En La Uruguaya un escritor deposita sus esperanzas en una joven de 25 años de espíritu libre que conoce en Montevideo para superar la crisis de la mediana edad. Pero ese día resulta ser el día más inesperado y transformador de su vida.
Mejor Dirección en el Festival de Cine de Mar del Plata 2022
- IMDb Rating: 6,3
- RottenTomatoes: 100%
Película (Calidad 1080p)
Hay tramas de películas (y de novelas) que solo pueden existir en función de las peculiaridades de la economía argentina. Un ejemplo es El Incendio, de Juan Schnitman, un tenso drama sobre una pareja que se mete en problemas cuando tiene que pagar un departamento con dinero en efectivo y atravesar la ciudad con esos fajos. Cuando la película circuló por festivales internacionales, a muchos les sorprendía que existiera ese tipo de operación inmobiliaria. En La Uruguaya pasa algo parecido. Tanto la novela como su adaptación al cine, dirigida por la realizadora de Las Buenas Intenciones, parten de una peculiaridad de la economía argentina ligada a la pesificación de los ingresos del exterior, algo que lleva a que muchos «freelancers» (en este caso, del campo artístico, ya que el protagonista es un escritor) tengan cuentas bancarias en el exterior y traigan sus dólares mediante viajes relámpago, por ejemplo, a la vecina Uruguay.
Ese es uno de los puntos clave de La Uruguaya, una trama que parte del dinero para hablar de otras cosas, fundamentalmente de las crisis de las relaciones de pareja tradicionales y para hacer una relectura sobre ciertos hábitos tóxicos de la masculinidad. Ese aspecto de la historia queda reforzado al cambiar acá quien es responsable de narrarla. En la novela de Pedro Mairal el narrador es el escritor Lucas Pereyra (Sebastián Arzeno), casado con Cata (Jazmín Stuart), con la que tiene un niño pequeño y una crisis bastante más grande. El le escribe a su esposa casi a modo de confesión de lo que pasó. Pero en la película de García Blaya es Cata la responsable de contar lo que le dijeron que pasó y de darle un punto de vista femenino –y en cierto punto feminista– a la historia.
El cuento es simple. En la presentación de uno de sus libros, el relativamente famoso Pereyra había conocido tiempo atrás en una playa de Uruguay a una tal Magalí Guerra (Fiorella Bottaioli), una chica mucho más joven que él con la que tuvo un trunco affaire de un solo día pero con la que siguió conectándose por redes sociales. Sin dinero encima y con un fuerte bloqueo creativo (además de la crisis de pareja), Lucas viaja a Montevideo a retirar 15 mil dólares de su cuenta y traerlos a la Argentina ese mismo día. Es un viaje relámpago que tiene, sin embargo, un segundo objetivo, tan o más importante que ese para él: verla a «Guerra», como la llama, y pasar el día juntos, conociéndose y preferentemente pasando unas horitas en un cuarto de hotel que él piensa alquilar.
La Uruguaya se centra en esa jornada en la que Lucas viaja, saca el dinero, se junta con «la uruguaya», charlan, pasean a un enorme perro, beben cerveza, whisky, se van conociendo, él se tatúa el brazo, debaten sobre peculiaridades, parecidos y diferencias entre argentinos y uruguayos, y recorren distintos barrios de Montevideo. La idea de Lucas es concretar una historia que se hizo fuerte desde lo virtual (parece claro que para él no es una simple aventura) y la de Guerra en principio es la misma, aunque bajo su simpatía y amabilidad, la chica es un tanto más enigmática.
Lo que primero notarán los lectores de la novela de Mairal es la diferencia del narrador antes citada, algunos detalles específicos de la trama alterados y, más que nada, una serie de modificaciones sobre el final para incorporar de una forma más importante ese cambio de punto de vista. Hay, también, algunas diferencias y confirmaciones que la novela deja un poco más abiertas. Y, como siempre, la adaptación implica ponerle cara, cuerpo y voz a los personajes, lo cual altera la percepción de quien conoce la historia.
A la simplicidad «linklateriana» de la trama de corte o apariencia romántica, La Uruguaya le agrega unos pasos de intriga y suspenso, ya que pasear todo un día por Montevideo con una chica bella y simpática como Guerra puede sonar como el mejor de los planes del mundo, pero hacerlo con un importante fajo de dólares en la cintura no es lo más recomendable ni lo más cómodo. Y la película va tornando ese cinto con dinero en una suerte de McGuffin que lleva al espectador de las narices.
Breve, simpática hasta que se pone densa y complicada, actuada con enorme frescura y naturalidad por Arzeno (que se lucía como el amigo del protagonista en Las Buenas Intenciones) y Bottaioli, una joven modelo y actriz uruguaya que es todo un descubrimiento, La Uruguaya es una comedia dramática donde se mezclan el amor, el dinero y la escritura pero cuyo eje central pasa por las dificultades existentes en las relaciones de pareja, sean novedosas o de largo plazo, con el foco puesto en las inseguridades masculinas en ese sentido.
Al usar a una mujer como narradora, García Blaya le incorpora a la película otra capa de lectura, una que deja un tanto más en evidencia algunos gestos un tanto patéticos de nuestro protagonista y saca a la trama de esa suerte de fantasía masculina de «cómo atravesé la crisis de los 40 y escribí algo al respecto» a la que por momentos se acerca la novela. De hecho, esa mirada hace aún más fuerte la idea de La Uruguaya de dar vuelta, en un momento determinado, las relaciones de poder. En su versión cinematográfica es bastante evidente que las mujeres son las que manejan los hilos de la historia y las que muchas veces controlan las voluntades de varones que creen tenerlo todo en claro y ser artífices de su propio destino. Si hay algo que esta efectiva adaptación tiene como tema es que, entre la realidad y lo que pasa por la cabeza de un hombre, hay enormes diferencias. (Diego Lerer – MicropsiaCine.com)
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