora quería cortar las escenas más violentas (algo que ya ocurrió con Nausicaä) pero afortunadamente el estudio Ghibli se negó en rotundo. No obstante, aún con estos impedimentos, contratiempos y discrepancias entre la distribuidora y el estudio, Princess Mononoke se convirtió en una de las películas de animación más queridas y respetadas.

    El argumento se sitúa en una época de guerreros samuráis y pueblos enfrentados entre sí. Muy lejos de allí, un poblado es atacado por un ser monstruoso, y el príncipe Ashitake, un joven guerrero del clan Emishi, es el único que puede detenerlo. Sin embargo, el precio a pagar es alto, ya que uno de los tentáculos de ese ser, del que más tarde se descubre que es un dios jabalí, le alcanza un brazo y extiende por este una maldición que acabará con él tarde o temprano. Su única esperanza es viajar hacia el oeste en busca de respuestas.

    Por el camino, encuentra por casualidad a dos individuos que resultan ser habitantes de La Ciudad del Hierro; liderada por Lady Eboshi. Allí, nuestro joven protagonista se verá envuelto sin querer en una cruel batalla que enfrenta a los habitantes de dicha ciudad y las criaturas del bosque entre sí, estos últimos movidos por el odio que les tiene a los humanos.

    A nivel argumental, Princess Mononoke presenta una trama efectista cuyo ritmo narrativo va in crescendo y que ofrece un compendio perfecto entre los momentos de acción y los de relajación. Asimismo, son muchos los temas que se tratan en la película; temas que ya se han visto en otras tantas cintas del artista nipón, pero que quedan lejos de resultar repetitivos, pues nunca se había tratado de una manera tan profunda en el caso de esta película. El eterno conflicto entre el hombre y la naturaleza, la búsqueda de la paz mediante la palabra y no a través de la guerra, la industrialización de la sociedad, … son algunos de los temas más tratados.

    Otra de las cosas que me gustaron de la película, es que en el caso de esta, Miyazaki no toma partido por ninguno de los bandos enfrentados, no al menos de manera directa. Por una parte, tenemos a Lady Eboshi, quien lejos de destruir el bosque porque sí, pretende con esta acción ayudar a los habitantes de su país sin distinción, sean leprosos o prostitutas y que estos lleguen a prosperar. Por otra parte, tenemos a los animales y los dioses del bosque que actúan movidos por la venganza. Si; es cierto que tienen motivos como para actuar así, pero no comprenden que de esta manera no solo no terminarán con el conflicto, sino que dará pie a otros.

    Técnicamente hablando, nos encontramos ante una obra adelantada a su tiempo, y es que cada fotograma es en sí misma, una pequeña obra de arte. Esto puede sonar un poco pretencioso, pero estoy seguro de que muchos me daríais la razón. Además, fue la primera película del estudio en utilizar numerosas técnicas por ordenador como gráficos renderizados en 3D que se integran perfectamente con las técnicas de animación tradicional, o el famoso Morphing, del cual ya hablé en la entrada anterior. Por otra parte, la composición de los temas musicales corría a cargo del maestro Joe Hisaishi que como de costumbre, nos obsequia con una música muy cuidada. Al principio del texto, ya comenté el grado de involucración que llegó a tener el señor Miyazaki, y es que el artista nipón llegó incluso a poner letra a los temas vocales de la película; un dato curioso y sorprendente donde los haya.

    Puestos a criticar, podría decir que el final no es tan redondo como el resto de la película, ya que no termina de culminar en ninguno de los temas. Aunque bueno; esto también podría entenderse como una virtud y no como un defecto. Es una mera cuestión de tener distintos puntos de vista, oye.

    En definitiva, Princess Mononoke es una auténtica obra maestra que todo amante del buen cine debe de visionar al menos una vez en su vida; así como una muestra más de que el cine de animación no es sinónimo de infantil. Servidor ya ha perdido la cuenta del número de veces que la ha visto, y es que este nunca se cansa de revivir los mejores momentos de la cinta una y otra vez, ya que siempre descubre nuevos detalles que pasaba por alto. ¿Qué más puedo decir al respecto? Larga vida al señor Hayao Miyazaki (Blogs.Gamelifia.com)

  • Baraka (Ron Fricke – 1992)

    Baraka (Ron Fricke – 1992)

    Baraka es un aclamado documental sobre la naturaleza del planeta Tierra. Rodada en 24 países diferentes, trata de captar la esencia de la naturaleza y la cultura de la humanidad y sus costumbres, al tiempo que señala las formas en las que el ser humano se relaciona con su medio ambiente. La aparente fragilidad de la vida humana es contrastada con la grandeza de sus obras, subrayándose la desigual relación entre hombre y naturaleza. Baraka no tiene argumento lineal, ni personajes ni diálogos, pero, en medio de estos enormes contrastes, la espiritualidad de la humanidad surge como el elemento más importante que la distingue de otras especies. Un mundo más allá de las palabras.

    • IMDB Rating: 8,6
    • Rottentomatoes: 81%

    Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

     

    El primer 10 que pongo. Y no es una exageración como otros hacen cada dos por tres en este sitio, colocando dieces a todo lo que les gusta minimamente. Este 10 es de verdad. Este es un 10 del CINE.

    Es extraño pensar que un documental tan soberbio y con el que he conectado tanto, que me parece tan contemporáneo y tan atemporal, comenzó a rodarse varios años antes de que yo naciera, y se estrenó un año después de que yo viniera al mundo. Pocas cosas vistas en una pantalla han logrado hacerme sentir las emociones y tener las reflexiones que Baraka ha conseguido.

    Baraka es una canción bella y triste al planeta Tierra y a la humanidad que habita en él, y al mismo tiempo uno de los mayores exponentes en fotografía cinematográfica. Al margen de lo que quiere contar, de lo cual hablaré a continuación, el documental es un hito en la historia del film. Las imágenes que captura y muestra son, ya sean paisajes místicos con culturas exóticas o calles urbanitas con gente de a pie, absolutamente maravillosas. Tal es la perfección de los encuadres, los sutiles movimientos de cámara, la genial utilización de la luz, la expresión de los colores, la brillante restauración de las imágenes en alta resolución… que en muchas ocasiones se sienten los olores de templos milenarios, se palpa el ambiente húmedo de las junglas, el calor de las ciudades orientales abarrotadas de gente, la solemnidad de encuentros espirituales… Todo ello en 70 mm de película, que prueba lo mejor de este arte y la unicidad de este medio analógico (por mucho que luego sea transformado a digital para su distribución en ultra alta definición). Pocos otros proyectos han logrado filmar imágenes tan impresionantes.

    Porque si algo hace Baraka además de mostrar belleza en la imagen, es hacer sentir. O quizás hace sentir gracias a mostrar de una forma soberbia. Ambas cosas están interconectadas. El documental sabe colocarnos en un espacio sin tiempo determinado, para que viajemos a rincones de distintos mundos, y luego nos muestra a la gente, sus ritos, sus bailes, su lucha por la supervivencia, su desgracia, su mirada. Esas miradas fijas y serias que nos adentran en el alma de personas desconocidas y fascinantes. De pronto, tu «yo» deja de existir y estás viajando con la cámara de un lugar a otro del planeta, absorbido por el bello caos, la perfecta imperfección, la desconsoladora realidad humana que consigue hacerte replantear lo que te rodea y que a partir de entonces verás con otros ojos. Durante su hora y media de metraje es capaz de transformarte.

    El viaje de Baraka es, al principio, una visita a nuestros orígenes como especie animal, a nuestros rasgos primitivos que aún no hemos dejado atrás, a la preciosa tierra sobre la que vivimos. Y de esas singularidades admirables, de esas particularidades que nos hacen únicos en el Universo, va desembocando en la decadencia de la modernidad, en la triste desigualdad de los países y las clases, en la explotación de los recursos naturales, en la ignorancia y la apatía infligidas por la posesión y la religión. La película nos derrumba. Da con un mazo a nuestra existencia y nos hace pedazos. Y mediante la mirada de un niño en la pobreza que sin esperanza alguna pide dinero sentado en la calle, a uno le hace llorar. Apoyar la cabeza sobre los brazos y llorar, porque uno que ha vivido bien, uno que ha tenido suerte en la vida, no es capaz de tragar que haya tanta injusticia, tanta desgracia y tanto sufrimiento y dolor en el mundo mientras a tu alrededor todo es nube de algodón. Pero no sirve de nada llorar, y el viaje de Baraka continúa. La humanidad, el planeta, con sus singularidades, sus injusticias, sus cosas buenas, sus rasgos preciosos… Dos veces he visto este documental, y las dos veces me ha tocado tan hondo como nada lo ha hecho antes.

    Esto que transmite Baraka no sería posible sin la espectacular fotografía. Todo se reduce a eso. Por eso este documental ha sido mundialmente aclamado. Porque el buen cine, el de las imágenes que pretenden mostrar una realidad que viene con emociones, es así. Puro arte que utiliza una cámara que graba una sucesión de instantáneas para decir algo especial. Cuando se sabe hacer cine, cuando se sabe hacer fotografía y hay una idea con la que acompañar el talento cinematográfico, el resultado es esto. Esto es tan valioso como cualquier otro documento que registre la historia humana o la historia del planeta. Con Baraka se trasciende el entretenimiento y se hace arte, ciencia, la propia historia. Es un libro de imágenes sobre lo especial de nuestro mundo. Lo malo, lo bueno, simplemente lo que nos caracteriza. Y de cada espectador dependerá decidir si lo que ve le gusta, si lo que ve le emociona, si lo que ve le cambia. A mí, como viajar de verdad, Baraka me gusta, me emociona y me cambia. (Aitz – ecartelera.com)

  • Nausicaä of the Valley of the Wind (Hayao Miyazaki – 1984)

    Nausicaä of the Valley of the Wind (Hayao Miyazaki – 1984)

    Nausicaä of the Valley of the Wind sucede en un futuro lejano, mil años después de una guerra de carácter apocalíptico, donde la Tierra aparece cubierta de bosques plagados de hongos venenosos y de insectos gigantescos. Los hombres han sido diezmados; los supervivientes viven en algunos poblados aislados y sobreviven a duras penas en las cercanías de un bosque contaminado con gases tóxicos e insectos mutantes gigantes, que cubren gran parte de la Tierra. Nausicaä es la princesa de El Valle de Viento, un reino minúsculo, rodeado de reinos más poderosos y hostiles. Es una guerrera que sabe pilotar naves, pero es también compasiva, tanto que se resiste a ver a los insectos como enemigos, sobre todo a los Ohms, artrópodos gigantescos y temibles por los que siente una extraña simpatía. La crisis estalla cuando el reino vecino de Tolmekia, encabezado por la princesa Kushana, invade El Valle del Viento.

    • IMDb Rating: 8,1
    • RottenTomatoes: 88%

    Películas / Subtítulos (Calidad 1080p)

     

    El valle del viento es un lugar que se ha convertido en maldito mil años después de una guerra mundial catastrófica. La humanidad sobrevive, a duras penas, a orillas de un bosque contaminado con gases tóxicos e insectos mutantes gigantes, que cubren gran parte de la Tierra. En este escenario post-apocalíptico, habita Nausicaä, la princesa del Valle del Viento, única hija del rey. Esta joven piloto y guerrera busca la clave sobre esos contagios y se resiste a ver a los insectos como enemigos. La crisis estalla cuando el reino vecino de Tolmekia, al mando de la princesa Kushana, invade el pueblo e intenta revivir a un mortífero «Dios de la guerra», de los tiempos de la gran hecatombe, para triunfar contra sus enemigos y contra el bosque contaminado.

    Después de ver otros films de Hayao Miyazaki, suena a broma leer que alguien considerase Nausicaä of the Valley of the Wind difícil de comprender. Lo primero que destacaría de este anime en comparación con otros de su autor es la diafanidad de su trama. Se trata, eso sí, de una obra abigarrada y enrevesada, que lucha contra la dificultad de resumir un extenso manga y que, por ello, presenta más densidad contenido del que estamos acostumbrados a asimilar, especialmente en obras que damos por hecho que van a ir dirigidas a un público infantil. Sin embargo, en ella todo responde a parámetros de narración clásica y comprensible y, haciendo un esfuerzo de atención, cualquier elemento puede hilarse y justificarse. Posteriormente, el japonés se decantó por una tendencia mucho más abstracta y poética para, en obras como El Viaje de Chihiro, Mi Vecino Totoro o El Increíble Castillo Ambulante, incluir intencionadamente sucesos incomprensibles o aspectos inexplicables que en Nausicaä of the Valley of the Wind no aparecen. No es, tampoco, un relato que debiese hacerse oscuro para los espectadores occidentales, ya que parte de la mitología griega, en lugar de basarse en seres o leyendas orientales.

    Miyazaki plantea ya desde este film, su amor hacia la naturaleza, es decir, esa suerte de ecologismo tan particular, nada forzada ni obvia, que le ha caracterizado desde entonces. Nausicaä of the Valley of the Wind es, asimismo, un film que reivindica la paz y el intento de comprensión de los enemigos, a pesar de —o precisamente al— rebosar escenas bélicas, batallas de todo tipo y artefactos diseñados para la guerra en la imaginación del autor. En este sentido se asemeja, más que a ningún otro anime de los que creó Ghibli más adelante, a La Princesa Mononoke. Si bien su tono es menos violento, comparte con ella muchos elementos, tanto que la de 1997 podría parecer una reescritura de ésta. Las mencionadas enseñanzas —pacifista y de respeto por los seres vivientes— se imbrican en una historia emotiva, original y que permite momentos entretenidos y trepidantes, así como bellísimas escenas contemplativas.

    Nausicaä of the Valley of the Wind presenta colores más pastel que otras cintas de Ghibli, lo cual no sé si se debe a una elección del autor o a que la restauración de la que hablábamos ayer no haya rescatado por completo los tonos y nitidez originales para la presente versión en 35 mm. A pesar de la sensación de paso del tiempo que puede provocar esta baja saturación, una vez se entra en el universo de la película, todo resulta maravilloso. Los animales e insectos gigantes parecer que tuviesen personalidad propia, los paisajes son tan imaginativos y atrayentes, que podríamos colarnos en ellos y sobrevolarlos como hace la protagonista sin dejar de sorprendernos. Los personajes son, como siempre en este creador, otro de los estímulos de la obra, tanto por su diseño estético, como por su personalidad siempre ambigua y por su comportamiento. Es, por todo ello, una película que se goza.

    Llama mucho la atención, a lo largo de todo el anime, la banda sonora de Joe Hisaishi, colaborador habitual de Hayao Miyazaki y su productor y socio, Isao Takahata. Si muchos detalles de Nausicaä of the Valley of the Wind nos sirven para datar la película en los años ochenta, la música es lo que más claramente nos remite a esa década. Partituras electrónicas muy marcadas —casi estridentes— acompañan los momentos de acción y aventura que vive la joven, mientras otras composiciones más melódicas, bastante bellas, ambientan los momentos de mayor tranquilidad.

    Un film largo, denso y exigente, pero al que no le falta nada de lo que nos ha fascinado de Miyazaki en propuestas posteriores. Ética y estéticamente maravillosa, Nausicaä of the Valley of the Windsupone una cita ineludible y, aunque sea con más de un cuarto de siglo de retraso, esta versión restaurada nos brinda una excelente oportunidad de apreciarla en todo su esplendor. (Beatriz Maldivia – Espinof.com)

     

  • Leave No Trace (Debra Granik – 2018)

    Leave No Trace (Debra Granik – 2018)

    En Leave No Trace, un padre y su hija de 13 años viven una vida tranquila y feliz aislados en un enorme parque nacional de Portland, Oregon, hasta que un pequeño error complica sus vidas para siempre al ser detenidos por la policía.

    • IMDb Rating: 7,7
    • RottenTomatoes: 100%

    Película / Subtítulos (Calidad 720p)

     

    El tema de la descomposición de la familia y la búsqueda de identidades alternativas ha encontrado en el Festival otra curiosa variante a partir del tema de los seres que quieren vivir al margen de la sociedad de consumo. Debra Granik, directora de Winter’s Bone, nos cuenta en Leave No Trace la historia de un padre viudo que vive clandestinamente con su hija de quince años en un bosque cercano a Portland. La vida alternativa se basa en una comunión con la naturaleza que se ve alterado por el orden. A partir de aquí, Debra Granik no centra tanto la película en los problemas de adaptación de la unidad familiar en un nuevo medio, sino en el conflicto entre un padre que busca su último refugio y una hija que entiende que su futuro debe pasar por otros caminos. La película evoca a Capitan Fantastic, pero el tono es más frío y contenido aunque Debra Granik dibuja con rigor el perfil de los personajes principales.

    Un padre y una hija sobreviven acampados en el bosque en pleno corazón de los actuales Estados Unidos. Leave No Trace podría definirse casi por oposición al western: aquí no se trata de la lucha del hombre por dominar la tierra, sino por pertenecer a ella, por integrarse y casi diluirse en la naturaleza (sin dejar rastro de su presencia, como sugiere el título). Del mismo modo, el personaje del padre puede entenderse como una revisión de una de las figuras clave de aquel género: el hombre sin hogar, el Ethan Edwards de The Searchers que no consigue un sentimiento de pertenencia a la comunidad. Todo esto lo construye Granik poniendo especial atención al uso del espacio en sus encuadres, el modo en que retrata el paisaje natural: esos verdes inmensos, de nuevo en oposición a la aridez del western, y que empequeñecen la figura humana. Y se apoya sobre todo en la interpretación de sus dos protagonistas: el notable Ben Foster como padre y la magnífica Thomasin McKenzie en el papel de la hija, una sorprendente actriz que consigue extraer todo el jugo emocional a sus escenas. Leave No Trace es una película pequeña, intimista, contenida tanto en escala como en contenido, pero indudablemente sólida. (Juanma Ruiz – CaimánEdiciones.es)

  • Essential Killing (Jerzy Skolimowski – 2010)

    Essential Killing (Jerzy Skolimowski – 2010)

    En Essential Killing, un soldado afgano es hecho prisionero por las tropas norteamericanas, acusado de haber matado a tres soldados. Posteriormente es trasladado a un país del este de Europa, para ser interrogado. Pero durante el viaje consigue escapar, e inicia así una dramática carrera por su supervivencia en medio de la naturaleza.

    Premio Especial del Jurado y Mejor Actor (Festival de Venecia 2010)

    Mejor Película y Mejor Actor (Festival de Mar del Plata 2010)

    • IMDB Rating: 6,1
    • Rottentomatoes: 83%

    Película / Subtítulos (Calidad 720p)

     

    Premio Especial del Jurado y Copa Volpi al mejor actor para Vincent Gallo en la Mostra de Venecia y Mejor Película en el Festival de Mar del Plata 2010, Essential Killing confirma el regreso en su mejor forma del veterano director polaco Jerzy Skolimowski. Formado junto a Roman Polanski, con quien colaboró en el guión de su primer largo, El cuchillo bajo el agua, Skolimowski comenzó a labrarse su propio nombre con Barrera (1966) y tuvo su consagración con El alarido (1978) y Proa al infierno (1985), premiadas en Cannes y Venecia. Pero a partir de entonces fue abandonando el cine a favor de la pintura, al punto de que estuvo más de quince años sin filmar. En el 2008 hizo su reaparición triunfal en la Quincena de los Realizadores con Las cuatro noches de Ana y ahora Essential Killing ratifica que Skolimowski volvió para quedarse.

    Realista y abstracta a la vez, Essential Killing comienza en unos impresionantes cañones de piedra y polvo labrados por el viento en el que podría ser el desierto de Afganistán. Allí, un hombre que quizá sea un combatiente talibán (una composición insólitamente creíble de Gallo) es apresado, después de una larga persecución, por tropas del ejército de ocupación estadounidense. Primero sometido a torturas (el terrible “submarino”) y luego trasladado con grilletes a un campo clandestino de detención en Europa central, el hombre aprovecha un accidente del vehículo que lo transportaba para fugarse. De allí en más, como un animal herido, guiado únicamente por su instinto, intentará sobrevivir en un medio que le es ajeno: un bosque nevado, en plena montaña, perseguido por un ejército fantasma. Y para seguir con vida no le quedará otro remedio que matar.

    Física y visceral, Essential Killing ostenta una narración puramente visual y no tiene necesidad de apoyarse en un solo diálogo (aunque el sonido tiene una importancia dramática fundamental, considerando que el fugitivo ha quedado casi sordo, por causa de una explosión). Arena primero y nieve después son los elementos que le dan un imponente marco escenográfico al film de Skolimowski, que parece haber planteado su película como un ejercicio extremo: experimentar cuánto tiempo es capaz de sostenerse un relato en el que cada escena –incluso la primera– podría ser la última, la definitiva.

    Esa intensidad de Essential Killing está, por supuesto, en íntima correspondencia con el enorme desafío que enfrenta el protagonista, como si ambos no pudieran ser otra cosa que un único cuerpo, donde film y personaje se imbrican y se mimetizan hasta configurar una unidad inquebrantable. Hay algo auténticamente esencial en la película de Skolimowski y no se trata solamente del hecho de estar ante la odisea de un hombre que debe luchar y matar por su supervivencia. Essential Killing es esencial también porque se trata de una película que prescinde por completo de diálogos, que tiene en su núcleo aquello que hace al mejor cine de género (un hombre en peligro) y que utiliza los contrastes de la naturaleza –desierto versus bosques, arena contra nieve, calor abrasador frente a frío extremo– como ya casi nadie lo hace, un poco a la manera del mejor cine mudo, con una impresionante expresividad dramática.

    Su carácter deliberadamente abstracto, a su vez, le da a Essential Killing una dimensión que no le daría una mera película de acción o un panfleto crasamente político. Se intuye que el fugitivo es un árabe, que sus perseguidores son estadounidenses, que se están violando todas las garantías y convenciones de guerra, pero como Skolimowski –también productor de su propia obra– se cuida muy bien de identificar específicamente estas presunciones, el film adquiere de pronto una cualidad universal, que va más allá de un momento y una circunstancia precisas para hablar en cambio de víctimas y victimarios y del impulso vital más básico, que es el de permanecer con vida, siempre, aunque más no fuere un día más. (Luciano Monteagudo – pagina12.com.ar).

  • The Kings of Summer (Jordan Vogt-Roberts – 2013)

    The Kings of Summer (Jordan Vogt-Roberts – 2013)

    En The Kings of Summer, tres jóvenes amigos, hartos de la sobreprotección de sus padres, deciden independizarse y empezar una vida salvaje sin adultos al margen de la sociedad. Deciden vivir en una cabaña perdida en el bosque, según sus normas, acorde con sus principios y en plena libertad.

    Premio del Público Festival de Cine de Dallas 2013

    • IMDb Rating: 7,4
    • RottenTomatoes: 76%

    Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

    Las películas sobre la adolescencia son un género clásico desde que James Dean se calzara su célebre chaqueta roja, allá por 1955, en Rebelde sin causa (Nicholas Ray, 1955). Como buen subgénero, ha dado una enorme cantidad de productos, la gran mayoría de dudosa calidad (pensemos en el Frat Pack nacido bajo la mirada de John Hughes en los ’80, o en el revival del género en los ’90, pistas de entrenamiento de futuras estrellas de todo tipo, desde Tom Cruise al malogrado Heath Ledger). Sin embargo, hay un pequeño grupo de esas películas que merece ser tratado con el mayor de los respetos, por su calidad y, sobre todo, por su capacidad para recordarle al espectador adultos momentos, experiencias y actitudes que creía olvidadas, enterradas por el paso del tiempo y la mal llamada madurez; entre ellas están cintas seminales como Stan by me (Rob Reiner, 1986) o Dead Poets Society (Peter Weir, 1989). A ellas se puede sumar, más en la vena de la primera que de la segunda, The Kings of Summer.

    El protagonista de The Kings of Summer es un muchacho de quince años llamado Joe (Nick Robinson), que mantiene una complicada relación con su padre viudo, Frank (Nick Offerman). Por otro lado, está el mejor amigo de Joe, Patrick (Gabriel Basso), que sufre de todo lo contrario: en su intento de ser “modernos” y “enrollados”, sus padres (Megan Mullally y Marc Evan Jackson) resultan ridículos, sobreprotectores y tan cariñosos que, literalmente, le provocan alergia. Tras una cena (obligada) con una potencial novia de su padre que terminará de forma desastrosa, Joe consigue convencer a Patrick —y, sin que sepamos muy bien cómo ni por qué, a Biaggio (Moises Arias), un extraño e hilarante chico latino— para llevar a cabo una descabellada idea: fugarse de sus casas a un claro en el bosque, y allí construir una casa, donde ellos establecerán las reglas, lejos de las exigencias y del control paterno.

    Uno de los problemas que suelen tener las películas adolescentes suele ser que vienen de la mano de directores que no tienen ningún interés en retratar la adolescencia (eso explicaría por qué actores de treinta años interpretan a chicos de quince); su retrato resulta glamouroso, melodramático, y tan parecido a la adolescencia como las aventuras de Indiana Jones a la arqueología. No es el caso de Jordan Vogt-Roberts y The Kings of Summer. El joven director, que debuta en el largometraje con esta película después de foguearse en la webserie Funny or Die Presents, y su también debutante guionista, Chris Galletta, han sabido captar los altibajos de una época de la vida tan compleja y llena de contradicciones casi a la perfección, aportando una frescura, una luminosidad y una alegría que se contagian al espectador, tenga la edad que tenga. A ello ayuda la presencia de sus tres jóvenes protagonistas, cuyas interpretaciones son, simplemente, soberbias. A través de ellos podemos contemplar casi toda la gama de emociones que trae la adolescencia, de la rebeldía al arrepentimiento, del entusiasmo del primer amor al dolor del desengaño, de la amistad a la amargura y la reconciliación, y todas de una manera tan vívida y auténtica que a veces dejan con un nudo en la garganta. Escenas como la larga noche en vela de Joe mientras asume lo que él sólo puede ver como una traición, o la reconciliación entre éste y Patrick a través de las ventanillas de los coches de sus respectivos padres, deberían ser enseñadas en las escuelas de cine como ejemplo perfecto de cómo retratar lo que significa ser adolescente.

    A Robinson, Basso y Arias los apoyan un reparto de secundarios en estado de gracia, la mayoría de ellos surgidos de la televisión. De entre ellos destaca Nick Offerman, el Ron Swanson de Parks and Recreation, que interpreta al padre de Joe de forma sensacional. Su trabajo es vital para el desarrollo de la película, no sólo porque desencadena la acción, sino porque aporta algo mucho más importante: el retrato de los padres como algo más que meros accesorios, la representación de algo que muchos tememos descubrir al llegar a la adolescencia, que nuestros padres son, al fin y al cabo, personas con sus virtudes y sus defectos, y que intentan hacer las cosas lo mejor que pueden, aunque a veces se equivoquen. Como nosotros, vamos. Sólo la escena en que le pregunta a su hija mayor (Alison Brie, la Annie de Community) si cree que es un bastardo coloca la interpretación de Offerman entre las mejores del año, si no directamente la mejor. A su lado, Marc Evan Jackson y Megan Mullally (ésta, por cierto, esposa en la vida real de Offerman), resultan estereotipados e incluso irritantes en sus interpretaciones de ese tipo de padres “enrollados” que todos hemos conocido —y sufrido— alguna vez, aunque quizás la idea era esa. Mención aparte merece la también casi debutante Erin Moriarty, que encarna la personificación del primer amor ideal, sin por ello resultar un personaje plano ni una mera excusa argumental.

    La fotografía de Ross Riege retrata tanto la luminosa exuberancia veraniega —especialmente en las escenas en el bosque, que en manos de Riege resulta casi la plasmación en imágenes del Walden de Thoreau—, como la gris cotidianeidad de la vida suburbana de la que pretenden escapar los protagonistas, enfatizando aún más la dirección artística de Jennifer Klide y Carmen Navis, que, pese a ser contemporánea, podría situar la acción de la película perfectamente hace veinte o treinta años (los móviles apenas aparecen en un par de escenas, no hay ordenadores ni coches ultramodernos, e incluso vemos a Joe y Patrick echando unas partidas al Street Fighter II de la Super Nintendo). Ellos proporcionan el envoltorio perfecto a una historia y unos personajes que, aunque hemos visto mil veces, pueden seguir emocionándonos, haciéndonos reír con sus situaciones ridículas y, en definitiva, recordarnos qué se sentía al tener quince años y pensar que lo sabías todo y que nada ni nadie podía impedirte hacer lo que quisieras, un tiempo en que los días de verano eran eternos, y podíamos creer que todo era posible. Jordan Vogt-Roberts consigue todo eso y mucho más en apenas hora y media, y es por eso que The Kings of Summer es, de lejos, una de las mejores películas del año (Judith Romero – ElAntepenúltimoMohicano.com)

  • O Ornitólogo (Joao Pedro Rodrigues – 2016)

    O Ornitólogo (Joao Pedro Rodrigues – 2016)

    En O Ornitólogo, Fernando decide enfrentarse a la naturaleza contaminada de Tras-os-Montes en busca de cigüeñas negras, una especie en vías de extinción. Mientras observa a estos animales salvajes a bordo de su canoa, vuelca debido a los rápidos.

    Mejor Director en el Festival de Cine de Locarno 2016

    • IMDb Rating: 6,5
    • RottenTomatoes: 89%

    Película / Subtítulos

    O Ornitólogo es la nueva película del director de O Fantasma, Odete, Morir como un hombre y era uno de los títulos más esperados de esta 69ª edición de Locarno, y no desilusionó: al contrario, se trata de una de las apuestas más radicales del cineasta portugués dentro de una filmografía ya de por sí siempre audaz como la suya.

    Un western a-lo-Pasolini, una relectura de Deliverance, de John Boorman, combinada con la historia de San Antonio de Padua y el milagro de los pájaros (sobre el santo más popular en Portugal Rodrigues ya había hecho en 2012 el cortometraje Manhâ de Santo António). Por esos senderos tan diversos transita el nuevo opus de este director fascinante e inclasificable, que es también una película de aventuras, una comedia de enredos, un documental sobre la naturaleza virgen, un ensayo sobre los mitos y los simbolismos religiosos totalmente blasfemo, un viaje de redescubrimiento interior y, claro, una oda gay. La película narra las desventuras de Fernando (Paul Hamy), el solitario ornitólogo del título que -en pleno viaje de exploración- sufre un accidente con su kayak en un río salvaje. Es rescatado de la muerte por dos turistas chinas que no son tan inocentes como aparentaban (lo mantienen horas atado y pretenden castrarlo). Luego se topará con unos jóvenes alcoholizados que realizan ritos y sacrificios satánicos y más tarde con un pastor de ovejas sordomudos. Y, siempre, están los pájaros siendo observados y observando (las subjetivas desde el punto de vista de las aves son antológicas).

    Pletórica de escenas absurdas (muchas de ellas geniales, otras no del todo logradas), O Ornitólogo es una apuesta permanente a la sorpresa y la provocación. En un cine conservador y previsible como el actual la desmesura, el riesgo, el delirio y la abundancia de ideas que terminan desbordando los márgenes del relato se agradece. (Diego Batlle – OtrosCines.com) 

    El cineasta portugués Joâo Pedro Rodrigues es autor de un cine difcil de clasificar, audaz, provocador, hipnótico, con una fuerte carga de simbolismos y sensualidad. Sus películas le han valido ganarse una reputación de director original en varios festivales de todo el mundo. Con O Ornitólogo (2016), ha refrendado ese prestigio, con premios como el de mejor director de Locarno.

    O Ornitólogo narra el recorrido de Fernando (Paul Hamy), un solitario naturalista que observa el comportamiento de las cigüeñas negras en medio del bosque. En cierto momento, sufre un accidente en el kayak en el que viaja y queda inconciente. De casualidad, es rescatado por dos mujeres chinas que cruzan el bosque en peregrinación hacia Santiago de Compostela. Las mujeres lo hacen su prisionero y se disponen a castrarlo, pero Fernando logra escapar y continuar así su recorrido con encuentros y sucesos extraordinarios.

    Rodrigues, autor también del guión, construyó esta fábula de ribetes místicos y gays inspirado en la vida de San Antonio de Padua, un franciscano cercano a la naturaleza que es muy adorado en Portugal. El trayecto de Fernando de alguna manera busca hacer un paralelismo sobre aquel santo mientras expone la idea de la transformación espiritual, mediante las experiencias milagrosas y las epifanías. De esta forma, la película eslabona una serie de encuentros insólitos (como estampas o viñetas religiosas) que le suceden al protagonista: además de las mujeres chinas, en su camino se topa con un pastor sordomudo con quien tiene un encuentro sexual, unas amazonas en plena cacería, una banda de enmascarados carnavalescos (caretos transmontanos) y, finalmente, el hermano gemelo del pastor, quien le abre el camino para convertirlo en San Antonio de Padua.

    O Ornitólogo es un filme alucinante, emparentado con la iconoclasia de Pasolini, y también con “La vía láctea” (1969) de Luis Buñuel, en la medida en que ambas comparten divagaciones surrealistas en torno a los conceptos de la fe, la violencia, la sexualidad y el sacrificio. Confeccionada con largos momentos de contemplación, a veces cautivantes, O Ornitólogo es una película desigual pero que permite descubrir un cine poco convencional, que desafia al espectador en lo emocional y lo intelectual. (Hugo Lara – CorreCamara.com.mx)

  • Beasts of the Southern Wild (Benh Zeitlin – 2012)

    Beasts of the Southern Wild (Benh Zeitlin – 2012)

    En el Sur del planeta, el nivel de las aguas está subiendo vertiginosamente y todos los diques se hunden. Al mismo tiempo, los animales salvajes vuelven de sus tumbas. Beasts of the Southern Wild es la historia de una niña de seis años que vive con su padre en un lugar aislado del mundo.

    Mejor Película y Mejor Fotografía (Festival de Sundance 2012)

    Cámara de Oro (Festival de Cannes 2012)

    Mejor Nuevo Director (Premios Gotham 2012)

    Top 10 Mejores Películas del Año (American Film Institute 2012)

    • IMDB Rating: 7,3
    • Rottentomatoes: 86%

    Película / Subtítulo

    El pasado 25 de enero llegó a nuestras carteleras una de las películas más importantes del año pasado. Beasts of the Southern Wild comenzó su triunfal carrera en el festival de Sundance, ganó la Cámara de Oro en Cannes –mejor ópera prima del certamen– y se ha colado en los Oscar con cuatro importantes candidaturas: mejor película, dirección, guion adaptado y actriz protagonista.

    Los principales artífices del éxito de esta humilde producción independiente –costó menos de dos millones de dólares– son dos novatos: Benh Zeitlin y Quvenzhané Wallis. El primero debuta como realizador, firma el guion junto a Lucy Alibar –autora de la obra original en la que se basa el film, ‘Juicy and Delicious’– y compuso la música en colaboración con Dan Romer; la segunda es una niña que con solo seis años –la edad que tenía durante el rodaje– es capaz de soportar el peso de esta cruda pero hermosa fábula, convirtiéndose en la más joven aspirante a un Oscar en toda la historia de estos premios.

    Tras superar a unas 4.000 candidatas, Wallis se mete en la piel de Hushpappy, una pequeña heroína de poderosa imaginación e irreductible coraje que se sentiría muy cómoda en el universo del genio Hayao Miyazaki. Hushpappy vive en una apartada comunidad a las afueras de Nueva Orleans, en una zona pantanosa del Mississippi llamada La Bañera («Bathtub»). La niña mantiene conversaciones con su madre ausente, escucha el corazón de los animales y trata de entender y ganarse el cariño de su padre, Wink (Dwight Henry), quien parece intentar calmar con alcohol el dolor y la impotencia que le causa su enfermedad.

    Wink es severo con su hija porque sabe que pronto no podrá cuidarla, y quiere que Hushpuppy sea fuerte e independiente, capaz de sobrevivir por sí sola. A esto hay que sumar la pobreza de la zona y la catástrofe causada por el azote de un huracán. Son ingredientes que podrían emplearse fácilmente para componer un lastimero drama social, pero al igual que sus protagonistas, Beasts of the Southern Wild no busca dar pena a nadie, es una aventura ambientada en una especie de mundo alternativo al nuestro que celebra la vida en lugar de lamentarse por sus desgracias. Zeitlin no esconde nada pero apuesta por un enfoque optimista, esperanzador y lírico, mostrando la realidad tal como la siente y la entiende Hushpuppy.

    Esta aproximación permite al realizador introducir elementos fantásticos de una forma coherente con el relato, dotándolo de mayor singularidad. Es el mundo de Hushpuppy, la futura reina de La Bañera. Más discutible es la opción visual por la que apuesta Beitlin, imitando el estilo documental, prefiriendo la cámara en mano al trípode y jugando con el enfoque como si la cámara fuese testigo de unos hechos espontáneos e imprevisibles. Es su decisión y la entiendo, trata de capturar la verdad del lugar y el momento, las reacciones naturales de sus actores –tanto Wallis como Henry carecían de experiencia como intérpretes–, pero también entiendo que una parte del público pueda sentirse mareado o incómodo por la puesta en escena. En este sentido, lo aceptas y te dejas llevar, o abandona cuanto antes.

    Se ha hablado mucho de las sorprendentes nominaciones a los Oscar de este año y en el caso de Beasts of the Southern Wild extraña que pueda conseguir las estatuillas a mejor guion adaptado o actriz principal –sin restar mérito a lo que hace Wallis, no debería competir en la misma categoría que Emmanuelle Riva– y no sea candidata en los apartados de fotografía (sensacional trabajo de Ben Richardson) y música original, dos de los puntos fuertes del film, esenciales para introducir al espectador en la ficción y transmitir las emociones que busca recrear Beitlin. Se hace repetitiva en el retrato de la relación paternofilial, abusa de tocar las mismas teclas, pero la película cautiva por su energía y belleza. (Juan Luis Caviaro – espinof.com)

  • El Abrazo de la Serpiente (Ciro Guerra – 2015)

    El Abrazo de la Serpiente (Ciro Guerra – 2015)

    En El Abrazo de la Serpiente, Karamakate fue en su día un poderoso chamán del Amazonas; es el último superviviente de su pueblo y ahora vive en aislamiento voluntario en lo más profundo de la selva. Lleva años en total soledad, que lo han convertido en «chullachaqui», una cáscara vacía de hombre, privado de emociones y recuerdos. Pero su solitaria vida da un vuelco el día en que a su remota guarida llega Evan, un etnobotánico norteamericano en busca de la yakruna, una poderosa planta oculta, capaz de enseñar a soñar. Karamakate accede a acompañar a Evan en su búsqueda y juntos emprenden un viaje al corazón de la selva en el que el pasado, presente y futuro se confunden.

    Premio Art Cinema en la Quincena de los Realizadores Festival de Cannes 2015

    Mejor película en el Festival de Cine de Mar del Plata 2015

    Mejor Pelìcula Iberoamerica Premios Ariel 2015

    • IMDb rating: 8.2
    • RottemTomatoes: 98%

    Película / Subtítulo

    https://www.youtube.com/watch?v=G3sWJyiElUg

    Nominado al Oscar a mejor película extranjera y premiado en festivales como los de Cannes y Mar del Plata, este tercer largometraje del colombiano Ciro Guerra -tras La Sombra del Caminante y Los Viajes del Viento- ha sido uno de los exponentes del nuevo cine latinoamericano con mayor repercusión internacional. Un logro que no siempre tiene que ver con la calidad (las modas y el marketing suelen jugar un papel importante), pero que esta vez sí está en sintonía con sus méritos artísticos.

    Hablada en dialecto original de la zona, El Abrazo de la Serpiente resulta una hermosa, evocativa y en muchos pasajes fascinante exploración sobre el choque de culturas, tradiciones y religiones, así como la fuerza de la naturaleza salvaje. Entre el cine espiritual, el etnográfico y el de aventuras, se trata de un film con muchos más hallazgos que lugares comunes y que significa un salto de calidad del cine latinoamericano a la hora de abordar sin pintoresquismos for export sus mitos y tradiciones ancestrales.