Mank es una biopic sobre el famoso guionista Herman J. Mankiewicz. Mientras trata de acabar de escribir «Citizen Kane» y lidia con sus problemas con el alcohol, Mank es testigo de la convulsa realidad del Hollywood de la década de 1930.
- IMDb Rating: 7,4
- Rotten Tomatoes: 88%
Película / Subtítulos (Calidad 1080p)
«Este es un negocio en el que el comprador no obtiene nada por su dinero más que un recuerdo.
Lo que compró todavía le pertenece al hombre que se lo vendió. Esa es la verdadera magia del cine»
Louis B. Mayer en «Mank» (2020)
Se puede encarar Mank por muchísimos lados y todas las opciones serían correctas. Es una historia acerca de la autoría de El Ciudadano, tema que se discute desde que la película se hizo, hace ya casi ochenta años. Es, también, una biografía de Herman J. Mankiewicz y, a partir de eso, una bastante cruda mirada al mundo de Hollywood de los años ’30. Puede ser visto como un «cuento con moraleja» acerca del poder de los medios para manipular y falsear la información pública, algo que hoy se refleja en las fake news. Es, también, y ya en lo estrictamente formal, un homenaje audiovisual a un estilo, una manera de hacer películas que ya ha desaparecido para siempre. Y, finalmente, es una reflexión sobre el cine como proceso, como trabajo, como arte que precisa de la colaboración entre muchas partes pero que también debe lidiar con los egos de cada uno de los involucrados.
La historia de la «autoría» de El Ciudadano es resultado de lo que, creo yo, es una larga confusión. Desde que se estrenó la película de Orson Welles que se ha discutido si el guión es fundamentalmente de Mankiewicz o si el aporte de Welles fue tal como para ser considerado –como figura en los créditos– como coguionista. En la década del ’70 un largo ensayo de la crítica Pauline Kael titulado «Raising Kane» apostó a darle la derecha a «Mank», tal como se lo apodaba. Según ella, Welles dependió del escritor para la historia, del fotógrafo Gregg Toland para el sorprendente aspecto visual y de Bernard Herrmann para la música en un texto que, básicamente, lo transformaba en una suerte de «vampiro» del talento de los otros. Poco después, Peter Bogdanovich –crítico, cineasta y amigo personal de Welles– le contestó a Kael, brutalmente, contando otra versión de la historia y poniendo de vuelta las cosas en el campo del director. Sí, Mankiewicz aportó lo suyo, pero Welles fue el motor de todo, inclusive de la historia que allí se cuenta. ¿Quién ganó el debate?
La historia, claro, recuerda a Orson y olvidó a Mank. El hombre no tuvo demasiados éxitos como guionista tras ganar el Oscar por este film y murió, alcohólico, a los 55 años, en 1953. Y si bien Welles también terminó siendo marginado de la industria, eso no hizo más que acrecentar su mito hasta hoy. Jack Fincher, el padre de David que falleció en 2003, era un periodista, cinéfilo y fanático de El Ciudadano. Al retirarse, y a instancias de su hijo, el hombre «compró» la historia tal como la contó Kael y escribió un guión tratando de devolver a Mank al centro de esa historia. El libro fue cambiando, Jack murió y casi un cuarto de siglo después de su primera versión, hoy Netflix arriesga mucho dinero en este producto prestigioso, elegante y muy inteligente que apuesta más al interés del cinéfilo duro, al conocedor de la historia de Hollywood, a los premios de la Academia que al gran público.
Pero la gente de Netflix sabe, también, que Fincher es un narrador brillante y eso les permitió entrar en la propuesta, realizada a gusto del realizador de Pecados Capitales. La filmó en blanco y negro, con decisiones respecto al sonido (en mono, grabado de modo analógico) y a la imagen (fotografiada y alterada para parecerse a los films de esa época, salvo por el cinemascope) muy específicas y con una historia que, si bien está contada de un modo bastante accesible, gana si el espectador tiene conocimientos no solo de la historia de Hollywood y de El Ciudadano en particular, sino de los modos de representación cinematográfica de la época. Es un film brillante y con momentos extraordinarios que se suma a los intentos de la plataforma de posicionarse también en el rubro cine de autor, como ya hicieron con Roma, El Irlandés, 5 Sangres o Historia de un Matrimonio, entre otros títulos.
Mank pivotea en el tiempo entre la instancia de escritura del guión y los sucesos que probablemente lo hayan inspirado. Para 1940, Mank (una actuación enorme de Gary Oldman) ya es un veterano desgastado de la industria y recibe un llamado «salvador» de parte del joven maravilla Welles: escribir el guión de una película que Orson dirigirá y que, por contrato, no puede ser tocada por el estudio. Lo que RKO sí exigía es que Welles sea el director, protagonista y guionista del film a realizar por lo que convencieron a Herman, con diez mil dólares, de no poner su nombre en los créditos. Con casi medio cuerpo enyesado por un accidente automovilístico, Mank es enviado a un caserón en Victorville, una localidad a 80 millas de Los Ángeles en la que, sin alcohol de por medio (expresamente prohibido), deberá dictar su guión a una eficiente y sufrida secretaria (Lily Collins) mientras una ama de llaves alemana le preparará sus comidas. Welles (Tom Burke) solo llamará por teléfono de vez en cuando para chequear cómo va todo y John Houseman (socio de Orson en el Mercury Theatre) se hará presente un poco más seguido para controlar la situación. Mank, de todos modos, es un viejo zorro que se las arreglará para hacer de las suyas.
La película va y vuelve de ese momento para visualizar el proceso creativo del escritor, contando en el interín la historia de su llegada a Hollywood y el detrás de escena bastante oscuro de la Meca del cine. Mankiewicz era un talentoso escritor que (se) despreciaba el rol de los guionistas en la industria y que se juntaba con otros talentosos colegas (como Ben Hecht, Charles Lederer, Charles McArthur, su hermano menor Joe Mankiewicz y otros) para ganar su dinero sin demasiado esfuerzo, más preocupados por cobrar sus cheques para comprar alcohol y salir de fiesta. En las oficinas y soirées hollywoodenses, Mank entablaría relación con los pesos pesado de la industria, desde jefes de estudio como Louis B. Mayer (Arliss Howard) y David O. Selznick hasta famosos productores como Irving Thalberg (Ferdinand Kingsley) y otros. Pero igual o más importante fue su conexión con el magnate mediático William Randolph Hearst (Charles Dance), quien terminaría siendo –siguiendo esta y la mayoría de las tesis– la inspiración para el personaje de Charles Foster Kane del filme de Welles.
Pero hay una relación más personal que todas las demás. Si bien Mank está casado con la que todos llaman «pobre Sara» (apodada así por lo que le tiene que tolerarle), el hombre conecta rápidamente con Marion Davies, la mujer de Hearst que es también una joven actriz buscando su lugar en Hollywood. Si bien ella fue claramente «ayudada» por su marido en la tarea de conseguir papeles, era una actriz talentosa que brilló en varias películas. Según la historia, Davies fue la inspiración para el personaje de Susan Alexander, la mujer de Kane con la que Marion compartía algunas características. Y si la película de Welles iría a ser una dura crítica a Hearst y al mundo de privilegio y control mediático que ejercía, era claro que Davies tampoco iría a salir bien parada del asunto, algo que a Mank le preocupaba más que cualquier otra cosa.
Fincher no se queda en esto. A través de los distintos flashbacks incorporará a Mank su propio «Rosebud», esa obsesión de origen que justifica en buena medida las acciones de su protagonista. Para no spoilear (de todos modos este sí es, claramente, un elemento ficcional que no aparece conectado en ninguno de los libros que cuentan la historia de El Ciudadano) solo diré que tiene relación con el intento de los magnates conservadores de Hollywood, en coordinación con los medios de Hearst, de hacerle perder las elecciones a gobernador de California, en 1934, al escritor socialista Uptown Sinclair mediante mecanismos éticamente cuestionables que pueden ser comparables a lo que hoy llamamos fake news. Y esto impactará directamente en la vida de Mank.
Fincher dedica un buen tiempo de los 130 minutos de su película a mostrar este lado un tanto siniestro de los estudios, algo que el director sostiene hasta hoy en muchas entrevistas. Es claro que el realizador de Red Social tiene una tensa relación con la gente que pone dinero en el cine (sí, también los de Netflix, de quienes se burla en una entrevista al decir que aceptaron su proyecto no por la película en sí sino porque quieren ser «el depósito de todas las cosas») y su pintura de Mayer, Hearst y compañía no es nada simpática y no solo por su oposición a Sinclair. Pero Mank –que era una persona de izquierda aunque demasiado cínico para creer en revoluciones– prefería beber, pasearse por sus fiestas y caserones y burlarse de ellos verbalmente. La combinación entre lengua filosa y consumo alcohólico le traería, claro, más de un problema. Algo que la película muestra en escenas que pasan de lo cómico –al principio– a momentos más claramente dramáticos sobre el final, pero sin abandonar nunca esos diálogos lacerantes, ingeniosos y por momentos brutales.
Mank es la historia de un guionista que, cansado de los maltratos de la industria, aprovecha la generosa oferta (aunque con sus ya mencionados bemoles) de un joven intruso que no es parte de Hollywood para, a su manera, devolver gentilezas. Fincher dejará para un segundo lugar los conflictos por el crédito entre ambos guionistas, pero ahí también es claro que su corazón está más cerca de Mank que de Orson. De todos modos hay algo que Fincher entiende acerca de este proceso que muchos otros pasan por alto. Que Mankiewicz haya escrito casi todo el guión de El Ciudadano, sea esto o no verdadero, no solo no desmerece la labor de Welles sino que, por el contrario, la propia teoría de autor está armada en función de realizadores que filmaban guiones escritos por otros. No importa, realmente, si Welles tuvo mucho, poco o nada que ver con el guión de la película. Sin sus aportes específicos en el set y sus ideas de avanzada en cuanto a la puesta en escena quizás no estaríamos hablando hoy de un clásico del cine.
Alguno pensará que es raro que un cineasta obsesivo por los detalles de la puesta en escena y que no escribe los guiones de sus películas haya hecho un film para celebrar el aporte de un guionista a un film clásico que todos recuerdan solo por su director. Pero Fincher sabe que hacer cine es un proceso de colaboración creativa entre muchas personas, incluyendo los ejecutivos que son los que tienden a poner más que nada palos en las ruedas. Y también sabe que su padre, periodista y escritor, vivía y respiraba palabras, frases, historias. En algún punto, Mank es más un homenaje de David a Jack que otra cosa. Hablará de la Gran Historia del Cine, sí, pero en el fondo es una película familiar. (Diego Lerer – micropsiacine.com)
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