En Pompoko y ante la inminente destrucción de un frondoso bosque cercano a una ciudad, cuyos dirigentes quieren construir en su lugar una urbanización, los mapaches que viven en el bosque intentarán sabotear la operación para así conservar sus hogares.
Mejor Película en el Festival de Annecy 1994
- IMDb Rating: 7,3
- RottenTomatoes: 83%
Película / Subtítulos (Calidad 1080p)
Decía hace unas semanas con motivo de la entrada que dedicábamos a Only Yesterday (1991) que lo atípico de una cinta costumbrista que se alejaba de los fantasiosos extremos en los que siempre suele moverse el cine de animación, hablaba mejor que ninguna otra aseveración acerca de la singularidad que Ghibli atesoró durante sus años de actividad.
Y es el mismo calificativo de atípico el que, con connotaciones muy diferentes, habría que aplicar a una de las cintas más localistas de la productora nipona que, de nuevo, firma Isao Takahata. Y es que esta historia de mapaches capaces de transformarse en lo que sea que es Pompoko, puede llegar a resultar tremendamente extraña a ojos occidentales ajenos a las idiosincrasias japonesas.
Cierto es, que las cintas que pusieron a Ghibli en el mapa mundial entre finales de los noventa y principios de este siglo —dos títulos serán los que, como ya veremos, llevarán el nombre de los estudios a «todos» los rincones del planeta— están fuertemente atadas a la iconografía más singular de la cultura del país del sol naciente; pero también que, tras el velo que suponen la inclusión de kodamas, espíritus, deidades o construcciones típicas del país, dichos títulos encierran un mensaje de una universalidad aplastante.
No exento de dicha universalidad, como veremos algo más abajo, es Pompoko una producción que costará mucho trabajo entender si uno no tiene ciertos conocimientos previos de algunas de las constantes que rodean al mundo nipón; esas que se relacionan con el choque entre tecnificación y tradición, con la potencia con la que el sintoismo es vivido en según qué situaciones, con la peculiar sentido del humor japonés o con la forma tan ambivalente en la que los orientales contemplan el sexo.
Picando de todas ellas un poco —el chiste que tiene por protagonista a las gónadas de los mapaches es de esos que te deja «ojiplático»— es en lo que se deriva de la religión mayoritaria de Japón en lo que Pompoko encuentra, al mismo tiempo y de forma paradójica, su talante más local y su mensaje más universal. Una ambivalencia que, con considerables mejores armas, cabrá encontrar en esa obra maestra de los estudios comandados por Hayao Miyazaki que será Princess Mononoke (1997).
Trasfondo que mueve todo el trasunto de la historia, y mensaje sorprendente con el que se cierra ésta —sin lugar a dudas, lo que más me gustó y sigue haciéndolo del filme es la forma en la que engarza su vertiente fantástica con un anhelo humano que es casi universal—, el grueso de Pompoko se mueve, no obstante, por derroteros que si en algo abundan es en el humor alocado y desenfrenado que podría considerarse como una de las constantes del anime en términos generales.
El juego que da el que los mapaches protagonistas pasen de su forma animal a una antropomorfizada y de ésta a cualquier cosa que a uno pueda ocurrírsele —desde una olla a una piedra tallada en forma de deidad pasando por todo un variado sin fin de objetos o personas— es manantial de incontables chistes, visuales y verbales, que a la postre conforman lo que uno destacaría en primera instancia de una cinta que discurre a ritmo de vértigo y cuyas dos horas se pasan volando.
Por todo ello, y sumando que su animación vuelve a ser de un nivel espectacular tanto en diseño de personajes como en esos cuidadísimos fondos —lo normal en Ghibli, vamos—, resulta cuanto menos curioso que ‘Pompoko’, de la misma manera que apuntábamos con Only Yesterday, no salga casi nunca a colación cuando se habla de Ghibli ni forme parte intrínseca del imaginario asociado con los estudios.
Cierto es que el responsable de que así ocurra es ese genio llamado Hayao Miyazaki y el que casi todas las cintas que firmó sean las que sí acuden raudas a nuestra memoria cinematográfica, pero ello no debería ser óbice para dejar de lado a esa otra vertiente de la productora que encontró sin lugar a dudas en Isao Takahata, a su mejor y más brillante valedor. (Sergio Benítez – Espinof.com)
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