En Drinking Buddies, Luke y Kate son dos inseparables compañeros de trabajo que, tras finalizar la jornada, comparten risas, coqueteos y, sobre todo, una gran afición por la cerveza. Ambos, sin embargo, tienen pareja.
- IMDb Rating: 6.2
- RottenTomatoes: 83%
Kate y Luke son tal para cual. Si existen las almas gemelas, esos seres que desprenden química por cada poro de sus cuerpos y que han llegado a tal conexión que casi no necesitan palabras para que uno sepa cómo se siente el otro, esos son ellos. Ambos comparten lugar de trabajo en una cervecería de Chicago, gustan de salir con los amigos de fiesta, echar unas cervezas (muchas) o jugar al billar. Son dos juerguistas que siempre están de broma y disfrutan restregándose la comida por la cara mutuamente o picándose en interminables partidas de cartas. ¿El único pero? Ambos están comprometidos con sus respectivas parejas. Luke lleva una vida tranquila junto a la dulce Jill, a la que conoció cuando ella contaba solo 21 años. El sueño de la joven es sellar tantos años de feliz convivencia pasando por la vicaría. Por su parte, la relación entre Kate y su novio Chris presenta esa incómoda sensación de calma que precede a la tormenta. El carácter serio e introvertido de él contrasta enormemente con la locura de ella y ocho meses en pareja son suficientes para darse cuenta de que están condenados al fracaso. Este cuarteto de personajes, sus vaivenes amorosos, sus dudas y conflictos emocionales son el motor que mueve a Drinking Buddies, la antepenúltima muestra de comedia romántica (o no tanto) que nos ofrece el cada día más estimulante cine independiente norteamericano.
Joe Swanberg, polifacético actor, director y guionista que parece haberse especializado en pequeñas historias de corte intimista sobre las complicadas relaciones de pareja, es conocido por varias colaboraciones con Greta Gerwig en Hannah Takes the Stairs (2007) y Noches y fines de semana (2008), donde la actriz fue protagonista y co-autora de los guiones. Con Drinking Buddies demuestra una gran habilidad para mantener un armonioso equilibrio entre el drama típico de una historia que habla de amores no correspondidos (o sí, pero no hay valor para consumarlos) y un sutil humor que nace del carácter jovial y positivo de sus personajes. Para que éstos resulten cercanos al público era necesaria una cuidadosa elección de sus actores principales. Sin duda, el reto fue aprobado con nota alta. Olivia Wilde encuentra, por fin, una oportunidad de oro para demostrar que es mucho más que una cara bonita. Su actuación desprende frescura y vivacidad, logrando una estupenda complicidad con su compañero de reparto, un Jake Johnson inspirado y sorprendente. Pero si hay alguien que roba todas las escenas en las que aparece (algo que viene convirtiéndose en habitual en ella), esa es la excelente Anna Kendrick. Su interpretación de Jill, atormentada por la culpa de un amago de infidelidad a su novio, es absolutamente irresistible, convirtiéndose en el alma de un filme que plantea por enésima vez ese antiguo debate sobre si son capaces hombres y mujeres de ser amigos entre sí sin que surjan las necesidades sexuales.
Sin embargo, Drinking Buddies no es la típica comedia obvia en la que el público advierte qué derroteros van a tomar los acontecimientos en cada instante. La historia es muy sencilla, está contada con un ritmo sinuoso y aunque parece que en ningún momento sucede gran cosa en pantalla, al mismo tiempo los pequeños detalles, las miradas, los diálogos y, sobre todo, los silencios, lo dicen todo. En este sentido, la cinta de Swanberg me ha recordado en su tono agridulce a otra modesta (pero muy estimulante) producción de similares planteamientos argumentales, Your Sister’s Sister (2011) de Lynn Shelton, donde Emily Blunt y Mark Duplass también tenían una relación de camaradería que, de la noche a la mañana, derivaba en atracción amorosa. Al igual que en aquella, Drinking Buddies transcurre en una cabaña en el campo durante buena parte de su metraje. Un mismo escenario donde sus criaturas dan rienda suelta a las distintas confusiones sentimentales, propiciadas por plácidos y en principio inofensivos picnics o largas conversaciones junto al fuego de una hoguera en la playa. Dos factores no ayudarán precisamente a que esta película goce de una gran difusión comercial. En primer lugar, el no contar con grandes estrellas como cabeza de cartel (aunque sí muy buenos actores) que sirvan de gancho para atraer a grandes audiencias. En segundo, su apuesta por una historia más íntima y amarga de lo que se supondría esperar de la típica comedia romántica que, con mucho menos inteligencia y buen gusto, sí termina arrasando entre el gran público. Una auténtica injusticia, pues estamos ante un filme que rebosa autenticidad y encanto en cada fotograma, redondeado con una magnífica escena final en la que, sin utilizarse las palabras, se define perfectamente el mensaje de amistad a prueba de bombas que recorre toda la obra.
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