Aferim! sucede a principios del siglo XIX. Costandin, un policía local, es contratado por un boyardo para dar con el paradero de Carfin, un esclavo gitano que huyó de su propiedad después de mantener un romance con su esposa, Sultana. Costandin empieza a perseguir al fugitivo, dando comienzo, así, todo un viaje lleno de aventuras.
Mejor Director Festival de Berlín 2015 (ex-aequo)
- IMDb Rating: 7,7
- RottenTomatoes: 98%
En una de las escenas más llamativas de Aferim!, los dos agentes de la ley protagonistas, Costadin e Ionita (padre e hijo), comparten un rato de conversación durante su viaje por los caminos recónditos de Valaquia con un monje, que pronuncia la cita que precede a estas líneas. Una conversación verborraica, muy literaria en su forma pero tremendamente vulgar en su fondo (aspecto extensible a toda la película), en la que el religioso cita teorías que combinan citas bíblicas con leyendas apócrifas para justificar por qué los judíos no pueden ser considerados humanos, o por qué los gitanos están destinados a la esclavitud. Costadin, por su parte, le responde con retazos de refranería popular mientras el imberbe Ionita escucha, respetuosamente silente ante las voces de la sabiduría anciana. La secuencia, una buena condensación de toda la película, está filmada en unos pocos y largos planos generales, donde las tres figuras humanas que avanzan sobre sus caballos apenas se distinguen en la inmensidad de un paisaje yermo, aderezado por vegetación desértica y surcado por montañas que no dejan ver el horizonte, fotografiado en blanco y negro.
Punteada por esta forma tan panorámica de encuadrar sus personajes, la ambientación de Aferim! se sitúa en 1835, época en la que la Europa más cosmopolita se encuentra en plena efervescencia revolucionaria. La Ilustración, los avances científicos y la naciente democracia han derribado los otrora sólidos cimientos de un mundo donde una ensalada de religión y mitología popular sustentaba un estricto régimen feudal en el que el “cada uno donde le corresponde” se asumía sin discusión. Pero la ola renovadora no llegó a todas partes. En el mismo tiempo en el que La libertad guiando al pueblo expresa el ímpetu de una nueva Europa, Costadin e Ionita discuten, en torno al fuego de una hoguera, sobre si en algún lugar de la tierra existe una especie de barranco que marca el final del mundo. ¿Pero al final, qué más da —concluye Costadin— que la tierra sea redonda o plana, si ante su inmensidad ellos son como las pequeñas brasas de la hoguera que los calienta? Puntos minúsculos destinados a apagarse pronto, cuyo conocimiento del mundo se limita a poco más allá de las fronteras de su Valaquia natal, ese desierto inmenso tan poco propicio para nuevos florecimientos. Donde el poder del déspota feudal de turno apenas alcanza a castigar a siervos díscolos y cobrar de cuando en cuando sus tributos, mientras cada en cada aldea en mitad de la nada sus habitantes, solos contra los elementos, se buscan el pan como mejor pueden.
La cuestión, además, es que Aferim! demuestra que picaresca y western tienen algo esencial en común. Su condición de géneros que a menudo narran aventuras sin rumbo fijo, con caracteres errantes que recorren las realidades sociales más alejadas del universo de la ciudad y la ley. Realidades sociales donde los estratos más humildes viven en una suerte de anarquía interrumpida a ratos por los tics dictatoriales del cacique de turno (bandido, terrateniente o, como en nuestro caso, señor feudal). Pero el retrato de estos reductos se suele filtrar por su condición pasajera para los protagonistas que lo contemplan, ya que tanto el pícaro como el jinete errante no echan raíces en ninguna parte. Costadin, si se quiere, es el reverso antiheroico de un Ulises intachable. La epicidad del griego radica, entre otras cosas, en su resistencia al canto de las famosas sirenas. Esto es, en la firmeza de una voluntad espoleada por el deseo de vuelta al hogar. Mientras que nuestro Costadin no sólo se deja engatusar por sus hechizos, sino que presume orgulloso de tener una vagina (sinécdoque, al fin y al cabo, de la figura de la sirena) en cada posada del camino. La Penélope que, teje que teje, aguarda junto al calor de la chimenea no es ningún incentivo. Y sus vivencias aventureras, como decíamos, no tienen ningún carácter transformador. Ni interior ni exterior. Costadin es el mismo en la primera escena que en la última; las injusticias y padecimientos que atraviesa siguen en su sitio, vagamente justificados por ese viejo orden tradicional que se asume entre la resignación y la involuntad de trascendencia personal. Si acaso, la única transformación lograda ha sido sembrar el deseo de emulación en Ionita, que ejerce de heredero pasivo. Lo que, al fin y al cabo, no es más que otra forma de manifestar la perennidad del sistema social.
De este modo, la concepción circular de Aferim! alcanza a todos sus niveles de lectura. Las andanzas de Costadin e Ionita empiezan y acaban en el mismo lugar, con una pequeña y muy relevante elipsis (el escenario del hogar) en el trazo del círculo de la trama. Y más allá de lo diegético, la transmisión generacional de valores repetidos se adivina (Ionita mediante) completada sin conflicto, así como el mantenimiento del orden social. Este aspecto resulta interesante si tenemos en cuenta que la cinta está inscrita en la cinematografía de un país que, si por algo se ha caracterizado en los últimos años, es por su fuerte carácter de crítica social contemporánea (que ha laureado a autores como Cristian Mungiu, Cain Peter Netzer o Cristi Puiu). En cierto modo, Jude realiza una exploración en los orígenes de esas tensiones de clase rumanas. Con lo que su Valaquia amplifica sus ecos como yermo ya no paisajístico, sino cultural y humanitario. En el que una vida de vagabundeo encuentra sus mayores recompensas en una hoguera al raso con la que calentarse, una cena con la que llenarse el estómago y una vulva con la que aliviar las tensiones del camino. Si bien, sobre todo, Aferim! se contempla como un soplo de aire fresco frente al semblante serio de la crítica social contemporánea: no olvidemos que la picaresca, pese al miserabilismo en el que se inscribe, es un género capaz de crear una irresistible atracción hacia su mezcla pintoresca de folclore y humor. Y la película de Jude se deja permear por esta deliciosa socarronería que emerge de entre la negrura.
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