God’s Own Country cuenta la historia de Johnny Saxby, un joven granjero de Yorkshire que intenta evadirse de sus problemas con el alcohol y el sexo. Cuando llega al pueblo durante la primavera un inmigrante rumano para trabajar en la cría de ovejas, su visión de la vida cambiará de forma radical.

Mejor Director Drama – World Cinema (Festival de Sundance 2017)

Premio Especial Mejor Film Independiente (Satellite Awards 2017)

Mejor Película Británica Independiente, Mejor Actor, Mejor Guionista Debutante y Mejor Sonido (British Independent Film Awards 2017)

Mejor Film Británico (Festival de Edimburgo 2017)

  • IMDb Rating: 7,7
  • Rotten Tomatoes: 98%

Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

 

Cuando se realiza una ópera prima y por definición no se tiene aún un estilo consolidado, sino que se busca implantar algo nuevo, simplificando mucho se plantean dos grandes alternativas: recurrir a una narrativa ambiciosa u original para intentar apabullar o sorprender desde un primer momento, anticipando así de tener éxito unas potentes credenciales; o ser más humilde y prudente y aprovechar los elementos conocidos que ya se sabe que funcionan, procurando explotarlos al máximo. La primera opción es más arriesgada pero puede llevar a resultados más memorables, mientras que en la segunda tienden a refugiarse los que prefieren contar historias familiares, quizá por no tener todavía tejido un mundo propio. Sin embargo esto se exceptúa para los directores noveles más experimentados, que por una u otra razón solo se han puesto tras la cámara en una etapa tardía de su vida. Además en este caso pueden inclinarse por la segunda de estas grandes opciones que hemos destacado, pero logrando un efecto por encima del ordinario, más penetrante y sopesado, igual de memorable que el que podría proporcionar la primera opción. Esta introducción en abstracto permite entender el afortunado acercamiento de Francis Lee, actor ya con cierto recorrido que ha emprendido su primer largometraje, presentado con éxito en Sundance y en ulteriores festivales, titulado con engañoso afán grandilocuente y verdadera intención teleológica God’s Own Country.

La premisa es muy sencilla y archiconocida: un chico vive aislado en la campiña de Yorkshire, con su padre lisiado y su abuela amargada, ocupándose los tres de una granja poblada por vacas y ovejas en peligro de extinción. Al menos lo está hasta que solicitan la ayuda de un chico rumano (el único voluntario al anuncio enviado), más voluntarioso y hábil en este trabajo agreste que aquellos tres seres desganados. El conflicto surge sin embargo cuando los dos chicos se enamoran, algo casi imposible de llevar a buen término en un ambiente tan conservador como desesperanzador. Es en pocas palabras la típica historia de amor prohibido, reduciendo el contexto hostil a esos campos ingleses, con muy limitadas localizaciones más allá del caserío, y circunscribiendo los personajes principales a los cuatro mencionados, al margen de alguna aparición secundaria como la de la antigua amiga del protagonista, que en dos cortas escenas sirve para llamarnos todavía más la atención sobre la triste situación de este último y el alejamiento de sus congéneres. Por tanto casi sobraría esa aportación adicional, sobre todo dada la pretensión esencialista de la cinta. Otras interacciones esporádicas son las que el cariacontecido granjero mantiene con furtivas y ocultas parejas sexuales, que contrastan con la desinhibición que enseguida demuestra con su nuevo compañero de faena, al abrigo eso sí de todo ojo avizor.

En verdad el mayor obstáculo se plantea entre estos dos personajes, ya que el choque con su ambiente es más potencial que efectivo. Y es en esa relación de intereses y caracteres enfrentados donde Lee nos revela enseguida su acierto y sensibilidad en la dirección de actores. Asistimos así a una interpretación más atormentada a cargo del joven inglés (Josh O’Connor) y otra más atenuada de parte del joven rumano (Alec Secereanu), ambos con su propia carga emotiva y sus respectivas dosis de problemas. Para el primero, junto a su situación actual se une al abandono de su madre, encerrándole en esa prisión de paisajes interminables y horizontes lejanos, mientras que del segundo aprendemos lo que sufrió en su país natal, y por ello tuvo que escapar del mismo para llegar a un lugar que él sí visualiza como abierto y repleto de posibilidades a su alcance. Con ese bagaje pasado, la sola esperanza de un futuro mejor va dejando una huella emocional en esta narración por lo demás pausada y ligera, donde los detalles descriptivos, objetivos, parecen superar a los dramáticos. En realidad estos se van asentando casi subrepticiamente. Por ejemplo, el mentado elemento de la madre ausente apenas se esboza con un par de datos y palabras, aunque dejará sembrado un calado de frustración compartida entre padre e hijo que contribuirá a su catarsis posterior.

En ese último acto es cuando God’s Own Country se alza por encima de un recuento más de este subgénero, narrado eso sí con oficio y paciencia, para convertirse en algo mucho más conmovedor. Elementos puramente estéticos como la fotografía o la música juegan al respecto un papel secundario pero clave. La primera ahonda en el aliento poético de los emplazamientos, cuya frialdad encubre la pasión refrenada, sin grandes alardes visuales y a la vez con una armonía flexible, siguiendo el ritmo de sus referentes vivos. Por su parte la segunda se emplea de forma muy esporádica: así en un momento puntual, sin inmediata significación temática más que en anticipación de lo que ha de venir, cuando los dos protagonistas se ven alejados de la casa del primero y por consiguiente libres de las ataduras familiares y profesionales. La segunda instancia relevante en que oímos la banda sonora es el desenlace, recogiendo el apunte anterior y prolongándose hasta unas imágenes de archivo finales que confirman el doble y por ende más profundo sentido del título. En efecto, Lee ha ceñido su foco a esta historia de homosexualidad obstaculizada, pero lo ha hecho en un marco muy determinado, aprovechando para realzarlo en su afán de detalle y verosimilitud, todo ello sin introducir ningún elemento contaminante. Hablamos del cultivo de la tierra y el provecho de la ganadería, labor ancestral que se reivindica aquí con insistencia, consiguiendo que el tono progresivo del núcleo dramático vaya en la misma dirección. En la combinación de ambos elementos a priori contrapuestos, el contextual y el personal, es donde God’s Own Country alcanza su valor único. (Ignacio Navarro Mejía – elantepenultimomohicano.com)