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  • The Overnight (Patrick Brice – 2015)

    The Overnight (Patrick Brice – 2015)

    En The Overnight. Alex, Emily y su hijo RJ, son nuevos en Los Ángeles. Un encuentro casual en el parque les presenta a los misteriosos Kurt y Charlotte.

    • IMDb Rating: 6,2
    • RottenTomatoes: 82%

    Película / Subtítulo

    https://www.youtube.com/watch?v=07YsYxhGmXA

    El hombre es una especie animal que ha ido desarrollando a lo largo de su paso por la tierra —a diferencia de sus pares no evolucionados intelectualmente— la capacidad de raciocinio y reflexión que le permite discurrir sobre cualquier situación para obtener una solución satisfactoria a sus necesidades. Sin embargo, su limitada experiencia individual como ser racional, y la falta de un legado cultural instructivo, lo mueve a plantear su existencia enfocada a su propia satisfacción para chocar inexorablemente, una y otra vez, contra la inaccesibilidad de sus ambiciones, originando un estado continuo de frustración e insatisfacción agravado por la necesidad de comparación con sus semejantes. El vacío existencial se forma en el hombre contemporáneo debido a que carece de la suficiente confianza en sí mismo para hacer uso de su libre albedrío, por lo que busca constantemente un modelo al que parecerse o un líder —macho alfa— a quien obedecer. Así se distinguen dos conductas diferentes en el ser humano, la de aquel que quiere lo que los demás quieren (seguidismo) o bien, la del que hace lo que los demás dicen (sometimiento). El director Patrick Brice continúa con las nuevas teorías del psicoanálisis referidas al incremento de las crisis de identidad que sufren los individuos que conforman la sociedad moderna, acusados de una abismal sensación de falta de sentido en sus vidas. The Overnight, no obstante, combina estos razonamientos actuales con las primigenias teorías surgidas en la época de Freud, en las que se mostraba al hombre como un ser instintivo incapaz de comprender su naturaleza y liberar su sexualidad, dando como resultado estados patológicos de sufrimiento, como la neurosis o la psicosis. Para Brice, un hombre mentalmente estable sería aquél consciente de sus motivaciones, capaz de pronunciar en voz alta la explicación de su comportamiento sin que se produzcan por ello sentimientos de culpabilidad. Ni que decir tiene que, en una sociedad tan llena de prejuicios como la nuestra, para llegar a ese punto de libertad dialéctica e ideológica hay que pasar previamente por un proceso de terapia de choque. Proceso que queda perfectamente condensado en The Overnight a lo largo de una sola noche.

    Desde luego no se podrá acusar a The Overnight de divagar demasiado en su presentación. El director contextualiza la historia de manera muy rápida y esquemática; parece tener prisa por encerrarnos en la mansión que sirve de escenario principal, como si se sintiera incomodado por la luz del sol o los espacios abiertos, y en la que se llevará a cabo la exploración sinóptica de todas las etapas por las que puede atravesar un matrimonio, comprimida en el tiempo que separa el anochecer del amanecer, una noche de descubrimiento, personal y de pareja, en la que no habrá sitio para los secretos. El clima de comodidad y relajación que los acogedores anfitriones han creado, proporciona un peligroso escenario para dejarse llevar a través de la honestidad más humillante aunque, eso sí, exenta de cualquier actitud condescendiente o sentenciosa. En esa casa de la desinhibición, nadie, a excepción de uno mismo, osará juzgar al prójimo, del mismo modo que tampoco será juzgado por nadie —sin contar, claro está, a la audiencia, que valorará por el derecho y la gracia que le otorga su título de espectador—. Así encontramos a Alex y Emily, una joven pareja que acaba de mudarse a Los Ángeles con su hijo, R.J. Perdidos emocionalmente en una nueva ciudad, sin amigos y sin familia, se verán tentados a aceptar la repentina invitación de Kurt y Charlotte, a quienes acaban de conocer y con los que aparentemente tienen varios aspectos de su vida en común, entre ellos, un hijo de la misma edad con quien R.J. parece llevarse muy bien.

    El guion de The Overnight está escrito con un humor muy sutil que, lejos de hacerse pesado o reiterativo, va cobrando efectividad a medida que avanza el metraje y el espectador ha tomado conciencia de los excéntricos derroteros por los que nos va adentrando el libreto escrito por el propio Brice. No hay duda de que ese cáustico humor encuentra su mayor aliado en la incertidumbre y el misterio, originados por un mordaz e intrigante desarrollo narrativo, que no dejará de sorprendernos con sus rápidos diálogos y giros argumentales para intentar sumergirnos en las profundidades de la sordidez conyugal más íntima. Lo extravagante de cada situación aporta un aura de misterio muy adecuada para confundirnos y ocultar los verdaderos propósitos de los anfitriones. Una velada llena de momentos incómodos y políticamente incorrectos que se irán enlazando por medio de Kurt, un neo-hipster polifacético que, entre sus muchas aptitudes destaca por la construcción de un sistema de filtrado de agua, la creación de obras de arte sobre una parte muy específica de la anatomía y la representación en directo de canciones de cuna para adormecer a su hijo.
    Una licencia narrativa que no tendremos demasiado en cuenta dado que su propósito responde a la consecución de un principio básico de las ficciones cinematográficas; lograr mayor empatía y atractivo visual a costa de renunciar a una verosimilitud que resultaría mucho más aburrida. Así pues, encontramos más oportuno pasar por alto ese deliberado aporte naif, sobre todo si asumimos la dificultad de evitar que, tratando este tipo de temas, la película caiga en frivolidades fáciles y un humor grosero sin mayor intención que la de incomodar o buscar la risa forzada por medio de palabras malsonantes o situaciones absurdas. Y ese es el mejor aspecto de The Overnight; la sutileza que da sentido a cada escena, la elocuencia con la que explica cada secuencia —gráfica o verbal— y que tiene como objetivo indagar en las mayores preocupaciones o complejos de las parejas modernas, obsesionadas con esa comparación constante de la que hablábamos al comienzo y tratando de autoconvencerse de que su relación o estilo de vida es mucho más sano, culto, aceptable o, simplemente, mejor que el del resto de las personas que les rodean. Y aquí hacemos una breve pausa para destacar esa explícita escena totalmente visual del objeto de comparaciones obsesivas masculinas por antonomasia. Una brillante e hilarante toma que, pese a haber sido llevada a escena en numerosas ocasiones, nunca antes había sido interpretada de manera tan certera, abierta, sin complejos y, sobre todo, sin la ignominiosa necesidad condescendiente de ofrecer al público varonil un consuelo al que aferrarse para mantener intacto su ego. No podemos negarlo, en esta sociedad tan frágil e insegura, en la que un altísimo porcentaje sufre un tremendo complejo de inferioridad por culpa de su apariencia física, este tipo de películas pueden llegar a hacer mucho daño. Probablemente sea éste el principal propósito del realizador, ofrecer esa necesaria terapia de choque que permita aceptarnos tal y como somos para lograr la estabilidad anímica y la cordura definitiva; y para ello recurre a cuatro estupendos actores que, sin la repulsión que nos despertaban los personajes de Buñuel, ni el dramatismo inherente en el diálogo de obras que trataban aspectos de relaciones similares, como Who’s Afraid of Virginia Woolf?, 1966, consiguen mediante el más contundente recurso: la carcajada, que pongamos los pies en la tierra y aceptemos de una vez por todas que ni somos perfectos ni fingirlo nos hará más felices.
  • Drinking Buddies (Joe Swanberg – 2013)

    Drinking Buddies (Joe Swanberg – 2013)

    En Drinking Buddies, Luke y Kate son dos inseparables compañeros de trabajo que, tras finalizar la jornada, comparten risas, coqueteos y, sobre todo, una gran afición por la cerveza. Ambos, sin embargo, tienen pareja.

    • IMDb Rating: 6.2
    • RottenTomatoes: 83%

    Película / Subtítulo

    Kate y Luke son tal para cual. Si existen las almas gemelas, esos seres que desprenden química por cada poro de sus cuerpos y que han llegado a tal conexión que casi no necesitan palabras para que uno sepa cómo se siente el otro, esos son ellos. Ambos comparten lugar de trabajo en una cervecería de Chicago, gustan de salir con los amigos de fiesta, echar unas cervezas (muchas) o jugar al billar. Son dos juerguistas que siempre están de broma y disfrutan restregándose la comida por la cara mutuamente o picándose en interminables partidas de cartas. ¿El único pero? Ambos están comprometidos con sus respectivas parejas. Luke lleva una vida tranquila junto a la dulce Jill, a la que conoció cuando ella contaba solo 21 años. El sueño de la joven es sellar tantos años de feliz convivencia pasando por la vicaría. Por su parte, la relación entre Kate y su novio Chris presenta esa incómoda sensación de calma que precede a la tormenta. El carácter serio e introvertido de él contrasta enormemente con la locura de ella y ocho meses en pareja son suficientes para darse cuenta de que están condenados al fracaso. Este cuarteto de personajes, sus vaivenes amorosos, sus dudas y conflictos emocionales son el motor que mueve a Drinking Buddies, la antepenúltima muestra de comedia romántica (o no tanto) que nos ofrece el cada día más estimulante cine independiente norteamericano.

    Joe Swanberg, polifacético actor, director y guionista que parece haberse especializado en pequeñas historias de corte intimista sobre las complicadas relaciones de pareja, es conocido por varias colaboraciones con Greta Gerwig en Hannah Takes the Stairs (2007) y Noches y fines de semana (2008), donde la actriz fue protagonista y co-autora de los guiones. Con Drinking Buddies demuestra una gran habilidad para mantener un armonioso equilibrio entre el drama típico de una historia que habla de amores no correspondidos (o sí, pero no hay valor para consumarlos) y un sutil humor que nace del carácter jovial y positivo de sus personajes. Para que éstos resulten cercanos al público era necesaria una cuidadosa elección de sus actores principales. Sin duda, el reto fue aprobado con nota alta. Olivia Wilde encuentra, por fin, una oportunidad de oro para demostrar que es mucho más que una cara bonita. Su actuación desprende frescura y vivacidad, logrando una estupenda complicidad con su compañero de reparto, un Jake Johnson inspirado y sorprendente. Pero si hay alguien que roba todas las escenas en las que aparece (algo que viene convirtiéndose en habitual en ella), esa es la excelente Anna Kendrick. Su interpretación de Jill, atormentada por la culpa de un amago de infidelidad a su novio, es absolutamente irresistible, convirtiéndose en el alma de un filme que plantea por enésima vez ese antiguo debate sobre si son capaces hombres y mujeres de ser amigos entre sí sin que surjan las necesidades sexuales.

    Sin embargo, Drinking Buddies no es la típica comedia obvia en la que el público advierte qué derroteros van a tomar los acontecimientos en cada instante. La historia es muy sencilla, está contada con un ritmo sinuoso y aunque parece que en ningún momento sucede gran cosa en pantalla, al mismo tiempo los pequeños detalles, las miradas, los diálogos y, sobre todo, los silencios, lo dicen todo. En este sentido, la cinta de Swanberg me ha recordado en su tono agridulce a otra modesta (pero muy estimulante) producción de similares planteamientos argumentales, Your Sister’s Sister (2011) de Lynn Shelton, donde Emily Blunt y Mark Duplass también tenían una relación de camaradería que, de la noche a la mañana, derivaba en atracción amorosa. Al igual que en aquella, Drinking Buddies transcurre en una cabaña en el campo durante buena parte de su metraje. Un mismo escenario donde sus criaturas dan rienda suelta a las distintas confusiones sentimentales, propiciadas por plácidos y en principio inofensivos picnics o largas conversaciones junto al fuego de una hoguera en la playa. Dos factores no ayudarán precisamente a que esta película goce de una gran difusión comercial. En primer lugar, el no contar con grandes estrellas como cabeza de cartel (aunque sí muy buenos actores) que sirvan de gancho para atraer a grandes audiencias. En segundo, su apuesta por una historia más íntima y amarga de lo que se supondría esperar de la típica comedia romántica que, con mucho menos inteligencia y buen gusto, sí termina arrasando entre el gran público. Una auténtica injusticia, pues estamos ante un filme que rebosa autenticidad y encanto en cada fotograma, redondeado con una magnífica escena final en la que, sin utilizarse las palabras, se define perfectamente el mensaje de amistad a prueba de bombas que recorre toda la obra.