En Deprisa Deprisa Pablo, «el Meca», «el Sebas», y Ángela son cuatro muchachos que quieren escapar del ambiente marginal en el que viven. Para ello, necesitan conseguir dinero, aunque no están dispuestos a trabajar durante años para poder ahorrar. Ellos solo piensan en conseguirlo rápidamente y en vivir deprisa.

Oso de Oro a la Mejor Película en el Festival de Cine de Berlín 1981

  • IMDb Rating: 7,0
  • RottenTomatoes: 65%

Película (Calidad 1080p)

 

Hubo quien dijo que Carlos Saura le debía el Oso de Oro, máximo trofeo del Festival de Berlín, a Tejero, pues Deprisa Deprisa lo ganó apenas veinticuatro horas después del 23-F, y el cineasta que nos dejó hace un año estuvo a punto de pedir asilo político. Pero lo cierto es que, contemplada en todo su esplendor –es decir, restaurada en 4k– cuatro décadas después, la película se mantiene tan joven y libre como los auténticos delincuentes de la periferia de Madrid que aparecen en ella. Y era la mejor película de la competición berlinesa, en la que también concurría Manuel Gutiérrez Aragón con Maravillas, otra película sobre la delincuencia juvenil.

Eran tiempos en los que el llamado cine quinqui, crudo reflejo de una realidad marginal marcada por la heroína, de Perros Callejeros (José Antonio de la Loma, 1977) a Navajeros (Eloy de la Iglesia, 1980), rompía la taquilla. Y Deprisa Deprisa, con su icónico póster diseñado por Cruz Novillo, fue de hecho la película más taquillera de cuantas produjo Elías Querejeta –productor de Saura, de La Caza (1965) a Dulces Horas (1982)–. Pero el interés del director de Cría Cuervos (1976) por aquellos chavales descarriados era genuino, nada explotador.

Pudo acercarse a ellos gracias a Francisco Querejeta, Fanfis, hermano del productor, que había estado filmando por Villaverde para Marginados, una serie documental que no llegó a completarse. Así conoció a José Antonio Valdelomar, alias El Mini; Jesús Arias Aranzueque; José María Hervás Roldán y a la muy magnética Berta Socuéllamos Zarco, que estaban más o menos, según los casos, en el tránsito de las drogas blandas a las duras. En la película, forman una banda de atracadores no muy distinta a la realidad. Muerto de miedo, Saura les acompañó en sus carreras, y pulió con ellos los diálogos hasta que les salieron naturales, impregnados de su propio lenguaje callejero. De nuevo con la ayuda del director de fotografía Teo Escamilla, Saura los retrató hermosos y vitales: sin desmerecer otros exponentes más tremendistas del cine quinqui, la mirada fascinada de Saura, limpia de juicios morales, destaca por su delicado lirismo y la ternura con la que abraza a estos jóvenes, inevitables figuras trágicas, que se convirtieron en fugaces iconos de nuestro cine.

Deprisa Deprisa marca además toda una pirueta en su carrera, recolectándole con sus inicios en el cine documental, y rimando con su primera obra de ficción, Los Golfos (1959), también protagonizada por auténticos marginales de la periferia madrileña. Al mismo tiempo, su muy recordada banda sonora puede escucharse como la prefiguración de su trilogía flamenca con Antonio Gades –integrada por Bodas de Sangre (1981), Carmen (1983) y El Amor Brujo (1986)–, y todos los musicales que vinieron después.

La música es casi omnipresente en la primera parte del metraje, cuando la banda alterna robos y atracos con momentos discoteca, paseos a caballo por descampados contaminados y una escapada hasta una playa de Almería, para que Ángela pueda ver el mar. En los títulos de crédito más sobrios del mundo –fondo negro con letras azul cielo–, ya suena ¡Ay!, qué dolor, la inmortal rumba de Los Chunguitos que sigue sonando cuando arranca la película, con Pablo (Valdelomar) y Meca (Aranzueque) metidos en un coche robado que no acaba de arrancar. Como la balada Me Quedo Contigo, también de Los Chunguitos y muy felizmente recuperada por Rosalía en los Goya 2019, volverá a sonar varias veces en Deprisa Deprisa. Al poco de darse a la fuga en el coche robado, Meca meterá unas pesetas en la gramola de un bar para que suene Lole y Manuel y Pablo le pida salir a Ángela, con la que formará una pareja a lo Bonnie & Clyde. Ángela cobrará un protagonismo inusual en el cine quinqui: si ellos atracan con pasamontañas, ella lo hace a cara descubierta, pero luciendo un equívoco bigote, y siendo todavía más violenta que ellos.

El ambientillo enrarecido de la Transición se deja notar durante una excursión al Cerro de los Ángeles, donde serán despreciados por un par de señoras franquistas y cacheados por la policía. Ellos, a su vez, tanto en la película como fuera de ella, también despreciaban a los honrados trabajadores, aunque al mismo tiempo Ángela albergaba el sueño de comprarse un piso, como si pudieran tener algún futuro juntos. Hay una escena en la que incluso parecen una parodia de matrimonio burgués, ella cuidando sus plantas y él leyendo Mortadelo y Filemón en la cama, como si fuese el periódico del día. Pero, tal y como le repite proféticamente Pablo cuando Ángela, jugando, le apunta con una pistola, “las armas las carga el diablo”.

Estaban condenados a vivir Deprisa Deprisa, y a morir todavía más velozmente. Así fue para Valdelomar y Aranzueque, que siguieron entrando y saliendo de la cárcel después de rodar la película. El primero, que nunca más volvió a actuar, murió de sobredosis a los treinta y cuatro años, en la de Carabanchel, donde cumplía condena. Aranzueque, que reapareció en El Bosque Animado (José Luis Cuerda, 1987), falleció ese mismo año, 1992. Pero Ángela, o sea Berta Socuéllamos Zarco, desapareció de la luz pública. Parece ser que se casó con José María Hervás Roldán, y que nunca más volvieron a drogarse, ni a delinquir. De cuatro, se salvaron dos. (Philipp Engel – LaVanguardia.com)