En Duck Soup, la República Democrática de Freedonia, es un pequeño país centroeuropeo, a cuyo frente se encuentra el muy liberal señor Rufus T. Firefly, la cual se ve amenazada por la dictadura de Sylvania, país de vieja y reconocida solvencia como agresor. Dos espías de prestigio, Chicolini y Pinky, sirven a Sylvania, lo que no impide que acaben siendo ministros del ahora ya excelentísimo Firefly.
- IMDB Rating: 8,0
- Rottentomatoes: 94%
Película / Subtítulos (Calidad 720p)
¿Qué hay en un nombre? La quinta y ultima película de los hermanos Marx para la Paramount Pictures se llama Duck Soup, título que ni por asomo se relaciona con el contenido del filme al que da nombre, pero que es consecuente con la alusión –nada coincidencial- a la fauna, tal como en los nombres de las tres películas que la antecedieron. Según se dice, tan curioso bautizo para una cinta -la misma que en los países hispanoparlantes se conoció como Sopa de pato, Sopa de ganso o como Héroes de ocasión– se atribuye a una intraducible y cómica receta que Groucho Marx suministró: “Take two turkeys, one goose, four cabbages, but no duck, and mix them together. After one taste, you’ll duck soup the rest of your life”. Y lo que realmente obtenemos con tan singular mezcla de ingredientes no es exactamente una sopa, sino una de las comedias más disparatadas de la historia del cine.
Preparada en pleno periodo de la depresión norteamericana, Duck Soup (1933), con su pírrico millón de dólares de taquilla marcaría para los cuatro hermanos Marx el final de su relación contractual con la Paramount, antes de vincularse con el estudio más sólido del momento, la Metro Goldwyn Mayer, en ese entonces conducido con mano maestra y ojo avizor por el productor Irving Thalberg. También sería la ultima vez que actuarían como cuarteto, pues a partir de aquí Zeppo Marx se alejaría del celuloide, y cuando aparece el siguiente filme del grupo, Una noche en la opera (A Night at the Opera, 1935) de Sam Wood, ya los Marx son el trío que los espectadores tienden a recordar: Groucho, Chico y Harpo.
No es extraño que en nuestro medio el cine de los hermanos Marx no goce de la popularidad y del afecto que todavía despierta en Estados Unidos y en Europa. A diferencia de los grandes de la comedia muda -Chaplin, Keaton, Lloyd- que vieron tambalear y caer su carrera con el advenimiento del cine sonoro, el humor de los Marx requería indispensablemente del sonido, pues en gran medida se basa en la explotación de las posibilidades de la lengua inglesa como fuente de comicidad: juegos de palabras, asonancias, retruécanos, velocidad, imitación, confusión verbal y cuanta chanza pueda hacerse con el significado y el contexto de las palabras, de ahí que su humor sea muy difícil de traducir a otros idiomas y que requiera ser disfrutado en su idioma original, barrera que ha dificultado su difusión en países como los nuestros. Quizás pensando en eso, y como muestra de las posibilidades de la comedia gestual, uno de sus personajes era mudo por elección -Harpo- pero su expresión se acompañaba siempre de una profusión inagotable de sonidos: un arpa, cornetas, sonajeros, pitos. Los tres hermanos -hijos del vodevil y de Broadway- también cantaban y bailaban en sus películas, amen de realizar algunas acrobacias escénicas, gama de posibilidades cómicas que buscaban brincar la barrera idiomática y acercarlos al público que con tanta facilidad disfrutaba la comedia muda.
Todo eso, que podríamos definir como la estructura de su humor, encaja de maravillas con su manera de hacer cine: los hermanos Marx son la absoluta anarquía fílmica. Más parecidas a las caricaturas surrealistas de Tex Avery para la Warner Bros. que a la vida real, sus películas están repletas de situaciones cómicas tan graciosas como improbables, mostradas en un estilo episódico, donde la comedia verbal reemplaza las grietas narrativas de la forma clásica con que Hollywood solía hacer su cine. Lo absurdo, lo caricaturesco, lo irónico o lo completamente lúdico es el material con el que los Marx se deleitan, burlándose de cualquier establecimiento, regla o norma de conducta civil o moral. Hicieron humor de la saturación, del bombardeo continuo de imágenes a un espectador que debía esperar primero a que ellos se divirtieran en pantalla, para luego pasar a divertirse él. Aunque sus primeros largometrajes gozaron del favor del público, su humor era demasiado temerario para la Norteamérica de los años treinta, de ahí que muchos de sus contemporáneos no entendieran sus filmes, muy agresivos para un país arruinado y desesperanzado.
Pero los hermanos Marx son el optimismo personificado, la glorificación del hombre común recursivo y vivaz, incapaz de rendirse o de dejar que decidan por sí mismo. En sus películas hay una burla constante a cualquier forma de poder: los ricos, los políticos, el gobierno, los empresarios, los héroes inmaculados. Parte de su humor surge del hecho de que esos mismos poderosos los toman demasiado en serio, esperando de este trío un comportamiento normal. Y cuando los Marx les imponen sus propias reglas de conducta, esos poderosos se ven ridiculizados y fuera de lugar. Los hermanos Marx reivindican al norteamericano promedio, le muestran que puede sobresalir (su propia vida ejemplifica lo que mencionamos) y siembran una sonrisa asombrada en rostros que estaban en ese entonces demasiado adoloridos como para soñar. Toda esta teoría del arte del entretenimiento, la depositan los Marx en una filmografía irregular, cuyos momentos más gloriosos pueden encontrarse en Monkey Business (1931), Horse Feathers (1932), A Day at the Races (1937) y por supuesto sus obras cumbres, Una noche en la Opera y Duck Soup. Su notable carrera fue tornándose brumosa con los años, y en su ocaso realizaron algunas películas de serie B y cintas de encargo, para nada representativas de su muy peculiar humor. Serían los círculos intelectuales de los años sesenta los que entronizarían la filmografía “marxista” en la cumbre de la sátira surrealista.
Para Duck Soup, fue llamado a la dirección un veterano excelente, Leo McCarey, que venía de dirigir a Eddie Cantor en el musical The Kid from Spain (1932). McCarey había aprendido a hacer comedias en la época del cine mudo, al escribir, supervisar e incluso dirigir algunos de los cortometrajes de Laurel y Hardy (a él se atribuye la formación de esta pareja). Su estilo era el más compatible con el de los Marx que cualquier otro de los directores con los que habían trabajado (Norman Z. McLeod en Monkey Business y Horse Feathers, Victor Heerman en Animal Crackers) y la perfección de Duck Soup es la prueba. Pero eso no quiere decir que la tarea haya sido fácil, como el propio director lo reconocía: “La cosa más sorprendente de este filme es que tuve la fortuna de no volverme loco, pues yo realmente no quería trabajar con ellos: estaban completamente chiflados. Era casi imposible juntarlos a los cuatro al mismo tiempo”. Después de su trabajo en esta película, McCarey trabajaría con W.C. Fields y Mae West, antes de ganarse el Oscar con The Awful Truth (1937), excelente ejemplo de la screwball comedy de los años cuarenta.
Con guión escrito por Bert Kalmar, Nat Perrin, Harry Ruby y Arthur Sheekman, es difícil atribuir a una sola persona la genialidad de esta cinta, a la que este colectivo de escritores atiborró de material suficiente para iluminar otras dos comedias. Perrin y Sheekman se unieron a la labor en mayo de 1933, luego de acompañar a Groucho y Chico en la realización de Flywheel, Shyster y Flywheel, un serial radiofónico de veintiséis episodios que hicieron para el Five Star Theatre de la Standard Oil Company y que se emitía por la cadena azul de la NBC. Groucho interpretaba a un abogado y Chico a su inepto pasante, en una extensión poco afortunada de sus personalidades fílmicas. No menos de quince escenas de Flywheel se trasplantaron a Duck Soup, desde pequeñas frases y diálogos largos hasta secuencias más elaboradas, en un curioso caso de autoplagio de dos lados, pues varias escenas de The Cocoanuts (1929) y Animal Crackers habían ido a parar al programa radial. En ese momento, al principio de los años treinta, los Estados Unidos todavía no se sacudían por completo del dolor causado por la Primera Guerra Mundial. Los norteamericanos desarrollaron un pronunciado sentimiento antieuropeo, al ver a los lideres allende el Atlántico como tiranos ambiciosos que peleaban por orgullo y cuentas pendientes milenarias, y que llenaban de sangre a todos a su alrededor. Era hora de una película que por medio del absurdo se burlara de la guerra, y lo que se obtuvo con Duck Soup fue entonces un manifiesto antibelicista que entre chiste y broma desacralizaba a los poderosos (tiranos, jefes de gobierno, embajadores) que podían mandar a todo un pueblo al campo de batalla por motivos tan mínimos como inexplicables, los cuales el filme se encarga de ridiculizar y desnudar. A diferencia de otros ensayos políticos en el terreno del absurdo, como los realizados por Eugene Ionesco o Samuel Beckett, Duck Soup triunfa por carecer de pretensiones intelectuales o filosóficas. Al introducir la risa como disculpa, los hermanos Marx logran llegar por esto a un público mucho más amplio que el que puede (y quiere) acercarse a uno de los intelectuales mencionados.
El personaje principal del filme es Rufus T. Firefly (Groucho Marx), que acaba de ser nombrado gobernante totalitario del pequeño estado de Freedonia, debido primordialmente al apoyo de la Sra. Teasdale (la infaltable Margaret Dumont), mecenas del gobierno, que exige la presencia de Firefly en el poder para poder seguir apoyando económicamente al país. En la secuencia de apertura de la cinta, Firefly va a ser presentado a los embajadores en un gran salón de baile, pero el nuevo gobernante llega tarde y aprovecha para burlarse de todos, incluido Trentino (Louis Calhern), embajador de la vecina Sylvania, quien secretamente promueve un golpe de estado en Freedonia, gracias a la ayuda de dos espías, Chicolini (Chico Marx) y Pinky (Harpo Marx), absolutamente incompetentes en su labor, tanto que más tarde el propio Chicolini es nombrado ministro de Guerra de Freedonia, en una particular trasgresión de roles que es una de las marcas de su cine.
Firefly y Trentino se disputan desinteresadamente el amor de la viuda Sra. Teasdale -Groucho le pregunta: “¿Te casarías conmigo? ¿Él te dejó dinero? Responde la segunda pregunta primero”. Eventualmente los insultos se tornan peores y Sylvania declara la guerra a Freedonia. Unas secuencias absurdas y surreales nos muestran de frente el deseo de los Marx por aleccionarnos acerca de la sinrazón de los conflictos bélicos. Ante las innumerables bajas, pregunta Firefly a su ministro de guerra (Chico), en plena batalla:
-¿Qué va intentar usted hacer?
– (Chico) Ya lo hice. Me pasé al otro bando.
– Así que usted está en el otro bando, ¿Eh?. ¿Entonces que está haciendo acá? -Pregunta Firefly.
-La comida es mejor aquí –responde el ministro.
Contra todo pronostico, Freedonia se las arregla para triunfar, gracias a la ayuda de Firefly, su ejército y los supuestos espías, ya todos en el mismo bando y actuando como grupo, lejos ya de las caracterizaciones originales del filme.
Tomando el riesgo de perderse toda la diversión, Duck Soup puede leerse como una critica a la locura de la guerra y a la relación entre riqueza y poder político. En la Italia bajo el régimen fascista la película fue prohibida porque la consideraron una declaración contra la dictadura, pero lo que los asesores del Duce no vieron es que la burla era contra todo tipo de organización política y sus vacuos símbolos de honor y valor. Ejemplo de concentración dramática, sus escasos setenta minutos de longitud abarcan caos, hilaridad, irrespeto hacia los políticos y los militares, en un verdadero asalto sobre la diplomacia internacional, la guerra y las maquinarias.
Dejando de lado cualquier interpretación, lo que tenemos ante los ojos es una montaña rusa incontrolable de humor e ironía, imposible de resumir con palabras: aquí está la secuencia de Groucho frente al espejo, la lucha entre los vendedores de maní y limonada, la imitación que hace Harpo de la figura de Paul Revere, un método radical para apagar la radio, la mejor manera de dormir con un caballo y hasta una sátira a los musicales que Busby Berkeley realizaba en la misma época. Puesto que ya nadie se atreve a hacer comedias tan arriesgadas e inteligentes, los años le han hecho conservar intacta su frescura y sus fines. Es simplemente, una comedia magistral, viva y eterna. (Juan Carlos González A. – tiempodecine.co).
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