En Ana Mon Amour, Los jóvenes Toma y Ana se conocen en la universidad, se enamoran y se casan. Toma cuida de ella y parece estar al mando de la situación, cuando, en realidad, únicamente está gravitando en torno a una mujer a la que no puede comprender. Cuando Ana vence sus miedos y logra triunfar, Toma permanece aislado, intentando comprender el torbellino que ha sido su vida con ella, enmarcado en la profunda represión y los tabúes de la sociedad rumana.
Contribución Artística Sobresaliente en Montaje en el Festival de Cine de Berlín 2017
- IMDb Rating: 7,0
- RottenTomatoes: 100%
Película (La copia incluye subs en español)
Aventurándonos un poco, podríamos decir que una de las marcas de la casa del nuevo cine rumano es el análisis casi clínico, pinzas y bisturí en mano, de los aspectos más controvertidos de su sociedad. Es fácil detectar en dos casos tan recientes como Bacalaureat de Cristian Mungiu o Sieranevada de Cristi Puiu que en lo anecdótico de sus argumentos (la preparación de unos exámenes preuniversitarios o una reunión familiar) subyace una voluntad de exponer con precisión científica problemáticas sociales mucho más abstractas. En unas coordenadas muy parecidas se mueve Calin Peter Netzer, quien saltó a la palestra como nuevo nombre a seguir del cine rumano al ganar hace cuatro años el Oso de Oro berlinés con Madre e Hijo, su tercer largometraje. Y, al igual que en el caso que nos ocupa, la apuesta era el análisis desromantizado de los lazos afectivos con una finalidad crítica. Si en aquella se trataba de poner en solfa la entrega del amor maternal, Ana Mon Aamour se pega a la intimidad de una pareja, a lo largo de los años, para diseccionar su auge amoroso y caída. La vena analítica de Netzer es hasta más explícita en esta ocasión, dado que el presente fílmico que filtra el resto del relato está situado nada menos que en el diván de un psicoanalista. Mientras que Madre e Hijo realizaba su negación del amor desinteresado maternal contrastando los supuestos sacrificios de la protagonista con su orgullo ciego de clase alta (mucho más determinante), la pirueta narrativa de Ana Mon Aamour se resume en la coma de su título: apositiva a primera vista, enumerativa finalmente. No se trata solo de que, bajo la atenta disección de Netzer, el amor sea una cuestión de egoísmos de dos sujetos enfrentados en lugar de una adición de partes encajables; sino de que esa cuestión es reductible a un simple asunto gramatical.
Sea como sea, el arco de auge y caída de una relación de pareja no es precisamente una novedad, y el rumano dispone una serie de apuestas rompedoras de tratamiento ante ello. En primer lugar, la compleja estructura narrativa, compuesta por cuatro niveles temporales distintos que se van intercalando a lo largo de todo el metraje. Existe un nivel de presente fílmico que, aunque muy vagamente, parece conducir el flujo desordenado de recuerdos de los otros tres tiempos: las mentadas sesiones en las que el protagonista masculino, Toma, visita a su psicoanalista, ya posteriores a la ruptura y que terminan por reconducir el relato hacia la reflexión sobre la doble cara de la dependencia. Netzer, quizá demasiado preocupado por esta perspectiva psicoanalítica (existe una insistencia en la interpretación de sueños que, hacia el final, deriva en la inserción de una escena onírica no muy bien encajada), plantea dicha reflexión a partir del trastorno depresivo que sufre su protagonista femenina, la Ana del título. El joven Toma, que desde el principio es consciente de la enfermedad de Ana, decide seguir adelante con el noviazgo y asumir su cuidado. Se trata de una situación que le aísla de su familia y su entorno, y Netzer se encarga de subrayarlo mediante otra de sus apuestas de tratamiento: la cercanía total a la intimidad de la pareja, que es incluso fotográfica. La imagen, y he aquí la segunda gran apuesta del director, se pega continuamente a rostros y cuerpos, los escudriña con movimientos de cámara en mano agresivos que sustituyen a la retórica del plano-contraplano, como si la propia mirada del director buscara sin descanso referencias para interpretar el universo cerrado, angosto, que forman Ana y Toma.
Los saltos continuos de montaje entre los cuatro niveles temporales le permiten a Netzer crear algunas asociaciones muy poderosas entre las distintas fases de la relación. La prolongada escena de sexo que rueda, por ejemplo, en la que la cámara detalla la carne de los protagonistas entregados al éxtasis, dialoga con otra escena de desnudez tras un incidente sufrido por Ana en la que la presencia de un elemento escatológico la sitúa en las antípodas de la lujuria anterior. Esto es, que Netzer hace muy física la dialéctica entre la exaltación amorosa y la presencia de la enfermedad. La mejor pirueta que logra, en este sentido, es construir a Toma como un personaje entregado tanto al romance como al sacrificio protector, un personaje capaz de la renuncia personal por el cuidado de Ana, y aun así cargarlo de ambigüedad. ¿Es la dependencia que ha asumido Ana hacia él una forma de control? ¿Los sacrificios que ha hecho él por cuidarla suponen una deuda de obligado cumplimiento para ella? La perspectiva psicoanalítica que mencionábamos sugiere una pulsión dominante oculta en Toma, y se busca su origen (en realidad, el de los males de los dos protagonistas) en relaciones conflictivas con los padres que se explicitan al principio de la cinta (no en vano, la familia es una de las dianas más constantes del nuevo cine rumano). Con todo, la interpretación que el director plantea de ellos no es inequívoca, y no afecta a la fuerza dramática de su compleja estructura temporal y su cercanía a la pareja, aunque a veces la radicalidad de ambas cuestiones pueda resultar de digestión difícil. Estamos ante una película que logra aturdir, tanto en el mejor como (a veces) en el peor sentido de la expresión. (Miguel Muñoz Garnica – ElAntepenúltimoMohicano.com)
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