En Hell Drivers e intentando olvidar su pasado, Tom acepta un trabajo en una compañía de camiones. Pronto entabla amistad con Gino y Lucy, la secretaria de la compañía. Por el contrario, su relación con Red, un camionero que ostenta el record de viajes, es de rivalidad. Los intentos de Tom por superarlo provocarán un conflicto.

  • IMDb Rating: 7,2
  • RottenTomatoes: 85%

Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

 

 

Cy Endfield fue uno de los directores que integraron la infausta lista negra propiciada por el Comité de Actividades Antiestadounidenses y que tuvo que abandonar Hollywood y buscarse las habichuelas fuera, en su caso en Reino Unido. De sus filmes ingleses quizá el más recordado sea Zulú (1964), pero hoy toca hablar de Hell Drivers, una peli a la vez tan convencional y tan peculiar que no puedo resistirme a decir algo de ella.

Una empresa de transportes tiene unos cuantos camioncitos volquetes -que he averiguado que son unos chulísimos Dodge “Kew” D100 -que usa para ir a por grava a una cantera que está a unas 10 millas. Para obtener la máxima rentabilidad el jefe de la empresa -luego averiguaremos que con oscuras intenciones- obliga a sus conductores a hacer el mayor número de viajes al día que sea posible. El récord son 18, que suele lograr casi cada jornada Red, un tipo avieso a más no poder interpretado por Patrick McGoohan y que es imposible no relacionar, por su aspecto y sus ademanes, con el sueco malo de Fargo que interpretó Peter Stomare.

Red (curioso nombre, ahí lo dejo) para conseguir su marca -y los beneficios extra que le reporta- usa un atajo por el que los demás camioneros no osan pasar o lo han hecho con fatales consecuencias. Sustituyendo precisamente a un antagonista anterior de Red, que ha quedado chafado por intentar atravesar ese atajo, llega a la empresa Tom (Stanley Baker) envuelto en una bruma de misterio que lo señala como el ex convicto que luego sabremos que es y que ha pagado ya su pena con la sociedad. Es sin embargo un hombre íntegro, honrado y decente que tendrá que luchar sobre todo consigo mismo para resistir el acoso constante y el poco respeto que le muestran sus compañeros de trabajo, a excepción de un buen muchacho italiano, Gino Rossi, el único con el que podrá amistarse. No diré más de la trama, tan solo que terminará girando en torno a un muy tópico triángulo amoroso que sirve para dar cuerpo dramático a la verdadera finalidad de la película, que es mostrar camioncitos a toda pastilla…

Hell Drivers parece anterior. Tiene ingredientes típicos del cine de los 30 de los que ya hemos hablado en varias ocasiones en algunos apuntes del especial Wellman. Hay cierta tosquedad narrativa, en especial en la primera parte, hasta que luego sabemos del pasado de Tom y se enreda en amoríos, que la hacen parecer casi abstracta. Es una pena que no se haya podido mantener ese tono inicial durante todo el metraje, pues nada tiene que envidiar al posterior y legendario Duel de Spielberg. En esta primera mitad apenas hay intercambio de frases ni calor humano, hay algo de western fantasmal en el hombre que llega de no se sabe dónde por no se sabe qué y que se encuentra con algo peor que otros hombres: se encuentra con camioncitos numerados, todos iguales y todos con el mismo objetivo: superar a los demás. Son una metáfora poco disimulada de la violencia y la deshumanización que exige la competencia y a la vez un entretenido y espectacular motivo fílmico gracias al que, si no se tiene el día introspectivo y no apetece reflexionar sobre alegorías y zarandajas, pues se lo pasa uno estupendamente.

A pesar de que no es una gran producción, y de que por lo tanto hay abuso de las transparencias, cámaras rápidas y otros truquillos regularmente resueltos, las “carreras” en carretera abierta están bien rodadas y muchas de sus soluciones de puesta en escena lucen más modernas que el resto del filme. Porque como decía, parece una película de los 30 por su monotema camionero, por su fijación con el tópico de la culpa y la redención y por el esquematismo de los personajes y de la estructura narrativa. También hay algo añejo pero muy atractivo en el modesto virtuosismo de movimientos de cámara y reencuadres en que se empeña Enfield, por ejemplo en las secuencias de la gravera. Además tiene algo en su planteamiento inicial extraño, y es que Tom llega a la empresa y en cuanto le dicen de qué va la historia desea ganar, ser el que más viajes hace, vencer a Red, pero no por algo personal, eso llega después. Es un personaje translúcido, Tom, un hombre que busca algo que se nos oculta, a lo que además contribuye mucho el aspecto hierático y animal al tiempo de Stanley Baker, con su aire de fiera herida. Es una pena que, como decía, en su segunda mitad Hell Drivers se vuelva más convencional y el interés pase a los diálogos y las historias personales porque, aunque sigue siendo una historia atractiva y entretenida, a uno se le desinflan un poco las expectativas.

La vi en una plataforma de color verde y me extrañó encontrar al principio un rótulo inaudito: ¡No recomendada a menores de 18! Quiero pensar que se debe al homenaje que toda ella hace a la conducción temeraria, la explotación laboral y el desprecio por la vida y por la seguridad ajena. Aunque todos hemos visto en otras películas palomiteras a camiones persiguiendo a coches o motos -es una imagen fácil, el monstruo imparable- no recuerdo yo otra que se centre en carreras entre volquetes de obra, porque tampoco es una historia de sufridos camioneros agotados, como They Drive by Night (Raoul Walsh, 1940) y otras por el estilo. Aquí se trata de velocidad, derrapes, adelantamientos imposibles…

La verdad es que los stunt drivers se ganaron el sueldo, porque ya hay que tener valor para andar así con esos cacharros pesadotes y sus frenos de chichinabo, pero yo la medalla se la pondría al que conduce un humilde Austin Seven, creo que es, al que a lo largo de la película ponen en peligro varias veces, pues obviamente está todo rodado en dos o tres tramos de una carretera cortada y los coches que “pasan por allí” son siempre los mismos. Me preguntaba al verla por la relación que el público británico de 1957 se supone que tiene que tener con este asunto de los camiones desbocados. Quiero decir, que no sé si sería un problema que se comentara en la calle y haya una especie de denuncia social de fondo o simplemente se trata de una ocurrencia temática como otra cualquiera sin mucha conexión con la vida cotidiana. En todo caso, gran invento el tacógrafo.

Otro aliciente de Hell Drivers es encontrarse con el Sean Connery de los comienzos, que hace de uno de los conductores y que, aunque apenas dice unas frases, es curioso verlo junto a Baker, del que semeja una versión pulida y algo más civilizada. Se parecen físicamente, y da la sensación de que uno llega como relevo del otro. También está Peggy Cummings, la demonia de las armas (madre mía qué peliculón, a ver cuándo me atrevo a hablar de él) y muchos camioncitos todos iguales pero cada uno con su número, creo que ya lo he dicho. Camioncitos volquetes. Tom conduce el número 13. (TrenDeSombras.es)