The Magician transcurre en Suecia, a mediados del siglo XIX. Dentro de un vehículo sumergido en la niebla, viaja una compañía de artistas ambulantes, cuyo jefe es el doctor Vogler, mago e hipnotizador que va acompañado de una anciana bruja, experta en pócimas de amor, y de su mujer y ayudante. Al pasar por una ciudad se convierten en el blanco de las burlas y humillaciones de un comité encabezado por el cínico doctor Vergerus, un médico que le pide a Vogler una representación.

Premio Especial del Jurado en el Festival de Venecia 1958

  • IMDb Rating: 7,7
  • RottenTomatoes: 85%

Película / Subtìtulos (Calidad 1080p)

 

Siempre que escribo de Ingmar Bergman digo lo mismo, es mi director de cine de terror favorito. Sus películas son capaces de provocarme auténticos estados de ansiedad. Sin embargo, llevo meses sin escribir de cine, sin ver cine, sin analizar cine, volver a Bergman es una vuelta a las imágenes y este proceso no ha sido fácil para mí. Elegí The Magician (Ansiktet, 1958) porque quería enfrentarme a la imagen que tenía de mí misma viendo la película, ¿quién soy cuando escribo de cine? ¿sigo siendo una crítica? ¿Qué me cuentan estas imágenes? Quería y quiero también en cierta forma, resituar al director sueco dentro de mi imaginario, desbrozarle de epítetos, llegar en cierta forma virgen, como si todo fuera nuevo, incluso yo, es imposible.

Cuanto tiempo he esperado este momento, no lo sé. Solo sé que el tiempo de mirar ese rostro ha llegado. Hacía tiempo que no escribía de imágenes, al menos no de esta manera, de aquella manera dónde nos consumíamos como estelas. Uso el plural cuando casi siempre he usado la primera persona del singular, pero sí, nos consumíamos.

Era un poco como el amor.

Escribir de The Magician, escribir de Bergman, no es nada fácil, ahora intento comprender por qué acepté hacerlo. De repente Bergman no me gusta demasiado, de repente Bergman no me motiva lo suficiente para escribir.

Escribir sin que medie el golpe, aquel que ponía en marcha esos mecanismos casi automáticos por los que solían desplazarse imágenes y palabras para convertirme en la crítica que fui.

Siempre miraba el rostro de la muerte para escribir. Era lo que había siempre detrás. La escritura era el engaño. Mi escritura trabajando para la muerte.

The Magician, como las películas que me gustan de Bergman, siempre me ha producido un terror y una ansiedad terribles. Mi película de miedo favorita es Cries and Whispers (1972), Winter Light (1963), The Silence (1963) y aquella película en la isla de faro de la que no recuerdo el nombre son algunas de mis cintas favoritas de Bergman. Sin embargo, cuando intento pensar en los motivos para elegir El rostro no los encuentro.

Desde que supe que iba a escribir de The Magician he visto la película cientos de veces, necesitaba comprender qué había allí encerrado en aquellas imágenes, que me había llevado allí, en un momento donde necesitaba abrazar las imágenes como quien abraza a una madre a la que no ve desde hace años.

Un proceso de exilio, una decisión consciente, la necesidad de un retorno, ¿pero por qué con The Magician? Tras los múltiples visionados, nada. Frente a la hoja en blanco, maldiciéndome por sentirme totalmente incapaz, ¿qué interés encontraba en ese grupo de magos que viaja en una carreta tirada por caballos en mitad de una noche oscura surcada por gritos afuera campo? El moribundo va relatando como se apaga, paso a paso, el Mago está fascinado. Una fascinación incomprensible. La película muestra un relato que hunde sus raíces en el folklore nórdico es imposible no pensar en The Phantom Carriage, (Victor Sjöström, 1921), el hombre que muera el dia 31 cuando suenen las campanas será el encargado de trabajar para la muerte. Supersticiones y miedos y por parte de los anfitriones del grupo de Magos, el escepticismo clásico de los ennoblecidos. El clásico desprecio de clase. Razón contra superstición. Y esas inquietantes leyendas del norte de Europa donde la muerte juega con los vivos y los moribundos. Esa muerte que como un parásito esclaviza a los muertos para convertirlos en sus cocheros, sus apóstoles de la noche oscura.

Una asociación vaga, intrascendente. De repente, los rostros del elenco. Inmaculados. Puros. Rostros por los que se cuela el personaje, la pantomima, el engaño. Una película donde el gesto comienza a fraguar un nuevo relato

Nada.

No sé cómo encarar el texto, sigo parándome en las imágenes, ¿qué es lo que me da miedo? ¿y si me atraviese a mirar directamente a los ojos a estas imágenes? Como escritora de cine siempre he querido conectarme a lo que estaba viendo, enhebrar un discurso que, a partir de las imágenes de otro, fueran mi espejo, compartir esa experiencia de fusión, escribir a golpes.

Enésima vez que veo a Manda caminar entre corredores. Es Manda Vogler o es Maya Deren, me siento confundida, ¿sigue Manda una figura negra como una flor en la mano? ¿Por qué deviene The Magician en Meshes of the Afternoon (Maya Deren, Alexander Hammid, 1943)? Esta escena cuando el Mago ha escenificado su propia desaparición como un truco, ese colarse el truco a través de las bambalinas, es aquí donde opera mi memoria.

¿Quién es Bergman cuando se han olvidado todos los epítetos?

¿Quién es Bergman cuando me olvido del propio Bergman, y empiezo a mirar, imágenes autónomas, libres, que se desplazan de la propia amalgama que teje la película alrededor de ellas?

Imágenes fuera del rostro del relato. Yo en el sofá de la habitación de la luz bonita de la casa de Iratxe en Oiartzun. Un pájaro canta fuera.

Comienzan las transiciones.

Un rostro.

Veo un rostro.

Pero no pertenece a esta película. Una mujer de cabello rizado muy negro, me saluda desde una ventana.

O quizá no me saluda. Su rostro se apoya en la ventana su mano, la palma de su mano acompaña el gesto. La palma de la mano se posa como un beso sobre el cristal, como el beso de una madre sobre la piel de un bebé.

Súbito el grito de la abuela, de la madre que ha perdido a su hijo.

Súbito el grito de la muerte.

La figura atraviesa la calle, es una figura negra, ropajes negros, cara y pelo cubiertos. La persigo. La persigue Maya en Meshes of the Afternoon. Se saca una llave de la boca, una llave que ha acercado hasta mí con su lengua, la llave cae silenciosa desde su boca a mi palma de la mano. Perseguimos a la muerte.

Un cuchillo, un gato, unas llaves sobre la mesa.

Una voz llama a Manda, ella está apoyada en la ventana. Una mujer con su mano posada ligeramente tras el cristal. Una figura oscura sale corriendo con una flor en la mano.

El poeta a un lado del espejo. La estatua le habla, no tengas miedo atraviesalo. Zoom in, ligero, una mano entra en plano agarrando el filo de la puerta. Manda cambia de postura se mueve ligeramente para girar la cabeza, una voz le susurra no preguntes, no mires atrás.

Manda es ahora Orfeo, pero en un camino inverso está llevando al espectador hasta el rostro de la muerte. Es.

La cámara no abandona la mano hasta encuadrarla y dejarla en primer plano. La mano continúa sujetando la puerta. En un plano distinto, pero no alejado, otra vez una figura negra con una flor en la mano se aleja corriendo, la figura que antes miraba desde la ventana la persigue.

Manda sale por la derecha de la imagen, varias puertas dominan la escena, por la que Manda entra y una puerta grande al fondo. La música conecta ambas escenas, una guitarra rasgada suena, otorga a la escena un aura como de ensueño. Mientras tanto la mujer de cabello rizado otra vez saca una llave de su boca, la posa en la mano, nos la enseña.

Entramos a través de su mirada en la casa, y observamos la estancia, la misma figura negra la está abandonando subiendo por unas escaleras. Su mano agarrada al quicio lucha por sujetarse, un viento fuerte la empuja hacia atrás, no quieren que suba las escaleras.

En mi cabeza una pantalla partida, la mujer de cabello rizado intentando alcanzar el pomo de la puerta, el/la ayudante trabajando para el mago/la muerte, siendo la muerte él mismo. Orfeo, y la sangre de un poeta, los espejos trabajando para la muerte, llegamos a esa estancia. Milenaria lucha, batalla épica, fe contra razón. Nadie da crédito. El profundo engaño. Es esa escena la clave de The Magician, esa escena donde Manda Vogler trabaja para la muerte como un espejo. Cerrando la puerta por la que otra mujer había intentado entrar años antes, unas manos agarrándose de nuevo al quicio de una puerta. Un presagio de muerte en la flor que se deja caer al suelo, igual que en el rostro despavorido de quien sabe que va a morir.

¿Queremos mirar ese rostro?

¿Queréis mirar ese rostro?

El frío recorre todo mi cuerpo. Debería haber entregado este texto, escribo desde algún rincón de Escocia, Iratxe duerme, yo escribo en el móvil.

¿Qué diablos hago emparentando Meshes of the afternoon, con Jean Cocteau? No lo sé.

Trabajo así.

Creo que el paseo de habitación en habitación de Manda Vogler encarna algo fundamental. Es como si ella fuera todas las imágenes de repente, si Ingrid Thulin interpretando a Manda Vogler, hiciera que las imágenes de Bergman ya no fueran más las imágenes de Bergman. De repente, súbito, es solo una mujer andando por un pasillo, recorriendo un corredor, ha llegado la transición.

Trabaja para ella misma.

Emparentando dos paseos, dos transiciones. Maya y Manda.

Llaves y puertas.

Música que puntea toda esta ensoñación. ¿Recuerdas recuerdas cuando éramos felices, cuando solo queríamos cómpranos una casita y olvidarnos de este simulacro? No, el solo quería ver el rostro de la muerte. Escapismo.

Una mujer convertida en ayudante de Mago. Una mujer convertida en Orfeo que nos guía a las tinieblas. Un espejo en perpendicular y la sangre de los poetas.

Como un ripio:

No sé cómo encarar el texto, sigo parándome en las imágenes, ¿qué es lo que me da miedo? ¿y si me atraviese a mirar directamente a los ojos a estas imágenes? Como escritora de cine siempre he querido conectarme a lo que estaba viendo, enhebrar un discurso que, a partir de las imágenes de otro, fueran mi espejo, compartir esa experiencia de fusión, escribir a golpes. Mi espejo, destrozarlo a golpes, mezclar el miedo con la sangre del poeta. Acompañar a esas mujeres en su nuevo ser, me pasean, mis paseantes, me hacen atravesar el corredor cierran todas las puertas, yo escribiendo a golpes, olvidando quién es Bergman, qué son las imágenes.

Texto fallido. La llave me sale de la boca. Persigo las imágenes, ellas llevan un cuchillo en la mano, mi reflejo en ese espejo. El pájaro que canta desde Oiartzun, el ladrido de un lobo en la oscuridad de Europa. Mi rostro reflejado en la pantalla del móvil donde voy pensando en dejar de escribir. El grito. El puto susurro del viento. El rojo detrás de mis ojos. (Déborah García – CineDivergente.com)