Etiqueta: Bodas

  • Black Cat White Cat (Emir Kusturica – 1998)

    Black Cat White Cat (Emir Kusturica – 1998)

    En Black Cat White Cat Grga Pitic, un mafioso gitano que controla los vertederos de basura, y Zarije, el orgulloso propietario de unas obras de cemento, son amigos desde la infancia. Ahora tienen ochenta años, han sobrevivido juntos a todo tipo de aventuras y se profesan un profundo respeto. Estando Zarije en el hospital, su hijo Matka acude a Grga para pedirle dinero. Él y su socio Dada lo necesitan para hacer un gran negocio vendiendo petróleo en el mercado negro. Pero las cosas salen mal y, entonces, Dada amenaza de muerte a Matka si no consigue que su hijo se case con su única hermana soltera. Pero, naturalmente, el chico está enamorado de otra.

    León de Plata al Mejor Director en el Festival de Venecia 1998

    • IMDb Rating: 8,0
    • RottenTomatoes: 95%

    Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

     

    Considerado “el Fellini de los Balcanes”, Emir Kusturica insiste en practicar un estupendo retrato sobre la comunidad gitana en tono de comedia en su largo Black Cat White Cat.

    Toda la picaresca de la trama es un claro homenaje a una cultura que sobrevive con sus modos trágicos y sus maneras de júbilo.

    Parece difícil a priori aceptar que un cineasta (y asimismo bajista de una banda de rocanrol) de la estatura intelectual y creativa de Emir Kusturica despliegue toda su sensibilidad, su mirada siempre escrutadora sobre la superficie de la comedia picaresca, esa que no elude el golpe y porrazo, el grotesco y los latigazos satíricos.

    Pero Kusturica, el maestro que ha resuelto formidablemente filmes como precisamente Time of the Gypsies y Underground con una avasallante, desmoronadora caligrafía dramática, posee todo el derecho de deslizarse en la territorialidad de la comedia para volver a indagar la cultura gitana: esa comunidad que ha sobrevivido a todas las épocas en condiciones al margen, más allá de sus riquezas y sus pobrezas —esa polaridad—, sus ritualidades y sus modos de vida en este caso a la rivera del Danubio.

    Black Cat White Cat refiere, según el refrán, a la suerte. A esa noción de los afortunados y los desafortunados que, de algún modo, marca la línea de gestión del filme con esos personajes que le imprimen al propio relato un calor humanista en sus maneras de relacionarse, de ser y de estar, de andar anímicamente la comarca, la propia geografía de sus realidades y sus ensoñaciones, sus generosidades y sus mezquindades.

    El cineasta practicó un casting con 3.500 gitanos y por supuesto seleccionó esos rostros tan extraños como entrañables, tan vivaces como tremendos en su expresividad: Kusturica aprovecha para mostrarlos con esa cámara que más que filmar, habla; más que rodar, incorpora esa escritura en carne viva de esos hombres o sujetos con un trazado utópico limitado, acaso como atado a su sistema de planeta afectivo absolutamente caótico, en franca revuelta y estridencia, pero de una autenticidad a prueba de cualquier catástrofe.

    El plan satírico del filme propone, por lo tanto, otra visión o revisión de la cultura gitana. No cambia el contenido ni tampoco esos personajes subidos de revoluciones que parecen devorarse a sí mismos, que se traicionan en su propio código de fidelidades y que vuelven a hermanarse, mientras una banda sonora los envuelve con un entrecruzamiento entre jubiloso y melancólico.

    Black Cat White Cat posiblemente sea el filme menos poético de KBlack Cat, White Catusturica o el que quizá menos apela a esa constante de “realismo mágico” que se delataba claramente en sus títulos anteriores. Pero Kusturica en su homenaje a esos gitanos del alma, tan lejanos en su cercanía balcánica, se planteó fundar una especie de diario de costumbres. Y lo logra con la suficiencia de un cineasta ejemplar y ejemplarizante que dejó atrás las crudezas de halo trágico de Underground para construir un mundanal ruido de gitanos que también hacen reír a los espectadores.

    Debe verse por el rendimiento de los actores, por la imaginación y la creatividad inagotable de un cineasta que aún desde lo grotesco, aún desde la posición de comediante, literalmente conmueve. (Raúl Forlán Lamarque – OtraParte.org)

  • The Philadelphia Story (George Cukor – 1940)

    The Philadelphia Story (George Cukor – 1940)

    En The Philadelphia Story, la mansión de los Lord se prepara para celebrar la segunda boda de Tracy Lord con el rico George Kittredge. Para inmortalizar los festejos una pareja de periodistas, Macauley Connor y Elizabeth Imbrie, son invitados especialmente por C.K. Dexter Haven, el primer marido de Tracy.

    Mejor Actor y Mejor Guion Adaptado (Premios Oscar 1940)

    Mejor Actriz (Círculo de Críticos de Nueva York 1940)

    • IMDB Rating: 8,0
    • Rottentomatoes: 100%

    Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

     

    Hasta ahora en este especial hemos hablado de tratamientos sobre el sentimiento amoroso desde una perspectiva seria o dramática. Hoy le toca el turno a una comedia, no exenta de algún instante dramático, que es ya un clásico incólume de la historia del cine por muy exagerada que parezca la expresión. The Philadelphia Story parte de una obra teatral de Philip Barry, y que en Broadway fue interpretada por Katharine Hepburn, Joseph Cotten y Van Heflin. El éxito fue atronador y la mítica actriz, que aquel entonces era considerada «veneno para la taquilla» se las ingenió para comprar los derechos y llevarla al cine. En realidad, su amante por aquel entonces, Howard Hugues, fue quien los compró y se los regaló. Lo que no haga el sexo, digo el amor…

    La Hepburn puso todo su empeño en llevar la adaptación a buen puerto. Joseph L. Mankiewicz como productor y George Cukor como director eran apuestas seguras hacia el éxito y la calidad. La actriz quiso imponer a Clark Gable y Spencer Tracy en los papeles que luego harían respectivamente Cary Grant y James Stewart, pero mientras el segundo estaba comprometido con ‘El increíble caso del doctor Jekyll’ (‘Dr. Jekyll and Mr. Hyde’, Michael Curtiz, 1941), el primero alegó homófobas razones al respecto de la elección de Cukor, quien fue despedido del set de ‘Lo que el viento se llevo’ (‘Gone With the Wind’, Victor Fleming, 1939) porque el bigotudo actor sentía su hombría amenazada por la homosexualidad del director. Ver para creer, comprender para despreciar.

    The Philadelphia Story es una radiografía sin piedad de las relaciones amorosas llevada hasta sus últimas consecuencias y que podría enmarcarse fácilmente dentro de la screwball comedy sin llegar el frenetismo y la hilaridad de por ejemplo ‘La fiera de mi niña’ (‘Bringing Up Baby’, Howard Hawks, 1938) —uno de los pocos éxitos taquilleros de la actriz en aquellos años—, entre otras cosas porque los estilos de Hawks y Cukor son completamente distintos. La historia de Tracy Lord —una letra más y nos ponemos nostálgicamente pornográficos— está inspirada en una dama de alta sociedad llamada Helen Hope Montgomery Scott, que hacía unas fiestas espectaculares en su granja de 800 acres.

    (From here to the end, Spoilers) The Philadelphia Story da comienzo con una de las escenas más recordadas en la antología de la comedia —señalemos aquí que la actual comedia romántica, llena de bodrios espectaculares, bebe prácticamente en su totalidad de películas como esta—, toda ella ocurre sin diálogos, C.K. Dexter (Grant) sale enfadado de una casa hacia un coche, seguido de Tracy (Hepburn) quien le tira sus palos de golf rompiendo uno de ellos para acto seguido darse la vuelta para meterse en casa, seguida a su vez por Dexter quien en última instancia está a punto de pegarle un puñetazo, pero abriendo la mano la empuja y la tira al suelo. Una escena que marca ya desde el inicio cuál será el tono del film y que, seamos sinceros, si se hiciese hoy provocaría polémica en el demasiado políticamente correcto mundo de Hollywood.

    Elipsis de dos años, Tracy está a punto de casarse con George (John Howard), un hombre que a diferencia de Dexter ha llegado a la cima escalando desde lo más bajo, pero con el que ya vemos que Tracy no tiene ni la más mínima química. La conveniencia del amor y también el resultado del orgullo de una mujer demasiado exigente e incapaz de aceptar la debilidad humana. Hasta allí volverá Dexter, acompañado esta vez de dos periodistas de incógnito —James Stewart, ganador de un Oscar por su interpretación, y Ruth Hussey— que desean cubrir el evento para la prensa. Las situaciones de enredo, provocadas con el fin de guardar las apariencias, desfilarán sin remisión por un film que divierte y emociona a partes iguales sin dejar que el espectador respire un solo segundo. Personalmente me quedo con todas las intervenciones de un antológico Roland Young en el papel de tío Willie, un viejo verde que no deja títere con cabeza ante la presencia de cualquier mujer hermosa.

    Resulta curioso como The Philadelphia Story navega alrededor de esa idea tan romántica y clásica del matrimonio, pero sin dejar de lado todo lo referente al deseo sexual puro y duro, la infidelidad y los celos, ese fantasma que aparece siempre por la falta de confianza derivada sencillamente de la falta de feeling. Pero la película va más allá al sentenciar sin miedo alguno que el amor es algo íntimo, un secreto, que pertenece por derecho propio a los amantes y a nadie más; el juego de las apariencias, que pronto se viene abajo, al lado del cotilleo de todo ser humano hacia el prójimo, que prefiere ver los defectos en los demás e incluso traspasarlos. Baste como ejemplo el impresionante momento en el que el padre de Tracy —soberbio John Halliday— le dice a su propia hija que jamás llegará a entender el corazón humano si no acepta que este puede ser débil, explicando con elegancia y coherencia, casi justificando, la infidelidad que aquel cometió hacia la madre de ella. El episodio posterior de Tracy con Macaulay (Stewart) en la piscina, que aviva la imaginación del futuro marido, se complementa a la perfección con ello.

    Llena de diálogos punzantes y ácidos The Philadelphia Story revela al mejor Cukor, aquel que poseía una mano exquisita para las mujeres, y a pesar de que todo el reparto está magnífico —la química entre Cary Grant y James Stewart es tan perfecta que uno se lamenta que estos dos actores no hayan coincidido más veces en una película— quien se lleva la palma es doña Katharine Hepburn, que realiza un increíble tour de force con todos y cada uno de sus compañeros de reparto. Hermosa, radiante, viva, pasional y cerebral, y jugando con la imagen que el público tenía de ella, se come literalmente todo cuanto aparece en pantalla. La redención de Tracy es la de la actriz que, a partir de entonces tuvo la confianza total y absoluta de un público completamente enamorado de ella. Pocas actrices han tenido la suerte de dar vida a personajes femeninos con fuerte personalidad y tan bien escritos.

    En los últimos cinco minutos, frenéticos y de un romanticismo embriagador, el amor triunfa a través de la unión de los amantes, no sin antes haber superado, o aceptado, todos los baches por los que una relación puede pasar. La instantánea final es otra vuelta de tuerca más en una película que es mucho más moderna hoy que cuando se estrenó. (Alberto Abuín – espinof.com)

  • La Novia (Paula Ortiz – 2015)

    La Novia (Paula Ortiz – 2015)

    Desde pequeños, Leonardo, el novio y la novia han formado un triángulo inseparable, pero cuando se acerca la fecha de la boda las cosas se complican porque entre ella y Leonardo siempre ha habido algo más que amistad. La creciente tensión entre ambos es como un hilo invisible que no se puede explicar, pero tampoco romper. Adaptación de Bodas de Sangre, de Federico García Lorca.

    Mejor Película Dramática Premios Feroz 2015

    • IMDb Rating: 6,8

    Película 

    Hay veces que conviene dejarse ahogar. Llegado a un punto, cualquier intento por mantener la cabeza fuera del agua se descubre inútil. Y así ocurre en La Novia. Ni un milímetro de la película de Paula Ortiz está ahí con otro objetivo que no sea arrasar; siempre en el límite exacto entre lo sublime, lo ridículo y lo otro. Su intención es negar al espectador la capacidad de respirar. La directora que ya enseñó de lo que era capaz en De tu Ventana a la Mía, un artefacto extraño de una belleza irrefutable, insiste ahora en confeccionar una narración que, en realidad, no es tal. En sus manos, el verso trágico de Bodas de Sangre adquiere la textura de lo aún más desmesurado, lo hiperbólico, lo demencial. Si ya Lorca jugaba a confeccionar una mitología de un Sur surrealista a fuerza de carnal; Ortiz, dos pasos adelante, juega a «lorquizar» al propio Lorca hasta casi ofender. Y es ahí, en la ofensa, donde la cineasta encuentra su propia voz libre de sustantivos: todo en ella es adjetivo, afectación, simple locura.

    Si se quiere, la película se mueve constantemente entre la parodia, la exageración y el éxtasis. Siempre precisa en su declarado intento de abandonar cualquier amago de precisión. En su primer trabajo, el problema era la constante sospecha de que la gravedad de lo narrado se perdía en un ejercicio estético tal vez pueril. En La Novia ya no hay más narración que la propia estética. Todo es excesivo. Más Lorca que el propio Lorca. Puramente Ortiz. Hay que dejarse llevar, dejarse ahogar