En Klute, un hombre ha desaparecido sin dejar rastro. Klute, un policía íntimo amigo suyo, encuentra una pista en las cartas que aquél le escribía a una prostituta llamada Bree. Va a verla para interrogarla, y surge entre ellos una apasionada relación amorosa. Mientras Klute prosigue sus investigaciones en los bajos fondos, empiezan a aparecer prostitutas asesinadas; entonces le asalta la sospecha de que Bree pueda ser la próxima víctima.
Mejor Actriz en los Premios Oscar 1971
Mejor Actriz en los Premios Globos de Oro 1971
Mejor Actriz 1971 para el Círculo de Críticos de Nueva York
- IMDb Rating: 7,1
- RottenTomatoes: 93%
Película / Subtítulos (Calidad 1080p)
En los años setenta los Estados Unidos vivían inmersos en otra época de temores conspiranoicos parecida a la primera etapa del gobierno actual, a la búsqueda del enemigo global y de los quintacolumnistas que desde el propio interior del país trataban de socavar la “democracia” y la “libertad” americanas, hundir su modo de vida, y todo ello a raíz de dos fenómenos iniciados en la década pasada: el asesinato de John F. Kennedy y la intervención norteamericana en la guerra de Vietnam con toda la revuelta popular que surgió en su contra tras los primeros fracasos bélicos y que las autoridades y el gobierno achacaban a la infiltración de elementos de la izquierda facciosa en la política, la enseñanza y la cultura del país, y que culminaría con el caso Watergate. Alan J. Pakula, gran cineasta muy consciente de la utilidad del cine para la denuncia de situaciones políticas y sobre todo para reflejar cómo esas situaciones afectan a la sociedad y a la vida individual de las personas, construyó uno de los primeros thrillers en los que ese ambiente de crispación y de temores inconscientes, si bien no constituyen la trama principal, sí colaboran en la creación de un marco de acción muy concreto en este clásico del cine negro.
Con la idea de fondo de que vivimos en una sociedad en permanente estado de vigilancia, Pakula crea en 1971 una película nada convencional que, sin embargo, dará pie a muchos tópicos muy sobados en el cine posterior y que poco tienen que ver con el espíritu de esta cinta. En ese estado paranoico de vigilancia constante que se apunta ya desde el inicio con esa charla privada grabada en un magnetófono (y que dará comienzo a toda una serie de películas con la privacidad, el secreto de Estado y las catacumbas del poder como principales atractivos, y cuya culminación serán las magníficas The Conversation, de Coppola, Three Days of the Condor, de Sydney Pollack, o All the President’s Men, del propio Pakula, entre 1974 y 1976), el director nos presenta una película que, en clima de thriller, sin embargo es más bien una película de personajes y que tiene como tema central la fragilidad de la voluntad humana en el océano de asfalto y vidrio de la ciudad decadente y claustrofóbica.
En ese permanente estado de desconcierto de la película, en la que todos los personajes y las situaciones se empeñan en parecer lo que no son, Pakula juega desde el principio con esa sensación de inseguridad, titulando la película con el nombre del personaje masculino (John Klute, interpretado por Donald Sutherland), a pesar de que el hilo central del argumento es el personaje de Bree Daniels (Jane Fonda), una joven prostituta de complejo mundo interior, muy alejada de la visión tópica de la fulana de buen corazón o de la mujer despechada que odia a los hombres por condenarla a esa profesión. Por el contrario, Bree lucha constantemente por abrirse camino como actriz o modelo, se deja la piel acudiendo a pruebas y castings, pero una vez más la crueldad de la ciudad indiferente a los dramas personales la obliga a sobrevivir vendiendo su cuerpo, en lo que para ella no constituye una salida fácil para ganarse la vida, sino la interpretación de un personaje más, un papel impostado que poco o nada tiene que ver con la verdadera Bree, en una representación constante que le ayuda a crearse una propia armadura de protección frente a los reveses de la vida. En esa vida irrumpe un detective de un pueblo de Pennsylvania, Klute, que se sumerge en la ponzoña del vicio en Nueva York en busca de un amigo desaparecido, cuyas cartas a una joven desconocida en las que deja ver una versión de su personalidad oculta para su mujer y sus amigos, ponen al sabueso tras la pista de Bree. Klute es un contrapunto perfecto a la personalidad de Bree. Ella vive, si bien como personaje, como fachada, en el mundo del vicio, de la corrupción; él, por el contrario, es, en apariencia, insobornable, insensible a todos esos placeres y tentaciones que ofrece el submundo de la ciudad. Ambos sienten una fascinación por el carácter y el universo propios del otro: él admira cómo ella se desenvuelve entre tanta podredumbre; ella se siente fascinada por la imagen de moral recta y la sensatez práctica del detective, siempre sabiendo qué hacer en el momento justo, de tal manera que cada uno de ellos supone la puerta al mundo en el que vive el otro: ella ve una forma de redención y de recuperación de una vida plena y normal, mientras que él aprovecha la vida de ella para sumergirse en un mundo de corrupción al que difícilmente hubiera podido acceder por sí mismo en busca de su amigo desaparecido, y que termina afectándole en su personal forma de comportamiento, en la línea del cateto atraído a las tentaciones de la maldad humana y que lucha por redimir a una oveja descarriada, a pesar de que su amor sea imposible (como en el clásico Hardcore, dirigido por Paul Schrader en 1979).
Espejismo constante, se trata de un thriller-no thriller, puesto que muy pronto sabemos qué ha pasado y quién es responsable de lo sucedido. El verdadero misterio, por tanto, no radica en el hecho de la desaparición, la búsqueda y el hallazgo de las respuestas a todas esas preguntas, cuestiones que, aunque no aclaradas, sí resultan fácilmente deducibles para el espectador una vez transcurridos unos pocos minutos de metraje, sino en la relación entre Klute y Bree, la dinámica entre dos personajes que interaccionan entre sí, que se traspasan uno a otro sus formas de contemplar la vida, que beben y se trasvasan entre sí sus visiones del mundo. Jane Fonda tuvo en Bree el mejor papel en su carrera como actriz, la prostituta que se ha construido todo un personaje de una dureza colosal para proteger su sensiblidad de los palos de la vida, y da una riqueza de matices interpretativos al personaje sólo comparable al grado de contradicciones con que sus miradas, su rostro y sus gestos enriquecen su actuación y su relación con Sutherland, correcto y sobrio como siempre, como el hombre que, con la honradez y la rectitud como norma logran abrir una cuña en ese paraguas de autoprotección de Bree, haciéndola dudar y obligándola, por vez primera en su vida, a confiar en un hombre, ambos bajo la sabia batuta del maestro Pakula, fallecido prematuramente en un accidente de coche en 1998, que da a la película una muy apropiada atmósfera de voyeurismo, subrayada por el uso inteligente de una música muy sugerente y de una fotografía intimista, que bucea en la oscuridad y en las sombras, plasmación tanto de ese mundo de espías ocultos, de vigilancia permanente, de secretos a ocultar, como del ambiente erótico propio de los círculos por los que Bree se mueve, en un estilo que perfeccionaría a lo largo de toda su carrera, sin duda plagada de films apasionantes, absorbentes, sin parangón en los últimos tiempos, y cuya cima será la magnífica All the President’s Men (39Escalones.wordpress.com)
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