En It’s a Wonderful Life, George Bailey es un honrado y modesto ciudadano que dirige y mantiene a flote un pequeño banco familiar, a pesar de los intentos de un poderoso banquero por arruinarlo. El día de Nochebuena de 1945, abrumado por la repentina desaparición de una importante suma de dinero, que supondría no solo la quiebra de su banco, sino también un gran escándalo, decide suicidarse, pero cuando está a punto de hacerlo ocurre algo extraordinario.
Mejor Director (Globos de Oro 1946)
- IMDB Rating: 8,6
- Rottentomatoes: 94%
It’s a Wonderful Life la rodó Frank Capra en 1946, ya sin el amparo de su habitual y mejor guionista, Robert Riskin. Frances Goodrich y Albert Hackett sacaron un partido magnífico a una historia que solamente Capra pudo haber dirigido, pero, iré más allá, la que estaba destinada a dirigir.
¿Es acaso It’s a Wonderful Life una película sobre la esperanza? Bien, es verdad, hay un final feliz. ¿Es una película sobre el poder de los ángeles? Bien es verdad, un ángel, y uno ingenioso, salva la vida de George Bailey. A mi, en cambio, me parece una película sobre lo posible. Porque, a diferencia de otras comedias y dramas que se centran en individuos que no parecen vivir en un sistema social y económico concreto, en esta película los problemas no suceden a George Bailey, sino que suceden a George Bailey de y en Bedford Falls.
Hay un ángel, sí, pero es una vida concreta (la del humilde George Bailey) la que tiene un impacto sobre otro montón de vidas concretas (la de sus parientes, amigos, conciudadanos). Nada más ateo que esa idea. Hay esperanza sí, pero es la bondad, es la renuncia, es la resistencia lo que la provoca: nada más progresista que eso. Por supuesto, la codicia tiene un nombre: el señor Potter, el banquero que encarna con gran tino el estupendo Lionel Barrymore.
Si pudiéramos explicar la maldad como lo hace Capra. Si pudiéramos hablar con el señor Potter, el banquero al que vemos, con claridad y con una valentía insólita hoy en día, explotar y abusar de las personas que habitan este pueblo. En It’s a Wonderful Life el tiempo pasa, pero las imágenes resuenan, se mezcla la historia del cine con la que nunca dejó de ser su cultura inicial, la historia nuestra que habitamos.
Si pudiéramos entender el deshaucio, la codicia. Pero podemos entender la naturaleza del fracaso. “Ningún hombre es un fracaso si tiene amigos”. Las palabras de Clarence no son cortesía, ni cursilería: son una visión verdaderamente humanista del mundo. En It’s a Wonderful Life Donna Reed y James Stewart están espléndidos, especialmente este último, con una desesperación simpática, dotando a cada escena del mismo prodigio que nos invita a pensar el mundo de otra manera.
Pocos cineastas como Frank Capra. Ya no hay cineastas así. Habitualmente, el cine se basa en contarnos mentiras más o menos agradables, a veces con grosería inclusive. Esto no es solamente una película, claro. Es una experiencia trascendente. Es una obra maestra que enseña el lado más verdaderamente luminoso de los seres humanos: aquel en que los sueños no se pierden con el tiempo o en el aire sino que se materializan con casas, con vidas, con hechos que darán paso a palabras mejores, esta vez sí más útiles. Soñar no podía ser esperar, sino actuar.
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