Camiel Borgman llama a la puerta de la casa de una familia burguesa que vive en una apacible zona residencial. ¿Quién es Borgman? ¿Un sueño, un demonio, una alegoría o la encarnación de nuestros miedos?
Mejor Película (Festival de Sitges 2013)
- IMDB Rating: 6,8
- Rottentomatoes: 86%
Película / Subtítulos (Calidad 1080p)
A veces puede ser un ejercicio interesante el de ver una película sin prestar atención a los diálogos, insonorizándolos o eliminando los subtítulos si los actores hablan en un idioma que no se entiende. Con una película de Billy Wilder evidentemente sería un experimento inútil y exasperante, pero hay ciertos casos donde la imagen domina claramente sobre unos diálogos secundarios y prescindibles, o incluso en casos más comunes donde estos aportan información el ignorarlos nos fuerza a desentrañar el sentido de una historia no solo a partir de la imagen sino de los gestos de los personajes y del contexto en que se mueven en cada momento. De esta forma vemos hasta qué punto el filme en cuestión es capaz de contar su historia visualmente. Es un trabajo con todo más propio de un deber académico al que nadie querría verse sometido en circunstancias normales, pero ser consciente de su posible utilidad ayuda a encarar algún caso que se nos presente inicialmente contra nuestra voluntad. Y tal caso fue el de la proyección de Borgman (2013) a la que asistí en el pasado festival de Sarajevo, en la que los subtítulos no funcionaron durante el primer tercio del metraje y en la que mi conocimiento limitado del holandés me forzó a deducir lo que estaba pasando en la pantalla.
Una deducción que no fue muy difícil precisamente porque durante ese tiempo, y sobre todo en sus primeras secuencias, Borgman apuesta por una clara prevalencia del cuadro sobre el sonido. De hecho su impresionante y pictórica secuencia introductoria nos muestra sin explicaciones de por medio a tres cazadores, entre los que se encuentra un cura, rastreando el subsuelo de un bosque en el que habitan varios hombres sucios y harapientos. Uno de ellos es el que da nombre a la película y es el primer expulsado de su hábitat subterráneo, consiguiendo huir dejando atrás sus pertenencias hasta conseguir entrar en un chalet inmaculado, gracias a la pena que provoca su situación en la dama de la casa. Por aquel entonces ya ha habido alguna conversación ininteligible a mis oídos, pero, como he dicho, se deduce sin mayor dilación que el protagonista simplemente pretende introducirse en su nueva casa con artimañas argumentales y morales que enseguida nos recuerdan a las de Funny Games (Michael Haneke, 1997). En efecto, a partir de entonces la narrativa gira en torno a la estancia de este extraño en el hogar de una familia de clase media-alta, perturbando su hasta entonces apacible y próspera cotidianeidad, con una trama similar a la que se ha usado en otras películas aparte de la de Haneke. Sin embargo, su inicio buñuelesco ha quedado grabado en nuestra mente, de tal forma que la historia tiene también desde un principio la connotación de una lucha de clases e incluso de la revolución de la clase baja. Ésta está representada por hombres y mujeres demoníacos liderados por el tal Borgman, un ser misterioso y seductor que más adelante altera su apariencia haraposa por una mucho más elegante, poniéndose al frente de otros cuatro para invadir el hogar burgués.
Llegados a este punto ya han hecho acto de presencia los subtítulos, pero compruebo entonces que sus datos no sirven sino para reforzar el calado surrealista y en parte filosófico de una cinta que cuenta entre sus principales méritos su combinación de ambigüedad y explicitud. Ello se pone de manifiesto sobre todo en un par de secuencias intrigantes e inevitablemente hilarantes, como el plan que trazan Borgman y sus compinches para asesinar al jardinero de su nueva casa y para que Borgman tome su lugar, tras afeitarse y trajearse para que el ingenuo dueño no le reconozca. Esta subtrama está al servicio de la progresiva demonización que pretende ejercer este grupo marginado sobre la aventajada pareja, sus niños y su niñera, pero tal objetivo solo lo conocemos al final, sin que al principio la muerte del jardinero parezca relacionada con ello. Lo afortunado de esta secuencia es pues que se basa en gran parte en el gag visual, sucediéndose acciones extravagantes y chocantes que mantienen al espectador en vilo y que en último lugar lo satisfacen por la conexión que se establece entre todas ellas. Se trata en definitiva de un plan tan brillante como inverosímil que solo funciona siendo conscientes del sustrato fantástico de la película
Sin embargo, no todas las escenas aportan algo significativo de cara a su indudable mensaje ni todos sus elementos aportan la pretendida dosis de turbación e hipnotismo. La escasa música, por ejemplo, podría haber acentuado dicha sensación pero en vez de ello pasa desapercibida, por lo que casi habría sido mejor prescindir también de ella. Lo que sí mantiene una coherencia meritoria es el estilo elegante de van Warmerdam, con una cámara siempre sostenida por algún soporte y apoyada por una fotografía nítida y colorida: no se utiliza pues el recurso inmaduro de la cámara agitada y la fotografía sombría para transmitir desasosiego, sino que el mismo resulta precisamente de la reversión y la perversión que se ejercen sobre un decorado familiar y acogedor. Técnicamente y conceptualmente se trata por tanto de un trabajo conseguido, aunque dramáticamente tenga sus altos y sus bajos, empezando por esa exterminación fallida a cargo unos prohombres igual de inmorales que los desgraciados que pretenden eliminar, hasta la inexorable victoria que estos últimos alcanzan sobre unos miembros menos preparados de la sociedad, contagiándoles de su malicia y arrastrándoles de vuelta a su hábitat inicial. Un cuidado esfuerzo el de este cineasta holandés, que deja cierto poso pese a su irregularidad, y donde al fin y al cabo las palabras y subsiguientes elucidaciones están de más. (Ignacio Navarro – elantepenultimomohicano.com).
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