Leto sucede en Leningrado, un verano a principios de los 80: la escena del rock de la ciudad está en pleno apogeo. Viktor Tsoï, un joven músico que creció escuchando a Led Zeppelin, T-Rex y David Bowie, está tratando de hacerse un nombre. El encuentro con su ídolo Mike y su esposa, la bella Natacha, cambiará su destino. Juntos construirán una leyenda como pioneros del rock ruso.
- IMDb Rating: 7,4
- RottenTomatoes: 79%
Película / Subtítulos (Calidad 1080p)
Look ochentoso emulando estrellas del rock, un triángulo amoroso y sentimientos en efervescencia son el eje sobre el que Kirill Serebrennikov construye una (anti) biopic inspirada en la vida real de los músicos rusos Viktor Tsoi y Mayk Naumenko, quienes desafiaron las rígidas tradiciones soviéticas para buscar sus modelos en Occidente –Lou Reed, David Bowie, Iggy Pop, T-Rex, Blondie, Sex Pistols–, allanando el camino para los cambios culturales que vendrían después. Leto mezcla el panorama político de la época con la locura del rock, el amor y la libertad.
Mayk (Roman Bilyk), líder del grupo soviético de los años 80 Zoopark, Viktor Tsoi (Teo Yoo), fundador del legendario grupo Kino y un pionero del rock ruso, y Natacha (Irina Starshenbaum), la mujer de Mayk, de la que ambos músicos (y el espectador) están enamorados y cuyas memorias retoma la película, conforman el trío protagónico de Leto, ambientada en el Leningrado de 1981, cuando la escena rockera empieza a florecer, influenciada por el rock occidental.
Desde el inicio uno cae rendido ante Leto, un film postmoderno, filmado en un blanco y negro soberbio -en consonancia con la estética de la música evocada- aunque no ahorrando en ráfagas de color cuando palabras rojas se sobreimprimen sobre las imágenes o vídeos caseros de aficionados interfieren el relato. Serebrennikov muestra la mejor cara posible del género biopic, mimetizando el cariz rupturista y, por qué no, revolucionario de sus protagonistas; huyendo al mismo tiempo de clisés y lugares comunes mientras introduce a los neófitos en una escena musical tan brillante como desconocida para muchos.
La primera escena nos muestra a unas muchachas subiendo una escalera por detrás del edificio que alberga una sala de conciertos para poder entrar clandestinamente. En ese lugar cultural totalmente controlado por las autoridades hay que reprimirse. El público tiene prohibido seguir físicamente el ritmo. El motivo de la expresión rígidamente controlada aparece en varias ocasiones a lo largo del relato con humor cuando hay que explicar el sentido de este rock progresivo al representante del ayuntamiento, con poesía cuando un candado se balancea lentamente, con brutalidad cuando los personajes se topan con la policía en un tren y lo mismo para escaparse de nuevo en un clip musical tan salvaje como imaginario. Es tanta la locura desatada por el rock que el director decide incluir un personaje para que señale al espectador si lo que está viendo y sintiendo forma parte de la realidad o solo de la imaginación de los personajes.
Leto es mucho más que un biopic. No busca recrear el periodo con exactitud histórica sino evocarlo tal y como existió en las fantasías de quienes lo vivieron, y eso explica la creación de texturas y atmósferas por sobre la narración. Habla de lo que no fue o no es sino con carácter virtual. De una cierta evasión, de atravesar la pantalla para reencontrarse del otro lado, de dejar que las canciones escapen, de sobreponerse al sonido mediocre de una grabación porque el sonido mejor, el del público, cantará en el aire. Es, en definitiva, una obra impregnada de belleza y libertad.
Kirill Serebrennikov se encuentra actualmente en situación de arresto domiciliario, acusado de fraude, aunque probablemente sea por sus opiniones sobre el presidente ruso Vladímir Putin. (Juan Pablo Russo – EscribiendoCine.com)
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