En Long Weekend Peter y Marcia son pareja desde hace años, pero últimamente su matrimonio no atraviesa una buena racha. Las peleas entre ambos son continuas, y la única salida que ven a su situación es tomarse un fin de semana para los dos solos en la naturaleza y estrechar así la distancia que los separa. No obstante, las vacaciones no resultarán tan placenteras como esperaban…
- IMDb Rating: 6,6
- RottenTomatoes: 88%
Película / Subtítulos (Calidad 1080p)
La relación entre el ser humano y la naturaleza ha sido examinada en múltiples ocasiones por el séptimo arte aunque muy pocas veces con el detallismo y la agudeza de Long Weekend, una anomalía total que se abre camino como uno de los exponentes más interesantes del cine australiano en toda su historia. En sí la película unifica tres premisas que hacen a su pedigrí cinematográfico y sus intenciones de base, a saber: por un lado tenemos un cataclismo natural que permanece sin explicación explícita y que bien se podría relacionar con la presencia en el Planeta Tierra de un ser humano reproduciéndose eternamente como un cáncer que en algún momento destruirá toda la vida, en sintonía con The Birds, de Alfred Hitchock, luego viene la tradición contracultural de las décadas del 60 y 70 orientada a mostrar cómo se comportan los repugnantes burguesitos “civilizados y cristianos” en ambientes naturales, aunque sin la hipocresía de lo que fueron los mondos y lo que serían luego los risibles films de caníbales (dos rubros especializados en matar animales), y finalmente está el mismo ozploitation australiano del período, una ola en buena medida centrada en la inmensidad inaprehensible del país y ese miedo -tracción a ignorancia y reduccionismos sociales- que despierta en hombres y mujeres de pocas luces.
De hecho, Long Weekend nos presenta el viaje de una pareja de clase media/ alta, compuesta por Peter (John Hargreaves) y Marcia (Briony Behets), que abandona Sídney en su camioneta símil jeep por un fin de semana largo en pos de una experiencia de camping en terreno silvestre y al costado de una playa, típica “escapada” del ajetreo urbano que en este caso suma además el objetivo de pasar tiempo en conjunto para tratar de resolver algunos problemitas que con el correr de los minutos quedan en evidencia, relacionados -primero- con una infidelidad de ella con un tal Marc producto del flirteo de él con la mujer del anterior, Frida, y -segundo- un aborto de Marcia que no fue pautado con Peter, con el agravante de que existen chances de que el feto en cuestión fuera resultado de la aventura con Marc, quien junto a Frida componen un matrimonio amigo de los protagonistas (todo queda reducido a un círculo íntimo incestuoso y autodestructivo, ese trasfondo infaltable de la burguesía). Muy pronto las agresiones mutuas y el individualismo más patético forman un caldo de cultivo para un odio que deriva en ataques despiadados contra la naturaleza que los rodea mediante pequeños actos de falta de respeto que van escalando en intensidad y en su dimensión de reflejos de la agresiva/ vacua/ repelente vida doméstica de la dupla central.
Este desinterés absoluto en cualquier cosa que no sea ellos mismos los lleva a la desidia con respecto a su perra Cricket, a generar un incendio por un cigarrillo no apagado y arrojado por la ventana del vehículo, a atropellar un canguro en la carretera, a cortar un árbol “porque sí” en el campamento, a arrojar insecticida sin moderación alguna, a desperdigar basura por todos lados, a disparar un rifle y un arma símil ballesta cual enajenados, a asesinar un pato hembra dejando a las crías sin madre, a agredir sin explicación a un dugón, a arrojar un huevo de águila contra un árbol, a pisar un cangrejo al conducir la camioneta en la playa y a destrozar en general la vegetación. Long Weekend consigue la proeza de edificar personajes protagónicos antipáticos no sólo por toda esta serie de barrabasadas caprichosas dignas de energúmenos infradotados y autoindulgentes sino también por las discusiones insufribles que se suceden ante nuestros ojos, esas que la pintan a ella como una arpía histérica, manipuladora, mediocre y frígida y a él como un imbécil borrachín, cobarde, violento y egoísta, ambos en simultáneo subproductos tragicómicos de la angustia metropolitana y ejemplos perfectos de cómo funciona gran parte de las parejas puertas adentro del hogar compartido, siempre apostando a la hipocresía pública y la batalla campal en privado por imponerse frente a un prójimo igual de bobo e intolerante. Entre el thriller de horror minimalista, el humor negro apenas insinuado y una ciencia ficción tácita de resonancias apocalípticas vinculadas a la intimidad, el opus nos presenta la defensa de la naturaleza a través de sonidos y cánticos de la fauna y alguna que otra avanzada aguerrida por parte de las aves, los pequeños mamíferos y hasta el pobre dugón agonizante que se resiste a morir, dejando a interpretación de cada espectador cuánto de lo que aquí vemos responde a pura paranoia humana y cuánto obedece a una contraofensiva concreta encabezada por el sistema de inmunidad del bello entorno circundante profanado por estos dos mega tarados insoportables, suerte de parásitos con vocación de descargarse contra los inocentes porque no pueden lidiar a nivel psíquico con sus neurosis y miserias irresueltas.
Si bien el desempeño del realizador de origen televisivo Colin Eggleston y su manejo de la tensión son más que admirables, aquí entregando la que podemos definir como la única película potable de toda su carrera, el que verdaderamente se lleva las palmas es Everett De Roche, sin duda el guionista más importante del ozploitation y uno de los más inquietos y vanguardistas de su país; basta con recordar convites complementarios como Patrick (1978), Harlequin, (1980), Roadgames, (1981), Razorback (1984), Fortress (1985), Link (1986), Visitors, (2003), Storm Warning, (2007) y Nine Miles Down (2009). Long Weekend funciona a la par como epopeya de terror con mensaje ecologista y como retrato de una pareja en plan suicida que por un lado retroalimenta/ contagia permanentemente su malestar recíproco (excelente el trabajo de Hargreaves y Behets, en consonancia con la exquisita fotografía de Vincent Monton) y por otro lado subraya aquello de que el entorno natural no suele ser tan pomposo y directo como los humanos ya que sus mecanismos de protección operan con sutileza y sagacidad (precisamente, allí mismo reside la astucia de un De Roche que ni siquiera en el desenlace deja que caigamos en los facilismos para oligofrénicos de las llamadas “películas de monstruos”, esas que siempre cosifican a la naturaleza reduciéndola a conceptos/ entes paupérrimos, optando en cambio por enfatizar que los únicos demonios de la trama son los mismos humanos, quienes se matan entre sí sin que resulte necesaria la “asistencia” decisiva de las maravillosas flora y fauna). Madre perdida de las odiseas encabezadas por adalides estúpidos y odiosos al extremo, la obra que nos ocupa va más allá de la simple venganza de la clase B de bajo presupuesto -y/ o de las bazofias contemporáneas de los grandes estudios hollywoodenses, dicho sea de paso- gracias a una puesta en escena brillante, locaciones majestuosas y un desarrollo narrativo austero, preciso y claustrofóbico que sabe cómo denunciar la futilidad todo terreno de los burgueses, su egocentrismo homicida, sus pavadas autovictimizantes y toda la estela de atropellos que dejan detrás… (Emiliando Fernández – MetaCultura.com.ar)
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