Kasaba narra la historia de una familia que vive en un pequeño pueblo en Turquía, contada desde las perspectiva de dos niños, y en cuatro partes paralelas a las estaciones.
- IMDb Rating: 7,0
Película / Subtítulos (Calidad 1080p)
“No existe experiencia más noble que la de registrar la expresión de un rostro sensible a la fuerza misteriosa de la inspiración,
verle animarse desde el interior y llenarse de poesía.”
En zapatillas de andar por casa. Como buen artista tímido y talentoso, el debut de Nuri Bilge Ceylan con Kasaba se producirá en ese mismo entorno estrictamente íntimo donde se desarrollará el minimalista argumento de esta ópera prima, arropado por la presencia de sus familiares en parte del reparto y su equipo técnico –destaca aquí el protagonismo de su primo Mehmet Emin Toprak, que pese a ser inexperto en estas lides repetirá participación en Nubes de mayo y Lejano, ya póstuma- y con sus memorias infantiles de la Turquía rural e interior como piedra angular a partir de la cual trazar las líneas maestras de la película, rodada precisamente en ese pueblo natal del cineasta. Incluso la influencia de Antón Chéjov puede percibirse como un encuentro cálido con un viejo amigo, quien continuará además con sus agradecidas visitas en la futura filmografía de Ceylan, sea a modo de presencia inspiradora para la creación, sea como fuente de la que beber por medio de sus relatos cortos, como sucederá en Érase una vez en Anatolia y Sueño de invierno (Winter Sleep).
Con una sensible y extensa introducción, marcada por el ritmo contemplativo y un tanto descompensada en relación con el conjunto, Ceylan reconstruye la atmósfera pausada del pueblecito donde, desde el punto de vista de dos hermanos, se desarrollan las pequeñas tragedias y pequeñas maravillas que componen la existencia y el espíritu humano –los vínculos de amistad, la fascinación y a la vez la crueldad hacia los seres marginales, los detalles de maldad y bondad indisociables al ser, la proximidad afectiva, la vida y la muerte concentrada en un corral de cabras-, por completo alejadas de convenciones sociales y las consignas políticas propagadas por doquier –las enseñanzas cívicas de la escuela, los juramentos en honor de Atatürk-.
A partir de este contexto, cuya alma reside en los pequeños detalles, Ceylan centra su objetivo en una familia reunida alrededor de una hoguera en medio de la noche. El diálogo entre ellos se convierte entonces en el filo cortante a través del cual diseccionar las heridas vitales y familiares que, poco a poco, se van revelando en forma de profundas y quizás irreparables grietas –las múltiples formas de la nostalgia y la melancolía, hasta de lugares o épocas no visitados; los anhelos insatisfechos; las sensaciones de nihilismo y pérdida, de nuevo las pulsiones de vida y muerte-.
No obstante, pese a que la palabra no acostumbrará a cobrar semejante relevancia en la obra venidera de Ceylan –hasta que recupere tal hegemonía en Sueño de invierno-, el poder del texto se encuentra en directa relación con la belleza y el lirismo trascendente de las imágenes compuestas por el cineasta turco, también responsable de la fotografía –en conexión con su formación artística en este campo-.
Amparadas en un magnífico blanco y negro, casi dreyeriano, las fricciones y conflictos de Kasaba se transforman entonces en expresivas arrugas, en una tenue lágrima que resbala por la mejilla, en sombras y texturas que enmarcan personajes, sugerencias y emociones. Un halo de poética cotidiana que, no obstante, deja un espacioso marco para un críptico y delicado simbolismo y para la intromisión del sueño como catalizador de influjos y del aprendizaje vital desde la perspectiva recobrada de los niños. (elcriticoabucolico.wordpress.com)
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