En Decision to Leave, Hae-Joon, un veterano detective, investiga la sospechosa muerte de un hombre en la cima de una montaña. Pronto, comenzará a sospechar de Sore, la mujer del difunto, mientras la atracción que siente por ella le desestabilizará.
Mejor Director en el Festival de Cannes 2022
- IMDb Rating: 7,3
- RottenTomatoes: 90%
Película / Subtítutlos (Calidad 1080p)
¿Si un árbol se desploma en un bosque donde no hay nadie, entonces dicha caída emite algún tipo de sonido? No se sabe, no puede saberse, y de hecho, esta es la (no)resolución a la que pretende llegar la pregunta. Se trata de un kōan, un pretexto para poner a trabajar la mente en un problema que carece de solución lógica. Pero, ¿cuál es el objetivo? Inducir un salto metafísico, ni más ni menos, a partir de una situación de catástrofe intelectual. Llevar al individuo mucho más allá de los dominios de las palabras y la razón, para hacerle aterrizar en los territorios del satori, allí donde aguarda la iluminación: un estado de no-mente; de presencia total. ¿Qué pasa cuando alguien muere de una causa desconocida, y sin que nadie haya podido dar fe de dicho fallecimiento? Pues entonces, como no podía ser de otra manera, se abre una investigación policial. A los pies de una montaña que parece más bien un objeto decorativo inmenso, aparece el cuerpo frío y rígido de un hombre: un trozo de carne que está siendo devorado a toda prisa por una colonia de hormigas. Toca pues espantar a los insectos, y tomar fotografías de la posible escena del crimen, y almacenarlas todas, y llevar el cadáver a la morgue, y hacerle la autopsia. Pero antes, claro, debe localizarse a los allegados del pobre desgraciado. Ahí está su viuda; alguien va a tener que contarle que el cuerpo de su marido va a ser literalmente abierto y explorado a fondo.
Es desagradable, pero son los protocolos a seguir; el más-que-contrastado manual de los detectives, el que ayuda a estos a resolver aquello que, en principio, no puede ser resuelto. Seguimos repasándolo, pues, y retomamos el hilo: después de la autopsia toca interrogar y hacer seguimiento a los seres más cercanos al fallecido. Escudriñar sus vidas; diseccionarlas, contrastar coartadas, destapar sus secretos más inconfesables. Apoderarse, en definitiva, de toda la información reveladora. Con la debida presión y/o trabajo de la confianza, todo acaba cayendo por su propio peso. Una versión de la historia con detalles que contradicen a la primera declaración, un diario personal, una correspondencia compremetedora… un teléfono móvil. ¿Qué pasa cuando un smartphone cae al fondo del océano? Que el agua salada ahoga sus chips y su cableado interno, claro. Que se produce un fallo fatal, vaya; un colapso del sistema que arruina, para siempre, todos los datos que ahí estaban almacenados. Las fotografías, los chats, las notas de audio, las pistas de música, el historial de llamadas, las búsquedas en el navegador… todo. Sabemos que, como le sucede a un cerebro agonizante, cuando un dispositivo de estos muere, lo hace con un último estallido que aglutina, de forma caótica, todo el conocimiento con el que se le había ido llenando. Por cierto, el título de la película que ahora mismo nos ocupa, aparece en una pantalla saturada, casi glitcheada, que a lo mejor también está inmersa en su propio tránsito hacia la muerte.
Decision to Leave se anuncia a sí misma con fondos cambiantes y con una música extradiegética igualmente camaleónica; igualmente desquiciante, pues es incapaz de mantener una única melodía durante más de medio segundo. Antes de esto, Park Chan-wook nos ha presentado a uno de los personajes centrales de esta función: un detective muy metódico, que ha hecho de la profesión de perseguir a sospechosos y criminales un modo de vida que le persigue a él. Esto, más que un oficio, es un generador de misterios desencriptables; un mar de obsesiones que somatiza en insomnio. Cuando llega la hora de dormir, el cerebro sigue trabajando, porque sigue queriendo saber, y claro, la mañana siguiente parece llegar en un par de parpadeos, y por supuesto, se confunde con el día anterior. La nueva película del cineasta surcoreano nos pone en situación como si en realidad quisiera sacarnos de ella; con una serie de pinceladas lanzadas como el bombardero se desprende de su carga mortífera. Y así avanzamos (y retrocedemos, y a avanzamos, y retrocedemos…) durante dos horas y cuarto de metraje. Sobre el papel, todo se reduce a un caso que parece visto para sentencia. Un hombre muerto, una única sospechosa y un policía con la capacidad para recabar todas las pruebas necesarias. Pero no, la narración (la manera en que esta se nos presenta) se empeña en enmarañar ese bosque donde ya no se sabe si caen árboles, cuerpos o teléfonos móviles. Al detective se le solapan los casos, y cuando está trabajando en uno, la cabeza, pero también el destino, le llevan a otro. Como si no pudiera evitar ser presa del «fomo» de nuestros tiempos: por querer (y creer que podemos) estar en todos los sitios, no podemos instalarnos en ninguno de ellos.
A todo esto, escribo estas líneas con mi smartphone reclamando mi atención a través de una batería interminable de notificaciones. Esto que estás leyendo, es mi intento de ordenar un torrente de ideas que creo que pide no ser ordenado. De igual modo, el sistema de puntos de vista en los que constantemente bascula Decision to Leave, alcanza una suerte de omnipresencia… negándose a quedar en ninguno de los sitios/situaciones que explora. En la misma línea, Decision to Leave parece montada por un crupier, por alguien que parece decidido a barajar imágenes y sonidos, antes que a construir con dichos estímulos una narración lineal, clásica, comprensible. En una escena de acción (uno de los muchos momentos en que la línea de meta parece estar cerca), vemos una persecución a pie por un laberinto urbano, mientras oímos la voz en off de una mujer que nos cuenta las hazañas bélicas de su abuelo. Es el mismo efecto de extrañeza con el que jugaba The Midnight Gospel, magistral miniserie de animación con el sello Pendleton Ward; una retahíla de aventuras en la que aquello que veíamos parecía estar desvinculado de aquello que escuchábamos. Añadamos ahora la variable de unos subtítulos que, si son leídos, es a costa de perder atención en otros muchos datos y virguerías con las que la película nos está masacrando. Park Chan-wook actúa en la misma línea, brindando así un glorioso caso de cine de la saturación, películas que desbordan (con información, sensaciones, registros, emociones…) porque surgen del colapso en el que nos ha tocado movernos. Decision to Leave es, en efecto, un resultado lógico (y al mismo tiempo irracional) de nuestros tiempos: una simulación de Alfred Hitchcock y Brian De Palma trabajando en modo multitasking.
Es, en definitiva, un thriller zeitgeist: una criatura nacida en tiempos de big data y de dispositivos con mucha más memoria de la que nosotros llegaremos jamás a poder gestionar. Park Chan-wook, como director y coguionista, siempre en control —extremo— de la situación, vuelve a hacer de la puesta en escena un ejercicio de arquitectura. Decision to Leave es, en este sentido, una metralleta de travellings tomados con una regla en la mano, paneos calculados con transportador y zooms tirados con el beneplácito de un cronómetro. Todo ejecutado con un control que perfectamente podría leerse como síntoma de un trastorno obsesivo-compulsivo. Como si de una novela gráfica se tratara, cada imagen es cuidadosamente preparada y ejecutada teniendo en cuenta cuál va a venir a continuación. Como si solo valiera el corte de salto para pasar de una a la otra. Y por supuesto, no hay ni un fotograma que no sea de un elevadísimo valor estético y/o narrativo. El detective al que se le acumulan los casos por resolver, toma la decisión suicida de llevar una doble vida: esa mujer a la que está investigando emana el irresistible magnetismo de la femme fatale (asociada ahora a esos tics misóginos en el cine de Park Chan-wook, donde hay que desconfiar de la inteligencia femenina, pues esta se asocia principalmente al mal que traerá la perdición de los hombres) y él tiene que ir allí, y consecuentemente, conciliar su vida en pareja (oficial) con este nuevo frente que está explorando. A todo esto, el sofisticado aparato en que se erige Decision to Leave, sigue solapando escenarios y situaciones. De las colinas de Busan saltamos a la costa de Ipo, de aquella casa a aquel coche, y de aquel testigo a aquel criminal.
Con la angustiosa facilidad de quien se teletransporta sin querer. En esta función, la niebla es una recurrente, parafraseada textual y visualmente. También en el plano donde encontramos las tesis del conjunto, pues como se ha dicho, la narración se comporta como una nebulosa donde el estado acuoso y el gaseoso se confunden. Es la negación de lo sólido, de puntos de apoyo a los que aferrarse; es caminar hacia el movimiento browniano (aleatorio, incontrolable, eterno) de las partículas. Y ahí queda, una película concebida y diseñada, por qué no, por y para el sentimiento de no estar entendiendo, de no poder entender; cuyos giros de guion están pensados no tanto para sorprender, sino más bien para aturdir, para desconcertar, para marear… Decision to Leave podría tener mil distintos montajes, y el efecto final seguramente sería el mismo: quedarnos sin nada por haber intentado llegar a todo. (Victor Esquirol – ElAntepenúltimoMohicano.com)
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