En El Nido, Don Alejandro, un antiguo director de orquesta viudo, escéptico y solitario, conoce a Goyita, una niña de trece años inteligente, imaginativa y sensible. Se trata de un amor platónico, pero que no obstante incomoda a algunos vecinos influyentes.
Mejor Actriz en el Festival de Montreal 1980
- IMDb Rating: 7,1
- RottenTomatoes: 75%
Película (1080p)
Siempre que echo la vista atrás recordando películas españolas clásicas que me marcaron profundamente me viene a la cabeza una y otra vez El Nido del gran Jaime de Armiñán y me pregunto como es posible que esta obra maestra no esté incluida de forma irrefutable entre las cincuenta mejores películas de la historia del cine español (esos listados tan injustos y que tanto nos gustan a los marujos cinéfilos). El único motivo de tal injusticia, que sospecho adivinar, es que su director forma parte, desgraciadamente, de esa generación de realizadores surgidos en los años sesenta y setenta que han caído en un incomprensible olvido. Y es que Armiñán, mano a mano con Borau, fue uno de los renovadores del cine español, contando en su filmografía con cintas tan importantes como Mi Querida Señorita, El Amor del Capital Brando, En Septiembre o Stico.
El Nido nada tiene que envidiar al cine de autor europeo de los años sesenta y setenta, por lo que aquellos que tengan la enorme suerte de no haber visto esta maravillosa película y se atrevan a inmiscuirse en el singular universo que propone Armiñán hallarán una obra cautivadora, profunda y cargada de una escalofriante cotidianidad con una fotografía espectacular encuadrada pictóricamente en los hermosos paisajes y cielos castellanos. Ciertamente podemos comparar este maravilloso film con las obras más intimistas de autores de la talla de Antonioni o Bergman sin pecar de exageración, lo cual señala el tamaño de la obra que estamos reseñando.
El Nido trata con extraordinaria sensibilidad un tema tabú: la atracción obsesiva que padece un solitario viudo cincuentón hacia una niña de trece años excesivamente madura para su edad. Sin embargo esta relación lejos de tomar el rumbo de la típica historia de atracción sexual -tal como sucedía en películas como American Beauty o Lolita- recorre los caminos del amor platónico por lo que la trama opta por un tono lírico de la misma manera que la mítica Sibila de Serge Bourguignon, cinta con la que encuentro bastantes puntos de conexión. Este chocante nexo sirve de excusa para exponer el verdadero sentido de la fábula que relata Armiñán que no es otro que el deseo de huída de la rutina que ansía el solitario personaje que interpreta el actor argentino Héctor Alterio, experimentado tras cruzar su destino con su amada Dulcinea, con la que espera compartir aventuras que le ayuden a escapar de su aburrida vida.
El argumento podemos resumirlo de la siguiente manera: Alejandro (Héctor Alterio) es un antisocial y huraño director de orquesta que vive recluido en un pequeño pueblo de Castilla. Su vida pasa entre paseos a caballo, aburridas partidas de ajedrez con un tablero electrónico y discusiones filosóficas con su único amigo, Don Eladio el cura del pueblo. Un día recibe un misterioso acertijo que rompe su rutinaria existencia. La intriga que le acarrea localizar al emisor de los misteriosos mensajes le llevará a investigar la procedencia de las adivinanzas. Descubrirá que las epístolas han sido escritas por Gregoria, una solitaria niña hija de un Guardia Civil destinado en el cuartel del pueblo. Gregoria empleando como señuelo juegos inocentes tratará de encandilar a Alejandro con el objetivo de ocupar el lugar que ha dejado vacante la difunta esposa del esquivo cincuentón. Por otra parte, Alejandro se sentirá atraído súbitamente por la madurez de su nueva amiga, no dudando en tomar parte en los juegos de seducción de la infante.
Las solitarias tardes dejarán paso a divertidos paseos en bicicleta y juegos infantiles compartidos, de tal modo que Gregoria se convertirá en una persona imprescindible en la vida de Alejandro. Esta estrecha relación que se va forjando despertará las sospechas y habladurías de las personas del pueblo especialmente las del Sargento de la Guardia Civil del cuartel donde está destinada la familia de Gregoria y las de la profesora de escuela de la niña, que siente celos del amor sincero que siente Alejandro hacia su alumna, lamentando la derrota que ha sufrido a manos de la pequeña.
Partiendo de esta propuesta que a primera vista puede parecer turbia, Armiñán elabora una historia poética de gran ternura en la que destaca la perfecta disección de los personajes que pueblan la trama, consiguiendo dibujar un hábitat de sentimientos y situaciones en el que fácilmente podemos encontrar puntos de encuentro con situaciones de la vida real. Así nos encontramos con la perversa maldad de la infancia, la amarga sensación de que la vida ha sido un completo fracaso, las segundas oportunidades, las interferencias malintencionadas, el amor, la sincera amistad, la represión de los instintos y el carácter depredador social de los moradores de los pequeños pueblos de la Castilla profunda. Es un hecho el componente trágico que posee el argumento (bellamente reflejado por el director madrileño por medio de la representación que se está montando de Macbeth en la escuela), sin embargo Armiñán se encarga de aligerar hábilmente esta circunstancia a través del empleo de un evasivo sentido del humor que evita hacer caer en el tremendismo desolador la sinopsis planteada por el cineasta castellano.
Especialmente inspiradas son las amistosas discusiones protagonizadas por Alejandro (un ateo beligerante) y Don Eladio en las que a través de jocosas conversaciones, empapadas de ingeniosas réplicas y contrarréplicas en las que se encuentra muy presente el sabio refranero castellano, establecen profundas reflexiones sobre el sentido de la vida. Lejos del sectarismo habitual, Armiñán diseña una emotiva relación entre agnóstico y prelado en el que la amistad triunfa sobre las diferencias existentes, siendo Don Eladio el único personaje que comprende la obsesiva atracción que experimenta su amigo por Gregoria.
Junto a la magistral fotografía de Teo Escamilla, merece destacarse el magnífico guión escrito por el propio director y las soberbias interpretaciones de todo el elenco actoral, especialmente la fascinante actuación del gran Héctor Alterio -es increíble la intensidad que dota a su personaje- cuya naturalidad desprende química con la maravillosa Ana Torrent (El Espíritu de la Colmena, Cría Cuervos) que ofrece una actuación perversa, inquietante, a la vez que inocente y romántica. No puedo dejar pasar por alto la presencia de grandes actores secundarios del cine español que están estupendos en sus respectivos roles, destacando Amparo Baró, Agustín González, Ovidi Montllor y Luis Politti. Dejarse arrastrar por El Nido provoca irremediablemente una sensación de nostalgia hacia aquel cine arriesgado concebido para emanar arte por los cuatro costados que salvo afortunadas excepciones resulta complejo localizar en la actualidad. Quien se deje atrapar por la perpleja belleza de El Nido se deleitará con una obra hermosa a la vez que compleja que desprende cine de veinticuatro kilates. (Rubén Redondo – CineMaldito.com)
Share your thoughts