En Furiosa: A Mad Max Saga, la joven Furiosa es arrebatada del Lugar Verde de Muchas Madres y cae en manos de una horda de motoristas liderada por el Señor de la Guerra, Dementus. Arrasando el Páramo, se topan con la Ciudadela, presidida por Inmortal Joe. Mientras los dos tiranos luchan por el dominio, Furiosa debe sobrevivir a muchas pruebas mientras reúne los medios para encontrar el camino de vuelta a casa.
- IMDb Rating: 7,8
- RottenTomatoes: 89%
Película (Calidad 1080p. La copia viene con subs en varios idiomas, entre ellos el español)
Linda Perry y sus 4 Non Blondes lanzaron en 1992 su único álbum de estudio, Bigger, Better, Faster, More!, cuyo título venía a ser la expresión irónica de la sensación de derrota que entonces invadía al grupo. «Creo que no podremos hacer un disco ni más grande ni más rápido ni mejor, así que probablemente no hagamos ninguno más», declaró Linda en una entrevista para Rolling Stone. En efecto, la banda se disolvió en 1995 dejando como legado ese solitario aldabonazo de rabia que comprimía, en once temas perfectos, el desencanto de una generación, la suya, a la que el capitalismo había arrojado al infierno después de prometerle el cielo. La misma generación, por cierto, que unos años después Chuck Palahniuk retrataría con los colores de la sangre y el semen en Fight Club (1996).
Exhaustos y desangrados, los 4 Non Blondes se agotaron en su primer asalto a la inmortalidad, y, como los replicantes de Blade Runner, brillaron el doble a cambio de durar la mitad. Y ni eso. Es probable que George Miller sintiera algo parecido después de estrenar la seminal Mad Max (1979), que pagó con el dinero que ganaba como médico de urgencias. Pero hete aquí que hoy, cuatro décadas más tarde, el director australiano sigue empeñado en demostrar que él sí puede hacer con su película algo más grande, más rápido y mejor. Liquidado Max, liquidado el pánico nuclear y liquidadas las ideas anarquistas del joven Miller, esta obsesión, la del más y más y más, es la única motivación que justifica la producción de una película como Furiosa, cuyo argumento se reduce a contar el origen del personaje interpretado por Charlize Theron en Mad Max: Fury Road, de 2015.
Estamos, pues, ante el denodado y encomiable empeño de un hombre que sigue contando lo mismo pero cada vez con más medios, obsesionado por ampliar un universo cuyo encanto era justamente lo reducido de su alcance. Porque, no nos engañemos, pese a los fuegos artificiales feministas de las dos últimas entregas, primero con Charlize Theron y ahora con Ana Taylor-Joy, a Miller lo único que le interesó, le interesa y le interesará de su saga son las posibilidades estéticas de una premisa dramática básica –la venganza– trasladada a un escenario distópico. El viejo juego de los géneros travestidos, porque al igual que Lucas, Spielberg, Scorsese, De Palma, Coppola, Allen y otros cineastas surgidos en los setenta, a medio camino entre el cine clásico y los nuevos cines europeos, Miller sabe vestir santos con ropa de carnaval, de tal manera que sus filmes no son sino apuestas puras de género debidamente maquilladas. En el caso de Mad Max, el western, cambiando los caballos y las diligencias por motos y coches, Death Valley por los páramos de su Australia natal, y el tema de toda conquista, no solo la del Oeste –supuesta civilización contra supuesto salvajismo–, por su contrario sin matices –salvajismo contra civilización–. En definitiva, el secreto consistió en mantener los personajes y las situaciones típicas del western, pero cambiando el tiempo y algunos espacios, y añadiendo una dimensión mítica a la historia: Max siempre fue Electra. Por esta razón las tres primeras películas funcionaban tan bien; en particular la tercera, la más fordiana del conjunto, porque representaba la consumación del mito con un bello final homérico. Las sirenas seguirían cantándole a Odiseo.
Este panorama empezó a cambiar con Fury Road y ahora lo ha hecho de manera ¿irreversible? con Furiosa. La decisión consciente de Miller y Nick Lathouris, su coguionista en las dos últimas entregas, de centrarse en el ruido, abandonando definitivamente cualquier pretensión mitológica, y con ella, la filosofía anarquista, nihilista y destructora de la moral cristiana que proponía la trilogía original, ha desembocado en dos películas tan arrolladoras como desprovistas de significado. Magníficas en lo formal, desde luego, pero absolutamente desarticuladas como artefactos contra el sistema. Desde los primeros minutos resulta evidente que Furiosa aspira tan solo a ser un gran espectáculo, un boom de secuencias impactantes, una huida hacia adelante en la que cada curva sea más cerrada que la anterior. Mad Max de repente quiere ser cine comercial de franquicia: previsible y rutinario.
Primera cuestión: ¿es legítimo? Por supuesto, pero entonces perdonemos también los atolondramientos del resto de sagas que arrancaron a finales de los setenta y principios de los ochenta. Segunda cuestión: ¿lo consigue? Eso depende de la memoria del aficionado y su ánimo indulgente. Para quien esto escribe, Furiosa es un pastiche de personajes, localizaciones y situaciones ya vistas en la saga, mezclado todo ello en una olla a presión que funciona como narrativa más por efecto del montaje seco y abrupto que aplican Eliot Knapman y Margaret Sixel, la esposa de Miller, que por la dirección de un Miller que abusa de sus propios tics visuales –zoom, contrapicados– y sufre de manera clara para enhebrar la historia solo con imágenes, como demuestra la decisión de dividir la película en cinco capítulos que podrían verse a ratos o a velocidad 2x. A Max, la plataforma, esto le vendrá de maravilla para sumar visionados.
Hay tantos recordatorios, escenas iterativas y subrayados a lo largo del metraje, que uno puede levantarse y volver a los cinco minutos sin temor a perder el hilo. Aunque lo peor es la sensación de que a Miller se le ha terminado la galería de imágenes pregnantes. Cuesta recordar un solo plano de esta Furiosa, que avanza a trompicones, va y viene sin sentido dramático por las mismas localizaciones, y recicla sin rubor los mejores momentos de las entregas anteriores –saquea, otra vez, la segunda parte–, solo para regurgitarlos en estampas de violencia desnutrida, falsa incorrección política y anemia iconográfica. La guinda, un exceso de CGI malo (borroso, sin matices, atonal) que le arrebata a la saga la tremenda fisicidad de sus inicios. La nota positiva la da Chris Hemsworth, cuyo Dementus, una versión ebria y psicópata de Thor, es el único soplo de aire fresco en una cinta que parece un injerto de sus precedentes. Ana Taylor-Joy apenas puede brillar en un papel que hizo suyo, que es, que llevaba pegado a la piel Charlize Theron, mejor actriz por varios cuerpos de distancia, y una presencia que absorbe la mirada como un agujero negro la luz.
También merece la pena destacar la búsqueda de nuevos horizontes formales para la tradicional set piece de acción sobre ruedas. Sorprende la energía con que Miller conceptualiza y alargan ad nauseam las persecuciones, hasta el punto de que la continuidad narrativa y el ritmo son la menor de sus preocupaciones como autor. Es en el éxtasis de disparos, explosiones, olor a gasolina y neumáticos quemados, muertes despiadadas y rictus desencajados donde hay que medir si el talento de Miller puede ofrecer algo más grande, más rápido y mejor. Algo más. Sí, pero a costa de todo lo que aquí se ha comentado. Con todo contado o sin nada que contar, Furiosa representa en este sentido el vaciado, el adocenamiento y la ramplonería ideológica del mainstream norteamericano, y coloca a Miller al borde del precipicio como cineasta libre. Quizá en su día tendría que haber hecho lo mismo que Linda Perry: reconocer que ya había firmado su obra maestra, y que todo lo demás no sería sino mediocridad y delirio. Ya lo cantaba la propia Linda: «Morphine & Chocolate are my substitute, but you might be careful, it really hurts when it’s real». (Raúl Alvarez – ElAntepenúltimoMohicano.com)
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