En Deux Hommes dans Manhattan, un diplomático francés que trabaja en la sede de la ONU en Nueva York desaparece inexplicablemente. Con el fin de hallar alguna pista sobre su paradero o sobre las misteriosas razones que pudieron obligarlo a abandonar la ciudad, los periodistas franceses Moreau y Delmas se trasladan a Nueva York.
- IMDb Rating: 6,7
- RottenTomatoes: 60%
Película / Subtítulos (Calidad 1080p)
Deux Hommes dans Manhattan se suele considerar el segundo de los largometrajes dirigidos por el cineasta francés Jean-Pierre Melville que se ubica dentro de los cánones del cine policiaco, al que el director consagraría el grueso de su (breve) filmografía posterior. Dado que, por lo general (vid. Jean Pierre Melville, Nosferatu, 1993), se la considera una obra preparatoria y, por ende, un film menor, suele ser despachada por la crítica con brevedad y cierto desdén, si no con mera indiferencia. Sin duda es cierto que si la confrontamos con su predecesora, la magnífica Bob le Flambeur (1956) -a la altura de sus admiradas The Asphalt Jungle, de John Huston, o Touchez pas au Grisbi, de Jacques Becker -, o con sus películas posteriores, cada vez más personales, concisas y estilizadas (Le Samouraï o Le Cercle Rouge) su valía e interés disminuyen. No obstante, Deux Hommes dans Manhattan posee por sí sola numerosos atractivos, tantos que le permiten sobreponerse a su condición subordinada, de simple precedente o tentativa exploratoria fallida, para rehabilitarla y dotarla de entidad y autonomía.
A ello contribuyen tanto razones de índole mitómana, como el hecho de que esté protagonizada por el propio director, aunque no aparezca acreditado en los títulos, (el otro protagonista corre a cargo de Pierre Grasset, que años antes participara en Rififí, Jules Dassin, 1955-), que su música está firmada por Ch. Chevallier y el jazzista Martial Solal, el mismo que luego compondría la memorable banda sonora del largometraje de debut de Jean Luc Godard, À Bout de Souffle (1960) donde, recordemos, el propio Melville hace una notable aparición como Parvulescu; o bien que esté rodada -al menos sus exteriores- en Nueva York, la metrópoli por antonomasia, junto a Los Ángeles, del imaginario del cine negro (hoy, sin embargo, mucho más concurrido: New Jersey, Baltimore, Boston, Vigàta, Ystad).
Pero también es posible apoyarse para esta operación de rescate en razones puramente cinematográficas. Aunque como hemos apuntado, normalmente el film se encuadre dentro del género negro, lo cierto es que esto sólo podría predicarse desde un punto de vista muy laxo y voluntarista, ya que el argumento vagamente puede definirse como tal: el viaje al fin de la noche neoyorquina de un periodista (Moreau/Melville) de la agencia France Press y de su guía, un fotógrafo alcohólico (Delmas/Grasset), en pos del desaparecido representante francés ante las Naciones Unidas. Así, Deux Hommes dans Manhattan apenas puede emparentarse a dicho género más que por la típica estructura episódica “de encuesta” (las sucesivas visitas al entorno femenino del diplomático) y por su excusa argumental (la búsqueda del desaparecido), el resto es un puro desbordamiento genérico. Desde sus títulos de crédito, la visión de Times Square desde la trasera de un vehículo, nos situamos ante una obra mestiza, bastarda y desequilibrada: parece un semidocumental con voz en off en la senda de Naked City, Jules Dassin, pero también posee una apariencia apresurada, imprecisa y cruda, en las lindes del cine fulleriano, y está provista de una trama errática, reiterativa y caprichosa, a modo de mero subterfugio para mostrar una deriva nocturna por las calles de la gran ciudad, que se revela la coartada ideal para ilustrar un recorrido, en realidad más bien un homenaje, lleno de nombres, ambientes y lugares de resonancias míticas (Greenwich Village, el Mercury theater, Capitol studios, Brooklyn), cuya forma cinematográfica respira, entre desaliñada y libre (à la cassavetiana manera), el mismo hálito que las revisiones, aproximaciones y retorsiones del género policiaco que inmediatamente pondrían en práctica los directores de la Nouvelle vague en ciernes (Godard, Rivette, Chabrol, Truffaut).
Por lo tanto, como si de una hermana mayor se tratara, Deux Hommes dans Manhattan anticipa -e inspira- el cambio cinematográfico nouvelle vaguiano (no en balde Melville y Godard llegaron a ser inseparables durante una temporada), y, además, participa y abunda de la hibridación temática y formal que caracterizaría luego a aquel movimiento, pues desde el momento en que la pareja protagonista encuentra a su hombre (circunstancia que tiene lugar por puro azar) el film sufre un inesperado desplazamiento hacia el drama y la gravedad, dando inicio a una segunda persecución, y terminando con la resolución de la encrucijada moral en la que se encuentra Delmas/Grasset. En la ruptura del más o menos lúdico trayecto de los protagonistas, Melville aprovecha para introducir súbita y disgresivamente varias reflexiones serias en torno al periodismo y su pulsión hacia el sensacionalismo, así como sobre la ambición y el afán de triunfo económico en el ambiente de oportunismo y corrupción moral que genera la gran urbe. Todo ello sobrevolado por la muda presencia del diplomático, del que sólo en última instancia conoceremos su honorable papel en la resistencia y en la política francesa, así como su dimensión familiar, evidenciando con ello la fractura humana y social que todo lo corroe entre un pasado mítico fuerte y un presente débil, prosaico y decepcionante.
En definitiva, a pesar de su apariencia irregular, de la arbitrariedad argumental, así como de la evidencia de constituir una suerte de personal homenaje al cine negro clásico, la película funciona a diferentes niveles como un verdadero síntoma, tanto social como cinematográfico y genérico, de manera que exhibe, o pone de manifiesto, la decadencia o mutación que en aquel preciso instante estaba sufriendo, al borde mismo de su ruptura, tanto un modelo humano como un modelo cinematográfico y genérico, el noir; anunciando los nuevos itinerarios que estaban por venir. Un género que, según los críticos, con Touch of Evil, Orson Welles, había finiquitado el modelo clásico, y que comenzaría a derivar entre el mestizaje y hacia la deconstrucción y que, irónicamente, frente al ejercicio de libertad que supone Deux Hommes dans Manhattan, años más tarde el propio Melville llevaría a una nueva cumbre pero a través de un proceso de depuración y de una forma estrictamente codificada que, a su vez, posteriormente deviene fórmula imitada y repetida hasta la extenuación. (MisteriosoObjetoAlMediodía.Wordpress.com)
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