En The Outsiders, Ponyboy es un adolescente huérfano que, al igual que sus hermanos y amigos, pertenece a la banda de «Los Grasientos». Tienen su propio territorio y una banda rival, «Los Dandis». Una noche, después de una pelea, un «dandi» muere acuchillado. Entonces, Ponyboy y su amigo Johnny deciden huir.
- IMDb Rating: 7,1
- Rotten Tomatoes: 63%
Película / Subtítulos (Calidad 1080p)
«El oro no permanece. La naturaleza verde es como el oro. Es difícil retener su color. Su primer brote es una flor. Pero sólo dura un instante. Luego una hoja sustituye a otra. Y el Edén se torna melancólico. Así le ocurre al amanecer. El oro no permanece.»
Ponyboy Curtis.
Con la preciosa canción escrita por Carmine Coppola y cuyas letras y voz pertenecen al inigualable Stevie Wonder, comienza la décimo primera película de Coppola como realizador, filmada inmediatamente después del desastre que supuso ‘Corazonada’. Anteriormente hemos dicho que los años ochenta significaron, para este director y después del batacazo económico de su romántico musical, una travesía en el desierto con el objetivo de pagar deudas. Pero esta condición no puede aplicarse a The Outsiders y ‘La ley de la calle’, filmadas el mismo año y que son absolutamente personales y libérrimas.
Huyendo de los interiores falsarios de ‘Corazonada’, de su ligereza y voluntaria artificialidad, Coppola filma un relato que rebosa aire libre y luz natural, regalando un filme completamente hermoso y emocionante, una elegía en torno a la fugacidad y el carácter doloroso de la juventud, entendida esta no como una de las etapas más memorables de la vida, sino como el inicio del dolor y de la lucidez, el primer acercamiento a un mundo cruel y gélido. Coppola en el abismo.
Antes del rodaje de su musical, el cineasta recibió por correo un ejemplar de la novela The Outsiders (que literalmente significa los forasteros, o los extranjeros, o los independientes…), escrita por Susan E. Hinton (que tiene una breve intervención en la película, caracterizada de enfermera). La carta, fechada el 21 de marzo de 1980, venía firmada por Jo Ellen Misakian, una bibliotecaria de Fresno, que rogaba al director que se hiciese cargo de su adaptación, pues estaba convencida (nadie sabe por qué, antes de que esto ocurriese) de que él era el realizador idóneo para llevarla a cabo.
El proyecto se dejó aparcado un tiempo, pero finalmente FFC regresó a él, y llevó a cabo una de sus múltiples resurrecciones, una vuelta a los orígenes, una reescritura mucho más reposada y sabia de ‘Ya eres un gran chico’, una desengañada crónica de los perdedores, pues uno de ellos se sentía el realizador, siempre preocupado por el fracaso. No económico o personal, sino artístico. De hecho, se había planteado dejar de dirigir e intentar revivir sus finanzas ejerciendo exclusivamente como productor. Esta bella película es el resultado de que se lo pensara dos veces.
Tal como dice la dolorosa y nostálgica canción que abre el relato, el tiempo pasa a toda prisa, y apenas tenemos tiempo de reflexionar sobre nuestros actos. Simplemente seguimos adelante. Eso quería hacer Coppola. Y el resultado es un triunfo que significa una conquista mayor, pues a su manera, el díptico The Outsiders/‘La ley de la calle’ es tan fascinante y denso como el de los dos primeros padrinos, o el de ‘Apocalypse Now’/‘Drácula’. Con gran honestidad se sumerge en las vidas caóticas de unos perdedores jovencísimos, de humilde extracción social, que han perdido a sus familias o que no reciben la atención debida de sus padres.
Para ello se rodea de algunos de los actores que más van a brillar en los siguientes años de cine americano. No sólo el ahora recuperado Matt Dillon (que repetiría en ‘La ley de la calle’), sino también un jovencísimo Tom Cruise, en un papel menor pero vistoso, un interesante Patrick Swayze, un melancólico Ralph Macchio (justo antes de alcanzar la fama con sus tres ‘Karate Kid’), un fugaz Rob Lowe, el siempre ubicuo Emilio Estévez, y la bellísima Diane Lane, que a los 18 años iniciaría la primera de sus colaboraciones con el maestro.
Todos ellos, y algunos más, forman un elenco perfectamente entramado de bellos adolescentes (tan bellos como los de Gus Van Sant, e igual de trágicos), auténticas metáforas del perdedor estadounidense. Coppola cuenta su historia con gran compasión y humanidad, con una delicadeza obsesiva casi. Con rasgos de melodrama sentimental, nunca pierde el rumbo y nunca se olvida de ellos, al contrario que en su anterior película. Sus muchachos leen ‘Lo que el viento se llevó’ (estrenada el año del nacimiento del director, y uno de sus fetiches) en su retiro involuntario. Y los mismos atardeceres color púrpura son los que acompañan los paseos ociosos de los más sensibles del grupo.
Y Welles, siempre Welles. Está presente en la batalla final, con ecos de ‘Campanadas a medianoche’, y en la «sencilla grandiosidad» de un universo al mismo tiempo ingenuo y terrible. De nuevo, el cineasta cambia de estilo, pero sigue siendo el mismo, tanto en sus películas más grandes como en las injustamente consideradas menores. No hay películas menores cuando son maravillas como The Outsiders, dedicada finalmente a los alumnos de la escuela que le motivaron a dirigir la película, y a la bibliotecaria que con tanto valor le escribió. (Adrián Massanet – espinof.com)
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