En Heart of a Dog, la compositora y artista Laurie Anderson explora en este personal film-ensayo los temas del amor, la muerte y el lenguaje. La voz de la directora es una presencia continua, mientras historias sobre su perra Lolabelle o su madre, fantasías de la infancia y teorías políticas y filosóficas se despliegan en una canción que es como un flujo constante
- IMDb Rating: 7,2
- RottenTomatoes: 97%
Dice Kierkegaard, y repite Laurie Anderson que para entender la vida hace falta ir hacia atrás. Para vivirla, en cambio, sólo se puede caminar hacia adelante. Y a ello se aplica en la conmovedora, dura y desasosegada Heart of a Dog. Su película también es, desde otro lado quizá opuesto, una reflexión del tiempo. Más concretamente, sobre el tiempo vivido. Parece una autobiografía y, en realidad, es otra cosa. Anderson coloca la cámara a la altura de los ojos de su perra Lolabelle y a través de ella narra la historia detenida de una historia de amor. «Toda historia de amor es una historia de fantasmas», se escucha en la voz del escritor David Foster Wallace. Y le creemos. La directora no sólo compone una bellísima radiografía de la existencia (de cualquier existencia imaginable) sino que acierta a describir con una precisión que asusta el tacto de, otra vez, el tiempo, del fantasma del tiempo.
Toda autobiografía para tener sentido tiene por fuerza que ser algo más que un ‘selfie’ estúpido. Una autobiografía para doler (sólo que duele importa) ha de ser necesariamente lo contrario de una autobiografía. Y por ello, Anderson presta su vida a cada anécdota, quizá ridícula, de una perra ciega para crear lo que importa: el retrato detallado de cualquiera de nosotros. Heart of a Dog es ficción por lo que tiene de realidad, y real por lo que tiene de cuento, de imaginación. Las imágenes documentales cobran sentido por su capacidad para construir una narración de fantasmas, de amor, de tiempo enamorado. Y así. «La auténtica imagen cinematográfica no sólo vive con el tiempo, sino que el tiempo también vive gracias a ella». La frase, nunca suficientemente citada, es de Tarkovski. Y ahí seguimos. Sin duda, una jornada memorable al otro lado de los relojes.
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