En Arrival, naves extraterrestres comienzan a llegar a la Tierra y los altos mandos militares piden ayuda a una experta lingüista para intentar averiguar si los alienígenas vienen en son de paz o suponen una amenaza. Poco a poco la mujer intentará aprender a comunicarse con los extraños invasores, poseedores de un lenguaje propio, para dar con la verdadera y misteriosa razón de la visita extraterrestre.
- IMDb Rating: 8,3
- RottenTomatoes: 94%
El subgénero “película de ciencia ficción para adultos” parece haberse convertido en una contrapropuesta anual de Hollywood en la temporada de los premios, especialmente después del éxito de Gravity e Interestellar. No son nada nuevo en Hollywood, pero es cierto que en los últimos años ocupan casi un lugar fijo en el calendario, aterrizando un poco antes que los grandes tanques de taquilla que se dedican a explotar y/o abusar de los efectos especiales.
En Arrival se profundiza una idea que se ha planteado en muchas historias de ciencia ficción: ¿qué pasaría si al llegar extraterrestres el problema mayor sería no entender qué quieren? Básicamente, es dable pensar que si llegan seres de otro planeta una de las principales preocupaciones de los humanos serán entender qué dicen y qué quieren. Aquí lo que sucede es, bueno, exactamente eso. Tras una introducción en la que vemos a Louise Banks, una prestigiosa linguista (Amy Adams) atravesar lo que parece ser un duro hecho familiar, los noticieros empiezan a mostrar el aterrizaje de una docena de extraños ovnis de forma cóncava que se depositan en varios lugares del planeta. Pronto, el gobierno norteamericano recurre a los servicios de Banks y del científico Ian Donnelly (Jeremy Renner) para intentar entender cuál es el plan de estas criaturas que allí se depositaron con sus extraños transportes.
La película de ahí en adelante seguirá un proceso un tanto rutinario y solemne en el que Banks intentará, ingresando a una especie de hall de entrada de estas naves, comunicarse mediante carteles y gestos con las borrosas criaturas de extrañas formas que están allí adentro. Pero ellos no se comunican de una manera comprensible para los humanos sino que lo hacen mediante unas curiosas figuras de tinta circulares que, con un talento que solo tienen los científicos que existen en la ficción, Banks empieza a descifrar en lo que parece ser poco tiempo (en términos reales deberían pasar años para que la mitad de eso pueda suceder). En el interín, Banks y Donelly empiezan a relacionarse cada vez más íntimamente y, como suele pasar, los gobiernos (especialmente los rusos y chinos) están a punto de perder la paciencia y echar a las criaturas al estilo old school.
No diremos más sobre la trama porque para su segunda mitad, Arrival reserva unas cuántas sorpresas. La principal es la interesante idea (muy discutida en el ámbito lingüístico y semiológico) de que nuestro conocimiento del lenguaje define nuestra forma de entender y vivenciar el mundo. No sólo en lo básico –a mejor uso del lenguaje, mayor comprensión– sino en lo que respecta a cómo esos lenguajes definen nuestra forma de entender lo que experimentamos en la vida real y cómo lo hacemos. Y, finalmente, cómo es el principal arquitecto de nuestras vidas: no somos más que lo que podemos o sabemos comprender mediante el lenguaje que adquirimos.
Este aprendizaje de Banks tendrá que servirle para evitar un conflicto bélico, pero como en todas estas películas de ciencia ficción terapéuticas, más que salvar el planeta lo que importa es curar heridas personales como las que ella parece tener. La serie de resoluciones del filme aportan un grado de emoción que hasta ese entonces la historia no tenía y, sobre el final, le dan a la película un empujón vital. El problema mayor es el resto, ya que en manos de Villenueve la potencialmente interesante historia de Arrival peca por ser visualmente monótona y un tanto rutinaria dramáticamente, jugando en un terreno más cercano al de un Christopher Nolan, que al de Steven Spielberg, que sabía llenar de magia visual (y, obviamente, también emoción) historias similares en las que las fuerzas extraterrestres modificaban radicalmente las vidas de los seres humanos que entraban en contacto con ellos. Esa cualidad, decíamos, aparece recién sobre la última parte.
El realizador de Sicario e Incendies –quien ahora está trabajando en la secuela de Blade Runner— es un director cuyos peores impulsos anulan buena parte de sus talentos. Los que vieron sus anteriores películas saben que es capaz de crear escenas intensas y momentos inolvidables en la mayoría de ellas pero también que muchas tienden a caerse por la gravedad que le da a todos sus materiales, en los que casi no existe el humor o la sensación de asombro visual. A uno pueden impactarlo sus películas pero raramente lo maravillan. Aquí es el ingenio del guión y el talento de Adams los que logran sobre el final conmovernos y el canadiense es lo suficientemente talentoso para no arruinarlo, pero uno no puede dejar de pensar que, en otras manos, Arrival tenía potencial de obra maestra. Así como está, es solo una inteligente pero en su mayor parte bastante mecánica película de autoayuda interestelar.
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