Challengers está ambientada en el competitivo mundo del tenis profesional, en el que una exjugadora convertida en entrenadora, Tashi, ha conseguido transformar a su marido Art en campeón de varios torneos del Grand Slam. Tras una racha de derrotas, Tashi le inscribe en un torneo ‘Challenger’ -el torneo profesional de menor nivel-, en el que se reencuentra con Patrick, su antiguo mejor amigo y exnovio de Tashi.

  • IMDb Rating: 7,7
  • RottenTomatoes: 89%

Pelicula (Calidad 1080p. La copia viene con subs en varios idiomas, entre ellos el español)

 

Hay un backstage del mundo del deporte, desconocido para la mayoría, que es fascinante, lleno de personajes y situaciones muy curiosas. Si bien el cine contó historias «entre bambalinas» de muchos deportes (hay decenas de películas de básquet, boxeo, fútbol, baseball, fútbol americano y varios etcéteras), no se ha ocupado casi nada del tenis, quizás porque no es tan popular o masivo como otros. Y una de las cosas más interesantes que tiene Challengers es que, además de meterse en un mundo poco conocido, lo hace desde un ángulo muy particular, describiendo el mundillo que rodea los torneos chicos (conocidos como Challengers, como el título original de la película), en los que no suele haber grandes premios, grandes figuras ni cámaras de televisión, pero igual se cocinan historias extraordinarias. Y la de Challengers es una de ellas.

Pero antes que los no interesados en el alguna vez conocido como «el deporte blanco» salgan disparados de aquí, aclaremos una cosa: la de Luca Guadagnino no es una película sobre tenis. Utiliza su mundo y algunas metáforas propias de la forma en la que se juega para contar una historia, o varias historias, de amor, de deseo, de sexo, de represión, de miedos y frustraciones. Es una comedia romántica, por momentos muy divertida, que pone a dos hombres a competir por la atención de una mujer. Y una que supone que, en realidad, como la «pelotita» que va de un lado al otro de la red, la chica no es otra cosa que un intermediario para una historia de amor «imposible» entre ellos dos.

El director de Call Me by Your Name se toma su tiempo y gasta su enorme energía narrativa para contar esta historia a lo largo de trece años. Todo empieza cerca del final. Art Donaldson (Mike Faist, de West Side Story) es un tenista veterano y consagrado, con Grand Slams en su haber, tapas de revistas y publicidades callejeras, que está pasando un mal momento, perdiendo partidos fáciles y caminando la cancha cabizbajo. Tashi Duncan (Zendaya) es su esposa, manager y entrenadora, la que sabe todo acerca de él y sus problemas. Y para mejorar su rendimiento, decide que Art se presente a competir en uno de estos torneos chicos, los Challengers, con rivales de mucho menor ranking y nivel, para recuperar su confianza. Es una elección rara (jamás verán a un Rafael Nadal, por más problemas de rendimiento, jugar un Challenger), pero entendible para las necesidades de la trama.

En paralelo, Guadagnino nos presenta a Patrick Zweig (Josh O’Connor, de la reciente La Chimera, de Alice Rohrwacher), un tenista que normalmente juega estos torneos, un tipo que anda por el puesto 300 del ranking. A Patrick vive en el polo opuesto del tenis respecto al que se mueven Art y Tashi: le rechazan la tarjeta de crédito en el hotel en el que pensaba pernoctar y tiene que dormir en su roñoso auto antes de un partido. Pronto nos iremos enterando que fue un joven promisorio que, por diversos motivos que se irán detallando, fue quedando en los niveles menos remunerados del tenis. Al llegar a este torneo se entera que jugará el famoso Donaldson y allí se nos contará la larga y rebuscada historia que ambos tienen en común.

Pero en medio de todo eso existe un tercer personaje clave: la tal Tashi, una talentosísima y prometedora campeona que venía siendo celebrada como el futuro del tenis femenino desde adolescente. Es allí cuando se conoce con Art y con Patrick, trece años antes del presente del film, cuando ellos no solo prometían sino que Patrick era considerado mejor que Art. Los chicos (cuesta creerse a esos actores como si tuvieran 17 años, pero bueno) quedan embobados con la bella Tashi y logran inesperadamente que la chica se interese en ellos. No solo eso: los pone a competir por su atención. Pero a la vez la chica va dándose cuenta de que hay algo en el medio que ninguno de los dos parece reconocer: que quizás el verdadero interés romántico/sexual de Art y Patrick esté entre ellos mismos.

Challengers irá contando los vaivenes de ese triángulo de amor bizarro a lo largo de triunfos y derrotas deportivas, lesiones graves, equívocos amorosos, trampas, desencuentros y reencuentros, supuestas traiciones y otras vueltas que la película, como si fuera una literal pelota de tenis, nos va contando mientras va y viene en el tiempo, una y otra vez, hasta llegar al borde de la confusión temporal. Pero de todo lo que tiene para ofrecer la trama, lo más inteligente pasa por su dedicación a profundizar en sus personajes, en preocuparse por crear protagonistas complejos y contradictorios aún a expensas de lo que en una película más convencional sería el «avance» de la trama, la acumulación de circunstancias.

En ese sentido y casi entrando en contradicción con su estética actual –dada por la omnipresente banda sonora de Trent Reznor y Atticus Ross, que Guadagnino utiliza de un modo que bordea lo invasivo, o por el exceso de cámaras lentas y ángulos extravagantes–, Challengers hace acordar al cine de los años ’70, películas con bastante carga sexual que priorizaban el desarrollo de personajes y las escenas con diálogos largos antes que el apuro por presentar y resolver conflictos. Como The Holdovers, pero sin su estética setentosa, la película dura lo que el director cree que debe durar y se detiene donde él cree que debe detenerse, alejándose de los patrones esperables en una comedia romántica o en los resultados específicos de un drama deportivo.

Es que al realizador de la serie We Are Who We Are –con la que esta película tiene más de una conexión, en especial en lo que respecta a la desatada libido adolescente– y al guionista Justin Kuritzkes les importa poco y nada como salen los partidos o los torneos que aquí se juegan. Lo que les interesa es lo que les pasa a los jugadores antes, durante y después de los partidos, a partir de su desempeño. La película usará como eje para ir y venir en el tiempo un match importante que juegan Art y Patrick –con ella sentada en la platea, mirando a uno y a otro siguiendo el movimiento de la pelota y no solo eso–, pero quien gane o pierda solo importa en función de cómo eso modifica o altera sus deseos.

En algún sentido, Challengers es una traslación bastante literal de aquella teoría de Quentin Tarantino sobre Top Gun –si no la conocen, véanla acá–, solo que poniendo ese subtexto gay de una manera más evidente, sin subterfugios. Las peleas entre ellos dos y la distancia que luego Patrick tomó de la pareja los convirtió casi en enemigos, pero en un modo más fundamental, les quitó la pasión por lo que hacen. Art ya piensa en el retiro y Patrick no tiene una carrera sino un pasatiempo que le permite seguir en un limbo eterno. Lo que necesitan, en el fondo, es volver a conectarse entre sí, recuperar esa intensidad (tenística, sexual, llámenla como quieran) que les permita avivar esa llama, retomar esa época en la que comían hot dogs y churros juntos (sí, Guadagnino no es sutil ahí sino gracioso). Y Tashi es la habilitadora, la «Celestina» de este reencuentro.

Todo este combo funciona muy bien, además, gracias al elenco. Zendaya, se sabe, es mucho más que una celebridad pop: es un excelente actriz, creíble, real, carismática. Y eso hace que, si bien no es la verdadera protagonista de la historia, por momentos todo parece pasar por ella, que hace, deshace, enreda y desenreda a sus «marionetas» masculinas, sin poder evitar tampoco sufrir en medio de esos vaivenes. Más allá de la dificultad de creerse a este par de treintañeros como teenagers, los menos conocidos O’Connor y Faist están a la altura de una serie de desafíos que incluyen, además, que el espectador se crea que todos ellos son grandes tenistas.

No es fácil imitar los movimientos de un jugador profesional, pero Challengers –seguramente con ayuda de efectos especiales y de dobles de cuerpo, sí, pero viéndolos moverse y pegar también a ellos– lo hace muy bien, lo suficiente para darle credibilidad al universo que sostiene a estos tres planetas que giran entre sí a lo largo de más de una década. Entre ellos, siempre, hay una cancha que en el fondo no es otra cosa una cama extra king size en la que poner en práctica la teoría de Tashi de que el tenis puede ser como el sexo y que el grito con el que se festeja un gran punto no es otra cosa que un orgasmo público mejor que el de Meg Ryan en When Harry Met Sally (Diego Lerer – MicropsiaCine.com)