En Dust Devil un ser extraño proviene del desierto en busca de víctimas: aquéllos que lo han perdido todo, que se encuentran solos, abandonados, llenos de desamor, aquéllos cuya alma y su vida es lo único que tienen. Así, tras romper con su marido, Wendy recoge a un extranjero en su coche, mientras conducía sin destino. Se empezará a maldecir cuando se inician una sucesión de hechos de lo más extraños a raíz, según cree, de recoger a ese misterioso hombre.
- IMDb Rating: 6,2
- RottenTomatoes: 60%
Película / Subtítulo (Calidad 1080p)
En Dust Devil, Robert John Burke interpreta a un asesino serial que se desplaza por el desierto del Namib, ubicado en la frontera entre Sudáfrica y Namibia. Los asesinatos que comete tienen características de corte ritual, por lo que la población lo comienza a identificar con el Diablo del Polvo, un mítico hechicero que debora las almas humanas según sus creencias. La policía sigue sin poder detenerlo, y el oficial Ben Mukurob (Zakes Mokae) toma el caso determinado a arrestar al asesino. Un total escéptico, Mukurob se enfrentará a las supersticiones locales, pues él está convencido de que el asesino es un ser humano. Además, la investigación de Mukurob lo llevará a chocar con el fuerte racismo de su país, así como con sus propios demonios en su viaje por el desierto. Al mismo tiempo, Wendy Robinson (Chelsea Field) abandona a su esposo Mark (Rufus Swart) tras una fuerte pelea y se adentrará en el desierto, conduciendo por la autopista sin rumbo fijo con el fin de escapar de su vida. Los caminos de los tres invariablemente se cruzarán con consecuencias extraordinarias.
Dust Devil es una película de aquellas que los cinéfilos acostumbramos a decir «viaje». Más que una narrativa convencional, Stanley se adentra en ese cine que juega en la frontera de lo onírico y lo mitológico. Prueba de ello es la propia primera secuencia, en la que se presenta nuestro personaje. Sin apenas decir una palabra de diálogo se sube en el coche de una mujer. No han dicho nada pero el espectador ya lo sabe todo. Todo fluye, sin necesidad de recurrir al texto.
El filme está basado ligeramente en una película que realizó en 16mm el propio director años atrás, un cortometraje estudiantil sobre un asesino en serie que tiene poderes sobrenaturales. Es obvio que Stanley mezcla sus propias raíces africanas (todo lo relacionado con la iconografía del asesino y las pinturas que deja realizadas en la casa de las víctimas) con su propia formación occidental, teniendo en cuenta las circunstancias de Sudáfrica en los años en que creció el futuro director (por ejemplo, las alusiones directas a películas de explotación italianas). La mezcla es esta obra de arte.
Es por todos conocido que Richard Stanley tuvo ciertos problemas para distribuir su película. Rodada en la actual Namibia (la película contó con varios actores y extras del país), los problemas aparecieron especialmente después del rodaje, cuando hubo diversas diferencias artísticas entre el director y la productora sobre la duración de la película. Los productores querían acortarla pensando erróneamente que la obra resultaría aburrida para el gran público, mientras que el director no quería que la película fuera mutilada, porque perdería sentido. Actualmente la versión comercializada que puede verse es la del propio director, después de que tuviera varias disputas con la productora, tal y como aparece en los títulos de créditos finales.
Es difícil hablar de una película como la que presenta Richard Stanley. Ya fijándonos en la gran cantidad de géneros con la que es clasificada en gran cantidad de medios nos puede dar una idea de lo peculiar que es esta cinta. Por una parte, el argumento podría recordarnos vagamente a The Hitcher, 1986, pues empieza con un personaje protagonista que se dedica a asaltar a víctimas mediante la técnica del auto-stop. Pero pronto el guion que firma el propio Stanley empieza a añadir una rica mitología que va derivando el filme de un simple slasher a una obra con una obvia carga filosófica. No solo porque se desvela que el personaje del autoestopista no es un simple humano, sino que es en realidad una especie de demonio, sino por como el guion emplea este recurso para darle capas y capas. Precisamente lo grandioso del filme es que puede mejorar tras revisionados, porque es una película que tiene muchas direcciones positivas.
Si por algo apasiona y convence Dust Devil es por la gran cantidad de recursos artísticos que emplea el filme. Sorprende en un primer momento la fotografía con ese color tan anaranjado que obviamente pretende recrear la sensación de estar en un desierto, luego los planos y la puesta en escena, la manera en como la fotografía hace resaltar elementos mediante el uso de luces y sombras…No hay un solo elemento técnico en la película que no sea realmente digno de mención.
Podríamos empezar hablando de una maravillosa fotografía que firma Steven Chivers. La idea general era sumergirnos en un relato mitológico que tiene lugar en el desierto, y a fe que lo consigue. Sí, obviamente ayuda el hecho de que la película se rodara en Namibia, pero es que la película no se dedica simplemente a documentar un desierto cualquiera. No. Dust Devil exagera los estereotipos que el espectador pueda tener sobre el desierto y el calor inhumano, para presentar un cuadro que está más allá de lo real. Estamos ante un ambiente fantástico, de leyenda, como corresponde a la propia temática del filme. Esos tonos naranjas que emplea la película se acaban convirtiendo en una seña de identidad absoluta.
Pero no estamos ante una película que se quede estable en este aspecto, sino que la fotografía varía cuando tiene que hacerlo. Es el caso de las escenas en las que el «Demonio» se alimenta de sus víctimas, donde la fotografía pasa a un tono nocturno que opta por colores aparentemente más fríos pero que siguen teniendo una potencia tonal. O esos colores rojos que el director asocia directamente con la magia y el chamanismo, con las secuencias que tienen lugar en la cueva. También ayuda a la inmersión atmosférica esos planos generales que nos presenta el cineasta de los paisajes de Namibia, aderezados con la música de Simon Boswell y la fotografía de Steven Chivers. No son los típicos planos que simplemente buscan rellenar metraje. Son composiciones estéticas de primer orden que dotan coherencia argumental a la película.
A pesar de que Dust Devil no lo remarca excesivamente, se puede observar de manera evidente los problemas y tensiones sociales que estaban sucediendo en el lugar representado en el filme, Namibia. El país, que fue ocupado por Sudáfrica, realizó también políticas de segregación racial, que pueden verse reflejadas en varias escenas de la película, y que poco a poco muestran una conclusión también espeluznante, como es la absoluta incompatibilidad entre la raza blanca y la raza negra en el territorio africano.
Dust Devil es un película desafortunadamente olvidada y que merece ser rescatada. Es un viaje, una alucinación de una mente febril, una obra de arte multicultural (ahora que está tan de moda este vocablo). Imposible dejarla de lado, si uno se considera cinéfilo. (Guillermo Sánchez Ferrer – CinemaGavia.com)
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