En Merci pour le Chocolat Mika Muller, directora general de Chocolates Muller, es una mujer, bajo una apariencia encantadora y delicada, acostumbrada a controlar a todos los que están a su alrededor. Vive en Suiza con su marido, un prestigioso pianista llamado André Polanski, y con el hijo de éste, Guillaume. Cuando una joven pianista en busca de sus orígenes y de un maestro visita a André, Mika verá una amenaza a la estabilidad familiar.

Mejor Actriz en el Festival de Montreal 2000

  • IMDb Rating: 6,7
  • RottenTomatoes: 84%

Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

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No parece precisamente una casualidad que el nuevo film de Claude Chabrol –el más prolífico de los padres fundadores de la legendaria nouvelle vague– se inicie en una boda. En sus más de cincuenta largometrajes, Chabrol siempre les ha prestado una particular atención a los grandes y pequeños rituales de la burguesía, como si hubiera dedicado toda su obra a poner esos usos y costumbres bajo la lupa del microscopio para luego –con una asepsia no exenta de humor– practicar sobre el objeto de estudio una autopsia, una incisión fría y profunda. Algo de eso hay en Merci pour le Chocolat, que comienza con el plano detalle de una libreta de matrimonio y con los chismes que –copa de champagne en mano– los invitados van dejando caer maliciosamente sobre la pareja de recién casados.

Así, entre sonrisas y canapés, se van conociendo detalles de la relación de Mika (Isabelle Huppert) y André (Jacques Dutronc), casados en segundas nupcias. Ella es la rica heredera de una de las más tradicionales fábricas de chocolate de Suiza. El, viudo, padre de un hijo adolescente, está considerado un concertista virtuoso, un pianista que vive sólo para la música. La gélida elegancia de Mika contrasta un poco con el aspecto de sonámbulo de André, pero a ambos se los ve cómodos, distendidos, como si fueran hermanos, o parientes cercanos. De hecho, ella era la mejor amiga de la mujer de André, que murió en un extraño accidente de auto diez años atrás. Ese episodio del pasado oscurecerá el presente de la nueva pareja con la irrupción de Jeanne (la debutante Anna Mouglalis), una estudiante de piano que coquetea con la idea de ser la verdadera hija de André.

De la misma manera, Chabrol juega con las posibilidades que le abre su material a una cierta trama policial, pero siempre atendiendo más a las apariencias que a las reglas del género, sistemáticamente boicoteadas, como si quisiera jugar también con las expectativas del espectador. Hay una suerte de investigación que lleva adelante Jeanne, cuando gana la confianza del matrimonio y se instala en su casa para ensayar con André antes de su presentación en un difícil concurso de piano. El hecho de que esta pequeña pesquisa naïve se desarrolle bajo el ritmo ominoso de “Los funerales” de Liszt, ejecutada una y otra vez en la sala mientras Mika teje primorosamente una mantilla con forma de tela de araña, le va dando al asunto ese tono entre irónico y distanciado que es una de las marcas de fábrica del cine de Chabrol.

En Merci pour le Chocolat, el director de Le Boucher vuelve a demostrar también esa capacidad de síntesis que caracteriza sobre todo a sus últimos films, esa visión clínica, ese poder de la mirada sobre la materia humana que le valió a Chabrol un apodo tomado del título de una de sus primeras películas: “El ojo del mal”. Da la impresión de que Chabrol se despoja cada vez más de todo aquello que pudiera ser accesorio, para concentrarse en desnudar las relaciones entre sus personajes, como sucedía en Le Cérémonie, uno de los mejores films de toda su obra. “Concentracióny trabajo, uno imagina un sonido y lo produce”, le dice el maestro André a su pupila Jeanne. Las palabras, sin embargo, parecen reflejar el modo de trabajo del propio Chabrol, que pone en práctica una puesta en escena de una lógica y un pragmatismo inapelables, como si hubiera querido seguir el ejemplo de los últimos, austeros films de Lang y de Hitchcock, dos cineastas que siempre fueron determinantes en su obra.

Como es habitual, Chabrol vuelve a encontrar en Isabelle Huppert –a quien viene recurriendo desde los tiempos de Violette Noziére (1978)– una actriz ideal, una máscara que es puro enigma. ¿Cómo saber qué se esconde realmente detrás de esos ojos glaucos, indescifrables? ¿Con qué es capaz de aderezar las exquisitas tazas de chocolate que sirve a su familia y a sus invitados? Siempre pareciera ocultarse algo más detrás de cada una de sus actos, de su modo tan suave como perverso. A su lado, Jacques Dutronc aporta una suerte de cansancio existencial que le va muy bien a ese matrimonio tan chabroliano, ahogado por el orden y las buenas maneras, aun a la hora de matar. (Luciano Monteagudo – Página12.com.ar)