En Roman Holiday, Ana, la joven princesa de un pequeño país centroeuropeo, visita la ciudad de Roma. Ana trata de eludir el protocolo y las obligaciones que implica, escapándose del palacio para visitar la ciudad de incógnito. Así conoce a Joe, un periodista americano que busca una exclusiva y finge desconocer la identidad de la princesa. La pareja vivirá unas jornadas inolvidables recorriendo la ciudad.
Mejor Actriz, Mejor Historia y Mejor Vestuario (Premios Oscars 1953)
Mejor Actriz Drama (Premios Globo de Oro 1953)
Mejor Actriz Británica (Premios BAFTA 1953)
Mejor Actriz (Círculo de Críticos de Nueva York 1953)
Mejor Guion Comedia (Sindicato de Guionistas WGA 1953)
Mejores 10 Películas del Año (National Board of Review 1953)
- IMDb Rating: 8,0
- Rotten Tomatoes: 97%
Película / Subtítulos (Calidad 1080p)
Anna (Audrey Hepburn) es la princesa de un país europeo que no se menciona. Últimamente se encuentra en viaje de buena voluntad por algunas ciudades del viejo continente. Sin embargo al llegar a Roma, Anna se viene abajo. ¿Qué le ocurre? Está harta de vivir amoldada a un estricto protocolo, a un rígido programa que tasa todo su tiempo, y a las ruedas de prensa en las que se ha aprendido las respuesta de antemano. Quiere ser una chica normal, vivir y divertirse como cualquier hija de vecina. Una noche tiene una crisis nerviosa que un diligente médico calma con un fuerte relajante de efecto algo retardado. Antes de que le haga efecto, Anna se escapa de la lujosa alcoba donde duerme y se lanza a las calles de Roma. El problema es que el calmante va haciendo efecto hasta dejarla en un estado casi inconsciente…
Estos primeros compases de la película tienen un estilo decidido a provocar en el espectador un sentimiento agridulce. Hay elementos de comedia que muestran el hastío de Anna, véase el jugueteo con el zapato, pero hay otros que proyectan cierta amargura. Y ése es el tono que marcará Roman Holiday. Es una comedia, pero no una comedia de carcajada y enloquecimiento; si acaso es una comedia de sonrisa, que no escatima algunos momentos levemente dramáticos aquí y allá. Por nuestros ojos comienza a entrar el glamour y la belleza de Audrey, además del magnífico marco de Roma.
La otra pata del banco es Joe Bradley (Gregory Peck). Se trata de un periodista norteamericano, radicado en Roma, que es asiduo a las timbas de póker y debe unos cuantos meses de alquiler. Se nos presenta como una persona bohemia, despreocupada y, finalmente, interesada. Es al salir de una de sus timbas cuando se encuentra, completamente narcotizada, a la princesa Anna. Desconociendo quién es, y a pesar de tratarla con cierta rudeza, la lleva a su apartamento para que pase allí la noche altruista y castamente. Joe simplemente cree que esta borracha y que por la mañana se irá. Al día siguiente Joe va al periódico en el que trabaja y descubre, por una foto, que su huésped es nada menos que la princesa Ana. El periodista comienza a concebir la idea de conseguir una entrevista en exclusiva con su alteza y cobrar por ello 5000 dólares.
Al volver a encontrarse en casa de Joe, Anna decide hacerse pasar por una estudiante escapada de un internado y cambiar su nombre por Anya. Él, por su parte, decide hacerse pasar por un hombre de negocios. Ambos pasan un día estupendo en varios lugares de los más pintorescos lugares de Roma y, como cabía esperar, acaba surgiendo una atracción entre ambos. Lo que diferencia a Roman Holiday de ser un inocente cuento de hadas es que ambas partes son mentirosas. Todo el amor que se va construyendo entre ellos se basa en identidades falsas y propósitos ocultos.
Claro está que las culpas no son simétricas. El fingimiento de Anna se fundamenta en el íntimo deseo de conocer el mundo y llevar una vida más terrenal y libre. Por su parte Joe emplea una añagaza un tanto mezquina fingiendo ser un amigo desinteresado, cuando en realidad su único interés es conseguir un reportaje sobre los gustos personales de la princesa. Además también engatusará a su amigo Irving Radovich (Eddie Albert) para que saque fotos, disimuladamente, de los mejores momentos del día.
En realidad, los únicos que conocemos el panorama global verdadero de Roman Holiday somos nosotros y el propio Joe Bradley, de tal modo que se consigue establecer una especie de complicidad entre él y los espectadores. Pero es una complicidad extraña, no podemos evitar censurar el comportamiento del periodista y nos preguntamos si se podrá redimir y hasta dónde llegar con Ana.
Una de las palabras más clásicas para describir a Roman Holiday es “encanto”. Un gran porcentaje de ese encanto corresponde a las bondades de la propia Ciudad Eterna. Esto representó una novedad para el cine de Hollywood, no muy acostumbrado entonces a grabar íntegramente una película fuera de Estados Unidos. Fue el propio director, William Wyler, el que insistió en que Roman Holiday debía rodarse in situ en la misma Roma, en contra del criterio del jefazo de la Paramount, Frank Freeman. Sin duda, fue todo un acierto, la película se mueve por unos escenarios de belleza descomunal como el Coliseo, la Piazza di Spagna, la Fontana de Trevi o el puente y castillo de Sant’Angelo. Aglutinando las virtudes fílmicas y la belleza del entorno se produce casi un inmediato Síndrome de Stendhal.
Entre tanta belleza, los personajes se mueven como pez en el agua, dejándonos algunos momentos carismáticos dentro de la historia del cine. Sirva como ejemplo el famoso susto de Ana en La Bocca della Veritá o el trepidante y divertido paseo en Vespa. Se trata de una película que huye deliberadamente de la aproximación a la miseria que hacía el neorrealismo italiano y construye una Roma quizá algo idealizada, donde incluso las personas de clase más humilde son vitales y despreocupados lejos, por lo tanto, de la mirada de Rossellini o De Sica.
Tras la Segunda Guerra Mundial una oleada de paranoia anticomunista se extendió por EE.UU dando lugar a la triste y célebre Caza de Brujas. El guionista de Roman Holiday, Dalton Trumbo, había militado en el Partido Comunista, y el Comité de Actividades Antiamericanas le llamó a declarar con el fin de que revelase los nombre de sus antiguos compañeros de organización. Trumbo se negó y, además de sufrir de diez meses de cárcel, hubo de trabajar vendiendo sus guiones bajo pseudónimo. Al menos hasta 1960, cuando con “Espartaco” y “Éxodo” volvió a firmar con su nombre, gracias al apoyo entre otros de Kirk Douglas y Otto Preminger.
Roman Holiday ganó el Óscar al mejor argumento, pero tristemente no pudo recogerlo. De hecho, el argumento estaba acreditado oficialmente a Ian McLellan y John Dighton, y ellos eran los que aparecían en el palmarés como ganadores. Esta injusticia fue reparada en 1992 cuando el Sindicato de Guionistas reconoció a Trumbo como el autor real y le entregó un Oscar póstumo a su viuda. Dado que Dalton Trumbo fue una de las mejores plumas al servicio del cine durante el siglo XX, fue un acto de justicia… que llegó tarde. Su mano, en Vacaciones en Roma, es palpable en la ambigüedad de los personajes, que tienen que lididar con sus deseos y contradicciones. Además de poner en solfa a las instituciones que representan.
Otro de los pilares sobre los que se sostiene el encanto de Roman Holiday consiste en la instantánea conexión que existe entre Audrey Hepburn y Gregory Peck. Es uno de los casos en los que la elección de los actores fue dubitativa, pero finalmente muy acertada. Se barajaron nombres como Cary Grant o Elizabeth Taylor. En el caso de Peck la apuesta fue segura, ya tenía un notable currículo, pero a Audrey Hepburn no la conocía nadie.
William Wyler quedó prendado de ella en un casting en Londres. Se dice que después de terminar la audición Wyler ordenó que las cámaras siguieran grabándola sin que ella se diera cuenta. Tras hablar unos minutos de su vida personal o de sus experiencias durante la Segunda Guerra Mundial todos se habían convencido de su apabullante naturalidad. Y así se fue construyendo una carrera legendaria. En Roman Holiday su actuación está perfectamente conjuntada con la de Gregory Peck. La pareja que forman es ya historias de las comedias románticas.
Roman Holiday es una estupenda comedia romántica que no agota su encanto en la trama meramente amorosa, sino que hace algunas observaciones pertinentes sobre la rigidez formal de las monarquías y la ética de trabajo. Se puede ver, por lo tanto, como un cuento de hadas que tiene atado un pie a la tierra y que no duda en aderezar la trama con ciertos injertos de melodrama. Más de seis décadas después sigue manteniendo su enorme encanto. (Mariano González – cinemagavia.es)
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