En Rimini Richie Bravo, un antaño carismático cantante pop austríaco venido a menos, pero aún con notable tirón para algunas mujeres maduras, verá cómo las vueltas de la vida le pondrán frente a sus propios prejuicios raciales.

Mejor película en la Sección Albar de Festival de Gijón 2022

  • IMDb Rating: 6,9
  • RottenTomatoes: 100%

Película / Subtítulos (Calídad  1080p)

 

Revulsivo, provocador, patético y cínico. Con esos adjetivos suele definirse al cine del austríaco Ulrich Seidl, director de películas como Días de perro (2001), Import/Export (2007), la trilogía Paradise integrada por Paradise: Love (2012), Paradise: Faith (2012) y Paradise: Hope (2013), In the Basement (2014) y Safari (2016).

Luego de seis años, Seidl volvió con la primera parte de un díptico (ya explicaremos de qué se trata) que lo encuentra al mismo tiempo fiel a su mirada crítica y desencantada del mundo, pero con un personaje al que evidentemente quiere (y quiere que querramos), lo que constituye una bienvenida rareza y una novedad en sus habituales planteos.

El querible antihéroe de turno es Richie Bravo (el también austríaco Michael Thomas, que ya había trabajado con Seidl en Import/Export), un cantante melódico con look de vikingo, chivita, pelo con colita y voluminosa panza que supo tener tiempos de gloria y hoy es un alma en pena. Tras la reciente muerte de su madre y con un padre postrado en un geriátrico, viaja al balneario italiano del título fuera de temporada (lo único que veremos es niebla, lluvia o nieve) para ganarse la vida con shows en restaurantes y auditorios de decadentes hoteles para un público compuesto exclusivamente por jubilados, alquilando su casa llena de memorabilia y recuerdos de épocas mejoras a viejos fans y ofreciendo sus servicios como prostituto a mujeres de avanzada edad.

Todo parece servido entonces para un nuevo festival con despliegue de bajezas humanas y regodeo en el patetismo, pero no (tanto). Esta vez Seidl nos regala a un personaje a su manera entrañable. Es cierto que Richie es un borrachín, un tipo que jamás se ha ocupado de su hija (y cuando ella reaparezca sus pedidos de perdón no parecerán precisamente sinceros) y si se quiere un pequeño estafador, pero al mismo tiempo sobrelleva su decadencia artística, física y económica con una dignidad y una nobleza de espíritu que lo diferencia de la galería de monstruos que suele recorrer la filmografía de Seidl. Incluso las ancianas que todavía lo adoran y las mujeres pagan por tener sexo con él (las escenas son muy explícitas en lo que constituye una audacia en un cine contemporánea que suele huir de los cuerpos degradados) escapan en general del espíritu despiadado y burlón que suele (o solía) ostentar el director.

Con intérpretes impecables empezando por un Thomas que en algunos aspectos remite al Gérard Depardieu de El cantante, al Bradley Cooper en A Star is Born o -ya en el ámbito local- al John McInerny en El Último Elvis y al Osvaldo Laport de Bandido, con un extraordinario diseño producción que exacerba el costado grasa, kitsch, ridículo, decadente y melancólico (como si emprendiéramos un viaje en el tiempo a épocas pasadas) de Rimini, Seidl construye un film fascinante, aunque con un desenlace bastante controvertido y discutible, que de todas maneras no llega a arruinar la historia.

En la primera escena, cuando Richie va en busca de su padre para asistir al funeral de su madre, aparece también en escena su hermano. Y precisamente ese hermano será el protagonista de Sparta, la segunda película del díptico (ya filmada y que probablemente vaya a Cannes o a Venecia) ambientada en Rumania. Para un director que ya hizo una trilogía como la de Paradise, este tipo de propuestas “hermanas” resultan a esta altura algo habitual. (Diego Batlle – OtrosCines.com)