En El Día de la Bestia, un sacerdote cree haber descifrado el mensaje secreto del Apocalipsis según San Juan: el Anticristo nacerá el 25 de diciembre de 1995 en Madrid. Para impedir el nacimiento del hijo de Satanás, el cura se alía con José María, un joven aficionado al death metal. Ambos intentan averiguar en qué parte de Madrid tendrá lugar el apocalíptico acontecimiento. Con la ayuda del profesor Cavan, presentador de un programa de televisión de carácter esotérico y sobrenatural, el cura y José Mari invocan al diablo en una extraña ceremonia.
Mejor Director y Actor Revelación en los Premios Goya 1995
- IMDb Rating: 7,4
- RottenTomatoes: 75%
Película (Calidad 1080p)
En el cine español hay milagros de vez en cuando. Vaya si los hay. Que le pregunten a Daniel Monzón. Y uno de los mayores milagros que ha conocido en los últimos años fue la segunda realización del oriundo de Bilbao que por entonces contaba con menos de treinta años, el ínclito Álex de la Iglesia, que en 1995 sacudía al espectador del cine español con una sorpresa mayúscula titulada El Día de la Bestia, armado de un espíritu resumido magníficamente por él mismo: “creo que la peña está un poco harta de tanto Disney, tanto Bambi y tanto espíritu navideño chorra, creo que les puede venir bien un poco de caña”. Más desvergüenza, y más verdad, imposible.
Variación diabólica de la figura del nacimiento de Jesús, viaje alucinógeno en busca de una quimera que nunca se sabe si es cierta o producto de las drogas, comedia negra disparatada, desenfrenada y arrolladora, pero también con momentos terroríficos, El Día de la Bestia podría ser, y eso es importante aunque quizá sea decir poco en una industria tan aburrida como esta, una de las mejores películas de acción que ha dado el cine español, una de sus comedias más desternillantes y un ejemplo de lo que un director de talento puede hacer en España cuando le dejan trabajar en libertad y cuando puede hacer de Madrid un escenario cinematográfico arrollador.
Un curita que no ha visto mundo, porque no ha salido de su pueblecito vasco en la vida, pero que ha descubierto una verdad inimaginable, que el Demonio va a nacer en Madrid el día de Nochebuena, se dedica a hacer el mal todo lo posible en la víspera para que al día siguiente, invocándole, pueda venderle su alma, a ver sí así se fía de él, y con un poco de suerte, puede matarlo y librar al mundo de su presencia, aún a costa de su propia alma inmortal. Tal sensacional punto de partida podría haber llevado a un desarrollo con lagunas, pero de la Iglesia, y su compinche Gerricaechevarría, construyen un guión de hierro, en el que nada sobra y nada falta, en un crescendo imparable, con un quijotesco Cura, acompañado de los sanchopancescos Santiago Segura (en el mejor papel de su vida de lejos) y Armando de Razza, que se contagiarán de la locura del párroco cuando éste arroje la toalla.
En una carrera contrarreloj, de la Iglesia creará una atmósfera insuperable en el Madrid hortera de cada fin de año (llegando incluso a matar a tres figurantes vestidos de reyes magos en un tiroteo), transformando las calles de la capital en una vorágine de imágenes dantescas (inolvidable esa Plaza de Callao con el cartel de Schweppes, a lo Hitchcock), en la que la posibilidad de lo diabólico está a la vuelta de la esquina, pero más que en la imaginación del Cura, en unos personajes secundarios que son en verdad la encarnación del mal, sobre todo los asesinos que prenden fuego a indigentes, o en esa creación de genio de Terele Pávez (junto a Angulo, la mejor de la película) cuya Rosario (también tiene coña el nombre, como tiene coña el nombre del director) es más brutal que el propio demonio. Para de la Iglesia, la oscuridad campa a sus anchas en esa madre salvaje, heredera de toda la mala hostia española.
El cineasta vasco, que había debutado con otro milagro, o casi, titulado Acción Mutante, cuyas carencias narrativas se veían compensadas por una generosidad y un arrojo pocas veces igualados. Y la promesa de aquella obra balbuciente se cumplió con la plenitud de El Día de la Bestia, aunque no se prolongó más allá, pues el error de cálculo estético de Perdita Durango inició un tambaleo crónico en una carrera que tras su cumbre satánica anunciaba muchos más logros que, de momento, se quedan en aciertos esporádicos, poca autoexigencia en algunos aspectos, autocomplancecia desmedida, y en definitiva la creatividad en un laberinto cuyo minotauro siempre será esta bestia de película, a la que veo difícil que algún día pueda superar.
En ella despliega una deslumbrante imaginería, a cargo de un diseño de producción magistral, elaborado al alimón con Biaffra y José Luis Arrizabalaga, y con una fotografía que a falta de mayores medios, emplea la austeridad como herramienta creativa, y Flavio Martínez Labiano termina por cuajar una notable resolución plástica, de una densidad que la aleja del mero cómic, y que sigue el rastro de su venerado Polanski, pues de las angulosidades gozosas de Repulsipn y del guiñol negrísimo de Rosemary’s Baby bebe el deseo de de la Iglesia de hacérnoslo pasar en grande, con momentos terroríficos como la invocación con el pentáculo, y violentísimos como el asesinato de un recién nacido.
No deja títere con cabeza el director, dándole un repaso no sólo a la hipocresía, el capitalismo y el mal gusto inmundo de estas fiestas, sino también a la televisión y la basura que tanto dinero proporciona a los que la perpetran, y principalmente al estado del bienestar, a la modorra española, a la burguesía mental, a la ignorancia crónica de un pueblo que olvida a sus salvadores, al capitalismo salvaje de las torres de neón. No es la película española de los 90, ya hablaré de esa en un futuro, pero cerca le anda. Lástima que su director fuera incapaz de perpetuar tanto ingenio y tanto cine. (Adrián Massanet – Espinof.com)
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