Never Let Me Go trata sobre Kathy, Tommy y Ruth, quienes pasan su infancia en Hailsham, un internado inglés aparentemente idílico, donde descubren un tenebroso e inquietante secreto sobre su futuro. Cuando abandonan el colegio y se acercan al destino que les aguarda, el amor, los celos y la traición amenazan con separarlos.
Mejor Actriz (British Independent Films Awards 2010)
- IMDB Rating: 7,2
- Rottentomatoes: 71%
Si las ocres son las tonalidades del western y las rojizas, de las historias de pasión, entonces las grises tienen que ser las de los internados. Al menos así sucede en Never Let Me Go. Hailsham –el lugar donde crecen Kathy (Mulligan), Tommy (Garfield) y Ruth (Knightley) al lado de cientos de niños que juntos, formados y alineados, podrían formar un bloque marcial- es un edificio de piedra rodeado de prados de verde ceniza y cielos a punto de llorar, que nunca lo hacen.
Aunque Never Let Me Go se trata de una historia de ciencia ficción, su director Mark Romanek no optó por el blanco futurista, sino por una ambientación setentera que homenajeara al pasado. Sus niños, vestidos en suéteres azules que parecen sacados del baúl de su bisabuela –salvo porque no tienen bisabuela-, llevan vidas tan anodinas que, si tuvieran un color, también sería el gris.
No es su culpa. Todos quieren sobresalir y lo intentan. A través de su arte, a saber, de sus primeros trazos y sus borradores de poemas, buscan el reconocimiento de sus profesores para pertenecer a ‘la galería’, aunque nadie sepa bien a bien qué es, ni dónde está esa galería. A través de la amistad y el amor, intentan trascender sus propias fronteras, aunque no sepan qué es lo que éstas delimitan. Algo hay en el ambiente, en el orden que les ha sido impuesto, en el destino que los marca, en el sinsentido de sus acciones, que, sin embargo, no se los permite y los regresa continuamente al dilema de su origen.
Sus vidas transcurren a la sombra de un secreto tan contundente y opresor como la vida cotidiana. Por eso hay algo hermosamente heroico en el gesto desesperado y rabioso de Tommy cuando patalea y grita, rebelándose contra su propia naturaleza, en la cancha de futbol, mientras los otros niños, inmóviles, lo obserban. Nada puede hacer que terminen de conectar con el mundo en el que están. Ya sea jugando futbol, escuchando una canción o pidiendo una coca cola en un restaurante, el aura húmeda y gris de Hailsham acompaña todo el tiempo a cada uno de sus protagonistas. Los aparta. Los hace especiales.
Ya de adultos, Kathy, la narradora de la historia, recuerda con nostalgia sus años en aquel lugar. Es fácil comprender que esos años de encierro y de cierta oscuridad le hayan parecido felices, pues ahora pasa la mayor parte del tiempo sola, salvo cuando cuida a sus enfermos, hasta que mueren. Todos mueren.
Ella, más madura y consciente que sus amigos de la infancia, sirve de eslabón entre los tres para reunirlos e intentar reparar los errores del pasado y aspirar a un futuro mejor. Los errores del pasado tienen que ver con el triángulo amoroso que conforman. El futuro mejor, con una idea infantil, un chisme casi, que los dota de dignidad y que, por momentos, dota de sentido a sus acciones.
Never Let Me Go está basada en la novela del mismo nombre, Never Let Me Go, del autor británico de orígenes japoneses Kazuo Ishiguro. Esa agitación que se insinúa tras la falsa parsimonia de Kathy, la rebeldía disfrazada de conformismo de Tommy, o la desesperación escondida en la coqueta seguridad de Ruth, funcionan bajo los conceptos japoneses de ‘yugen’, que designa la noción de una tormenta que se esconde bajo una superficie de calma, y ‘ugen’, la feliz aceptación de la tristeza de la vida.
Romanek fue arriesgado al rescatar esos conceptos en un filme de pocas curvas narrativas y atmósferas melancólicas. No lo fue tanto al apresurar el desarrollo de sus personajes y enfocarse en sus vaivenes amorosos. La infancia de los niños es tejida con más detalle en el libro. El secreto que sostiene la trama les es revelado, como al lector, en pequeñas dosis, lo que explica su poca sorpresa y carencia de rebeldía. En la película Never Let Me Go, en cambio, el secreto se descubre de tajo; la parálisis de sus personajes se vuelve difícilmente explicable. Aún así, la melancólica futilidad de los esfuerzos se transmite tanto en la copia como en el original. (Sofía Ochoa Rodríguez – enfilme.com)
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