En Lake Mungo una madre angustiada llama a la policía: su hija ha desaparecido mientras estaba nadando. Las malas noticias no tardan en confirmarse; la pequeña Alice ha muerto y sus padres y su hermano Matthew deben enfrentarse al dolor de la pérdida. Sin embargo, todos se empeñan en devolver a la vida a la niña. La madre busca ayuda psíquica llamando a la radio y Matthew se aferra a su cámara de vídeo pensando que las imágenes revelarán la presencia de su hermana.

  • IMDb Rating: 6,3
  • RottenTomatoes: 95%

Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

 

Hay películas que nacen sin suerte. En otras circunstancias podrían haber tenido más impacto, pero no obtienen el reconocimiento merecido y terminan convertidas en, como mucho, objetos de culto para una minoría. Es el caso de Lake Mungo. Estrenada en el 2008, poca gente parece acordarse de ella. No encaja en un género del que contiene elementos, el terror, porque su objetivo básico no es el de provocar miedo en el espectador. Apenas llega a atravesar la línea de la mera semejanza formal con las verdaderas películas de miedo. Tampoco encaja en otros géneros con los que tiene muchas cosas en común, como podría ser el drama familiar, precisamente porque el elemento sobrenatural la mantiene encasillada. Para colmo fue comercializada como lo que no es; basta ver su tráiler (aunque no les recomiendo que lo hagan si todavía no han visto la película) para comprobar que, en efecto, la distribuidora cometió la torpeza de venderla como película de terror. Fue proyectada en festivales especializados en ese género, y como era de suponer, decepcionó a muchos espectadores que esperaban sentir miedo en vez de lo que realmente produce la película, una especie de perturbadora melancolía existencial. Aún hoy, varios años después de su estreno, Lake Mungo continúa despistando a muchos de los que la ven por primera vez. Es verdad que los críticos la alaban con pocas reservas, pero muchos espectadores la encuentran listada como obra de género, o se sienten atraídos por su engañoso tráiler, y después quedan totalmente descolocados. Sobre todo los más jóvenes, que no entienden el doloroso mensaje emocional de la película y se quejan —desde su perspectiva, supongo que con razón— de que Lake Mungo «es aburrida» porque «no da miedo». Y claro que no da miedo. Su propósito es otro: hacer pensar. No sobre un enigma o un rompecabezas lógico, sino sobre uno de los trances más dolorosos en la vida de cualquier persona: la pérdida de un ser querido. ¿Es una película de fantasmas? Sí, lo es. Pero, ¿es una película de terror? No. O no del todo. Entonces, ¿qué es? Difícil resumirlo en una frase, pero yo diría que es una alegoría poética de la pérdida, y de cómo la incomunicación dentro de las familias dificulta la gestión del dolor. ¿Merece la pena verla, pese a las malas puntuaciones que suele recibir entre los usuarios en muchas páginas de internet? Mi respuesta es: ¡desde luego que merece la pena!

Desde finales de los noventa, sobre todo debido al éxito de The Blair Witch Project, el cine de terror ha encontrado un filón en los falsos documentales y las películas bautizadas como found footage, «metraje encontrado», que buscan realismo simulando grabaciones de aficionados, de cámaras de seguridad, etc. La mayoría de estas películas, al menos para mi gusto, son mediocres. Hay excepciones, por supuesto, pero por lo general están dirigidas a un público poco exigente, o si prefieren que lo diga de otro modo, dirigidas a un público que quizá es más exigente con otro tipo de películas pero que al género de terror no le exige calidad, solamente mucho susto. Admito que no me entusiasma este subgénero, así que relativicen mi opinión como consideren oportuno. Les diré, por ejemplo, que aunque Paranormal Activity llegó a tener críticas bastante favorables, a mí me deja frío, por decirlo de manera suave. No veo por qué el hecho de simular metraje tomado por aficionados significa que las interpretaciones o los guiones deban estar también al nivel de aficionados. La propia The Blair Witch Project, que desató la moda, me aburre hasta lo indecible. Y si hablamos de cosas tan cutres como Megan is Missing, bueno, creo que ya podemos convenir en que se bordea la tomadura de pelo, aunque no dudo que habrá quien la disfrute (no me pregunten por qué).

Hablando en general, creo que el falso documental de terror suele ser una manera perezosa de producir filmes con un presupuesto mínimo para captar a una audiencia garantizada, que se tragará cualquier cosa que lleve la etiqueta genérica «terror». Suelen ser películas que recurren al susto prescindiendo de la preocupación añadida de intentar que el lenguaje cinematográfico sea medianamente decente. Para mí, muchas de ellas se parecen más a una atracción de feria como el «túnel del terror» que al cine en sí. Tienen su público y son rentables. No me parece mal que existan. La situación me recuerda al terror de los años treinta, o a la ciencia ficción de los cincuenta: algunas películas muy buenas, y un montón de morralla oportunista. En cambio, las excepciones pueden llegar a ser notables. No me resisto a citar la noruega Troll Hunter, que sí me parece muy interesante. No se escuda en su formato para descuidar la calidad cinematográfica, al contrario; partiendo de una premisa tan risible sobre el papel como la búsqueda de los trolls, hace que el falso documental de terror se asemeje en calidad a otros géneros y no solamente construye la tensión de manera admirable sino que está filmada de manera muy profesional. ¡Incluso tiene un guion inteligente! El problema con las excepciones es que, cuando surge una película que se sale del molde, el público habitual del género de terror la rechaza, y el que no es habitual no demuestra ningún interés o sencillamente no llega a oír hablar de ella. Eso es lo que ha pasado con Lake Mungo. Y es una lástima. Estoy seguro de que mucha gente que la ha pasado por alto llegaría a disfrutarla. Incluso los más acérrimos detractores del terror semi-amateur contemporáneo.

Fue la opera prima del cineasta australiano Joel Anderson. No se preocupen si no han oído hablar de él: aunque Lake Mungo debería haber constituido el disparo inicial de una prometedora carrera, tal cosa nunca llegó a suceder. Desconozco el motivo concreto por el que Anderson no ha vuelto a dirigir un largometraje, aunque sospecho que se debe a la falta de financiación. Hay que lamentarlo, porque el tipo sin duda tiene talento. No digo que hubiese sido el nuevo Kubrick ni el nuevo Spielberg, pero en su único largometraje demostró un enorme potencial y el que no esté trabajando es una pérdida para el cine australiano y mundial. Anderson dirigió Lake Mungo con muy poco dinero, que ni siquiera pudo reunir por sí mismo (solamente gracias a una providencial subvención pública le permitió dar luz verde a su proyecto) pero el resultado es una auténtica demostración de cómo sacar el máximo partido a unos recursos limitados. No imaginen que la película es un producto de serie B con las costuras deshechas. ¡De ninguna manera! Está realizada con tanto cuidado que su aspecto es mucho más profesional de lo que cabía suponer. Y lo que es más importante, tiene profundidad artística. No dio mucho dinero, eso es cierto, y el grueso de su exigua carrera comercial consistió en ir de un pequeño festival a otro, sin despertar revuelo. En Australia recaudó unas pocas decenas de miles de dólares, y en Estados Unidos sufrió una distribución subterránea como parte de un pack de películas de terror que también eran de bajo presupuesto, pero cuya calidad era ínfima, y con las que no tenía nada que ver. Pese a todo, los críticos australianos, impresionados por el buen hacer del debutante Anderson, creyeron haber encontrado a su Gran Esperanza Blanca. Algunos vaticinaban, no sin motivos, que sería descubierto por Hollywood y daría el gran salto pronto. ¿Qué pasó? Anderson viajó a Hollywood, en efecto, y con ayuda de un representante estuvo negociando con productores para realizar una nueva película. No hubo trato. Se rumoreó también la posibilidad de que los estadounidenses realizaran un remake de su película, y en 2011 algunos medios —minoritarios, especializados en terror sobre todo— llegaron a anunciar el inminente rodaje de la adaptación, cuyos derechos habrían sido ya comprados. Pero el rumor nunca se materializó y no se ha sabido más sobre ese proyecto. Al final, Anderson, cansado de concertar un sinfín de reuniones en Hollywood para no obtener resultado, se volvió a su país. Después, el olvido. No ha vuelto a dirigir, o al menos nada de lo que se pueda hallar traza. Eso sí, su único largometraje se ha estado labrando un creciente prestigio, aunque con mucha lentitud. Tarde o temprano, se convertirá en una referencia cultural algo más relevante, o eso me gustaría pensar, aunque su base de fans crezca despacio .

La película es un falso documental; un equipo de televisión realiza un reportaje centrado en los Palmer, una familia australiana de clase media, herida por una reciente tragedia. Alice, la hija, ha muerto ahogada con solamente dieciséis años de edad mientras nadaba en un pantano donde los lugareños suelen acudir para bañarse. Al poco tiempo del fallecimiento empiezan a producirse fenómenos extraños en el hogar familiar: se escuchan ruidos durante la noche y una borrosa figura a la que creen identificar con Alice comienza a aparecer en fotografías y grabaciones, tanto dentro como fuera de la casa, lo que les lleva a pensar que el espíritu de la chica continúa cerca de ellos. Estos fenómenos suscitan la atención de la prensa y un equipo de filmación investiga el asunto mediante entrevistas con los padres y el hermano de Alice, con amigos y conocidos, incluso con un vidente que han contratado para intentar desvelar la naturaleza de las apariciones. Hasta aquí, como verán, el planteamiento de la película no difiere mucho del de cualquier obra de terror convencional de estos tiempos. Con la diferencia de que aquí casi no hay sustos. Todo transcurre de manera natural, como en un auténtico documental; verosimilitud es quizá la palabra que mejor define Lake Mungo (sí, aunque haya fantasmas). Se habla todo el tiempo sobre un elemento sobrenatural que centra el inicio de la trama, pero conforme avanzan los minutos emerge otra faceta que terminará dominando el argumento: la tragedia personal que subyace a los fenómenos paranormales. De manera inesperada, esta nueva faceta hace que la película se convierta en algo muy diferente a lo que podemos calificar como terror. Que asusta menos, pero estremece mucho más.

De manera gradual, el fantasma va perdiendo importancia frente a otra sombra que se cierne sobre la familia Palmer. El espectador empieza a descubrir que antes de la muerte de Alice no todo era tan idílico como aparenta en las viejas fotos de la familia. Es aquí donde Lake Mungo entra de lleno a tratar su verdadera tesis: las consecuencias psicológicas que la muerte de una persona tiene sobre quienes se quedan atrás, sobre todo cuando hay cabos sueltos que ya no se podrán resolver, cuando la persona que ha muerto tenía toda una vida por delante, cuando no ha podido ni siquiera terminar de formarse como individuo. El que la difunta Alice se manifieste en forma de fantasma, de repente, es casi lo de menos. Sus familiares se enfrentan a otros fantasmas que para ellos son más terribles, aunque por momentos parezcan no querer ser conscientes de hasta qué punto están soportando tan enorme peso. Como el hecho, muy hiriente para ellos, de que desconocían importantísimas facetas de la vida de Alice, o de que nunca habían conseguido conectar con ella de una manera genuina. El descubrimiento de que Alice se sentía sola en el mundo, desvalida ante sus propios demonios. Por fin entendemos que Lake Mungo es en realidad un agudo estudio sobre la incomunicación dentro de una familia, sobre el efecto demoledor que las deficiencias afectivas del pasado tienen sobre la manera en que los supervivientes gestionan la pérdida. Vemos como los familiares de Alice manifiestan su dolor de manera discreta en la forma —están siendo entrevistados para la televisión, así que se muestran contenidos, lo cual le confiere mucha verosimilitud al film—, pero en el fondo, como demuestran los hechos, esas manifestaciones de dolor pueden ser disfuncionales y en ocasiones incluso embarazosamente excéntricas.

El propio Joel Anderson dijo en su día que Lake Mungo no es una película de terror, sino un ensayo sobre el duelo, y esto es totalmente cierto. Es, añadiría yo, un muy inteligente análisis sobre el manejo que hacemos de la muerte desde nuestras limitadas posibilidades. El elemento de terror es muy secundario. Solamente hay una escena «de susto» en todo el metraje (eso sí, es una secuencia memorable) y hay algunas otras que, con buena voluntad, podríamos calificar como «terror suave». ¿La atmósfera de la película asustará a los espectadores más miedosos? Es posible, si son muy miedosos. Pero lo que predomina es una sorda angustia, sin grandes altibajos, pero cada vez más desasosegante. Una desazón producida por la incómoda combinación entre la perplejidad inicial que produce el elemento sobrenatural y una perplejidad posterior, todavía mayor y lo que es más importante, mucho más real, provocada por la acumulación de revelaciones sobre esas disfunciones emocionales. Es posible que Lake Mungo no le asuste lo más mínimo, pero no se sorprenda si en algún momento se le hace difícil el visionado, porque puede llegar a tocar la fibra. No hay grandes momentos de melodrama, pero conforme avance el metraje, el nudo en la garganta puede volverse más y más tenso. No es este un argumento al que haya que buscarle una lógica, sino que está planteado desde una perspectiva casi espiritual. Es, precisamente, un lienzo pintado con toda la falta de lógica que impera en el complejo mundo de las relaciones humanas.

Quienes estén acostumbrados al sobresalto fuerte y esperen encontrar una buena dosis de terror, que se desengañen. No hay nada de eso aquí. En Lake Mungo, lo que le queda al espectador es la deprimente radiografía de una familia que, como todas, afronta como sabe y como puede sus propias carencias. Buenas personas, o por lo menos no malas personas, que no han sabido hacer las cosas mejor. Personas a quienes una temprana muerte deja expuestos a sus propias miserias, trágicamente cautivas de su vulnerable humanidad. Sin lloros, sin aspavientos; todo a base de sutileza. Por eso entiendo que un público adolescente no disfrute con esta película, sobre todo si no han vivido una pérdida o no tienen la madurez suficiente como para entender los complicados mensajes que se entrecruzan en el film, y la manera simbólica en que a menudo se presentan. Para un espectador adulto, sin embargo, esta película debería resultar como mínimo interesante. No puedo garantizar que vaya a gustar por igual a todo el mundo, porque no es tremendamente entretenida, ni rápida, ni contiene acción. Tampoco se abusa del melodrama, ni se le da pistas al espectador acerca de cuándo debe emocionarse o no. Insisto: parece un documental de verdad, y uno confeccionado con enorme neutralidad. Pero toca temas que muchos adultos ha experimentado en sus propias carnes, hasta el punto de que al final puede llegar a sobrecoger de una forma que parecía impensable durante la primera mitad de la película.

Dicho todo esto, parece lógico que las expectativas jugaron —y siguen jugando— un importante papel en los juicios negativos que algunos, o muchos espectadores han emitido sobre Lake Mungo; pero no se dejen sugestionar por el porcentaje de malas puntuaciones que acumula en las páginas de opiniones agregadas en internet. Es una muy buena película. Hecha con pocos medios, pero cuidadosamente planificada. Incluso los actores están a un nivel muy por encima de lo acostumbrado en las producciones de bajo presupuesto, y desde luego muchísimo por encima con esas otras películas baratas con las que injustamente se la asocia. Las interpretaciones son tan creíbles que, si no fuera por el ingrediente sobrenatural, uno llegaría a creer que está viendo la investigación sobre un caso real (ayuda bastante el que durante el rodaje Anderson insistiera en que los protagonistas improvisaran multitud de secuencias sobre la marcha, con lo que no hay efecto de recitado y de verdad parecen estar respondiendo a una entrevista). La estructura narrativa es muy sólida, y aunque las secuencias de terror son pocas y muy tenues, han sido dirigidas con auténtica pericia. El mensaje —no sé si se puede hablar de moraleja— está presentado de manera elegante, no siempre obvia, pero sí muy poderosa. Cada cual puede interpretar la película a su manera; ahí reside uno de sus grandes alicientes.

De entre todas las cosas positivas que podría decirse sobre Lake Mungo, creo que hay una a destacar: es una película original, es distinta, y no creo que se parezca a las películas sobre fantasmas que haya visto usted antes. Trata un asunto profundo desde una perspectiva inesperada, usando herramientas del género de terror con sensibilidad y sin la intención de provocar miedo, sino de representar emociones humanas mediante muy hábiles alegorías sobrenaturales. A cambio de ser una película poco terrorífica, tiene la enorme virtud de que su historia no se apaga en cuanto termina el metraje, sino que pervive en la memoria y es motivo para la reflexión. Así que sabiendo de antemano que esto no les asustará, creo que sí puede causar una honda impresión, aunque de otra naturaleza. Merece ser rescatada del olvido en el que permanece para mucha gente. Ah, por si acaso: cuando la vean no dejen lado una de las mejores cosas del metraje, una cosa que de verdad termina de convertir Lake Mungo en una experiencia artística memorable; no se pierdan de ninguna manera los bellísimos títulos de crédito finales, que contienen el mensaje más poderoso del film. Pocas veces se dice tanto con tan poco. En fin, que la disfruten. O que la sufran, porque alegre, lo que se dice alegre, no es. (Emilio de Gorgot – JotDown.es)