En We Are Little Zombies cuatro jóvenes se conocen en un crematorio. Todos sus padres están muertos, pero ninguno de ellos ha derramado una lágrima. Son como zombies, sin emociones. A sus trece años de edad, sin futuro, sueños y sin poder seguir adelante, deciden formar una banda de rock, los «Little Zombies».
Premio Especial del Jurado en la Sección World Cinema del Festival de Sundance 2019
Mejor Actor en el BAFICI 2019
- IMDb Rating: 6,9
- RottenTomatoes: 94%
Película / Subtítulos (Calidad 720p)
We Are Little Zombies, ópera prima del director japonés Makoto Nagahisa narra la historia de cuatro niños que se conocen en el funeral de sus padres y que no expresan emoción alguna ante la pérdida. El director explica en el prólogo cómo murieron los padres de cada uno y porqué no pueden llorar. Hikori; que se va a destacar del grupo como el narrador; usa anteojos, sufre bullying por parte de sus compañeros de escuela, la presión de su maestro por no retrasarse en su rendimiento y pasa el día entero jugando videojuegos de bolsillo. Proviene de una familia acomodada y ninguno de sus padres (siempre ocupados en sus cosas) le demostró amor, más que abarrotándolo con los videojuegos que pedía. Sus padres mueren en un accidente automovilístico durante un tour a un campo de fresas. El niño rechoncho, tiene un padre que nunca tomó decisión alguna en su vida y que todo lo que hizo, lo ha hecho empujado por las circunstancias. Su padre lo anima a que practique carácter con la idea de que así se hará fuerte para poder tomar decisiones propias. Sus padres mueren en un incendio a causa de una explosión de gas. El niño esbelto es cleptómano y proviene de una familia numerosa cuyo padre es ladrón y ejerce violencia física hacia su madre. Sus padres mueren suicidándose. La niña proviene de una familia de buen pasar económico, toma clases de piano, le falta el dedo anular de una mano y es abusada por su maestro de piano. Sus padres fueron asesinados por este hombre a quien ahora busca la policía.
Este contexto da cuenta que estos niños se han criado prácticamente solos, no conocen el amor ni el cuidado de sus padres, no han sido alojados en un deseo de hijo a partir del cual puedan sentir que han perdido a alguien significativo en sus vidas. Nagahisa, de este modo, cuestiona la época hipermoderna en que vivimos, época del imperio de las imágenes que el director señala con la proliferación de pantallas en el centro de Tokio y con la pérdida del contacto humano en la escena donde los zombies (mujeres y hombres cautivados por las pantallas de sus celulares) invaden la estación del metro. La era hipermoderna está signada por el imperativo de éxito y eficiencia, por multiplicidad de estímulos y el empuje hacia lo nuevo y la velocidad; sin posibilidad de detenerse para procesar toda la información ni las emociones. Es una época donde vale más mostrar en las redes sociales que uno existe, que disfrutar plenamente de una experiencia junto a otros. Al respecto dice la niña, que siempre documenta los acontecimientos que vive el grupo con su cámara: “Me gusta la sensación de hacer click. No me gusta ver las fotos porque verlas, es recordar”. La generación zombie, a la que hace referencia al título, no es una juventud sin emociones en realidad, sino consumida por las condiciones que impone la época y por lo tanto incapaz de expresar sus sentimientos porque no conoce lo que es que alguien le dedique tiempo a un abrazo, a un momento de tristeza (porque está mal visto sentirse mal) o a una conversación amorosa. La generación zombie no conoce tampoco el futuro ni el coraje. Abarrotados de objetos materiales, se aburren fácilmente y además no tienen deseos o sueños porque nada les hace falta, dado que si les falta algo rápidamente el mercado ofrece un nuevo objeto señuelo del deseo capaz de taponarlo.
Librados a su suerte y sin recursos, los jóvenes deciden formar una banda de rock. La idea se les ocurre en un basurero, detalle no menor. Estos niños invisibles, desechos sociales que no les importa a nadie; son hallados por el vigilante del centro de recolección de residuos que deviene en cazatalentos. Los Little Zombies se convierten en un éxito juvenil y en este punto las garras del mercado anestesian nuevamente el efecto liberador de emociones que se expresaba en la creación artística. Se los utiliza como una mercancía, sus emociones e historias se viralizan. Ningún cuidado, ningún signo de afecto, sino una nueva manera de volverse invisibles y de estar muertos en vida. La vuelta a la naturaleza, sin mediación de pantallas, será la que les permita recuperar la experiencia de estar vivos.
Desde el punto de vista formal, We Are Little Zombies está estructurada a la manera de capítulos, siguiendo la estética visual y sonora de los videojuegos (Little Zombies es el nombre de un viejo videojuego japonés), donde cada capítulo es un nuevo nivel en el juego. Los niños estructuran la realidad con esta lógica virtual, con objetivos a cumplir y considerando a determinadas personas como el jefe final a vencer para ganar el juego. Esa mirada de los niños sobre una realidad que les parece estúpida, confusa o gris (virando al blanco y negro) es la que Nagahisa propone como experiencia para el espectador. Pero en otros momentos la cámara nos pone en el lugar de los padres muertos, interpelándonos. La propuesta de Nagahisa es interesante y su estética a nivel formal hibridando la ficción con los videojuegos, el documental, las filmaciones caseras que se viralizan, el fantástico y el musical, se corresponde con aquello que apunta a cuestionar, abriendo a preguntamos sobre el modo en que vivimos y sobre cómo quisiéramos vivir la vida.
El director toma un riesgo al sumirnos en la experiencia vertiginosa de las imágenes y los sonidos múltiples que se suceden uno tras otro, pues si bien por un lado logra que experimentemos la abrumadora, hiperactiva y nihilista vida contemporánea, por otro lado, las dos horas de película hacen que en el tramo final se vuelvan reiteradas y redundantes las ideas y experiencias que busca transmitirnos. Como sus personajes, cuando se apague la pantalla, querremos sentir la experiencia de estar vivos. (Carla Leonardi – ASalaLlena.com.ar)
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