La Vie d’Adèle, Adèle tiene quince años y sabe que lo normal es salir con chicos, pero tiene dudas sobre su sexualidad. Una noche conoce y se enamora inesperadamente de Emma, una joven con el pelo azul. La atracción que despierta en ella una mujer que le muestra el camino del deseo y la madurez, hará que Adèle tenga que sufrir los juicios y prejuicios de familiares y amigos.
Palma de Oro a la Mejor Película y Premio FIPRESCI en el Festival de Cine de Cannes 2013Mejor Actriz Revelación en los Premios César 2013Mejor Película Extranjera en los Premios Independent Spirit 2013
- IMDB Rating: 7,8
- Rottentomatoes: 91%
Película / Subtítulo (Calidad 1080p)
Ganadora de la Palma de Oro en la edición de Cannes y del Premio Fipresci de la Crítica a la Mejor Película del 2013 (entre otros muchos galardones obtenidos), La Vie d’Adèle logra lo que el cine (y la gente) ya no: construir una gran historia de amor. De esas que ponen en juego razón, arrebato, cuerpo, hormonas, desencuentros y, a la larga, una infinita desolación. Con un metraje de 179 minutos (absolutamente inusual para lo que nunca deja de ser un pequeño film intimista), está dividida en dos movimientos: el primero de ellos avanza hacia la plenitud, el desborde, la consustanciación con el otro hasta perderse a sí mismo; el segundo se corresponde, plano a plano, con un melodrama amoroso. En totalidad, el film del tunecino Abdellatif Kechiche (el de la magnífica Juegos de amor esquivo y la más formulaica Cous Cous) es una tragedia hecha y derecha. Una tragedia clásica, con una heroína ciega, incapaz de hacer corresponder deseo y destino.
Los amores excesivos siempre fueron una de las especialidades de la french cuisine. Si un cineasta se abocó a ellos con verdadera fijación, ése fue François Truffaut, quien en una ocasión (1975) trasladó al cine La historia de Adela H, de Victor Hugo. Si no fuera porque la actriz que protagoniza La vida de Adèle se llama Adèle Exarchopoulos, uno juraría que esta muchacha de secundario debe su nombre a aquella pariente lejana del siglo XIX. Como la Adjani en el film de Truffaut, Adèle se enamora de quien no debe. La diferencia es, en tal caso, que mientras el teniente de Húsares rechazaba tempranamente a H., aquí nada indica, al comienzo al menos, que el amor de Adèle no sea correspondido. Es verdad que asoman diferencias que se tornarán insalvables. Pero, ¿cómo saber que lo son antes de hacer la prueba?
En La Vie d’Adèle, la adolescente Adèle se enamora de Emma (Léa Seydoux) en el instante mismo en que se cruzan por la calle. Adèle no es gay (Emma sí, desde el propio despertar sexual) e incluso acaba de levantarse, aun en su timidez, al compañerito que más le gusta. Pero desde que ve a Emma, es como si su vida entera fuera succionada por esta chica de cabello azul. Los héroes y heroínas trágicos no suelen registrar los datos que advierten del error de sus elecciones, y podría tomarse como tal el hecho de que ese día Emma vaya abrazada a una chica. Pero, ¿quién a quien alguien le guste mucho renuncia a él por el simple hecho de que esté en pareja?
En La Vie d’Adèle, lo que sí está claro desde un primer momento es que, de modo clásico, Adèle ama y Emma, que tiene el look y los modales del Brando de los ’50, se deja amar. Siempre y cuando por “dejarse amar” se entienda hacerlo con ferocidad: el cronista no recuerda cuándo fue la última vez (si es que alguna vez hubo una) que vio en cine escenas de sexo tan intensas y desesperadas, tan creíbles y transpiradas, tan absolutas como las de La Vie d’Adèle. Tan necesarias: no hay otra forma de transmitir el fuego que consume a las dos muchachas, que tirar la cámara a él. Pero es verdad que es Adèle la que busca en boliches gay a la chica que la deslumbró, la que fuerza el primer beso, la que sufre cuando percibe los primeros síntomas de descomposición, la que se deshace por dentro, la que intenta recuperar un amor que ya no está.
La cámara la sigue todo el tiempo, con la misma obsesividad con que ella persigue a su objeto amoroso. La actuación de Adèle Exarchopoulos es simplemente fabulosa: véase cómo pasa del hermetismo al desborde emocional, de la pasividad a la fiereza (cuando las compañeras de colegio la “acusan” de tortillera), de la melancolía que la cerca a dejarse llevar por la sensualidad de un baile (gran escena), de la locura amorosa a la pasividad otra vez (la fiesta en el jardín, otra gran escena), o cómo hace coexistir máscara social y corazón partido, en la extraordinaria escena del baile africano. Cuando la implacable Emma la echa de casa, rompe desconsoladoramente en llanto, como una nena. “Antígona es una niña”, había remarcado la profesora de Literatura al comienzo de la película, cargado de referencias literarias. “Presten atención al carácter de predestinación que tiene el flechazo de la protagonista en Vida de Marianne, de Marivaux”, indica otro profesor. Más tarde vendrán, de la mano de Emma (¿Emma, como Bovary?), Sartre, el existencialismo y la idea del compromiso.
Esas referencias, que puntúan de modo demasiado evidente lo que va a venir, son lo más flojo de La Vie d’Adèle, que desde el propio título busca el parentesco con Marivaux. Pero la de Kechiche es una de esas obras que, de tan grandes, arrollan sus propias debilidades gracias al torrente narrativo, emocional y subtextual que desencadenan. Para poner sólo un par de ejemplos de la rica alusividad de esos subtextos, se aconseja prestar atención al tema de las diferencias de clase y formación (motivo clásico de toda tragedia amorosa) y la manera en que la pareja de Adèle y Emma va clonando, de modo inconsciente, los roles masculino y femenino, en su acepción más tradicional. Dos puntas a seguir, en medio de un archipiélago de sentidos en el que se recomienda, fervientemente, perderse.
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