American Boy: A Profile of Steven Prince es un documental de 1978 dirigido por Martin Scorsese. Su protagonista es el amigo de Scorsese Steven Prince, más conocido por su pequeño papel de Easy Andy, el vendedor de armas de Taxi Driver. Prince cuenta historias sobre su vida como ex drogadicto y mánager de Neil Diamond. Scorsese intercala películas caseras de Prince de niño mientras habla de su familia.

  • IMDb Rating: 7,3
  • RottenTomatoes: 73%

Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

 

Martin Scorsese conoció a Steven Prince en el rodaje de Taxi Driver (1976), para la que Prince interpretó al sórdido vendedor de armas, en una de las secuencias más recordadas de la película. Después de aquel encuentro, había vuelto a ser actor suyo en un pequeño rol de New York, New York (1977), y había trabajado como asistente de producción en The Last Waltz (1978), dada su experiencia en el mundo del espectáculo musical. En esos años febriles de trabajo para Scorsese, el cineasta trabó una profunda amistad con Robbie Robertson y con el propio Steven Prince, por quienes se deja arrastrar a una espiral de fiestas y de drogas, a una existencia frenética que terminará por escapársele de las manos, y que casi acaba con su vida. Sin embargo, aún pudo filmar un curioso documental que, si bien no me parece tan redondo como Italianamerican (1974), creo es de obligado visionado para los seguidores del cineasta.

En el documental el lector puede adentrarse en la personalidad, cuanto menos oscura y singular, de Steven Prince, un sujeto que fue adicto a la heroína y cuyo rostro parece esculpido a sangre y fuego por los bajos fondos de cualquier gran ciudad. No es casualidad que Scorsese se interesara en él, pues sin compartir del todo (algo habitual en el realizador) su punto de vista, sí comprende sus motivos y su forma de vida, y le fascina su alteridad para con su propio entorno. Así, construye uno de sus compulsivos y descarnados documentales, alejados, como él mismo, de todo clasicismo narrativo dentro del género, y deudor únicamente de la propia, e insustituible, mirada del propio Scorsese, al que se ve en su salsa. Prince habla y habla, cuenta docenas de anécdotas, y Scorsese «simplemente» se limita a escuchar, con su impenitente y apasionada curiosidad.

Quien vea este documental accederá a un mundo que, si conoce la obra de Scorsese y Tarantino, le resultará familiar. No creo aventurado afirmar que la amistosa pelea entre el gran Michael Madsen y el tristemente fallecido, a los 41 años, Chris Penn en la seminal Reservoir Dogs está sacada, inspirada, directamente, de la feroz presentación de Steven Prince en este documento descarnado. Pero también es imposible no sentirse un poco más cercano del universo que Scorsese describiera con tanta precisión en Mean Streets o Goodfellas, pues el propio Prince, y sus colegas, pertenecen a un universo muy cercano al de Johnny Boy o Tommy DeVito, por citar los dos referentes más violentos e impredecibles de ambas películas.

Pero sin duda el espectador advertirá que el episodio de la chica con sobredosis a la que hay que «despertar» con una inyección de adrenalina, Tarantino la incluyó en un pasaje memorable de Pulp Fiction. Cuando hace seis años Tarantino presentó en Cannes Death Proof, no se perdió una MasterClass que Scorsese impartía en dicho festival, como oyente. La deuda que el director de Tennessee tiene con Scorsese es inmensa, al igual que la gran mayoría de directores del cine mundial que han indagado, con mayor o menor fortuna en los ámbitos del cine negro de las últimas tres décadas, aunque sólo sea para negarle y deconstruirle. Pero muy pocos se acercan con una mirada tan limpia, tan jocosa, a un tipo como Prince, y le regalan tantos minutos de conversación en los que podemos tocar con las manos un ambiente que pocos conocen: lo sórdido como cotidianidad.

Con la cámara de Scorsese sabiamente emplazada en la habitación, no tardamos mucho en sentir que somos nosotros los que estamos hablando con Steven Prince, sintiendo que estamos sentados en esa habitación, testigos privilegiados de sus alucinantes anécdotas vitales. Acabamos sintiendo a este sujeto, a Prince, como a un amigo cercano que, sin ningún motivo especial, nos hace partícipes de su vida. Scorsese se detiene en su expresivo rostro, en su enérgica voz, con paciencia de entomólogo, como si observara a una criatura fuera de toda norma que merece una atención especial. Y, además, Scorsese tiene bastante en común con Prince, quizá por pertenecer a un submundo que ambos conocen muy bien. Se expresan con idéntica verborrea y exceso gestual. Son dos almas mellizas (no gemelas) cuyo destino era conocerse, retroalimentarse y, probablemente, llevar a cabo este documental.

Con este inclasificable American Boy: A Profile of Steven Prince, Scorsese vuelve a indagar, de manera satisfactoria, en un alma contradictoria y a ratos tenebrosa, sin la menor concesión al espectador y con una lucidez que espanta. Insertando imágenes de vídeo procedentes de clips familiares de los Prince, siempre en segundo plano pero muy presente, Scorsese contó con la ayuda de Michael Chapman en la imagen, quien ya había deslumbrado con la fotografía de Taxi Driver y volvería a hacerlo en Raging Bull, de la que hablaremos dentro de poco. Terminaba para el cineasta una década sensacional, con la que se había convertido en director estrella, y empezaba una década llena de vicisitudes, como no podía ser de otra manera en un artista tan apasionado. (Adrián Massanet – Espinof.com)