En Lady in a Cage y durante un fin de semana festivo en el que se queda sola, una madura escritora que se está recuperando de una lesión, se queda atrapada en el ascensor de su vivienda. Sin poder salir de allí, la situación alcanza un punto de desesperación mayor cuando la alarma de emergencia atrae a un enjambre de intrusos.

  • IMDb Rating: 6,7
  • RottenTomatoes: 64%

Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

 

Lady in a Cage, es una joya semi olvidada del cine de género de la década del 60 en general y del psycho-biddy o grande dame guignol o hagsploitation en términos específicos, aquel rubro centrado en señoras mayores un tanto desquiciadas e inaugurado por la denominada Trilogía de la Locura del mítico realizador norteamericano Robert Aldrich, films protagonizados por Bette Davis, Joan Crawford, Olivia de Havilland, Geraldine Page y Ruth Gordon, nos referimos a What Ever Happened to Baby Jane?, Hush Hush, Sweet Charlotte, y What Ever Happened to Aunt Alice, esta última con Aldrich únicamente en el rol de productor; un trío en verdad estupendo que inspiró una infinidad de propuestas semejantes subsiguientes que combinaron elementos del terror, los thrillers y los melodramas rosas e incluyen a epopeyas de variada envergadura como Strait-Jacket, de William Castle y con Crawford, Dead Ringer, de Paul Henreid y con Davis, Fanatic,  de Silvio Narizzano y con Tallulah Bankhead, I Saw What You Did, de Castle y también con Crawford, The Nanny, de Seth Holt y con Davis, Picture Mommy Dead, de Bert I. Gordon y con Zsa Zsa Gabor y Martha Hyer, Berserk, de Jim O’Connolly y con Crawford, The Anniversary, de Roy Ward Baker y con Davis, What’s the Matter with Helen?, de Curtis Harrington y con Debbie Reynolds y Shelley Winters, y Whoever Slew Auntie Roo?, de Harrington y asimismo con Winters, delicioso surtido de veteranas direccionando su odio hacia machos que se pasan de pícaros o hacia otras hembras que constituyen competencia directa, estorbo para el objetivo de turno, testigos de algún chanchullo o víctimas de la estafa o las pasiones reglamentarias, a veces -desde ya- también obedeciendo al viejo rol de martirizadas que deben defenderse de terceros que las acechan bajo la falsa certeza de una indefensión esencial que no es tal.

A los responsables máximos de la propuesta, el director Walter Grauman y el guionista y productor Luther Davis, se los recuerda prácticamente sólo por la película que nos ocupa porque a pesar de haber sido dos profesionales de amplio bagaje televisivo, lo cierto es que el resto de su producción cinematográfica no llega a la cúspide cualitativa y el desenfado de corte altisonante de Lady in a Cage, basta con recordar los otros opus realizados por Grauman, 633 Squadron, de 1964), A Rage to Live, de 1965, I Deal in Danger, de 1966) y The Last Escape, en 1970, o los trabajos más conocidos como guionista de Davis, léase The Hucksters, en 1947, de Jack Conway, A Lion Is in the Streets, de 1953, de Raoul Walsh, Kismet, en 1955, de Vincente Minnelli, Kiss Them for Me, 1957, de Stanley Donen, y Across 110th Street, 1972, de Barry Shear. En esta oportunidad la señora al borde del ataque de nervios se llama Cornelia Hilyard y está interpretada por una Olivia de Havilland que tuvo un 1964 a puro hagsploitation con la presente aventura y la asimismo legendaria Hush Hush Sweet Charlotte, en esa ocasión compartiendo cámaras con Bette Davis y aquí monopolizándolas casi por completo si no fuera por la presencia de un muy joven James Caan en su debut oficial en el séptimo arte luego de una mínima aparición en Irma la Douce, dirigida por el glorioso Billy Wilder. Ya en la magnífica secuencia inicial de créditos, similar a aquella diseñada por Saul Bass para Psycho, se establece el tono retórico nihilista y despiadado: descubrimos que la casona de la protagonista está ubicada en una avenida de mucho tráfico y vemos cómo una preadolescente molesta a un borracho que duerme, una pareja se besa fogosamente dentro de un auto mientras una locutora cristiana lanza consignas antisatánicas, baldes de pintura caen desde las alturas y tachos de basura explotan, alguien frena de golpe y los bocinazos no tardan en llegar, y un pobre perro yace muerto sobre el asfalto sin que nadie le preste atención más allá de la mirada curiosa de quien lo atropelló y después siguió su camino.

El catalizador narrativo de Lady in a Cage es muy sencillo y tiene que ver con la necesidad de Hilyard, una poetisa adinerada que se rompió la cadera en un accidente hace unos meses y por ello utiliza bastón, de evitar las escaleras y desplazarse con un flamante ascensor que mandó a instalar en su lujosa mansión de tres pisos, así justo luego de que su hijo Malcolm (William Swan) se marchase de la casona para pasar el fin de semana largo del 4 de Julio con una pareja de amigos la fémina queda atrapada adentro del elevador -semejante a una jaula suspendida, como aclara el título- debido a un corte de la energía eléctrica que a su vez responde a una serie de circunstancias de lo más azarosas o bobaliconas bien vulgares, empezando por un pintor de una casa vecina que apoya una escalera contra la caja de luz/ tablero principal de la morada, siguiendo con un Malcolm que se lleva puesta a la susodicha con su coche de salida y finalizando con una ventisca que termina de desconectar los cables ya pelados y semi desprendidos de turno. La mujer espera la vuelta repentina de la energía pero como esto no sucede recurre a una alarma muy ruidosa con la meta de que alguien la escuche en el exterior de la casa y venga a socorrerla, no obstante el tráfico ensordecedor y la típica indiferencia urbana hacen que el único que verdaderamente les preste atención a los dos timbres o campanas, uno delantero en la avenida y otro trasero en el garaje, sea un vagabundo y borrachín, George L. Brady (Jeff Corey), quien pronto trae a una amiga prostituta, la obesa Sade (Ann Sothern), para que lo ayude a vaciar la residencia -e impida que termine desmayado por el cuantioso vino- aunque no sin antes llamar la atención de un grupo de tres delincuentes que lo fichan cuando vende un tostador robado en una casa de empeños/ depósito de chatarra regentado por el Señor Paul (Charles Seel) y su misterioso asistente (el querido Scatman Crothers). No pasa mucho tiempo hasta que la banda de forajidos, encabezada por Randall Simpson O’Connell (Caan) y compuesta además por Elaine (Jennifer Billingsley) y Essie (Rafael Campos), también ingresan a la mansión de la mujer y empiezan a cargar su automóvil con todas las pertenencias de Hilyard en materia de cubiertos de plata, ropa, ornamentos valiosos y hasta tazas conmemorativas de oro puro.

Sirviéndose de la paradigmática capacidad de resumen del cine exploitation y de episodios vinculados con el “sálvese quien pueda” en el contexto de cortes de luz prolongados y con ataques a mujeres atrapadas en elevadores, las cuales suelen pasar de pedir auxilio a ser víctimas de una rauda violación, el muy astuto guión de Davis retoma en parte el leitmotiv de Ascenseur pour L’échafaud, de Louis Malle, aunque simplificando el planteo y volcándolo hacia el choque generacional entre los padres conformistas y borrachos de mediados del Siglo XX y sus cada día más libres, drogones y rebeldes vástagos, todo dentro de una metamorfosis histórica e identitaria que arranca con los beatniks y los greasers de los 50 y llega a los hippies, la contracultura, la militancia social y el terrorismo de los 60 y 70: ambos bandos son representados en el desarrollo general -otra curiosidad de la Clase B o indie de semblante popular- mediante diversas acentuaciones que nos hablan de la ausencia de esa típica homogeneidad hollywoodense a la hora de ejemplificar los colectivos en pugna; pensemos para el caso en la afabilidad y el delirio religioso del alcohólico George y en el conservadurismo patológico de la misma Hilyard, las alegorías en lo que respecta a los veteranos, o en el sustrato pacífico/ reprimido del probable gay Malcolm, quien antes de irse le deja a su madre una nota amenazándola con el suicidio si no deja de atosigarlo con su control absoluto símil Complejo de Edipo llevado al incesto, y en el trío de criminales salvajones de Randall, Elaine y Essie, representantes de una versión animalizada de los bípedos que por supuesto se confunde con el propio instinto de supervivencia de una Hilyard que se define a sí misma como un “ser humano” y se coloca moralmente por encima de las dos muchachos y la chica, hipocresía que enmascara su desprecio hacia los pobres (le dice al personaje de Caan que es “uno de los muchos desechos producidos por la asistencia social”, subrayando que sus impuestos le dieron de comer al joven a lo largo de todas las instituciones penitenciarias por las que pasó desde los nueve años) y su oportunismo plutocrático impiadoso (a su hijo le comenta que comprará acciones de armamento para aprovechar los rumores de conflicto en Vietnam).

A la idea de la “casa ricachona tomada” cual revolución de los marginados más furiosos e imprevisibles, esos que llevan adelante una orgía de robos, destrucción, secuestros y hasta asesinato, con el pobre de Brady cayendo bajo el cuchillo de Essie, se suma una tensión sexual muy bien administrada a través de las insinuaciones de una posible violación de Cornelia a manos de Randall, el hilarante toqueteo del borrachín sobre la anatomía de la corpulenta meretriz y la para nada sutil noción de un ménage à trois entre estos jóvenes profanadores de la propiedad privada y la otrora sacrosanta integridad del domicilio, gran tótem gran de la pequeña, mediana y alta burguesía del campo y las metrópolis populosas de ayer y hoy. La usualmente contenida De Havilland, todo un baluarte del Hollywood Clásico desde Gone with the Wind, en Lady in a Cage se desata a pura histeria símil trash afectado y así contagia al resto del elenco, movida que definitivamente parece involuntaria/ no buscada por un Grauman que “dejó hacer” logrando un pulso interpretativo muy extraño que se ubica a mitad de camino entre las impostaciones acartonadas del clasicismo yanqui y la visceralidad naturalista que sobrevino a posteriori de la mano de Marlon Brando, James Dean y Paul Newman, aunque con un Caan -el representante insignia del quiebre dentro del relato- que no se toma en serio a nada ni nadie. El realizador apuntala un fluir anárquico en el que cualquier cosa puede ocurrir, desde la sugerente y desquiciada escena con Elaine en la bañera o aquella de la llegada de los esbirros del Señor Paul -ladrón que roba a ladrón que roba a ladrón- hasta el extraordinario desenlace en su conjunto, donde se confirman la brutalidad, la abulia y la displicencia que sugería el comienzo ahora mediante una sublime andanada de episodios profundamente dolorosos, hablamos de la caída de Hilyard desde las alturas, su decisión de clavarle a Randall en los ojos dos varillas para cegarlo y el instante en el que la sigue hacia el afuera en pos de que le diga dónde está escondida la caja fuerte, terminando con la cabeza aplastada bajo la rueda de un coche de la avenida. Lejos de toda corrección política, Lady in a Cage explora el canibalismo suburbano y la ausencia total de empatía y respeto mutuo… (Emiliano Fernández – MetaCultura.com.ar)