En Baby Driver, un joven y talentoso conductor especializado en fugas, depende del ritmo de su banda sonora personal para ser el mejor en lo suyo. Cuando conoce a la chica de sus sueños, Baby ve una oportunidad de abandonar su vida criminal y realizar una huida limpia. Pero después de ser forzado a trabajar para un jefe de una banda criminal, deberá dar la cara cuando un golpe malogrado amenaza su vida, su amor y su libertad
- IMDb Rating: 8,1
- RottenTomatoes: 93%
Si Edgar Wright es uno de los directores esenciales de este siglo, es en buena medida gracias a su talento a la hora de reimaginar cualquier género. A través de lo que se conoce como su ‘Trilogía Cornetto’, por ejemplo, el británico aportó ideas fresquísimas y nuevas posibilidades de humor al cine de zombis —Shaund of the Dead (2004)—, el policíaco —Hot Fuzz (2007)— y la ciencia-ficción —The World’s End (2013)—. En parte también gracias a su intrépido uso en la banda sonora de músicas exquisitamente seleccionadas, Wright marcó caminos a seguir para otros directores que posteriormente han probado suerte en cada uno de esos géneros.
Ninguna de esas películas, en todo caso, nos permitió anticipar la explosión de creatividad que supone su nueva película. Porque, ¿qué es exactamente Baby Driver, ¿la historia de un joven conductor que trata de alejarse del mundo del crimen? ¿Una deslumbrante película de acción? ¿Una comedia chutada de adrenalina? ¿Un encantador romance posmoderno? ¿Un rutilante musical? Las respuestas son, en ese orden, sí, sí, también, y por supuesto.
De entrada, en efecto, Wright rinde exuberante tributo pop a títulos como ‘Driver’ (1978) y el descendiente espiritual de este, ‘Drive’ (2011). Baby (Ansel Elgort) sin duda comparte rasgos con los lacónicos antihéroes de esas películas; apenas abre la boca, y es el mejor en su trabajo. Pero al mismo tiempo Baby Driver podría definirse como una versión de La La Land (2016) en la que los bailarines no son personas sino coches muy rápidos, y que anticipa una nueva manera de integrar música e imagen en una pantalla. En todo caso, eso sí, Baby es menos un álter ego de Ryan Gosling —ya sea ataviado con la dichosa chaqueta del escorpión como bailando claqué— que del propio Wright, en tanto que, como él, es un devorador de cultura pop que sortea los obstáculos de la vida imaginándola como puro entretenimiento. En ese sentido, quizá Baby Driver sea la película más personal de su autor.
En el pasado reciente, Wright ha explicado con claridad cuál fue el motivo de que finalmente desistiera de dirigir Ant Man. Básicamente, en Marvel llegaron a hacer tantos cambios en su guion que, de haberse puesto finalmente tras la cámara, se habría sentido más un guardia de tráfico que un cineasta. Se entiende, pues, que su reacción inmediata tras esa mala experiencia sea una película que se percibe como suya al cien por cien. Aquí están, decimos, los ingredientes cinematográficos que más le gustan: música, acción y humor. Y nunca antes los había combinado con tanta finura.
Hasta ahora, en efecto, el británico siempre había sido un director más de comedia que de acción —Hot Fuzz, por ejemplo, es ante todo una parodia de cierto tipo de ‘blockbusters’—. Pero en Baby Driver se las arregla para mezclar ambos géneros con precisión de alquimista: las coreografías de acción, que no requieren de explosiones ni coches paracaidistas sino solo de ruedas que chirrían y tiemblan y se queman en medio del tráfico, nos dibujan una sonrisa en la cara, y durante los momentos de humor el corazón nos va a mil. Y viceversa. Wright amplifica la emoción sin sacrificar la diversión, y no deja que la comedia eche por tierra la tensión.
Nuestro héroe planea sus huidas a partir del ritmo que el iPod le impone, hasta el punto de que solo pisará el acelerador en el momento justo de la canción; y durante las escenas de acción, los frenazos y los disparos están perfectamente sincronizados con los ‘beats’ de la música. El resultado es algo parecido a un ballet compuesto de persecuciones y balazos, dotado de la energía, el brío, el ingenio motriz y el colorido propios de una coreografía de Stanley Donen. Pero, de nuevo, Wright hace mucho más que eso: directamente deja obsoletas las nociones clásicas de lo que constituye un musical cinematográfico.
En el proceso, es cierto, el británico en ningún momento se preocupa por hacer que nada de lo que les pasa a Baby o al resto de personajes nos importe mucho. Está demasiado ocupado atacando sin piedad nuestros centros de placer. Hoy en día, la mayor parte del cine de acción es del todo olvidable. Las películas de Marvel, por ejemplo, pasan tanto tiempo explicando el lugar que ocupan en una mitología más amplia que desatienden la responsabilidad esencial de gratificar al espectador. Baby Driver, en cambio, nos recuerda en cada una de sus escenas lo gozoso que resulta estar viendo una película y al mismo tiempo pensar en lo bonito que será verla de nuevo. (Alejandro Alegré – El Confidencial)
2 Comments
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Gracias por tanto.
Gracias a vos! Aguante todo…