En Nobody Knows. cuatro niños, hijos de distinto padre, viven felices con su madre en un pisito de Tokio, aunque nunca han ido al colegio. Un buen día, la madre desaparece dejando algo de dinero y una nota en la que encarga al hijo mayor que se ocupe de sus hermanos. Condenados a una dura vida que nadie conoce, se verán obligados a organizar su pequeño mundo según unas reglas que les permitan sobrevivir. Sin embargo, el contacto con el mundo exterior hace que se derrumbe el frágil equilibrio que habían alcanzado.

Mejor Actor en el Festival de Cannes 2004

  • IMDb Rating: 8,1
  • RottenTomatoes: 93%

Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

 

Siempre he creído que el cine debe ser mucho más que un mero entretenimiento. Para mí, el cine es el portal que comunica emociones a distintos niveles, expresa ideas, refuta acciones, lanza críticas, es un espejo de la realidad, o bien de los deseos. Por eso cada vez que me encuentro con películas que buscan más allá de ofrecer un mero divertimento por unas cuantas horas, me detengo a observar las virtudes que en ella se encierran. Claro está que es fascinante descubrir un film capaz de entretener lo suficiente y entregar una excelente reflexión sea cual sea su tema; pero soy amante de ese cine que presenta la vida, su esencia, la cotidianidad de la misma, la sencillez que a veces desborda, o los difíciles y estremecedores hechos que también se producen. Sí, hoy en día existen creadores (directores o guionistas, o ambas cosas a la vez) capaces de ofrecer productos dignos de elogios porque transitan por la humanidad y entregan lo que contemplan de ella sin dar lugar a concesiones. Siempre me he considero un admirador de la reciente (o no tan reciente, vamos) frialdad europea. Austriacos, daneses, rumanos, directores del llamado Viejo Continente que nos han sacudido con historias sórdidas que retratan la dureza de la vida, y tocan temas de complicada disección pero el resultado casi siempre termina (al menos para mí) elogiable. En América Latina nos encontramos con la ex-dupla Gutiérrez Iñárritu – Arriaga, que antes de su «divorcio por diferencia de intereses» nos brindó una trilogía magnífica sobre la muerte, la comunicación, la religión, el amor. Amores perros, 21 gramos y Babel nos ofrecían el lado de la vida más difícil de ver, más de una vez terminamos ahogados en la depresión porque la dureza de las historias eran transmitidas con mucho arte y mucho realismo. Pero Asia, ese continente de contrastes, también ha contado con grandes nombres tras las cámaras capaces de transmitir la sencillez y dureza de la vida misma. Uno de los contemporáneos es el propio Lee Chang-Dong (Burning) y otro el que nos respeta en el post de hoy, Hirokazu Koreeda que hace ya 9 años ofreció una de sus mejores obras, Nobody Knows.

El film nos cuenta cómo una madre abandona a sus cuatro hijos (hijos de distintos padres) y encarga al mayor de ellos el cuidado de sus hermanos hasta que regrese. Deja un poco de dinero y luego se marcha. Los niños deberán enfrentarse a la vida dura que les tocará afrontar en su desamparo. Nobody Knows desde el inicio anuncia que es un film basado en hechos reales pero sus personajes son ficticios. Desde ese instante muchos quizás puedan echarse para atrás, pero resulta que Koreeda sabe transmitir historias verídicas sin rozar lo absurdo o lo irritante de un asunto tan escabroso como el que esta cinta plantea. Lo cierto es que, Nobody Knows es un extraordinario relato sobre el desamparo y la soledad paternal, una película llena de poesía en su metraje y que presenta a su vez una difícil realidad en las sociedades contemporáneas. El film habla sobre la irresponsabilidad parental desde muchos aspectos: una madre que vive más para su novio que para su propia sangre y que para conservar el cuarto del edificio que rentan dos de los niños tienen que ingresar escondidos en las maletas de su madre; a eso se le suma el hecho que ninguno de los niños estudia en la escuela o colegio. Koreeda estudia a los personajes con una sutileza increíble: el mayor, Akira (interpretado magistralmente por Yûya Yagira) tiene el sueño de jugar béisbol pero eso se ve truncado por el temprano llamado a hacerse cargo de sus hermanos. Kioko por su parte (una de las hermanas) observa cómo pasa el tiempo y ve terminadas sus esperanzas de aprender a tocar el piano. Son niños a quienes se les arrebata la oportunidad de ser niños, de ir a la escuela, de disfrutar  de la vida, de hacer travesuras sin importar qué o quién  esté mirando. Deben permanecer en el anonimato, en las tinieblas, no existen para la sociedad, se les quita la identidad. Pero Koreeda no abusa del tratamiento ni cae en explicaciones sosas o melodramáticas, por el contrario todo fluye con un temple equilibrado y un ritmo, eso sí, muy pausado, lento pero elegante. Los niños no entienden qué está sucediendo porque viven de esperanzas, de sueños e ilusiones, que un día su madre regresará; no sufren porque tratan de aferrarse a esa magia que solo en la infancia es posible construir. Akira, quien ya no es niño, sino un adolescente ve forjada en él una constante evolución. Obligado a ser jefe de su hogar y vigilar por las cuentas, los gastos, las compras, etc., se cansa en determinado momento de ser un sirviente más y tratará de disfrutar su adolescencia como siempre lo quiso. Eso conducirá a problemas y poco a poco la relación con sus hermanos pasará a un segundo plano hasta que la vida nuevamente se encargue de hacerlo entrar en razón.
Nobody Knows duele por su realismo y por la franqueza de sus hechos. Nada suena a impostado, todo fluye con una naturalidad pasmosa. Hay empatía sí, con los personajes, por su entrega y el compromiso que los pequeños intérpretes ofrecen; ellos crean su propio mundo, su propia vida sin la guía o dirección de los padres, crean sus reglas, se ajustan a sus realidades, tratan de sobrevivir cómo pueden. Aun cuando se presentan los momentos difíciles siguen unidos y con esperanza, una sonrisa siempre está en el rostro de ellos (contrasta con las sensaciones que la audiencia experimentará al presenciar cómo poco a poco los suministros empiezan a escasear). Koreeda ofrece un bocado cinematográfico de altura que salpica el panorama actual (aun hoy es referencia) y expresa con efervescencia su crítica, sencilla pero con alma.
Acompañada de una melodía necesaria en momentos claves que aúnan y refuerzan el concepto de «poético» (siempre le doy una importancia vital a la música o a la no música en un film), Nobody Knows brilla por su idea, su planteamiento y el resultado final, comprometido siempre con la realidad, ajustado a hechos, quizás sin presentar a culpables en un 100%, pero que el público intuye y es quien dictamina la última palabra. Un film precioso que hoy en día vale mucho. (CinePuro.com)