La Boyita es una casa rodante que tiene la mágica capacidad de flotar. Una especie de anfibio doméstico, un refugio para Jorgelina, una niña que está a punto de alcanzar la adolescencia. Cuando va a pasar las vacaciones al campo junto a su papá, conoce a Mario, un niño que le plantea a Jorgelina dudas que no sabe cómo afrontar. Este parece ser el último verano de la Boyita.
- IMDB Rating: 7,2
- RottenTomatoes: 71%
Boyita es una casa rodante anfibia que anida en el patio de la casa de Jorgelina. Medio derruida, la Boyita comparte el último verano con Jorgelina, y de tal evento origina título para el último trabajo de Julia Solomonoff. La realizadora aborda la encrucijada a mitad de trayecto entre la primera adolescencia y la tardía infancia, extrañas etapas ambas que vagan en el limbo entre la necesidad de abandonar la niñez y el desconcierto de un mundo adulto todavía complejo de desglosar. La directora argentina, que ya debutó con Hermanas (2005) evidenciando sobrada aptitud para la recreación de conflictos familiares despojando capas de cebolla hasta llegar a la esencia con una delicadeza característica, escoge un punto de vista narrativo enmarcado bajo la mirada de Jorgelina, anclando la cámara a sus hombros y descubriendo el terreno a través de sus ojos para sumergir a la niña en otro universo central de pequeñas protagonistas femeninas, y hermanándose entre ellas: la tierna Lucía en De Jueves a Domingo (Dominga Sotomayor, 2012), la audaz Hushpuppy en Beasts of the Southern Wild, (Benh Zeitlin, 2012) o la dulce Elise en Maman est chez le coiffeur (Léa Pool, 2008). Todas ellas, identificadas a Jorgelina por su edad, curiosidad o carisma, configuran una misma visión del precoz despertar y el intento por penetrar en ese aura ininteligible de la madurez.
Los créditos iniciales y la banda sonora de El Último Verano de la Boyita aluden a los libros de texto de colegio de primaria que, escenas más tarde, cogerá la propia niña y donde la explicación de los órganos sexuales se dibujan con una transparencia exquisita, guiando al espectador con migas de pan para preparar el terreno de lo que vendrá cuando, comenzada la época estival, una familia como otra cualquiera decida disfrutar las vacaciones en el campo. Antes, un recital en forma de prólogo, aporta las pinceladas necesarias para la construcción de la personalidad de la chica: Jorgelina no advierte ninguna incomodidad a la hora de compartir baño mientras su hermana mayor, por creer que su organismo se deforma adulando a su primera menstruación, cierra puertas como el que guarda más un secreto que una vergüenza. Actitudes diferentes que consagran el rol de cada una. La relación entre ambas se halla, además, en pleno proceso de cambio: la cama de la mayor pasa a otra habitación con el fin de atesorar un grado considerable de privacidad, algo que la protagonista no logra entender ¿Para qué tanta intimidad?
Bañada en parajes de la Argentina profunda, El último verano de la Boyita llega a su fin cerrando el círculo por dónde lo originó: la conversación entre Jorgelina y su hermana. Pero en esta ocasión el tono es bien distinto, los roles parecen intercambiarse. Mientras su madre, tumbada en la arena de la playa, habla con una amiga sobre lo sucedido en el campo con una superficialidad cargante, la hermana mayor se acerca al columpio e intenta sonsacar algún remanente sensacionalista de la historia. Pero la protagonista se niega a tomar partido en ningún escarnio público; ahora esta parcela queda supeditada al terreno de la estricta privacidad (José Cabello – CineDivergente.com)
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