Earwig sucede en algún lugar de Europa, a mediados del siglo XX, Albert trabaja cuidando de Mia, una niña con dientes de hielo. Mia nunca sale de un apartamento donde las puertas y ventanas siempre están cerradas. El teléfono suena con regularidad, y un individuo conocido como «el maestro» se interesa por el estado de Mia. Un día, Albert recibe instrucciones: debe preparar a la niña y salir al exterior.
Premio Especial del Jurado en el Festival de San Sebastián 2021
- IMDb Rating: 5,6
- RottenTomatoes: 70%
Película / Subítulos (Calidad 1080p)
El cine «pandémico» tiene sus características y particularidades, muchas de las cuales se advierten en los films que se van dando a conocer a lo largo del 2021. El principal, acaso, tiene que ver con las limitaciones de espacios y personajes. Son historias y películas –algunas pensadas durante la pandemia, otras adaptadas a las posibilidades– que suelen transcurrir en un espacio delimitado (hoteles, caserones, castillos) o bien uno alejado de cualquier tipo de aglomeración: campos, desiertos, hasta una nave espacial. Lo cierto es que si se puede filmar una película en un lugar y con dos o tres personas, los problemas serán menos a la hora de hacerla. O al menos eso pasó durante 2020 y principios de este año.
Earwig es un material que se presenta ideal para este tipo de cine y es un proyecto que la directora de Evolution ya traía de antes. Difícil saber qué cambios hubo –imaginamos que sí, especialmente en la segunda parte–, pero de todos modos esas limitaciones le dan al film una característica compartida con los anteriores de la realizadora: un tono siniestro, agobiante y muy misterioso.
Earwig, que transcurre durante buena parte en un oscuro departamento europeo en lo que parecen ser los años ’50 tiene a dos protagonistas centrales, cuya relación es un poco complicada de entender durante buena parte del relato. Al tal Albert Scellinc (Paul Hilton) le han dado una tarea a cumplir que debe hacer sin fallas. Tiene que cuidar de una extraña niña llamada Mia (Romaine Hemelaers) cuyos dientes parecen ser de hielo –o bien es capaz de producir dientes de hielo– por lo que la chica requiere algún tipo de tratamiento especial.
No sabemos el motivo ni la relación entre ambos, pero nos damos cuenta que el tipo la espía, la controla, está obsesionado con no perderla de vista un segundo. No da la impresión que la frágil Mia fuera a escaparse pero Albert es un hombre con una misión. En la casa nadie habla ni aún cuando se come y es en esa atmósfera en la que transcurre la enigmática primera parte del relato, a la que hay que agregarle que cada tanto el hombre hace un reporte telefónico de la situación de la niña. Más que nada, de sus dientes.
Una película no apta para los que temen al dentista, Earwig va de a poco complicando la vida de Albert, algo que le sucede de manera más evidente cuando sale de la casa para ir a beber a un bar y tiene algún encuentro inesperado o cuando Mia camina cerca de un río y toma algunas curiosas decisiones con su cuerpo. Adaptada de una novela gráfica escrita por Brian Catling, se trata de una película silenciosa y metódica, que lleva al espectador que decide entrar en la propuesta a casi sentir el ruido de los pasos de Mia al caminar o el que hacen los aparatos eléctricos en la casa.
En algún momento la lógica y el sistema de la casa oscura con sus dos silenciosos habitantes se abrirá un poco más, aparecerá un viaje en tren, nuevos espacios y algún que otro personaje más –iguales o aún más misteriosos, como el que interpreta Romola Garai– que no aclararán demasiado el asunto en términos narrativos pero que servirán para profundizar el raro encantamiento gótico que tiene la propuesta, uno que coquetea con el universo de conexiones fascinantes pero difíciles de explicar de cineastas como David Lynch.
Quién es esa chica y porqué son tan importantes sus dientes de hielo es algo que se irá aclarando, muy de a poco y de una manera bastante enigmática, a lo largo de la película. Pero lo principal del film de Hadžihalilović pasa más que nada por su tono de fábula lúgubre en la que una niña indefensa parece enredada en un laberinto de difícil salida. Un laberinto que, como le sucede a otras «criaturas» en sus anteriores films, consiste de un mundo de adultos con intenciones poco claras. Como una heroína de alguno de esos cuentos, la tal Mia deberá buscar la forma de escapar de esa extraña prisión dental. (Diego Lerer – MicropsiaCine.com)
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